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Huellas N.1, Enero 2010

CULTURA - Alain Finkielkraut

Los desafíos de la modernidad
Sólo el corazón es inteligente

Fabrizio Rossi

Grossman, Conrad, Roth… En su nuevo libro, el filósofo ALAIN FINKIELKRAUT profundiza en el trabajo de nueve autores que «iluminan la existencia». Y encuentra en una página de la Biblia el camino para recomponer la fractura entre razón y sentimiento. Hemos hablado con él para comprender qué ha descubierto. Y por qué «la educación es la única vía de salvación»

«Lo que debemos pedir es un corazón inteligente. Debemos pedir obtener la gracia de un corazón inteligente. Hoy más que nunca». Produce una cierta impresión hablar de «intelligence de cœr» en la patria de Descartes, en un salón que se asoma a los tejados de París, a un par de manzanas de ese templo de la razón moderna que es la Sorbona. Quizá también porque el que habla es Alain Finkielkraut, una de las mentes más brillantes del panorama  cultural contemporáneo. Nacido en 1949, de familia judía, es profesor de Filosofía e Historia de las ideas en la prestigiosa École Polytechnique, además de dirigir desde hace más de veinte años el programa radiofónico Repliques en France Culture y de colaborar con cabeceras como Le Monde o Libération. En su apartamento no hay un solo centímetro que no esté ocupado con libros y revistas. ¿Un refugio para alejarse de la barbarie en la que vivimos? «Todo lo contrario. Para mí la literatura es precisamente lo que ilumina el mundo».
Finkielkraut no es un tipo que renuncie a dar batalla. Lo demuestran sus intervenciones –siempre apasionadas, muy lejos de la diplomatie típica de los franceses– sobre los temas más dispares: desde un  partido de la selección al multiculturalismo, desde la revolución en los suburbios de la periferia a los desafíos de la modernidad… Y ahora, tras un año de silencio –y de lucha, esta vez contra una grave enfermedad–, ha vuelto a la carga con un nuevo ensayo: Un cœr intelligent (Un corazón inteligente, ndt), por el momento sólo en francés, en la editorial Stock/Flammarion. Casi trescientas páginas dedicadas a nueve obras literarias, desde Memorias del subsuelo de Fiodor Dostoievski a El festín de Babette de Karen Blixen, desde Todo fluye de Vasili Grossman a El primer hombre de Albert Camus: «Estos son algunos de mis autores favoritos, sobre los que vuelvo a menudo. Hombres sorprendidos en su dificultad para habitar el mundo. En la soledad, en las esperanzas y en los fracasos de los que hablan reconozco mi soledad, mis esperanzas y mis fracasos». En vísperas de su encuentro en el Centro cultural de Milán, Finkielkraut nos presenta su nueva obra.

¿A qué se refiere con «corazón inteligente»?
Es el corazón del que habla la Biblia. Es el corazón que Dios concede al rey Salomón ante su oración: «Te concedo un corazón sabio e inteligente como no lo hubo antes de ti ni lo habrá después…». Desde entonces han pasado casi tres mil años, pero esa oración es todavía válida. Es más, ahora más que nunca hace falta un corazón inteligente.

¿En qué sentido?
Corazón e inteligencia deben volver a hablarse. El peligro que corremos no está en la falta completa de uno o de la otra, sino en su divorcio: si corazón e inteligencia van cada uno por su lado, los efectos son devastadores. El siglo veinte lo ha demostrado, promoviendo por un lado una inteligencia puramente funcional, de burócratas, y por el otro un sentimentalismo indiferente ante la persona concreta. Todos hemos visto a qué lleva la ideología: al proponerse extirpar el mal, inmoviliza el corazón. Como describe muy bien Vasili Grossman, se ha llegado a odiar en nombre del amor. Según vamos saliendo de esta época, se hace particularmente imperiosa la necesidad de un corazón inteligente.

¿Cómo ha llegado a esta intuición?
Gracias al trato con personas que han atravesado nuestro tiempo con los ojos abiertos y han mostrado lo que sucede si se resquebraja la alianza entre corazón y razón. Entre todas ellas, la filósofa Hannah Arendt, que en un ensayo recordaba el mismo episodio bíblico: «La oración que dirige a Dios el rey Salomón podría tener valor también para nosotros. Sólo un “corazón inteligente”, y no la mera reflexión o el mero sentimiento, nos permite vivir con los demás en un mismo mundo».

Usted escribe sin embargo que «tal vez Dios nos mira, pero no interviene en nuestros asuntos». Entonces, ¿a quién piensa dirigir esta oración?
No sabría muy bien; me parece que Dios calla. Y temo que ya no se pueda hacer esta petición ni siquiera a la historia. Creo que sólo queda dirigirla a la literatura, en donde podemos tener alguna posibilidad de éxito. En el fondo, su misión es justamente ésta: darnos un corazón inteligente. Porque no divide a los hombres en modelos, no sacrifica a los individuos a la verdad que anuncian. «Las palabras de los mentirosos enrojecen, pero los números de los expertos en estadística nunca experimentan la vergüenza», decía el poeta Wystan Auden: creo que la virtud de la literatura consiste justamente en hacer enrojecer a los números y a las estadísticas.

Lo contrario de la ideología…
La literatura concede gran importancia a los detalles, y da cabida a lo que es banal y ordinario. Lo comprendió muy bien Marcel Proust: desde lo alto del aspecto particular se capta lo general. Un corazón inteligente introduce esta complejidad, mientras que nosotros tenderíamos a sacrificar los problemas.

