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Huellas N.4, Abril 2010

SOCIEDAD / Detrás de los barrotes

Aquí ha sucedido

Alessandra Stoppa

Este artículo es un reto para nuestros lectores. No es la primera vez que hablamos de la cárcel de Padua y de la vida que florece en su interior, donde un grupo de hombres ha descubierto la vida cristiana y la verdadera libertad. Nuestros lectores conocen la Cooperativa Giotto, la visita de los presos al Meeting de Rímini, su trabajo, el obrador de pastelería, las amistades… Podemos pensar que ya lo sabemos todo sobre ellos, o bien podemos mirar con atención lo que sucede ahora: hay hombres que están renaciendo literalmente con cuarenta o cincuenta años. Hombres que tienen las espaldas cargadas con el peso de sus culpas, pero que han renacido gracias a un abrazo como el que aparece en el Hijo pródigo de Chagall. Hombres que nos hacen pensar en Nicodemo, que le preguntó a Jesús: «¿Acaso puede un hombre nacer de nuevo siendo viejo?». ¿Acaso puede cambiar radicalmente?

Os invito a leer el artículo para ver cómo nos sorprende lo que sucede, cómo Dios actúa. Cada uno puede preguntarse si esto es algo extemporáneo u ocasional, o si nace de un dinamismo tan verdadero que puede suceder en cualquier lugar, incluso en otras cárceles. Hasta ofrecer una hipótesis de trabajo para los que trabajan en las cárceles y tienen como cometido crear las condiciones para que los reclusos puedan cambiar. En fin, si puede ser un ejemplo que tiene un valor incalculable. (D.P.)

Maurizio se siente perdonado porque se da cuenta de que está cambiando. Bledar, arrodillado delante de todos, pide el Bautismo. Y a Elvin «no le parece estar en la cárcel». Un día entre los amigos de la cárcel Due Palazzi de Padua en el que no faltan cómicos, un partido de fútbol y una gran fiesta. He aquí algunos testimonios y el relato de lo que hemos visto, que abre para nosotros una pregunta: ¿puede suceder lo mismo en cualquier otro sitio?

Gol. Empate a uno. «Tenía que haber jugado yo», comenta Elvin, con su gorra calada hasta los ojos y su cazadora de piel. Tiene una expresión dura, parece enfadado. Da miedo casi preguntarle por qué no juega. «Mañana tengo turno a las seis. Tengo que hacer las colombas (bizcocho de Pascua con forma de paloma típico de Italia, ndt), y tengo que hacerlas a conciencia». Esboza una sonrisa, consciente de la sorpresa que te producen sus palabras. «Sí, las colombas», dice con un fuerte acento del Este. «Es mi forma de implicarme. Antes nunca había trabajado, me daba la vida padre, pero era esclavo de todo. Hoy es el primer día que estoy bien aquí. Ni siquiera me parece estar en la cárcel». Y ríe mientras piensa que si hubiese estado fuera, habría venido dentro aposta. «Porque hoy ha sido un día precioso. Mucho más que precioso». 
Por la mañana, en la cocina de la cárcel de Padua en donde Elvin prepara la masa de las colombas, había entrado un sacerdote, don Eugenio Nembrini, con los brazos abiertos y dando voces de alegría. Había abrazado efusivamente a Giovanni, a Franco y a los demás. Había venido con algunos amigos para ver a otros amigos. No importa si para entrar debes pasar un montón de controles y atravesar un sinfín de pasillos todos iguales. Don Eugenio conoció a los presos de la cárcel Due Palazzi en el Meeting de Rímini, al que habían acudido por primera vez en 2008, y al que volvieron en 2009. A partir de ahí, ni la cárcel ni la distancia pudieron detener una amistad que está haciendo de este lugar un hogar y del tiempo algo favorable, en lugar de lo que reitera sólo una condena.
Todo comenzó cuando la cooperativa Giotto, que da trabajo a los presos, les propuso ir al Meeting. De allí surgió una historia que ha hecho saltar por los aires cualquier medida, y lo percibes inmediatamente cuando Maurizio, un hombre corpulento, te da un abrazo tan fuerte que casi te tritura, contento como un niño porque después de 15 años ha vuelto a ver a su hermano por skype y lo ha visto hecho un hombre. Cuando entró en la cárcel nunca había visto un ordenador, no sabía ni siquiera encenderlo. Ahora que está en régimen de semi libertad ha conseguido un ordenador y recibido un curso de informática. Se ha descargado los videos del Meeting y no se cansa de verlos una y otra vez. «Mirarlos me ayuda, porque mi situación es dura. Pensar en el mal que he cometido es una herida que no se cierra nunca. Antes no me daba cuenta de nada. En el juicio que me condenó yo reía todo el rato. Desde que supe que el Señor me perdona, percibí de veras mi culpa. A veces predomina todo lo que tienes en la cabeza, no ves nada, pero hay momentos en los que pienso que es verdad: cuando veo que de mi corazón puede salir el bien. Y esta experiencia nunca la había tenido antes». Tiene ganas de llorar, pero empieza a aplaudir con fuerza porque comienza la fiesta.

