IMPRIME [-] CERRAR [x]

Huellas N.6, Junio 2010

SUDÁFRICA / No sólo deporte

La astucia del perdón

Saverio Rando

La herencia de Mandela. El racismo de retorno, los black diamonds y la corrupción, el sida y la riqueza… Con el Mundial de fútbol, se encienden los focos sobre un país que todavía tiene muchos partidos que jugar y que sólo podrá ganarlos si apuesta por esa herencia…

Nelson Mandela cumplirá 92 años el 18 de julio, una semana después de la final de los Mundiales de fútbol. Para él, rostros de senilidad y pequeñas golosinas (miel en el café): el viejo capitán se está apagando y la Sudáfrica actual debería recordar la fórmula de su fuerza tranquila.
Si Barack Obama ha firmado La audacia de la esperanza, Nelson Mandela podría poner el copyright a “la astucia del perdón”. Bill Clinton le preguntó en una ocasión cuánta rabia tenía en el cuerpo por aquellos 27 años perdidos en prisión: «Hasta la noche anterior a la liberación estuve furioso. Después decidí bloquear mis emociones. Si hubiera permanecido con el corazón lleno de amargura, ellos habrían seguido teniendo mi mente encerrada tras los barrotes». Ellos, o sea, los adversarios, los celosos burócratas del viejo sistema llamado apartheid, con los cuales el antiguo prisionero convertido en presidente ha sabido jugar el partido de la nueva Sudáfrica, evitando la fosa de una guerra civil. ¿Cómo? Gracias a cierta idea de perdón, contrapuesta a la venganza retributiva: astucia táctica, más que imperativo moral.
Quizá la respuesta de Mandela a Clinton fue también un golpe de efecto. Más plausible porque la decisión de “perdonar” a sus guardianes no nació en el transcurso de una noche, sino que se fue sedimentando a lo largo de años de reflexión y de estudio del adversario. Ama a tu enemigo es el título italiano del libro en el que Clint Eastwood se basó para su reciente película Invictus. El título original de la historia escrita por John Carlin es Play the enemy. Hay una pequeña diferencia, pero crucial. Amar es una palabra demasiado grande para Mandela, que ha insistido siempre en no querer ser descrito como un santo. Más bien se debe decir que Mandela ha obligado a su adversario a jugar con él. Lo ha “reclutado” como se empieza una refriega en el rugby. Más que abrazarlo, lo ha placado. Lo ha seducido hablando su misma lengua, compartiendo sus pasiones, como cuando, todavía en prisión, aprendió de memoria los nombres y las historias de los jugadores blancos de la selección porque debía tratar con el jefe de la policía, que era un fanático del rugby.
En sus memorias se lee: «Sentarse es negar al enemigo la oportunidad de usar la violencia, es decir, la mejor estrategia». Hacerle bajar la guardia. El boxeo es el deporte que más le gusta a Mandela: lo practicó de joven, lo ha seguido en la tele en el largo otoño de su vida, rodillas frágiles y mente ofuscada. Cuando lo soltaron en el 90, “los blancos” tenían miedo de él y de su posible venganza, temían que su liberación tuviera un efecto similar a la de Jomeini en Irán (y, de hecho, los servicios secretos lo llamaban en clave “el ayatolá”). Mandela supo vencer el miedo de los blancos convenciéndoles para que jugaran. Por el interés de los negros oprimidos. Es ahí, en esa “astucia del perdón”, donde se esconde el secreto de una de las figuras más extraordinarias de la Historia contemporánea. Y la razón por la cual la Sudáfrica intolerante y desmemoriada de hoy tendría que recordar la fórmula lógica, más que mágica, de su propia y fresquísima identidad.