Esta oración suya, ¿ha recibido alguna respuesta?
Todavía no. Es lo que anhelo y espero, pero todavía no he tenido experiencia de ello. Es la apuesta de este libro: espero que la literatura forme mi juicio, me abra los ojos y venza los lugares comunes que se forman continuamente entre el mundo y yo.

¿Por qué eleva este himno a la literatura un filósofo como usted?
La literatura esclarece lo que vivimos, al igual que la filosofía. No hay competencia entre ellas. Pero, desde el momento en que se ha creado la fractura entre razón y corazón, muchos filósofos creen tener el monopolio de la comprensión del mundo. Antes que a éstos, prefiero a pensadores como Paul Ricoeur o Martin Heidegger, que han reconocido con humildad la importancia de la literatura a la hora de indagar en la condición humana. Si no sirviese para conocer alguna realidad nueva de la realidad eterna, sería tan solo un divertimento.

Sus obras han afrontado siempre cuestiones ligadas a nuestra época. ¿Por qué motivo ha decidido ahora dedicarse a clásicos intemporales?
Es una historia que se remonta a 1994. Mientras daba una conferencia sobre el Lord Jim de Joseph Conrad, se me ocurrió la idea de escribir un libro en el que poder hablar de los novelistas como maestros. He reunido materiales durante años, en los que se ha dado a la vez un proceso de maduración. Y ha hecho falta un evento especial: en 2005 fui atacado por la prensa internacional por algunas afirmaciones sobre la situación en los suburbios de París tomadas de una entrevista que concedí al diario israelí Haaretz. Se me acusó del crimen intelectual más grave de nuestro tiempo: el racismo. Me habían transformado en un enemigo público. Cuando las cosas empezaron a serenarse, varias personas me pidieron que respondiera, a lo mejor con un libelo. Pero esto sólo habría servido para añadir una polémica a otra polémica.

Entonces, ¿cómo es que ha decidido escribir Un cœr intelligent?
Porque en este libro yo estoy presente, más que en cualquier panfleto que hubiera podido escribir para rebatir las acusaciones. He decidido abandonar la arena y los tribunales para dedicarme a autores que iluminan la existencia. Ha sido una especie de catarsis para mí. Es como decir: ¿por qué veis sólo en mí a un polemista? Pero sigo en primera línea, no he tirado la toalla.

En su opinión, ¿qué batallas debe afrontar el hombre de hoy?
Le cito de memoria lo que escribía Simone Weil: «En nuestra alma hay algo que rechaza la verdadera atención mucho más violentamente de lo que rechaza la carne el cansancio. Esto está más cerca del mal que la carne. Por eso cada vez que se presta atención verdaderamente se destruye un poco del mal que hay en uno mismo». Esta es la lucha que cada uno tiene ante sí, una lucha entre la atención y la tentación de la abstracción. Un corazón inteligente es esta capacidad de prestar atención. Como decía Hannah Arendt, no es el Hombre el que habita la tierra, sino los hombres en su diversidad, en su pluralidad infinita. Cada uno de nosotros es un acontecimiento. Estamos condenados al acontecimiento.

¿Por qué habla de “condena”?
Porque la ley de nuestra existencia es lo inesperado, lo imprevisible. Las cosas suceden, aunque no estén en el programa. Nosotros intentamos disimular como si nada y tratamos de dominar la realidad, pero en vano: sólo podemos tomar nota de esta realidad.

En el año 1992 usted habló en una entrevista del acontecimiento como «método supremo de conocimiento». A don Giussani le impresionó mucho esta afirmación. La citaba a menudo, decía que «lo que da comienzo al proceso por el que un hombre empieza a decir “yo” con dignidad es un acontecimiento». Y que «la palabra “acontecimiento” es la única categoría que puede definir qué es el cristianismo». Parece, sin embargo, que para usted este acontecimiento es algo a lo que temer casi…
Nunca lo había pensado, pero resulta muy interesante. Es una lectura que ve más de lo que yo tenía en la cabeza. Yo trataba de decir sencillamente que para mí el acontecimiento no es necesariamente positivo en sí mismo: piense en la muerte de una persona querida. Es algo que no podemos programar: nosotros buscamos dominar las cosas, pero sucede algo que nos reclama a la realidad, que nos hace salir de la cinta transportadora. En un mundo en el que ha muerto el dato, en el que vivimos en medio de dispositivos creados por nosotros, en el que no nos encontramos más que con nosotros mismos, ésta es la única posibilidad de conocer la realidad.

¿Ve usted alguna vía de salida a esta situación que describe?
La educación. Es la única salvación. Pero, por desgracia, es una vía que Europa no está recorriendo. Me impresionó mucho un hecho que sucedió a finales de octubre en un liceo de París: una clase entera había escrito una carta en la que exigía un «cambio de actitud» a la profesora de inglés, que había prohibido utilizar el móvil durante sus clases. Los chicos juzgaron intolerable esta muestra de autoridad y la insultaron, amenazando con pedir su despido. Si no queremos precipitarnos en el marasmo, debemos partir de la educación. En nombre de la égalité, hoy se quiere nivelar todo. Pero entre alumno y maestro debe existir una asimetría que le permita al primero aprender, y al segundo enseñar. Partamos de nuevo de una relación educativa. Sólo así podremos desarrollar la inteligencia del corazón.


LA NUEVA OBRA
En Un cœur intelligent, ediciones Stock/Flammarion, Alain Finkielkraut profundiza a lo largo de nueve capítulos en algunos de sus autores preferidos: Kundera, Grossman, Haffner, Camus, Roth, Conrad, Blixen, Dostoievski y James.