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Huellas N.1, Enero 2010

VIDA DE CL - Rumanía

Más allá del telón de acero
Libres para ser un pueblo

Paolo Perego

Los primeros contactos secretos en un apartamento de Bucarest. Las vacaciones en Italia de los niños de Cluj y alrededores. Luego, la llegada de AVSI, el Tatal Nostru, la profecía del cardenal Todea… Historia de una amistad que empezó en los años duros del régimen y floreció repentinamente tras la revolución de 1989. Hoy, este fragmento de pueblo cristiano busca juzgar todo lo que vive 

«¿Cómo se llama el que ha hablado antes? ¿Y cuántas personas estaban conectadas? ¿Cuántos países?», le pregunta un chico a Simona. «Perdona, ¿por qué me lo preguntas?». «Porque cuando vuelva a casa esta noche quiero contarle bien a mi madre todo lo que he visto». Bucarest, 26 de septiembre. Acaba de terminar la Jornada de Apertura de curso en Rumanía. Cosmin tiene 19 años. Es la primera vez que participa en un acto del movimiento. Antes no podía, vivía con su familia a las afueras de la ciudad. Ahora, en cambio, como estudia en la universidad, se ha mudado... Simona y él se conocen desde hace años. Desde que ella, de AVSI, cruzara en 1998 el umbral del hospital para niños seropositivos donde él estaba hospitalizado: «A ver lo que habrá entendido de las palabras de Carrón. Sin embargo, cuando alguien ha visto –¡visto con sus ojos!– algo excepcional desea contarlo a todos».
Es el acontecimiento de Cristo que vuelve a suceder. «Ahora», como dice el Cartel de Navidad 2009 citando a don Giussani. También en Rumanía. Extraña coincidencia con la Navidad de hace veinte años. Con aquel 25 de diciembre de 1989, cuando los telediarios del mundo entero mostraron las imágenes de los cuerpos de Nicolás Ceaucescu y de su mujer, tras su ejecución. Era el epílogo de una revolución que había estallado unos días antes, haciendo caer al dictador comunista, que se mantenía en el poder desde 1967. Fue el único país en el que un régimen se derrumbó dejando en las calles un reguero de sangre de dos mil muertos, de muchos jóvenes que había escrito su propio epitafio sobre los muros de la ciudad: «Moriremos, pero libres».
El régimen rumano, aunque bastante apartado del ruso, no fue menos liberticida: una economía cerrada que sometía con mano de hierro al campesinado a golpe de razonamientos para conseguir saldar las deudas contraídas con el extranjero; la cultura de la sospecha por la que de nadie te podías fiar, ni siquiera de tu misma familia que podía denunciarte a la Securitate, la policía secreta. Y además las persecuciones religiosas, especialmente duras con la Iglesia greco-católica: obispos encarcelados, iglesias y monasterios confiscados y destruidos, fieles vejados.
En este contexto histórico, en los años setenta, comenzaron los primeros viajes de algunos miembros de CL suizos vinculados al Centro de Estudios sobre Europa Oriental del padre Francesco Ricci. «Yo lo conocí en Bucarest, en 1986». Violeta Barbu, en la actualidad profesora de Historia de la economía en la capital rumana. En aquella época tenía 32 años y militaba, junto con su marido Daniel, en un grupo católico de objetores. Un sacerdote ortodoxo, liberado tras veinte años de reclusión en la cárcel, había puesto en contacto a los suizos con Violeta y Daniel: «Nos enviaban postales. “El niño nacerá el 20 de abril”. Así sabíamos el día en que llegarían. En 1987 nos trajeron El sentido religioso en francés, y empezamos a hacer la Escuela de comunidad».

Padre Pop. Así nació el movimiento en Bucarest. En un apartamento oculto a los ojos de los espías: «La primera vez que vinieron a casa no sabíamos nada de ellos. Comunión y Liberación. Lo primero –Comunión– nos asustaba tanto como nos fascinaba lo segundo: nosotros también queríamos la Liberación. Pero estando con ellos también esa segunda palabra se fue llenando de significado: fuimos descubriendo lo que de verdad deseábamos», explica Violeta.
«Toda la historia del movimiento en Rumanía se ha ido tejiendo de relaciones y de encuentros mantenidos vivos a pesar de la lejanía. Alberto Piatti es el actual presidente de AVSI, una de las ONG más importantes a nivel mundial, que trabaja en países en vías de desarrollo. En 1990 conoció a un sacerdote greco-católico, el padre Pop. Éste, disidente y perseguido en su país hasta hacía un año, estaba en Italia buscando tractores para ayudar a los campesinos rumanos. Piatti se encuentra con él, se sorprende por lo que ve y lo sigue a Rumanía en diciembre de 1990: « El primer fruto de aquella amistad fueron las vacaciones en Italia para los niños, sobre todo de Bucarest y Cluj-Napoca, una ciudad en el corazón de Transilvania. Durante 4 años, entre el 91 y el 94, más de mil quinientos chavales fueron alojados en Italia, a través de la asociación Familias para la Acogida, durante el período estival».
Algunos de esos niños, hoy felizmente casados y con hijos, forman, junto con algunos universitarios y otros “más viejos” del movimiento, gran parte de la comunidad de CL. Más de cien personas, divididas entre Bucarest y Cluj. Desde el verano pasado, Mihai Simu, de Cluj, guía el movimiento. Tiene 31 años, es un hombretón de dos metros que trabaja como informático. Católico romano, está casado con una ortodoxa y tienen un hijo. Su familia  “mixta” es paradigma de muchas otras familias de amigos.
La vida de CL en Rumanía se desarrolla con gestos sencillos, pero que no se dan por descontado: la Escuela de comunidad, las vacaciones juntos, los retiros de la Fraternidad. Suceden además pequeños milagros: este año la Apertura de Inicio de curso se ha organizado también por primera vez en Timisoara, en diferido, algunas semanas después de la que tuvo lugar en directo en Cluj y Bucarest: «Ha sido una gran sorpresa. En Timisoara viven sólo dos personas del movimiento. Y sin embargo había más de veinte personas escuchando a Carrón, casi todos universitarios», dice Mihai.
Además de Violeta, guía histórica de la comunidad, acompaña a Mihai en su nueva responsabilidad el italiano Davide Biasoni, quien visita regularmente y “acompaña” a los amigos rumanos. «Los trato desde hace poco, casi un año; antes que yo, Piatti y Guido Boldrin acompañaron a la comunidad rumana hasta comienzos de los noventa», explica Biasoni: «¿Qué he visto en Rumanía? Los años del régimen no se borran fácilmente. Las personas siguen sufriendo cierta desconfianza y tienen una herida dentro que se percibe en sus rostros». ¿En qué sentido? «Llegas a Bucarest, a una plaza preciosa, y alzando la vista te das cuenta de que casi no se ve el cielo, debido a la cantidad de cables eléctricos que van de poste en poste. Análogamente, también lo humano a veces parece como el cielo de esa plaza: oculto por algo que lo estropea». Pero basta una botella de buen whisky, que Davide trae de su último viaje a primeros de noviembre, para despertar la curiosidad. «Adrian, uno de la comunidad, empezó a estudiar y a buscar información sobre dicha botella, cómo se había elaborado, cómo debía degustarse», cuenta Davide, añadiendo que no se trata de una curiosidad banal, más bien de la necesidad de ir al fondo de lo que se tiene delante, de la realidad que se presenta. «Una actitud nada común por estos lares. Por lo tanto, hace falta haber encontrado algo distinto para cambiar así».