Una entrada gratis para el paraíso. Una de las muchas escenas divertidas del repertorio de la veterana pareja de premios Nóbel jubilados Mandela-Tutu: en el palco de un evento, quizá antes de un discurso, ante un público entregado, el arzobispo recibía al amigo haciéndole una profunda reverencia, mientras el hombre de Estado, con camisa roja, se protegía diciendo: «Soy un pecador». El primero se levantaba de nuevo: «Hijo mío, te absolveré». Y el otro sonreía: «Si usted me abre el camino, también yo podré llamar a las puertas del paraíso».
Hace tiempo que esta exitosa empresa de grandes iconos sudafricanos no aparece en la escena pública. Todavía estaban juntos hace algunos años, la noche en que la FIFA eligió a Sudáfrica como sede de los Mundiales 2010 (un eufórico Tutu prometió a los delegados de la FIFA un billete “abierto” hacia el paraíso). Pero ahora que la Copa del Mundo está a punto de empezar, los grandes árbitros de la transición pacífica permanecen entre bastidores. Los sustitutos que hoy ocupan el palco y atraen la atención se llaman Jacob Suma y Julius Malema, el presidente de la República (con sus numerosas mujeres y la sombra de la corrupción) y el líder de los jóvenes del African National Congress (con sus disparos contra los blancos). El ANC (Congreso Nacional Africano), el partido de la lucha anti-apartheid, tras 16 años de liderazgo ininterrumpido, se ha convertido en el pesebre del poder al que todos intentan acercarse. A Mandela le gustaba repetir que lo primero que habría buscado en el paraíso habría sido la sede local del ANC. Quien sabe si hoy diría lo mismo. En tal caso, Tutu tal vez no lo perdonaría: de los dos compañeros Nóbel, el que aún gira y suena (pero sobre todo en el extranjero) es el alegre arzobispo emérito de Ciudad del Cabo, premio Nóbel de la paz en 1984, que a sus 78 años todavía encarna la conciencia crítica de este extraordinario país de 50 millones de habitantes que él mismo, tras la caída del apartheid en 1994, bautizó como Rainbow Nation. ¿Recuerdan? Fue uno de los acontecimientos clave, aunque tan sólo hayan transcurrido 16 años. Remoto porque un tercio de la población sudafricana actual aún no había nacido aquel día de abril: delante de las mesas electorales de las primeras elecciones democráticas caía la barrera entre blancos y negros. Un año después, la epopeya de la Nación Arco Iris era triunfalmente puesta en escena en los estadios-teatro de la Copa del Mundo de rugby, que la nueva Sudáfrica albergó y ganó. Un pequeño gran milagro: un pueblo durante decenios (siglos) literalmente dividido, en base al color de la piel, se reunía –y era acogido de nuevo en el mundo– gracias a la construcción y a la celebración de la victoria de los Springboks en un deporte tradicionalmente blanco, el balón ovalado como símbolo acérrimo de segregación racial y de boicot internacional.
Una epopeya extraordinaria que hoy se ha quedado un poco desvaída. Para reavivar sus colores, al menos en el cine, han sido necesarios Clint Eastwood y su película Invictus, con Morgan Freeman en el papel de Mandela y Matt Damon como el capitán de la selección, François Pienaar. Un film hollywoodiano que ha tenido más eco en el extranjero que dentro del país, y en Sudáfrica más entre la comunidad blanca que entre la negra. El ministro de Turismo Marthinus Van Schalkwyk relata cómo fue a verla con su hijo, que en el 95 tenía un año. «Se quedó profundamente sorprendido. Me dijo: “Papá, ¿de verdad sucedió así?”». Casi como si hubiera encontrado en la pantalla una historia nueva. El antiguo capitán Pienaar contó cómo había recibido testimonios de amigos que, tras ver la película, habían admitido no haber hecho lo bastante en aquel período de cambios y miedos. En la otra parte del arco iris, en los antiguos distritos negros de Soweto o Cuguleto, en los campos del Limpopo, así como en los poblados chabolistas de Durban, la impresión es que la epopeya representada en Invictus dice poco o nada a los sudafricanos de hoy (80% negros). El sida ha acabado con la vida de generaciones enteras (la edad media no supera los 50 años). Una clase media negra (los denominados black diamonds – diamantes negros) ha crecido gracias a los programas de discriminación positiva (BEE: Black economic Empowerment – otorgamiento de poder económico a los negros), y de cuotas reservadas a los negros en las empresas. Pero la tasa de paro sigue siendo del 40%, la criminalidad muy alta (el 90% de los homicidios no se castigan), con las casas de Johannesburgo que parecen fortines rodeados de alambre de espino y muchas viviendas de los guetos todavía sin luz. Sudáfrica se está convirtiendo en un país africano normal (además de constituir el motor de la economía de todo el continente africano, con cerca del 30% del PIB). Con una clase dirigente y administrativa normal (normal y, por lo tanto, muy corrupta). Cada borrachera revolucionaria, incluso en la rara versión pacífica “a la sudafricana”, tiene sus consecuencias: la desilusión, las cicatrices y los efectos colaterales. Si vas de Ciudad del Cabo a Johannesburgo la víspera de la Copa del Mundo, te das cuenta de que la epopeya del 94-95, voto más copa, es agua pasada. Pero ¿qué quiere decir pasada: metabolizada u olvidada? Y la fábula de la Nación Arco Iris, ¿se ha transformado en crónica diaria, o más bien se ha quedado en mera retórica?

