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Huellas N.7, Julio/Agosto 2010

UN DÍA CON…
Las Misioneras de la Caridad

Esas perlas encontradas

Paola Bergamini

Se cumple un siglo del nacimiento de la Madre Teresa de Calcuta, la pequeña monja que hizo florecer una obra imponente en virtud de su amor a Cristo y a los hermanos. Entramos en una de sus casas para ver qué es lo que sigue haciendo que hombres rechazados por todos puedan ser tratados “como si fueran un tesoro”

«Acuérdate de dejar los zapatos fuera de la capilla», me susurra Marina. Son las 6,15 de la mañana. Busco la capilla con la mirada. Una fila de puertas todas iguales se asoma al pasillo casi a cielo abierto de este antiguo corral, donado en 1974 por los Benedictinos de la cercana iglesia de San Gregorio al Celio a las hermanas Misioneras de la Caridad en Roma. Estoy aquí porque el 26 de agosto es el centenario del nacimiento de Madre Teresa, y en la redacción queríamos hacer algo. Se ha escrito mucho sobre ella, pero, ¿qué nos interesaba en concreto? Llamé a mi amiga y periodista Marina Ricci, que conoce a las hermanas desde hace tiempo –ha adoptado a un niño enfermo procedente de uno de sus orfanatos en Calcuta– para pedirle ayuda, bueno, para pedirle un artículo. Pero ella me descolocó: «No, tienes que venir a Roma. Tienes que venir al convento del Celio, en donde las hermanas se dedican a la acogida. Aquí estuvo Madre Teresa, y su carisma lo ves en lo que hacen las hermanas, en cómo son. Hazlo por ti». Me había preparado a base de artículos, de libros. Creía que sabía algo sobre ellas…
Sigo a mi amiga que se dirige hacia una puerta en la mitad del pasillo. Me quito los zapatos y entro. La capilla es una pequeña habitación con una moqueta lisa. Un par de sillas, el altar, el sagrario. En la pared, junto al crucifijo, una inscripción: «I thirst» (Tengo sed). Nada más. Todo pulcro, limpio, esencial. Las hermanas entran en silencio, toman los libros de oración y se acurrucan. Llevan el sari blanco con borde azul que quiso Madre Teresa, porque era el que llevaban las mujeres que limpian las calles en Calcuta. Últimas entre las últimas. Para servir a los pobres entre los pobres. Santa Misa y oraciones en inglés, la lengua oficial de la orden. Las hermanas llegan de todo el mundo. Mientras me maldigo mentalmente por no haberlo querido aprender nunca decentemente, la hermana que está junto a mí toma un libro y me indica la página para poder seguir las oraciones. Durante todo el tiempo me acompaña con paciencia.

