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Huellas N.5, Mayo 2010

CÁRCELES / DETRÁS DE LOS BARROTES

El médico y el profesor

Paola Bergamini

En Chiavari, Ricardo y Vincenzo conocen en una fiesta «a unas personas con las que se encuentran a gusto». Nace una amistad y todo cambia. En Siracusa, los presos de máxima seguridad, a raíz del encuentro con “el profesor”, pintan iconos y representan a Pirandello... Segunda entrega de nuestro viaje por las cárceles italianas, para ver si hay algo que te hace libre incluso en una celda

La esperanza para Ricardo y Vincenzo, encarcelados en centro penitenciario de Chiavari, una risueña ciudad de la costa de Liguria, tiene el nombre de un niño al que nunca han conocido: Simone, afectado por el síndrome de Down y con una grave malformación. Tras su muerte, sus padres, junto con algunos amigos, dieron vida en 2005 a la asociación “Amigos de Simone Tanturli”, para sostener a las familias con hijos minusválidos. El 8 de diciembre de 2008, en la plaza principal, se organizó una recogida de fondos mediante la venta de dulces preparados por los presos y chocolate caliente. Ricardo tiene 27 años y ha pasado los últimos seis en la cárcel; ayuda esta asociación y conoce a estas personas, con las que se encuentra a gusto. Porque no preguntan qué es lo que has hecho. No te juzgan. Son otra cosa, tienen otra mirada. Habla un rato con Francesca, que le pide: «¿Puedo ir a verte a la cárcel?». «Sí». También a Vincenzo le llaman la atención estas personas. Para él, se trata de un período oscuro, tras años de encarcelamiento empieza a disfrutar de los beneficios de un artículo de la Ley italiana y sale todos los días para ir al trabajo. Pero tiene miedo de afrontar el mundo exterior. ¿Con qué esperanza? Bajo el toldo conoce a Alejandro, el padre de Simone. ¿Cómo puede ser feliz un padre que ha perdido a su hijo? Y sin embargo lo es, Vincenzo lo ve.
El jueves siguiente Francesca se presenta en la cárcel. Francesca, médico deportivo, tres hijos mayores, no tenía ni idea de lo que era una cárcel antes de esta visita. Empieza a hablar con Ricardo, con Vincenzo, y luego con Ernesto, Giuseppe, Cristian... Les habla de su vida, de su familia, de los amigos que ellos ya han conocido, que le han cambiado la vida. Florece una amistad, nueva e inesperada. Empiezan a ayudarse, a responder a alguna necesidad concreta. Francesca se pone en contacto con los amigos del Centro de Solidaridad de Génova para crear una bolsa de trabajo para los presos, que de este modo pueden asistir durante tres meses a un curso de formación en empresas, pagado por el CdS. Para algunos de ellos incluso se abre la posibilidad de un contrato de trabajo. Cada vez que la asociación organiza un acto, allí que están Vincenzo, Ricardo y los demás. Es la ocasión para verse con los amigos que ahora les escriben, que se preocupan por ellos, que les quieren. Cambia la vida tras los barrotes. ¿Es una historia que se repite? Sí. Es un ejemplo más, en este viaje por las cárceles italianas, de cómo únicamente un abrazo humano y una compañía pueden dar lugar a un cambio radical. Incluso a la experiencia de “nacer de nuevo”. Un ejemplo que confirma un método, una senda marcada en varios puntos de la península.
Ricardo, que en marzo terminó su condena, mientras nos tomamos un café en casa de Francesca, cuenta: «Empecé a hacerme preguntas que nunca antes me había planteado. Sobre mi vida. Yo que nunca antes había creído que existiera el bien, ahora, con estos amigos, lo veo. Se han convertido en mi familia. Para cualquier cosa que necesite, ellos están ahí: sin embargo, no tenemos nada en común. Más bien al contrario. Pero algo sí tenemos en común: el corazón y su deseo del bien. Por eso no les dejo; son “pescadores de hombres”, ¡y yo era un pez muy... escurridizo! Antes de conocerles, era desconfiado, lo veía todo negro. Hoy puedo decir que he perdido muchas cosas en la vida... Pero he ganado mucho más. Mi vida es interesante. Tiene un objetivo». ¿Cuál, Ricardo? «Tener un futuro. Ser feliz. Y con ellos es posible. Porque son cristianos, no porque tengan esto o lo otro, sino porque han conocido a Cristo. Cuando hablamos de Jesús, no me iría nunca. Como cuando viene don Eugenio». En 2009, don Eugenio Nembrini vino por primera vez a la cárcel desde Milán, invitado por Francesca, para jugar en un partido de fútbol entre presos y libres. Estaba en el campo con la camiseta de la Atalanta, el equipo de su Bergamo, y se entregó de lleno al juego. Y también después, cuando se puso a hablar con ellos. Le pidieron que volviera. Y así lo hizo: dos asambleas con todos los detenidos, con preguntas y respuestas sobre el corazón, sobre la vida...