Ojo avizor. Mitad y mitad. Hace unos años, en Londres, Desmond Tutu dijo que, por suerte, Nelson Mandela ya no se encuentra en condiciones de comprender todo lo que sucede a su alrededor. Estaría desilusionado, contrariado. Quien está cerca del gran anciano, cuenta que, hasta hace poco, leía los periódicos con una extraña mueca de sufrimiento en su rostro. Es verdad que la nueva clase dirigente nunca ha dejado de honrarlo, ahora que se puede permitir no escucharlo. Mandela sigue callado, pero debería clamar su vida. Una de las secciones más importantes de la Fundación que lleva su nombre en Johannesburgo se ocupa precisamente de la “memoria”. Miles de páginas, desde los diarios de prisión a los apuntes y cartas, esperando ser destilados en un gran volumen. ¿Y si llevaran como título La astucia del perdón? Los tesoros del archivo de Mandela no guardan sorpresas capaces de cambiar la perspectiva y los juicios acerca de la historia reciente. Pero, una palabra tras otra, conforman un extraordinario manual práctico para una sociedad (¿una sola?) que sospecha que su avance sea demasiado lento. O teme volver atrás. «Reconstrucción y reconciliación van de la mano cada día», repetiría hoy Mandela al joven Julius Malema, que aviva el fuego de la división racial cantando una antigua canción de lucha: «Mata al boer». Pero no hay reconciliación sin verdad: a finales de los noventa, el propio Desmond Tutu dirigió la comisión Verdad y Reconciliación, que analizó en profundidad los crímenes políticos cometidos durante el apartheid, concediendo el perdón a los responsables que aceptaran admitir sus propias culpas. Pero si ha “perdonado” las culpas del pasado segregacionista, la nueva Sudáfrica del presidente Zuma y de los black diamonds no debe sentirse por eso autorizada a cerrar los ojos ante su propia corrupción y ante las injusticias actuales. Una entrada gratis para el paraíso sólo la tienen los delegados de la FIFA. Y quizá ni siquiera ellos.


16 AÑOS DE LIBERTAD
27 de abril de 1994: primeras elecciones democráticas con sufragio ampliado a todas las razas, en las cuales fue elegido presidente Nelson Mandela, jefe del ANC (Congreso Nacional Africano). Mandela es, por tanto, el primer Presidente negro de Sudáfrica tras el fin del apartheid, además de Premio Nóbel de la Paz en 1993.
14 de junio de 1999: Nelson Mandela es sustituido en el poder por Thabo Mbeki (ANC).
9 de julio de 2002: En Durban, el presidente Thabo Mbeki apadrina el nacimiento de la Unión Africana (UA), a la cual se han adherido 53 países. Siguiendo el modelo de la Unión Europea, la UA se propone incrementar el comercio y la prosperidad del continente, y también defender los derechos humanos y luchar contra la corrupción.
Abril de 2004:En vísperas de las elecciones, el 80% de las tierras pertenece aún a los blancos. El sida es la mayor calamidad del país, con casi 6 millones de seropositivos. África celebra diez años de democracia y libertad. Thabo Mbeki comienza su segundo mandato, que se caracteriza por la significativa presencia femenina. Primera victoria del ANC y regreso del Nuevo Partido Nacional (NNP) al Gobierno.
2005: Un caso de corrupción lleva al alejamiento del vicepresidente Jacob Zuma del presidente Mbeki.
2006: El ANC gana las elecciones en todos los municipios salvo en Ciudad del Cabo, gobernada por la Alianza Democrática, la oposición oficial.
23 de abril de 2009: Jacob Zuma es elegido Presidente de Sudáfrica con el 67% de los votos.