¿Qué te ha pasado? Hoy es un día especial, porque han venido muchos amigos de Milán, Nápoles y Rímini. Pero sobre todo por Bledar, musulmán, que a partir de hoy se llamará Giovanni. Ha solicitado empezar el catecumenado para recibir el Bautismo. La fiesta es también por Umberto, que se prepara para recibir la confesión, la comunión y la confirmación. La misa que se celebra es por ellos. Al terminar, comemos algo juntos. «La última vez que vi a mi hermano, me preguntó qué me había pasado», cuenta Youssef mientras hacemos cola para conseguir un trozo de tarta. El verano pasado vino al Meeting por primera vez, pidiendo a su imán de Marruecos una dispensa especial porque aquellos días caían en pleno ramadán. «Desde que estuve en Rímini, han cambiado muchas cosas para mí. Ver que alguien te quiere sin preguntarte qué has hecho te abre el horizonte». Si no fuese así, sólo quedaría el pensamiento asfixiante de una pena que termina en 2017. «No temas, porque no estás solo. Dios piensa en ti», le repite hoy un amigo estrechando su mano. Youssef asiente mientras entra con los demás en el auditorio de la cárcel. No puede imaginar lo que está a punto de sucederle.
La fiesta comienza con las imágenes de la bandera colocada sobre los ataúdes en fila, después de la tragedia de Nassirya, y las palabras de don Giussani con las que se abrían el telediario de RAI 2 el día de los funerales: «El miedo o el desprecio de la Cruz de Cristo jamás proporcionarán la alegría de vivir que se expresa en una fiesta popular». En las butacas del auditorio se sientan unos 80 presos y otros tantos amigos. Nicola Boscoletto, responsable de la cooperativa Giotto, proyecta el vídeo del encuentro con Margherita, viuda del carabinero Coletta, que visitó a los presos en la cárcel poco antes de Navidad. «Debemos fiarnos del Señor». Habla de su marido, de su hijo y del dolor, y su tono tiene la fuerza de una victoria. «La muerte no es lo único que nos hace mal, pero con Él en el corazón podemos ser libres». Lo que nos hace mal es el límite de las cosas finitas. Pero puede ser superado por el presentimiento de una vida que encierra una posibilidad más grande: «Quisiera regalaros todo lo que vuestro corazón desea, pero como yo no puedo hacerlo, pido a Dios para que os dé a cada uno el amor de Jesucristo». Tal vez no se comprenda todo lo que quiere decir, pero al escucharlo uno siente que su corazón respira.
«Festejar hoy implica tomar conciencia de lo que somos cada uno», dice Nicola. «Yo no soy nada, y una nada no puede ayudar a otra nada. Pero Alguien ha cuidado de mí, de nosotros». Tenemos ante nosotros a una mujer que ha llegado hasta aquí para dar consuelo a estos detenidos. También podemos ver a los que han venido desde muy lejos y a los que estaban aquí mismo, en su celda. Una amistad nacida y crecida sin un plan previo, entre hombres que no tienen nada en común y sin embargo comparten todo. Después se lee una carta (en la pág. 25). Ye es un joven chino que ha cumplido su pena y ha comenzado el camino para recibir el Bautismo, tomando el nombre de Andrea. Había solicitado volver a entrar en la cárcel para esta fiesta, pero le fue denegado. Entonces escribe a sus amigos acerca del milagro que ha cambiado su vida. Todo lo que puede volverse borroso en la vida, aunque sólo sea por la rutina, suena nuevo en las palabras de Wu. «No sabemos con anterioridad dónde, cómo o cuándo sucede», dice Nicola, «pero aquí ha sucedido».