Roma igual que Calcuta. Al terminar, nos espera fuera sor María Pía –o más bien sister María Pía, como se llaman entre ellas–, italiana, superiora y responsable de los conventos del sur de Italia. Habíamos hablado por teléfono. Se había resistido un poco a la idea. «Los periódicos tergiversan con frecuencia lo que decimos y hacemos. No entienden. No estamos aquí para hablar. Pero conocemos Tracce, alguien nos ha regalado la suscripción. Estimamos a don Giussani. Pero, en cualquier caso, no habrá entrevista. Estará con nosotros sin más. Pocas fotos». No me parecía un buen comienzo. Pero aquí está. Abraza a Marina y le pregunta por su niño. Yo le doy la mano. Es tan pequeña que parece una niña. Está en la orden desde hace treinta años. Tenía veintisiete cuando decidió entrar, porque «había leído un libro sobre Madre Teresa. Trabajaba como secretaria y vivía tranquila en Las Marcas. El Señor me ha llamado». Pocas palabras y una sonrisa que, a la vez que da paz, no te deja en paz. Nos lleva a una habitación en donde está preparado el desayuno para nosotros. Menos mal que no me quería... Marina me dice: «¡Así son! Lo hacen todo hasta el fondo, con un esmero total». Luego se despide de mí y se va a trabajar. Hacia las ocho, algunas hermanas empiezan a salir de dos en dos. Me explica sister María Pía: «Algunas van a visitar familias o personas indigentes, otras hacen gestiones administrativas para alguno de los ancianos que tenemos aquí. Vayamos ahora al centro de acogida. Está aquí, pegado a la iglesia de San Gregorio». Camina veloz con pasos pequeños, como si no quisiera perder el tiempo. Pasamos una verja y una mujer viene hacia nosotros: «Hermana, ¿es hoy el día que dan ropa?». «Sí, llegamos enseguida. Todos los martes damos ropa a los gitanos. Los domingos repartimos comida a las familias necesitadas». «Pero, ¿quién os la da?». «La Providencia. Nunca nos ha faltado nada. La gente nos conoce y de forma espontánea nos trae ropa, comida… Todo lo que necesitamos», y sonríe. En la casa se alojan cincuenta hombres, procedentes de la estación Termini, de la calle o de situaciones difíciles. Son los llamados “sin techo”, personas que no tienen nada. En Roma igual que en Calcuta. Cuando entramos, nos saludan. «Son ellos los que deciden venir. Les lavamos, les damos de comer, les ofrecemos una cama y atención médica. Algunos se quedan unos pocos días, luego se van, luego vuelven. Otros están aquí desde hace meses e incluso años. Muchos están alcoholizados, algunos tienen problemas mentales. Siempre que es posible, tratamos de buscar a los familiares o de regularizar sus papeles, si son inmigrantes. Pero a veces les cuesta incluso recordar su nombre. Tenemos pocas reglas, pero se respetan». Todo está limpio y en orden, como en el convento. Es el momento del desayuno. Antes de sentarse, las oraciones. Una hermana lee un pasaje del Evangelio y luego comenta: «Vosotros sois perlas que el Señor ha recogido. Sois, somos amados y mimados por Él». Pienso que normalmente, cuando uno se encuentra con una persona así, se cambia de acera. Se tiene miedo de ellos. Y, sin embargo, aquí son perlas. Y como tal son tratados. Con dignidad y decoro: como un tesoro precioso. Porque es Suyo. Ahora comprendo el episodio que don Giussani gustaba de recordar sobre Madre Teresa, a la que le preguntaban: «Madre, ¿qué motivación tienen sus hermanas para hacer todo lo que hacen?». Y ella respondía: «Aman a Jesús. Transforman ese amor en acciones vivas. Servir a los más pobres entre los pobres no es nuestra vocación. Nuestra vocación es pertenecer a Cristo». Recorremos los pasillos, mientras las hermanas lavan, limpian. No hay casi ruido. «Hay muchos voluntarios que vienen a ayudarnos. Incluso médicos. Ofrecen su trabajo gratuitamente. En los hospitales nos conocen y nos ayudan», continúa sister María Pía. En la habitación donde se guardan las medicinas, una señora rellena unos impresos. Me explica: «Para aquellos que tienen derecho, trato de que puedan recibir asistencia pública. Vengo a ayudar a las hermanas todos los días desde hace muchos años. No puedo vivir sin ellas». Sister María Pía sonríe.

«Are you happy?». En el último piso se halla la oficina de la postulación –Madre Teresa fue beatificada por Juan Pablo II en 2003–, donde se recogen y se archivan testimonios y materiales variados con vistas al proceso de canonización. Aquí trabaja sister Elías. Es exactamente lo contrario de mi acompañante. De origen austríaco y con una gran estatura, es de una vitalidad desbordante. Pero, ¿por qué Elías? «Cuando entramos en el convento, elegimos el nombre que queremos ponernos. Elías es un personaje estupendo, ¿no crees? Me identifico con él». ¿Cómo es que has elegido este nombre? «Mi familia no era practicante. Al principio, cuando me di cuenta de que mi vocación era ésta, traté de resistirme. Llegué incluso a decir: “Jesús, yo no puedo, es demasiado para mí”. Pero Dios es fiel. Para ser feliz sólo hace falta seguir la voluntad de Dios». Aparte de esto, no consigues sacarle ni una palabra más. Con ella trabaja Marino. No es un voluntario, sino... un “sin techo”. Cuando las dos sister se alejan, me cuenta: «He cometido muchos errores en mi vida. Hace cinco años acabé durmiendo en el centro de acogida de vía Rattazzi (estación Términi), en donde conocí a las hermanas. Vine aquí, pero luego me marché. Ahora ya no quiero dejar este lugar. Aquí me encuentro bien. Ayudo en lo que puedo. Las hermanas tienen un alma que no se puede describir. Son únicas. Cuando se enfadan, lo hacen por tu bien. Como las madres. ¿Sabes lo que te dicen? Que los que no tienen madre aquí encuentran una». Hermanas como madres. La maternidad es un abrazo que puedes dar si has sido amado y querido: la perla encontrada.
Es la hora de comer. Bajamos al refectorio. Después de algunos minutos, me encuentro sirviendo la pasta. Nadie me lo ha pedido, pero no podía estar mano sobre mano. Las personas que están allí acogidas se ayudan unas a otras. Unas sirven el agua, otras llevan el carro. No hay confusión. Una hermana se planta delante de uno de ellos y con voz firme le dice: «Hace dos días que no comes verdura. No puede ser». Algunos se ríen. Nada pasa inadvertido. Al final, alguno de ellos echa una mano para restablecer el orden. Nadie se lo ha pedido. En la cocina me pongo a hablar con una hermana. Es africana. En mi inglés vacilante le pregunto si es feliz. Ella me responde: «Yes! And are you happy?». «Sí». «Why?». Esto no lo esperaba, las preguntas las hago yo. «Porque, because… I’m mother», balbuceo. Ella sonríe: «Good! But you have a talent». Y la hermana que está al lado traduce: «También tienes un talento: escribir. Te lo ha dado el Señor. Hasta hace algún tiempo, yo estaba en Kazajstán. ¿Conoces a don Edo? Venía a ayudarnos con sus chavales del movimiento». Sí, conozco la caritativa de don Edo.
Con sister María Pía vuelvo al convento para la comida. Me cuenta que en Roma hay otras cinco casas. Le pregunto si conoció a Madre Teresa. «Sí. Cuando venía aquí era una más entre nosotras. Servía como nosotras. Una vez, siendo ya anciana, quiso seguirnos en nuestro trabajo por la ciudad. Llovía mucho. Estábamos preocupadas, pensando que sería demasiado cansado para ella. En un momento dado, mientras bajábamos las escaleras del metro, nos dimos cuenta de que, con tal de ayudarnos, había cogido los paraguas de todas para que tuviésemos las manos libres».
Comemos en una pequeña sala con las paredes llenas de fotos de los niños que han sido adoptados. Cerca de dos mil. Hace tiempo les había llegado la indicación de eliminar la condición del matrimonio religioso para las familias que se dirigían a ellas para adoptar. El convenio estaba en peligro. Con gran decisión, dijeron que se trataba de una cuestión intocable. Se salieron con la suya. Como siempre.

