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Huellas N.11, Diciembre 2006

IGLESIA Europa / Entrevista a Péter Erdö

Acercar a Jesucristo a todas las gentes

a cargo de Roberto Fontolan

El pasado mes de octubre Péter Erdö fue elegido presidente del Consejo de las Conferencias Episcopales Europeas. El Primado de Hungría habla de la fe en Europa. Del Este al Oeste, el reto de la misión y de la libertad de la Iglesia en una sociedad que tiende a negar la verdad y la identidad en nombre del subjetivismo y del formalismo de las reglas. En la estela de las palabras de Benedicto XVI en Ratisbona, aboga por la tarea de los cristianos de volver a confiar en la capacidad cognoscitiva del hombre y por la necesidad de conjugar la aportación de la fe y de la razón

El cardenal Péter Erdö posee el trato de un gran intelectual centroeuropeo. Por lo general, cuando nosotros pensamos en Centro Europa nos referimos a un área histórica y geográfica definida por confines, idiomas y acontecimientos, un lugar y una tradición cultural en el “centro” del continente. En cambio, Centro Europa es un centro en el sentido de corazón, o de motor. Es una terraza panorámica desde la cual se puede dirigir la mirada hacia el horizonte entero.
Arzobispo de Esztergom-Budapest, en octubre del año pasado fue elegido presidente del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) para el quinquenio 2006-2011. De ese punto arranca nuestra conversación para Huellas.

Eminencia, ¿cual será su programa?
Pienso que un presidente no tiene que tener un programa propio, ya que los objetivos del Consejo están claros y aparecen recogidos en sus estatutos. Por otro lado, siempre se nos presentan nuevos retos y el Consejo pretende afrontarlos. Me siento más bien un servidor que tiene que propiciar la unidad, tanto espiritual como de acción, entre las distintas Conferencias. Juan Pablo II abogó por la necesidad del intercambio de regalos entre las diferentes partes de Europa, pero nosotros seguimos teniendo la impresión de que a muchos hermanos en Occidente les cuesta aceptar los regalos que les llegan del otro lado de Europa. Naturalmente, no se trata de regalos materiales: es fácil aceptar los regalos materiales y es verdad que la Iglesia católica en Occidente está ayudando desde hace muchos decenios a los cristianos de Europa central y oriental. Hablo de otro tipo de regalos: las experiencias. Con ocasión de nuestros encuentros, como por ejemplo los sínodos, compruebo que no pocos obispos de estas regiones perciben y juzgan críticamente ciertos fenómenos que se dan en la Iglesia occidental, pero no reciben respuestas de la misma.

¿Por ejemplo?
Desde la liturgia hasta las manifestaciones del laicismo o del anticlericalismo. Aquí tenemos una extremada sensibilidad que nos viene de la época de las persecuciones, pero nos parece que nuestros hermanos aceptan demasiado fácilmente estas manifestaciones… Nuestra preocupación no parece ser suficientemente compartida. Desde el Mar Báltico hasta la costa adriática, nuestros cristianos perciben una hostilidad hacia el cristianismo más sofisticada de la que han experimentado históricamente, pero no menos ideológica. Ya a finales de 1989 nuestra prensa empezaba a estar repleta de afirmaciones provenientes de Occidente del tipo «El mayor peligro social del mundo ex-comunista es el clericalismo». ¿Pero cómo? ¿La Iglesia no existe aún como fuerza social y ya está acusada? Y algunos politicos de aquí ¿cómo se portan? Servilmente, compiten para mostrarse anticlericales –por otro lado, conocen bien los métodos del régimen anterior– y así obtienen la aprobación occidental.

¿Y entonces qué ha aportado a Europa entera la caída del comunismo?
No lo sé.

La libertad…
Ha traido ciertas libertades. Y una enorme competencia por parte de pequeñas denominaciones religiosas que llegan de Occidente. Pero una auténtica libertad debe tener finalidades y contenidos positivos. La razón de ser de la libertad es su contenido, son los valores.

Por parte de los cristianos, tanto del Este como del Oeste, ¿no hubo la ilusión de que la libertad llevaría a una Europa más cristiana, más fiel a su propia historia? En cambio, ha llegado una repentina ola de secularización.
Ya hacia el final de la época comunista los húngaros estaban altamente secularizados, desilusionados y faltos de grandes ideales. Para nosotros la derrota de la insurrección de 1956 tuvo consecuencias psicológicas muy duras, que perduran todavía hoy. Por este motivo, con ocasión del 50º aniversario, nuestra Iglesia ha proclamado un año de oración para la renovación espiritual de la nación. Porque vemos que necesitamos una renovación sustancial de orden espiritual, y creo que esto puede valer también para todos nuestros hermanos europeos.