«Ésta es nuestra competición». Comienzan los cantos, se canta a rienda suelta. Algunos que salen de su turno corren a sentarse mientras se quitan el delantal, y nadie nota el alboroto en la puerta del auditorio. Nadie piensa en lo que ocurre al otro lado de la puerta. De repente se abre: Youssef ha sido excarcelado, está fuera, es libre. Acaba de llegar la notificación del juzgado, debe abandonar la cárcel enseguida. No en 2017, sino ahora. Casi no hay tiempo para despedirse, y todos aplauden a la vez sin darse cuenta muy bien de lo que ha pasado. En la cabeza resuenan las últimas palabras de la carta de Ye Andrea: «Rezo por vosotros. Estoy seguro de que el Señor me escucha, porque soy el único chino que reza…». Youssef llora y muchos lloran con él. Bajan corriendo desde las gradas para darle aunque sea un abrazo rápido y están felices como si todos hubiesen salido. «Ésta era nuestra competición: no quién sería el primero, sino quién ayudaría al otro a serlo». Mirándoles me viene a la mente la frase escrita en la hoja con los cantos de la misa. Es una cita de san Gregorio Nazianceno. Habla de su mejor amigo, Basilio Magno, obispo y santo como él: «Estábamos juntos», escribe Gregorio; «como por acuerdo, pero en realidad por disposición divina. No había envidia… cada uno vivía en el otro y con el otro». Cuando oyes hablar de la vida de la cárcel, todos coinciden en que ahí todo se convierte en una relación de poder y de prevaricación. Los presos se escudan en las cosas más banales para buscarse enemigos. Pero mirando los abrazos que le dan a Youssef y las caras de sus compañeros, ves a hombres tocados por la Gracia. Lo mismo que sucedía entre Gregorio y Basilio. El mismo germen que en ellos empieza y que en Gregorio y Basilio creció hasta la santidad. 
Gracias al trabajo en la cárcel, Youssef pudo pagarse un abogado, que presentó los recursos pertinentes. Ahora, de forma inesperada, llega el resultado, la reducción de la pena hasta la excarcelación. En este momento es imposible no pensar en Dios. «Esperemos no olvidarnos nunca de todo esto», acababa de decir Nicola. Sus palabras parecen expresar un deseo para Youssef, pero son para todos. «El olvido y la distracción envolverán nuestros días. Pero si somos verdaderamente libres, es decir, serios, leales con lo que hemos vivido, el camino nunca dejará de ser hermoso».
Antes del partido final, presos contra visitantes, se cantan canciones de Mina, cantos napolitanos, las canciones del músico y actor Carlo Pastori, que ha venido para cantar con los presos, a los que da las gracias, porque «con vosotros se respira de verdad». Esto es así para todos. Entre los agentes de policía hay una mujer. Vestida con su uniforme azul, poco antes le había comentado a uno de los visitantes que las cosas no eran sencillas en la cárcel. Ahora está de pie junto con los demás agentes, con las manos en la espalda. Se conmueve. Antes de que hayamos terminado de cantar, se acerca a don Eugenio, sentado en el suelo y, estrechándole la mano, le dice: «Por desgracia tengo que marcharme, porque ha terminado mi turno, pero no puedo irme sin daros las gracias», y se va corriendo. Un hecho muy simple, allí donde nada es sencillo.
En la misa celebrada por la mañana don Eugenio había pedido también por ellos. Había rezado un Gloria por todos los que trabajan en la cárcel y por sus familias, «con agradecimiento, porque si ellos no existieran nosotros no estaríamos aquí». «No sería posible todo lo que vemos hoy», añade Nicola. «Es posible porque todos, desde el personal de la administración penitenciaria hasta los juzgados, hacen su trabajo con tesón, con buena voluntad. Si cada uno vive con seriedad su propio trabajo, es inevitable que de ello se derive un bien mayor para todos».
«¿Quién le dice  ahora a Youssef que todo era una broma? ¿Se habrá creído de verdad que le dejan salir?». Es Paolo Cevoli, el cómico del programa Zelig, que no sólo tiene una genialidad especial, sino que, como todos, se muestra entre los presos tal como es. Y se entrega por completo con todo su talento. Nos morimos de risa escuchándole. Al terminar, salimos del recinto, y se hace un silencio profundo. Es un silencio más elocuente que muchas palabras. Mientras volvemos en coche, el corazón vibra de agradecimiento por haber visto a Bledar, el homenajeado, condenado a cadena perpetua, que esa mañana, durante la misa en el corazón de la cárcel, ha comenzado el camino cristiano. A su lado, su padrino, Franco, condenado como él a cadena perpetua. Los demás presos le miraban desde sus sitios. Delante de todos, Bledar se ha arrodillado, con el rostro de un niño. Ha respondido seguro y serio. ¿Qué pides a la Iglesia de Dios? «La fe». ¿Qué te da la fe? «La vida eterna».
Es conmovedor ver a un hombre arrodillarse ante Dios. «¡Cuántas veces se habrá arrodillado en su vida! ¡Quién sabe ante cuántas cosas!», dice don Eugenio. «Hoy te arrodillas ante el Misterio, que te espera toda la vida con los brazos abiertos, que los extiende para abrazarte y te espera».