Siempre contigo. A las 14:40 se reza el Rosario en la capilla y, a continuación, la adoración del Santísimo. Allí estaba también yo, con sor Elías, que me proporcionaba una hoja con las oraciones. Balbuceando, susurrando para no molestar, repito el Ave María. Me acuerdo entonces de las palabras de Madre Teresa que había leído en algún sitio: «En ciertos momentos, no puedo hacer otra cosa que repetir mecánicamente el Ave María». Sus cantos, distintos de los que escucho habitualmente, tienen una dulzura infinita. Son como un susurro. Cuando las miras, comprendes por Quién hacen todo. Comprendes que esos son los momentos fundamentales de su jornada. Es tan evidente, que no habría necesidad de ninguna explicación. Y sin embargo, pregunto con insistencia a sister María Pía: «¿Qué es Cristo para ti?». «No respondo a esta pregunta. Si quieres, escribe aquí los nombres de las personas por las que quieres que recemos en los próximos días. Ya es hora de que te marches». Por primera vez me habla de “tú”. Me acompaña hasta la puerta, en donde hay una imagen de Cristo con la inscripción: «I am with you always». «Estoy siempre contigo». Me abraza con fuerza. Para ella, Cristo es todo.


DE SKOPJE A CALCUTA

1910
El 26 de agosto nace en Skopje, Albania, Agnes Gonxha Bojanxiu.

1928
Ingresa novicia en el convento de las hermanas de Loreto en Irlanda.

1929
El 6 de enero llega a Calcuta.

1937
Pronuncia sus votos perpetuos: de ahora en adelante será llamada Madre Teresa, nombre que eligió en honor de la Santa de Lisieux.

1946
El 10 de septiembre escucha por primera vez la voz de Jesús. El padre Van Exem, su director espiritual, le invita a poner por escrito todo lo que le está sucediendo, para poder comunicárselo al arzobispo de la diócesis, Ferdinand Périer.

1948
Madre Teresa pide oficialmente a la Santa Sede poder salir de la congregación de Loreto para dar vida a las Misioneras de la Caridad.

1950
El 7 de octubre la congregación de las Hermanas Misioneras de la Caridad es reconocida oficialmente por la Archidiócesis de Calcuta.

1952 - 1959
Se inauguran la casa de los moribundos, la casa de los niños y el centro para leprosos en Calcuta, y la casa de la congregación en Delhi, la capital.

1965
El 1 de febrero Pablo VI firma el reconocimiento pontificio de la congregación. En julio se abre en Venezuela la primera comunidad fuera de la India.

1979
El 10 de diciembre Madre Teresa recibe el Premio Nobel de la Paz.

1994
El 3 de febrero interviene en el National Prayer Breakfast en Washington. Ante el presidente americano Bill Clinton, habla con fuerza contra el aborto.

1997
El 5 de septiembre Madre Teresa muere en Calcuta. Los funerales de Estado se celebran el 13 de septiembre.

2003
El 19 de octubre Juan Pablo II la proclama Beata.