En su discurso en el Meeting 2005 mencionó la pregunta de Jesús: «Cuando vuelva el Hijo del Hombre ¿encontrará fe en la tierra?». ¿La encontrará también en Europa?
Sí, la encontrará. No sabemos en cuántas personas, ni de qué forma, pero estoy convencido de que la fe cristiana tiene la fuerza no solo de sobrevivir, sino también de vivificar a los pueblos y también a toda la cultura llamada occidental, aunque muchos que se consideran parte de esta cultura rechacen sus raíces judeo-cristianas.

Entonces Europa no está dirigiéndose hacia el abandono...
Sí, pero no podrá seguir haciéndolo hasta el infinito. Al respecto quiero decir que a estas alturas prácticamente ya podemos saber hasta qué punto se podrán destruir las bases humanas, conceptuales, morales y culturales de Occidente sin arriesgarse al derrumbe total. Todo tiene un límite. Está clarísimo que se trata también de un conjunto de cuestiones demográficas y económicas. Dentro de esta tendencia se puede dar que los poderosos del continente se sientan casi “necesitados” de recurrir a las Iglesias históricas y les pidan que hagan más eficazmente su misión. Sin ningún “josefinismo”, sin pretender indicarles las tareas, sino inspirándose en Carlo Magno, dejando libertad de acción y garantizándola. En esto nuestra experiencia “oriental” es interesante. Si en Rusia y en Rumanía vemos que la clase dirigente apoya a las Iglesias históricas de su propia nación es porque se dan cuenta del tremendo vacío cultural dejado por la caída del comunismo. No es que se hayan convertido, sino que intentan evitar una ulterior criminalización de la sociedad fortaleciendo lo que en ella hay de cultura, sentido común y moralidad. Ellos saben que la heredad ortodoxa existe todavía, a pesar de todos los sufrimientos y las devastaciones.

Más sobre el futuro del cristianismo en Europa. Hace unos años el entonces cardenal Ratzinger habló de un “cristianismo de la minoría”. ¿De alguna manera no es esta ya la condición común de todo el continente?
Hay dos aspectos. El primero es la tarea de la evangelización. Eso le compete a Occidente, a Oriente, a todo el mundo: ayudar a la gente a acercarse a Jesucristo, porque Él es el único liberador. Nos libra del pecado y también de sus consecuencias. La misión de la Iglesia es universal, aunque alguien la quiera limitar a Occidente. Es cierto que el cristianismo está en el fundamento de la cultura occidental y ha salvado muchos de los elementos de la cultura antigua, pero la finalidad era y es la de poner en contacto a los pueblos con Cristo. También en esta Europa. Por ejemplo, con otros cuatro obispos europeos estamos realizando la misión ciudadana: en Viena, París, Lisboa, Bruselas y Budapest tratamos de mostrar nuestra fe al mundo, a nuestro entorno, de manera valiente (aunque nunca agresiva). Luego hay un segundo aspecto: mayoría o minoría, la cuestión es si somos respetados, si tenemos verdadera libertad en la sociedad o si estamos discriminados. Este es el problema. Cuanto más minoría somos más grande es el peligro de discriminación, de persecución.

¿No le da seguridad la democracia?
Un momento, no nos dejemos engañar por la idea occidental de que basta con introducir los elementos formales típicos de las democracias occidentales para que se vuelva democrática una sociedad cuya base histórica, sociológica, económica y cultural es diferente. Por un lado, los valores humanos fundamentales son objetivos y comunes para todos. Esta es nuestra convicción que se basa en la creación del ser humano y esta es también una fuerte convicción del Santo Padre, que ha hablado de ello ya en diferentes ocasiones. No son valores específicos de una cultura, tienen validez universal y responden verdaderamente a la naturaleza de las cosas, a la naturaleza humana. Antiguamente se llamaban normas del Derecho natural o Ley natural, conforme al pensamiento de santo Tomás. El problema es que a menudo Occidente equipara los valores fundamentales a lo que en realidad es tan solo una forma cultural y jurídica, una técnica. Esta es la trampa del formalismo y del subjetivismo. ¿Es esto lo que Occidente quiere exportar? ¿Ciertas formas? Por ejemplo, hay países donde es sabido que las elecciones “libres” llevan al poder a grupos que profesan una ideología o que tienen una mentalidad criminal que luego se revela contraria a esos valores humanos fundamentales.