Algunos testimonios...

LA MEJOR ELECCIÓN
Queridos amigos: Me han denegado el permiso para entrar en la cárcel como hubiera deseado. Por eso os escribo, para poder participar de vuestra alegría. Estoy muy contento de saber que Bledar empieza el camino para prepararse para ser cristiano, como lo empecé también yo el pasado 20 de septiembre. Es hermoso lo que haces, Bledar, porque yo he visto que este camino que me prepara para el Bautismo es la mejor elección que he hecho en mi vida.
Desde ese momento mi vida ha encontrado un sentido, y creo que, siguiendo por este camino, estará cada vez más llena de certeza. Desde que camino en esta dirección, me doy cuenta de que me está cambiando incluso el carácter. Por ejemplo, cuando antes estaba nervioso por algo saltaba enseguida si algo no marchaba bien o me molestaba. En cambio, ahora me encuentro tranquilo y sereno ante lo que sucede, porque en mi mente Jesús me corrige y me muestra cómo debo vivir y a dónde tengo que ir. Estoy leyendo el Evangelio de Marcos, que ha escrito la historia de Jesús, y me está gustando mucho. Me impresiona lo que hace Jesús y cómo trata las cosas y a las personas.
Y a la hora de superar las dificultades y de afrontar las cosas me encuentro muchas veces copiando lo que hacía Jesús. Yo no puedo hacer milagros, porque sólo los hace Él. Pero veo lo que Él está haciendo por mí y por vosotros. Le doy gracias a Dios que me concede una segunda vida, porque por lo que hice deberían haberme devuelto a China, y ahí seguramente me habrían condenado a pena de muerte. Pero Jesús me ha salvado reteniéndome aquí. Bledar, es muy bonito que hayas elegido el nombre cristiano de Giovanni, yo elegí el de Andrea. ¿Sabes que Giovanni y Andrea (Juan y Andrés) son los dos primeros que se encontraron con Jesús y le siguieron? He oído también que Umberto se está preparando para recibir la confesión, la comunión y la confirmación. Tú vas un paso por delante de mí, Umberto, porque yo soy sólo un catecúmeno, pero no te preocupes, porque yo también llegaré a donde estás tú. Quiero saludar a todos y deciros que rezo por vosotros, para que podáis superar todas las dificultades y salir de la cárcel lo antes posible. Estoy seguro de que el Señor me escucha, porque soy el único chino que reza.
Ye Andrea

