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Huellas N.11, Diciembre 2006

SOCIEDAD Italia / Centro de Solidaridad

Nápoles en obras

Angelo Picariello

La experiencia del Centro de Solidaridad en el barrio Sanitá. Tras la lectura de un artículo en Huellas, el encuentro y la amistad con Pippo Angélico, empresario lombardo, que pone en marcha talleres de artesanía, textiles y turismo

Abundan en estos días los análisis de los intelectuales y las recetas de políticos que, en lugar de alentar la esperanza, certifican el escepticismo y la resignación. Quizás necesitaríamos a alguien que empezara a querer, más que a analizar, a los napolitanos, a querer a Nápoles. A amar a esa humanidad viva y olvidada que se mueve por los estrechos callejones de los barrios bajos, una Nápoles que siente las instituciones lejanas, pero se conmueve ante la desaparición de Mario Mérola, la voz más conocida de cantos napolitanos, como si hubiera perdido a un hermano.
Esa Nápoles que sufre por el fallido desarrollo de la ciudad, por una constelación de ocasiones perdidas, recursos artísticos, culturales, ambientales, artesanales, que yacen en el abandono como un legado del pasado, y hoy podrían ser objeto, en cambio, de una apuesta concreta.
Un empresario milanés lo intenta, Pippo Angélico, presidente de Ceccato, empresa líder en fibras sintéticas y mecánica de precisión. Prueba no a cambiar Nápoles, sino a poner en juego su corazón transformado, zarandeado por el encuentro con la gente del barrio Sanitá.

Leyendo Huellas
Esta historia parte precisamente de Huellas: «Mi mujer –cuenta Angélico– me leyó hace unos años, puesto que me cuesta hacerlo solo, por problemas de vista, un artículo de la revista que narraba la experiencia del Centro de Solidaridad de Nápoles. La historia nos impresionó. Pensamos: “¡Qué bonito sería poder echar una mano”». La ocasión surgió en el Meeting de 2005. Los del Centro de Solidaridad del barrio Sanitá tienen allí un stand. La presidenta, Annarita Frongillo, cuenta a Angélico como empezaron en 1992 sus actividades en el barrio con un colegio universitario, gracias a unos locales que les ofrecieron los religiosos de San Vicente de Paúl, que en la calle Castrucci tienen su casa madre. Y sigue explicándole el encuentro con los problemas y la gente del barrio, las primeras iniciativas para ayudar a los chicos con sus deberes, la ayuda del Banco de alimentos a las familias necesitadas, y cómo la Escuela de comunidad es una oportunidad para incrementar esa amistad nacida con total gratuidad. Y señala la incapacidad de las instituciones para “catalogar” una realidad de ese género, y menos aún para sustentarla económicamente, mientras ríos de dinero –es falso que falten los fondos para el Sur de Italia– siguen siendo destinados a obras inútiles, ajenas a las necesidades concretas de las personas. Todas estas cuestiones emergieron en ese primer coloquio hace año y medio en Rímini. Annarita seguía hablando, pero no entendía dónde quería ir a parar su interlocutor. «¿Cómo os financiáis?», preguntó Pippo para ir al grano. «Con la Providencia y alguna subvención», que era como decir: «Si lo considera oportuno –todavía se hablaban de usted–, puede echarnos una mano». Se baraja también una cifra: «Pero yo puedo dar algo más», insiste Angélico, suscitando cierta maravilla en Annarita. Aludía a “dar el corazón”, más allá de la cifra que efectivamente estuvo dispuesto a aumentar.