La actualidad nos ofrece muchos ejemplos...
No solo la actualidad; piense en la Alemania del 33. Quiero decir que si se fuerzan solo algunos criterios formales sin mirar a la realidad social global, el efecto es siempre la destrucción de las clases sociales más desfavorecidas. A finales del siglo XIX León XIII empezó a retomar la Doctrina Social de la Iglesia, reflexionando sobre las gravísimas injusticias provocadas por un concepto formal de libertad que se centraba exclusivamente en la economía. Mirémonos a nosotros, países post-comunistas que pertenecen ya a la Unión Europea: nuestras tradiciones fueron destruidas hace cincuenta años con una violencia que Occidente no conoce y ni siquiera quiere conocer. Se olvida que aquí el pueblo fue completamente despojado de los medios de producción; ni siquiera después del cambio político se puso a la sociedad en condiciones de soportar la competencia de las grandes empresas extranjeras. Expoliados dos veces, entonces. Sin hablar del grave problema del welfare comunista, justamente barrido, ¿pero sustituido con qué? Nos dicen que hay que ser modernos, liberales en la economía; de acuerdo. Pero si yo empiezo desde mucho más atrás que tú, ¿cómo puedes pretender que lleguemos a la meta juntos? Aquí hay un clima de desconfianza tal hacia la Unión Europea que yo sigo recibendo a diario cartas que acusan a la Iglesia de haber hecho propaganda a favor de la integración.

El tema de la democracia formal y sustancial afecta a la gran cuestión de la identidad, sobre la cual se da hoy una confusión enorme…
Al final se trata de la libertad. Si esta significa estar desprovistos de lazos, de obligaciones y de normas, entonces también la identidad es una culpa, un defecto de la libertad así entendida. Pero si consideramos la libertad por lo que es realmente, es decir como la posibilidad de asumir contenidos positivos, entonces la identidad es un valor que hay que vivir con caridad cristiana, pero sin menoscabo de la verdad. Si en el famoso “diálogo” renunciamos a la verdad, nos queda la cortesía formal. Si por el contrario tenemos la convicción de que es posible alcanzar la verdad objetiva, podemos respetar también al otro. Como dice el Concilio Vaticano II en la Dignitatis Humanae, la base de la libertad, también de la libertad religiosa, es la existencia de la realidad, de la verdad. El hombre tiene que conocer y aceptar la verdad de una manera digna, correspondiente a su dignidad, es decir, de manera razonable. Solo así la verdad no se opone a la libertad, sino que constituye su base. Añado que, a propósito de la relación con el mundo musulmán, yo todavía no veo ningún conflicto grave entre nuestras culturas. Creo que en Hungría el único conflicto teórico real se da entre el libertinaje intolerante y la fe. Pero quizás no solo aquí es así. En una discusión pública en el marco de la misión ciudadana de Bruselas me preguntaron por qué Occidente no defiende a los cristianos de Oriente Medio. Contesté: ¿y por qué no defiende a los cristianos del mismo Occidente?

En una reciente intervención suya titulada “Guerra, Ciencia, Cristianismo”, me ha llamado mucho la atención el hecho de que haya examinado de manera conjunta dos grandes cuestiones contemporáneas: la guerra y la ciencia…
Señalo la necesidad de una “moral objetiva”: todo acto humano debe ser responsable, tanto en el ámbito de la investigación científica como en las decisiones políticas. La confrontación con estos mundos requiere mucho empeño y es urgente. Pensemos en la cuestión de la “guerra justa”. Precisamente debido a los cambios en el mundo, ha nacido un nuevo desafío para los poderosos, para los fuertes, que tienen que decidir ahora desde sus propias convicciones; ya no pueden apelar a consentimiento o aprobación internacional o a alguna instancia formal; tienen que encontrar ellos mismos los criterios para sus acciones y estos criterios tienen que ser objetivos. Supone un gran reto para la razón humana.

La relación entre razón y fe ha sido el centro del discurso del Papa en Ratisbona. Mientras Europa viene de una cultura que durante siglos ha negado esta relación, Benedicto XVI la ha vuelto a proponer. ¿Quizás esté aquí el verdadero “escándalo” por este discurso?
Fides quaerens intellectum. Hay que ver en su conjunto los resultados de la fe y de la razón. No hay una doble verdad, porque estamos en un universo creado por el mismo Dios. Tenemos entonces la luz de la fe para poder ver mejor la Verdad, y tenemos los recursos intelectuales para conocer el mundo creado. Pero hoy el subjetivismo no significa solamente que se dude de la posibilidad de llegar a la fe, o de tener certeza sobre la existencia de Dios, si no que ya se extiende hasta la misma posibilidad de conocer una verdad histórica o una verdad en el ámbito de las ciencias naturales. Muchos han perdido la esperanza de conocer la verdad objetiva, y eso nos obliga a nosotros a devolver la confianza en la capacidad cognoscitiva del hombre. El mundo creado puede ser conocido por la inteligencia humana, aunque no de manera perfecta. ¿No lo encuentra usted alentador para todos?