HOY HE VUELTO A NACER
Queridos amigos: ¡Cuánto bien y amor puro nos habéis dado! No hay palabras para explicar a todos estos hechos. Pero hay una que lo resume todo, si puedo atreverme a decirla: Misterio. ¿Qué ha sucedido? ¿Para qué ha servido?
¡Os cuento lo que he visto con mis ojos! No se veía un día así desde hacía tiempo, nunca había visto una alegría semejante en mis compañeros. Se percibía la emoción en sus ojos. Cada vez estoy más convencido de que algo está cambiando para bien, y ellos también se dan cuenta de que están cambiando. Esa alegría que durante algún tiempo les ha hecho olvidar que están en la cárcel, que han vivido como hacía tiempo que no vivían (a lo mejor, nunca la habían experimentado), les ha hecho pensar que todo esto no ha sucedido por casualidad, sino por la voluntad de Alguien que nos ama, aunque le hayamos traicionado. Lo comprendí cuando se me acercaron algunos chicos: «Franco, qué día tan bonito, lleno de serenidad, emociones y paz». Ver a uno de mis compañeros que hoy por primera vez ha dicho “sí” también él, que estaba allí en medio de nosotros, cantando y riendo, me hizo pensar que Jesús me está dando otro mensaje suyo, pues ha hecho brotar algo nuevo también en ese corazón. Gracias, Jesús, por haberme permitido notarlo, gracias por haber escuchado mis peticiones.
Sentía que mi corazón latía como nunca: sólo me había sucedido una vez, cuando vi nacer a mi hija. Hoy puedo decir que he vuelto a renacer de nuevo, que cada día Él nos ama más si vivimos con su amor. Puedo renacer cada día si digo que sí a Cristo. Puedo decirles a todos que si dicen que sí al Señor, Él les dará lo mismo que me concede a mí.
He necesitado 40 años para sentir todo Su amor, y esto ha sido así porque Él me ha creado libre. No es la cárcel lo que te hace cambiar, sino el amor que experimentas, ese bien que te hace pensar que eres tú el que no comprendes o que finges no comprender. En la cárcel hay una vieja regla que dice que no te debes fiar nunca de los externos, porque si han venido aquí es porque hay gato encerrado. Don Eugenio ha dicho en la homilía: «¿Qué tendrán en la cárcel que tienen esa serenidad, que se encuentran con Cristo de ese modo? ¿Qué truco tendrán?». Ni siquiera nosotros lo pensábamos.
En realidad no había nada que pudiese proceder de un hombre, todo es obra de Jesucristo, ¡Él lo hace todo! Lo más hermoso es que todas esas viejas reglas se van desmoronando poco a poco. Todos estos valores nos los habéis enseñado vosotros cuando éramos pequeños, nosotros sólo los hemos desempolvado y vuelto a poner en funcionamiento.
Franco

POR LO QUE SOMOS
Ha sido una ceremonia inolvidable, desde el primer instante, como inolvidable es para mí el momento en que decidí abrazar el cristianismo. Me doy cuenta de que el Señor nos ama por lo que somos, que no hace falta complicarse la vida para ser amados por Él: basta que le diga sí a Cristo para sentirlo cercano. Yo sabía poco del cristianismo, no sabía que fuese tan hermoso y tan lleno de ese amor que sólo una madre puede dar. Yo, querido Obispo, nací en el mismo país que la madre Teresa de Calcuta: me impresionaba mucho cuando oía hablar de ella, pero no podía acercarme a la religión a causa del régimen. Ahora comprendo mejor qué significa ser cristiano. Sobre todo desde que veo a mis amigos que vienen a trabajar a la cárcel con nosotros, y a mis compañeros de cárcel, que siguen el camino de Jesucristo. Desde hace un par de años ha nacido aquí un grupo de CL que hace Escuela de comunidad. Gracias a esto, mi vida está cambiando: aunque me encuentro en la cárcel por unos delitos muy graves, mi corazón y mi alma están encontrando una alegría que jamás había experimentado antes.
Bledar Giovanni al Obispo de Padua

«TU CONVICIUM TIMES…»
Cuando volví a la parroquia para celebrar la misa el sábado por la tarde, me encontré con que se leía la parábola del hijo pródigo. No pude evitar conmoverme al darme cuenta de que lo que Jesús cuenta había vuelto a suceder ante mí algunas horas antes. Bledar, Umberto, Ye Wu… son exactamente ese hijo que ha vuelto a casa. Han vuelto sorprendidos porque alguien ha corrido a su encuentro para abrazarles. Sin la gratuidad de este abrazo no habrían vuelto. Esta historia de Gracia ha brillado delante de todos dentro de los muros de una cárcel. La misa con todos esos amigos fue literalmente ese abrazo. Y para no olvidar ni siquiera una coma del Evangelio, después hubo una fiesta. Familiar, grandiosa y hermosa, como el banquete que manda preparar el padre en la parábola. Decía san Ambrosio: Tu convicium times, adornat ille convivium. «Tú te esperas una reprimenda y él te prepara una fiesta». Así es la Misericordia de Dios, que vuelvo a ver cada vez que entro en la cárcel para dar la catequesis. Me impresiona la alegría de Bledar, tan lleno de agradecimiento que todo en él lo grita: el modo con el que me abraza, con el que me prepara el café, con el que implica a sus compañeros. Tiene tanto afecto por Jesús que a veces pienso que su corazón lleno de deseo alberga ya toda la gracia del Bautismo.
Don Lucio Guizzo, sacerdote