El sufrimiento sirve. Vincenzo guarda el recuerdo vivo de aquel primer encuentro el 8 de diciembre: «Enseguida levanté la antena». Y mientras come un plato de pasta al pesto, me dice: «Aquí, como ves, soy de la familia. Francesca y los demás me han transmitido unos sentimientos que nunca antes había experimentado. En su sencillez extrema, intuía un bien enorme. Ninguna pretensión, sino más bien una compañía. Ha cambiado mi modo de estar en la cárcel. El sufrimiento por estar encerrado entre cuatro muros sigue existiendo, pero ahora comprendo que puedo sacarle partido». ¿El sufrimiento puede servir? «Sí, puede hacer que vuelvas a experimentar el gusto por la verdad, por la vida. Si das un sentido al sufrimiento, empiezas a entender muchas cosas, puedes afrontar el futuro. Pero necesitas ponerle rostro al bien y a la verdad. Yo, antes, tenía un trabajo importante; ahora trabajo de barrendero y soy feliz. Estos amigos son lo más preciado para mí. Conocerles ha sido realmente una gracia. Ahora tengo que irme. Ha llegado Cristian, habla con él. Los dos vamos a la escuela de artes gráficas por la tarde». Cristian viene empapado. «Discúlpame, venía en la moto». Federico, el hijo de Francesca, lo llama: «Ven que te doy unos pantalones». Rumano, veintitrés años, vivió en Londres hasta hace dos años, cuando por favorecer a unos amigos cometió un delito. En Italia, fue detenido. La condena terminó el pasado 27 de febrero. En el centro penitenciario él, que es ateo, se acerca de vez en cuando a la Misa y conoce a Francesca. Comienzan a hablar. El jueves se convierte para él en el día más bonito de la semana. Cede el terror ante el futuro y la impaciencia que siempre le ha caracterizado deja paso a una nueva paz. Me explica: «Era una persona que “perdía los estribos” con facilidad. Realmente de un mal puede nacer un bien. No tenía a nadie, mi familia ni siquiera me escribía, y estas personas se interesaban por mí. Han cambiado mi forma de pensar. Me han proporcionado un trabajo en un restaurante importante donde nadie conoce mi pasado porque, como me dijo el cocinero: “¿Qué importa?”. Soy lo que soy, no sólo lo que hice. Por aquello, ya pagué. He cambiado». Otra vez la palabra “cambio”, un indicio más. Al conocer estos nuevos amigos ha descubierto la belleza de la fe cristiana. En la cárcel había leído el Corán, sobre Buda, sobre otras religiones, pero «son invenciones humanas. Ahora creo en Dios y en su Hijo. Si quieres, te acompaño a la estación». De acuerdo. De camino me cuenta que para él la oración es un diálogo con Dios. «Incluso por la calle. Me estoy preparando para recibir el Bautismo y...». Nos interrumpe el sonido de mi móvil. Es Vincenzo: «Perdona, me había olvidado de lo más importante: ahora sé que estoy en el mundo por un motivo». En el tren, miro mis apuntes: cambio, esperanza, amistad, familia. El cristianismo es realmente algo sencillo que hace la vida más humana. Que la hace bella.

Nuevos alumnos. Bella como el cielo de Sicilia. De mar a mar. En Catania me espera Giovanni Burgio, profesor de literatura, jubilado. Mejor dicho “el profesor”, como le llaman en la cárcel de Brúcoli, cerca de Siracusa, donde desde hace seis años visita regularmente a estos nuevos “alumnos”. Al comienzo les prepara en Historia y Lengua italiana, luego les da clases de contabilidad. Pero lo que transmite no son nociones, fechas y nombres. Lo que enseña es lo que vive. Con algunos empieza a hablar de sí mismo. Es otra historia de amistad. En la que, con una modalidad totalmente distinta, se encuentran de nuevo los signos de un proceso de cambio, los indicios que te hacen comprender que vas por buen camino. Una historia que también tiene el nombre de un chico, de GS: Andrea, enfermo de leucemia (cfr. Tracce, nº 7  2005). Giovanni habla de él a los presos y ellos rezan por su curación y le escriben una carta que termina así: «Te recibimos virtualmente en nuestros brazos y te consideramos hermano nuestro».

