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Huellas N.5, Mayo 2010

BREVES

La Historia

Domingo por la noche, con los amigos del bar
Tirado en el sillón de su cuarto, Fabio mira el libro encima de su escritorio. Dentro de unas horas volverá el aturdimiento en la discoteca. Para acallar ese vacío que siente, que se ha hecho acuciante. Creía haberlo acallado, haberlo ahogado primero fumando porros, luego bailando hasta el agotamiento y anegándolo en el alcohol. Pero, no. Una noche, tirado en un diván en la discoteca, con la música que le machacaba los oídos, volvió a escucharlo insistentemente. Como un castillo de naipes se derrumbaron sus certezas. Los primeros dos cursos del Liceo había participado en las reuniones de la Escuela de comunidad, luego decidió que ya se lo había aprendido. Pero, hete aquí que vuelven esas benditas preguntas. Así que volvió a la Escuela de comunidad. Un amigo le había regalado un libro: ¿Se puede vivir así? Así, ¿cómo?
Ya es de noche cuando decide tomar el libro y abrirlo. Durante dos horas no le quita la vista de esas páginas. A las 10 de la noche se arregla para ir a bailar. ¿Otra vez lo mismo? No, no puede. No quiere. Debe encontrar una respuesta, la respuesta. Se sienta en el escritorio, toma papel y boli, empieza a escribir lo que le ha pasado. Porque Algo había sucedido. ¿Qué? Al día siguiente se apunta para ir a los “Tres días” de GS en Rimini, para la Pascua. Fue allí donde sucedió algo, donde encontró la respuesta a lo que buscaba.

El domingo de Resurrección sigue sentado en su escritorio: está ordenando los apuntes tomados en esos tres días. Al final, decide: «No puedo tener para mí lo que he descubierto». Agarra sus hojas, las mete en el bolsillo y baja a ver a sus amigos al bar. Se sienta en una mesa libre, donde, uno tras otro, llegan sus amigos. Los de siempre, los del sábado por la noche. Se saludan, toman algo, luego Fabio saca sus notas y dice: «Me gustaría leeros los apuntes de lo que me ha pasado este fin de semana». Silencio. Fabio ataca.
Al cabo de un minuto, uno se levanta, resopla y se va. Otro se sonríe, al escuchar la palabra, «Cristo». Otro busca la mirada de los demás y hace señas como para decir: «¿Pero, qué está diciendo?». Fabio sabe perfectamente que les está lanzando una provocación en toda regla. La misma que le lanzaron a él. Por ello, no podía guardársela sólo para él.

Al cabo de veinte minutos, alrededor de la mesa quedan cinco de los quince del comienzo. No importa. Fabio sabe que ya es increíble que esos cinco estén allí. Sigue leyendo. Empieza la discusión. «Es que no se puede vivir con esas preguntas». «Acaba uno exasperándose». «Es un discurso demasiado de Iglesia». Luego, pasa algo increíble: poco a poco vuelven los que se habían ido. Llegan todos. Se discute cuarenta minutos sin parar. Sin anestesiar las propias exigencias de verdad, belleza y significado. Esas que tanto necesitamos y que encuentran respuesta en una persona: Jesucristo. «Pero, ¿quién es Cristo?», pregunta alguien. Es la pregunta que vale. Es lo que hay que descubrir.
Fabio está feliz como nunca. ¿Quién lo hubiera dicho? Escuela de comunidad con sus amigos, en el bar. Sólo tiene un deseo: volver a ver los rostros de sus compañeros de GS, estar con ellos para mantener despiertas esas preguntas.