«Ahora os toca a vosotros». La vida de la comunidad rumana está directamente ligada a la presencia de AVSI. Bianca, por ejemplo, es una de las jóvenes de los años noventa. Ingeniero de 37 años, desde 1998 trabaja para la asociación italiana. Es de Bucarest. «Corría el año 1994. Era cristiana, pero no practicaba mucho. Acompañaba a mi abuela a Misa... Y sucedió que había un grupo de visita en la parroquia. Eran chicos del CLU de Florencia. Lo que sucedió entonces es que ya nunca me separé de ellos».
«Pero AVSI llegó después; yo aún no trabajaba allí», recuerda Alberto Piatti: «En 1994 en Bucarest surgió la posibilidad de colaborar en la construcción de una unidad para niños infectados con el VIH en el hospital de Bucarest. Entonces les pedimos ayuda. Fue inaugurada el 2 de mayo de 1995». Desde entonces la presencia de la Asociación ha crecido, también debido al nacimiento de la Fundatia Dezvoltarea Popoarelor en 1996, una ONG local, asociada con la “hermana mayor” italiana en la red AVSI Internacional. «Llegué a Rumanía en 1998. Conocí a Cosmin por aquel entonces», dice Simona Carobene, que actualmente trabaja para Fundatia: «Desde hace dos años AVSI ha comenzado su retirada: Rumanía ya no es un país en vías de desarrollo, y la actividad en el campo educativo que Fundatia lleva a cabo responde mejor a las nuevas necesidades del país». Presente en más regiones (Bucarest, Arad, Cluj y Cojasca), en la actualidad dirige la fundación rumana Calin Pop, hijo de aquel padre Pop por quien todo comenzó. «Donde el régimen fue más duro –con los greco-católicos–, justamente allí saltó la chispa que haría crecer el movimiento en este país», dice Piatti: «El cardenal rumano Alexandru Todea fue profético. Tuve el privilegio de conocerle. Había pasado 14 años en un campo de trabajos forzados. Había dicho: “Han exterminado a la Iglesia y a sus obispos. Ahora os toca a vosotros, los laicos”».
Hoy el reto para aquellos “laicos”, los cristianos, ya no es el régimen. Sin embargo, sigue librándose una batalla difícil de vencer. La crisis, la desconfianza en la clase política, relativamente joven y poco preparada para dirigir un país que acaba de cruzar el umbral de la Unión Europea: aquí la mayor parte de la gente va a votar sólo porque el Estado paga a quien se acerca a las urnas... Incluso la fe, como sucedía a menudo durante el régimen, se vive como un hecho privado. «Basta muy poco para que el corazón se despierte. Sucedió con ocasión de las elecciones presidenciales de diciembre». Lo cuenta Mihai: «Empezamos, por primera vez, a juzgar juntos esa circunstancia: nunca lo habíamos hecho antes. Y en medio de discusiones y opiniones distintas, emergió un juicio común». Un movimiento de pueblo, de gente que ya no se concibe sola, sino como parte de una historia. Lo confirma lambién Simona: «Parece una tontería, pero provocó la misma impresión que se produjo hace poco cuando más de dos mil fieles bajaron a la plaza para manifestarse contra la construcción de un edificio de una sociedad turca al lado de la Catedral de San José, que minaría peligrosamente sus cimientos». Un pueblo, el pueblo cristiano.
Los rumanos, miembros de CL, ya se habían dado cuenta de que pertenecían a un pueblo. Fue cuando fueron en autocar a Rímini en 1994 para participar por primera vez en los Ejercicios Espirituales de los adultos de CL. «Quizá no comprendían del todo qué iban a hacer allí...», recuerda Piatti: «Pero cuando el coro entonó Tatal Nostru, el Padrenuestro en rumano, rompieron a llorar en silencio: “Jamás nos hemos sentido tan en casa como aquí”».