Pirandello en escena. Cuando cruzamos la verja del centro penitenciario que alberga a más de 600 presos, de los cuales el 40% son extranjeros, el inspector dice al saludarnos: «Profesor, le están esperando. Están en el teatro los de Teología y también los demás». ¿Una escuela de Teología? «Sí, desde hace algunos años ya no enseño lengua italiana», me explica Giovanni. «Sino que con otros profesores voluntarios hemos empezado cursos de Teología, Filosofía e Iconografía bizantina. Las discusiones son muy animadas». Entre las butacas de la platea nos espera una docena de presos, todos de máxima seguridad. ¿Por qué en el teatro? «Gracias a la ayuda del profesor, a los de máxima seguridad nos han concedido por primera vez montar un taller de teatro», responde Franco. «Ponemos en escena una obra de Pirandello, Ciaula descubre la luna.  He retocado el texto introduciendo algunas reflexiones sobre la familia, la fe y la libertad. Venga, Vincenzo, recita el pasaje sobre la fe». Vincenzo lo intenta, se para. «Es la emoción». Los demás insisten. Vuelve a intentarlo: «La fe es lo más importante porque el hombre tiene necesidad de creer, creer, creer. La fe es la flor de la esperanza». Alguien aplaude. ¿Pero qué significa fe? «¿Puedo? Soy Roberto. Todos estamos bautizados. Pero fuera de aquí nuestra fe era mísera. Aquí, gracias al profesor y a los demás voluntarios, con su ejemplo, en las discusiones que tenemos he aprendido a elevar la mirada. He vuelto a rezar, a rezar el Rosario, a leer el Evangelio. Somos como san Pedro cuando Jesús le dice: “Cuando eras joven te vestías solo e ibas donde querías; pero cuando seas viejo extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará donde no quieres”. Se puede cambiar en la cárcel». «Sí, pero tienes que desearlo –interviene Massimo–. Conozco al profesor desde que pisó esta cárcel por primera vez. Es una buena persona, como los demás voluntarios, que nos traen bienestar y humanidad. Hace falta una persona buena que haga que aflore tu alma buena, pero tienes que estar tú». ¿Cuestión de libertad? «La libertad está dentro. Yo estoy preso, pero mi corazón no. Hoy puedo decirlo. Pero esto es posible reconociendo poco a poco tu pasado y el presente. Cada día es una apuesta». La discusión sube de tono. Alguno no está de acuerdo. Se oye una voz: «Profesor, intervenga». Giovanni, sosegadamente: «Habéis dicho que en la cárcel se puede tomar la autopista del mal o el sendero estrecho del bien. Pero en este curso, ¿hemos percibido que hay Uno que se preocupa por nuestro destino? ¿Que tiene un proyecto bueno sobre nuestra vida? ¿Algún encuentro, un indicio por el que se pueda decir: “¡Esta es la vida!”?». Silencio. «Usted, profesor», dice Diego. «Vine por primera vez hace cinco años. El profesor jamás ha faltado a una cita. Lo he definido: “indómito guerrero de la fe”. Ciertamente hay “Alguien”». Al fondo se oye una voz. Es Vincenzo, otro: «¿Quiere ver los iconos que pintamos en el curso de Iconografía bizantina?». ¿Qué imágenes pintáis? «A Cristo», me contesta. «El rostro de Cristo es el éxtasis del corazón». ¿Pero dónde lo veis? «El rostro de Cristo está en el Via Crucis, es el profesor, es el compañero de celda. Lo vemos en las cosas ordinarias de la vida».
Afuera, en el coche, Giovanni suelta: «Durante dos años estuve enfermo. No podía hacer nada. Pero siempre vine aquí. Cada vez, antes de entrar, invoco al Espíritu Santo para que me ayude».


BOX: Algo que no se había visto nunca

La cárcel es un ambiente hostil, donde proliferan la violencia, la locura y la segregación, pero el denominador común es que todos están haciendo un intento desesperado de llegar a ser ellos mismos. Dios es visto como una compañía de seguros a la que acudir en los momentos difíciles. En este clima ha sucedido algo que no se había visto nunca: alguien ha puesto en acto una voluntad de escucha, ha mejorado la personalidad del recluso ofreciendo una acogida, una proximidad, y también una oportunidad de reflexión, una ocasión para la búsqueda de la propia identidad. La empatía, para Eugenio y Francesca, significa saber cómo concebirse en el lugar del otro, buscando, aun permaneciendo a una útil distancia, ver las cosas con sus ojos. Eugenio jamás simplifica una realidad compleja y exigente como ésta, pero, con una adhesión envidiable a la realidad, intenta extraer todo el potencial de los detenidos. En Francesca no hay una actitud de juicio, tal vez sólo un velo de tristeza en sus ojos ante las dramáticas condiciones de aquellos que no han sabido organizar bien su vida. Es aquí donde yo vi a Jesús. Reconocer la presencia de Jesús, en un ambiente como éste, es una emoción muy fuerte, que inevitablemente conduce a modos de ver y comportamientos nuevos, diferentes. Jesús te pone frente de ti mismo: si se siente dolor, fastidio, significa que todavía no se ha comenzado un trabajo de renovación. Porque seguir defendiéndose, buscando excusas, no te hace feliz y, sobre todo, no te hace libre, mientras que intentar tocar los límites es recomenzar de éstos para mejorar, sí. 
P., de la cárcel de Chiavari.