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Huellas N.10, Noviembre 2006

CL Italia / Carate Brianza

La paradoja de In-presa. Educar en el trabajo

Alessandra Stoppa

La asociación In-presa, fundada por Emilia Vergani en 1997, acoge hoy a ciento cincuenta chicos, a los que ofrece ayuda en el estudio y cursos de electricista, mantenimiento de informática y ayudante de cocina, para su inserción en el mundo laboral. Pero no es solo eso, se trata de una propuesta educativa que abraza a jóvenes considerados “de riesgo”. Un desafío en el que se han visto involucrados también los empresarios de al zona, que se han convertido en educadores

Mariana está feliz de que le pregunten. Un compañero suyo está contento porque le han mandado ejercicios de matemáticas, pero si hay algo que no soporta son precisamente los números. En la escuela nunca se dan ciertas paradojas. Uno no se daría ni cuenta si no fuera por la insistencia de Mariana. «¿Te das cuenta de que lo mejor que me puede suceder es que me llame el profe?», repite con soltura, «en el colegio al que iba antes, nadie me tenía en cuenta, mis profesores solo preguntaban a algunos, a los buenos. En cambio, aquí a mí me tienen en cuenta».
La gran nave industrial situada en el corazón de Carate Brianza, en el que está la sede de la asociación In-presa, está llena de paradojas como esta. A la nueva profesora de matemáticas un alumno le ha dado las gracias por haberle enseñado algún ejercicio más, «estoy encantado de hacer problemas de proporciones», le dijo, «en la escuela de hostelería ni siquiera me devolvían los ejercicios». La profesora se queda sorprendida, también nosotros, nos vienen a la cabeza las palabras que leímos de pasada al entrar, en un cartel que está colgado en la pared, con las que Emilia Vergani (que falleció en el año 2000) se refería a la obra que había emprendido, un lugar en el que «nos tomamos en serio a los chicos». Se comprende que no se ha quedado en un simple deseo cuando ves a Mariana y a sus amigos con gorro de cocinero delante de los hornos del laboratorio de cocina, o escuchas hablar a Riccardino de su deseo de ser mecánico, o ves a una decena de chavales de catorce años poniendo la mesa con el cuidado con el que se concibe una obra de arte.

Medidas insuficientes
Se les llama “adolescentes de riesgo”, pero se trata simplemente de que están acostumbrados a vivir saltando de una cosa a otra, «porque tienen miedo de asentarse realmente en algo», explica Stefano Giorgi, que es en este momento el director general de In-presa. Él, que monta en cólera cuando oye hablar a los profesores de recursos como si la educación partiera de ahí. Pero«nuestros chicos saben demasiado bien en qué consisten los recursos», «también son conscientes de sus carencias». Lo que es una novedad para ellos es lo que para nosotros es suficiente: «que se les mire como personas capaces de hacer algo bueno». En esto consiste In-presa, en un gesto de afecto concreto. Hoy en día, a lo largo del curso, congrega a ciento cincuenta chicos, ofreciendo una ayuda al estudio para los que tienen dificultades para acabar la enseñanza media, cursos de seiscientas horas para electricistas y técnicos de mantenimiento informático, prácticas de pinche de cocina para inserción laboral y cursos de tres años para ser ayudante de cocina. Y todo tipo de propuestas para el tiempo libre.
Stefano, Evelina y Yan (sus más estrechos colaboradores) no paran de hablar de sus chicos. De que no son capaces de estarse quietos en la silla como los demás durante las setecientas veinte horas lectivas, y de cómo lo que necesitan es que alguien les diga: «No tengo miedo de tus deseos. ¿Que quieres ser carrocero?, yo te echo una mano». Aunque luego resulte que Yan encuentra a un carrocero dispuesto a recibir (gratuitamente) a Andrea para enseñarle el oficio y luego Andrea vaya cuatro días a trabajar y no vuelva a aparecer por allí. Pero puede suceder que pasado algún tiempo Andrea vuelva donde Yan: «quiero ser carrocero». Yan le acoge y le acompaña al taller en el que le habían dado el trabajo, el jefe le recibe en jarras y con la mirada seria, le da un mono de trabajo y le dice: «Te espero el lunes a primera hora; sé puntual». «Esto es un abrazo sin medida», afirma Stefano.

El punto de partida
La inserción laboral es el verdadero origen de In-presa y, metodológicamente, el punto de partida de la propuesta educativa de toda la obra. Porque el trabajo ayuda a los chicos más que ninguna otra cosa, Evangelina nos lo aclara, «porque exige responder a reglas precisas». Ante todo la puntualidad. «Cuando un chico llega tarde a la oficina, el jefe se enfada, esa es la mejor ocasión para comprender que no da lo mismo que él esté o no. Con más razón cuando uno comete un error más grave, o lo deja todo y luego vuelve». Evangelina, mientras sonríe con complicidad a Yan, dice que juntos han visto de todo. Han visto a Máximo, que de nuevo, tras cinco años, se acerca a In-presa porque ha dejado el enésimo trabajo o ha metido la pata por enésima vez. A veces «pienso que ya no puedo más» prorrumpe con afecto Yan, «porque pasa como con los hijos, se sabe cuándo se empieza pero no cuando se acaba. Es más, no se acaba nunca». Por eso a veces «parece que no tienes suficiente energía para afrontar a los chicos, para ayudarles a volver a tomar las riendas del camino que se les ha ido de las manos. Pero gracias a Dios, tenemos una máquina de café. Es decisiva. Cuando nos encontramos junto a la máquina de café, nos miramos a la cara y nos ayudamos a volver a empezar, siempre. El día en el que uno ya no puede más, lo hace el otro, y viceversa», nos lo cuentan de manera natural y profunda.

Reto educativo
«Pero el reto educativo no es solo para los chicos; en primer lugar nos afecta a cada uno de nosotros», añade Stefano. Con ellos y con toda la gente que colabora en la obra. En primer lugar, con los artesanos y los empresarios que se hacen cargo de los chicos en prácticas. Los que les acogen en su empresa les dan una oportunidad sin esperar nada a cambio, les perdonan las faltas, incluso alguno les roba, y no les ponen de patitas en la calle cuando cometen el primer error. Son los mismos que, siguiendo a los chicos, llegan a preguntarse por ellos mismos, por su propio trabajo y el valor que tiene. «Un empresario de Brianza me dice siempre: ¿Pero qué es lo que me pides, que sea un profesional o que sea un educador?», nos cuenta Stefano hablando de la amistad que está naciendo con alguno de ellos, de las veces en las que «salimos a cenar y no hablamos de los chicos que tienen en prácticas, sino que hablamos de la vida». Y del gastrónomo que siempre le da las gracias por haberle enviado a un chico porque, dice, «he descubierto lo que significa ser padre».