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Huellas N.6, Junio 2010

BREVES

La Historia

Un puntito blanco

Lucrecia sigue la mano del profesor sobre la pantalla táctil. Gráficos, imágenes, incluso un vídeo. Piensa: «¡Son increíbles estas pizarras digitales! La clase es mucho más interesante. También el profe es guay. La verdad es que si el año pasado me hubieran dicho que, para llegar a ser “encargada de la sala bar y restaurante”, que al fin y al cabo es lo que quiere decir ser camarera, estudiaría todas estas cosas, no me lo hubiera creído. ¡Estudiar! ¡Qué palabra tan fuerte!». Acaba la clase. Se abren las puertas del aula, Lucrecia sale al pasillo y mira si están sus amigas. Llegan Verónica y Martina, charlan y se ríen.
Luego pasa Antonella, la tutora del curso, y se para con ellas. «Hola chicas. Os buscaba justo a vosotras. Tengo algo que proponeros». «Bueno, con tal de que no sea demasiado cansado», bromea Martina. «La verdad es que sí que lo es. ¿Os venís el domingo 16 de mayo a Roma a ver al Papa? Salimos el sábado por la noche, en autobús, con algunos amigos de la escuela “Oliver Twist”, las familias de la Cometa y otros amigos. Llegamos por la mañana a la Plaza de San Pedro, rezamos el Regina coeli con Benedicto XVI y nos volvemos».«¿Qué es eso del Regina coeli?». «Regina coeli es una oración a la Virgen. Vamos a ir para mostrar nuestra cercanía al Papa en este momento difícil para la Iglesia. Pero también es para que nos ayude a caminar con él. Queremos pedirle a la Virgen todo lo que necesitamos». «Antonella, ¿esto es importante para ti?». «Sí, mucho». «Ok. Nos lo pensamos y mañana te contestamos, ¿vale?», añade Martina. De vuelva hacia casa, lo comentan. Antonella es una tipa fantástica. Si nos lo propone, a lo mejor merece la pena. Además, no se lo ha dicho a todos, sino a nosotras. Hala, que va a ser una matada. Los pensamientos se alternan, por la noche hablan por teléfono, y deciden.
 
El sábado 15 de mayo se presentan en la plaza, donde sale el autobús. En el autobús, se canta, se reza, se intenta dormir un poco, se charla. Habían traído el IPod y los móviles para matar el tiempo. Se quedan en silencio. Cuando llegan a la Plaza de San Pedro, está casi vacía. Luego, poco a poco, se va llenando. Lucrecia, sentada en el suelo, mira a su alrededor: niños, jóvenes, adultos, ancianos. Hay de todo. Una marea de cabezas, de risas, de cantos. Pero, en un momento dado, todos se levantan. Fijan su mirada en un punto. «¿Qué pasa?», pregunta Verónica. «¡El Papa, allá arriba, en la ventana!». «¿Ese puntito blanco?». Benedicto XVI empieza a hablar, les da las gracias, abre los brazos. Las tres amigas no le quitan el ojo al puntito blanco. Se reza el Regina coeli. Un larguísimo aplauso al final. Quince minutos. Verónica le da un codazo a Lucrecia y a Martina: «¡Mirad!». Hay una chica que llora por la emoción. «Yo también siento algo dentro…», dice Lucrecia. «Yo también», suelta Martina. «¿Y yo qué? Quién lo hubiera dicho, ¡qué bonito!», concluye Verónica. La plaza se vacía lentamente. Las tres chicas vuelven al autobús.
 
Al día siguiente, en los pasillos de la escuela Oliver Twist hay un clima especial. Una alegría contagiosa. Los treinta que han estado en Roma les cuentan a todos su viaje. Lucrecia le dice a su compañera de clase: «Ha estado guay. No me acuerdo bien lo que dijo el Papa, pero estaba feliz». «Como tú ahora, ¿no?». «¿Se me nota?». «Sí». En el descanso, las tres amigas se encuentran. «¡Cómo fue lo de ayer!». Salta Lucrecia: «Pero yo quiero volver a vivir lo mismo. Llevo toda la mañana pensándolo. Quiero volver a encontrar un lugar así». «¿Quieres volver a San Pedro?», bromea Martina. «No. Lo quiero aquí. ¿Sabéis qué? El sábado me voy a la Cometa a preparar las cajas de comida para el Banco de Alimentos. Alguien me lo contó hace tiempo. Quedan, comen juntos, preparan las cajas de comida, se cuentan cosas y ¡están contentos!», explica Lucrecia. «Yo voy también». «Yo también. Mira, llega Antonella». «Hola. Queremos pedirte una cosa…».