Cena de barrio
En el pasado mes de junio retomaron ese primer encuentro de Rímini. Los del Centro de Solidaridad organizaron una cena en Nápoles con Pippo Angélico y las familias del barrio. La señora Ana, que vive en un bajo en la calle Castrucci, justo frente a la entrada del Centro de Solidaridad, se hace intérprete de la incredulidad de todos. «Pero, ¿por qué una persona tan acomodada ha venido desde lejos para ayudarnos?». «Porque vosotros sois importantes para mí», es la respuesta inmediata de Pippo, que marca un hito. El resto fue una consecuencia, un secundar el camino ya entrevisto.
La prensa ha hablado de “marca” anticamorra, pero aquí la camorra no viene a cuento, excepto por el hecho de que existe –¡vaya si existe!– en este barrio, y se aprovecha de las necesidades de las personas, ofreciendo trabajo ilegal, hasta criminal, y dinero usurero. La marca “CdS Sanitá” nace tanto de aquel encuentro como del deseo de valorar lo que hay, sin inventarse nada. Un pequeño taller de moda y trajes de novia, otro de cerámica, una cooperativa de operadores turísticos para hacer de Guía en el incomparable casco antiguo de Nápoles. «Ellos –cuenta Angélico– me dan las gracias cada vez que voy, pero yo explico que soy yo quien los necesita, necesito aprender de su humanidad, de su disposición para recibirme con dignidad en su casa, en pocos metros cuadrados, con una capacidad de acogida que yo deseo tener en mi casa. De su predisposición a hacer la Escuela de comunidad, ellos que no han estudiado, que no hallo a menudo en quien tiene una licenciatura y una cultura bien diferente. En el fondo, con esta iniciativa no hemos hecho más que valorar iniciativas que ya existían pagadas en negro sin que nadie hubiese probado a comercializarlas, con el resultado, por ejemplo, de que ganaban pocos centenares de euros al mes para confeccionar trajes de novia que luego otros vendían a precios astronómicos».

El valor para “intentarlo”
La “receta”, como se ve, es una vez más la amistad, el amor por esta gente. Así que Vincenzino y Genaro, dos chicos del barrio Sanitá, trabajan desde algunos meses en Concorezzo, en Brianza, en el nuevo establecimiento del Ceccato, que incluye piscina, campo de fútbol y olivos seculares traídos expresamente de Calabria y plantados en el centro de los pabellones: «Los empleados deben sentirse bien en la empresa, y en contacto con la belleza trabajan a gusto», explica Angélico. Y otros, en los próximos meses, podrán trabajar en su barrio, haciendo visible la esperanza. Sin tener como objetivo cambiar Nápoles, dentro de poco estarán haciéndolo de veras. ¿Pero no pudo algún empresario napolitano pensar antes en invertir en los barrios pobres de su ciudad? «Mi objetivo no es ni dar lecciones a nadie, ni luchar contra la camorra. Pero estoy convencido de que, si la cosa sigue adelante, también otros encontrarán el valor para intentarlo».

Una frase bajo una foto
«El corazón de la gente sencilla que vamos conociendo testimonia día a día que no quiere ceder ante la nada que parece avanzar. Es algo que resiste cualquier destrucción. Esta es la grandeza del hombre, que no viene definida por la situación exterior, por la situación social. En esta Nápoles concreta, todo esto no consigue matar nuestro yo, este corazón nuestro que desea la plenitud a pesar de todo». Estaba abarrotado el auditorio de la Muestra de Ultramar, en Nápoles, el pasado 27 de octubre para el encuentro con Julián Carrón. “Vivir intensamente la realidad” fue el tema que se trató, un tema pensado antes de que Nápoles, por esos extraños cortocircuitos de los medios de comunicación, se convirtiera en noticia de primer plano; aunque resultó particularmente acertado, entre los muchos análisis que se superpusieron aconsejando desde huir lo más lejos posible a recurrir al Ejército. Pero para Carrón también Nápoles «necesita lo que necesitamos todos: una educación que realmente nos introduzca en la realidad y nos permita construir de modo verdadero». Pero «no hace falta apuntarse a la facultad de Filosofía para aprender a razonar. No es una estrategia a aplicar», la esperanza nace sólo «del encuentro con una humanidad que vive la realidad y la razón con plenitud; del vivir con personas que nos abren tanto el corazón que nos hacer respirar en cualquier circunstancia. Es para que exista esta novedad para lo que Jesús ha entrado en la historia».