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Huellas N.9, Octubre 2006

PRIMER PLANO Benedicto XVI

Marta Sordi. Encontró eco en los que buscaban la verdad

a cargo de Stefano Zurlo

La eminente estudiosa de Historia Romana habla de la relación entre los filósofos y el anuncio cristiano en los siglos I y II. El recorrido de una razón abierta desembocó en el asentimiento a la fe. La misma apertura de la razón que ha reclamado en Ratisbona Benedicto XVI

Basta hojear el libro de Gustave Bardy La conversión al cristianismo en los primeros siglos para encontrar un elenco impresionante: Justino, Clemente de Alejandría, Taciano el Asirio, Hilario de Poitiers… Durante los siglos I y II muchos espíritus libres llegaron al bautismo a través de la filosofía. «Es cierto –responde Marta Sordi–, el cristianismo despertó una gran fascinación intelectual en las mentes más abiertas de aquella época». Estas mentes preclaras se acercaban a la fe habiendo sido fieles a un camino que prima el razonamiento frente a las emociones, los sentimientos o los sueños. Más aún frente a la lógica del poder, de la guerra o de la violencia. «El discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona, tan atacado, aunque impecable –prosigue Sordi– tiene que ver con esta historia bimilenaria, una historia en la que fe y razón van de la mano y la conversión es el acto final de un proceso crítico. Desde siempre el cristianismo ha estado del lado de la razón y de la caridad, siempre ha combatido la superstición y el fanatismo».

Fe, razón y verdad
En un párrafo de Clemente de Alejandría se describe con toda claridad que la filosofía es un trampolín hacia la cima de la espiritualidad: «Aunque la filosofía no abraza la verdad en toda su grandeza… permite que la mente se aclare, conforma el carácter y hace que el que cree en la providencia esté preparado para recibir la verdad».
Fe, razón y verdad. Una tríada virtuosa que, según la profesora, aparece ya con san Pablo: «San Pablo dice las mismas cosas a los judíos y a los paganos, pero adapta su predicación al interlocutor al que se dirige. Pablo convoca en Roma, probablemente en el 56, a los notables de la comunidad judía y les habla de Cristo subrayando que su venida es el cumplimiento de la alianza entre Dios y el hombre, el cumplimiento de las profecías. En cambio, cuando se dirige a los paganos privilegia el elemento racional y presenta al Dios cristiano como lo que es: una respuesta razonable a las preguntas del hombre. Dios es el padre creador, el que ordena el universo, el que establece el retorno de las estaciones. Es más, en el célebre discurso del Areópago Pablo entronca con la tradición griega citando un fragmento de un pensador estoico, probablemente Cleante o Arato, para decir que nosotros, los hombres, somos la estirpe de ese Dios que ordena». Con Cristo nos hemos hecho hijos de Dios.
Es verdad es que esta “noticia” obliga a la mentalidad griega a dar un salto vertiginoso, aunque ya estuviera habituada a adentrarse por los senderos de la razón: produce escándalo la crucifixión como malhechor del Cristo ascendido a los cielos. Los sabios se mofaron de Pablo y abandonaron el Areópago con una sonrisa condescendiente. Pero él no desiste y en los Hechos de los Apóstoles introduce un elemento que robustece aún más el tejido de su reflexión: «En el diálogo con Porcio Festo, Pablo señala que la resurrección de Cristo es un hecho documentado y observado por quinientos testigos. La historicidad de la narración evangélica no puede dejar de causar impacto en las mentes libres de prejuicios».

Semillas de cristianismo
En los siguientes decenios otras figuras recorrieron la senda abierta por Pablo. Es el caso de Justino, filósofo y fundador de una escuela en Roma, que alcanzaría el martirio en el siglo II. «Justino buscaba la verdad confrontándose con las filosofías del momento, en particular el platonismo y el estoicismo. Desde allí se acercó a Cristo. Pero ¡mucho cuidado!, al final de su recorrido llega a superar la filosofía pero no reniega de ella. Todo lo contrario, Justino insiste en explicarnos que el logos se puso en movimiento incluso con anterioridad al cristianismo y fuera de él. Justino cita tres personajes: Sócrates y Heráclito, que vivieron antes que él, y Musonio Rufo, contemporáneo suyo. Para él, estas tres figuras están muy cercanas a la revelación cristiana: de alguna manera han recibido una especie de revelación misteriosa, aunque no se puedan llamar cristianos. En ellos, en sus obras y en sus vidas, se ha manifestado el logos. No de manera completa, como es obvio, sino de forma embrionaria. Justino acuña para ellos una preciosa y sugerente imagen: el logos seminal. Es decir, en el caso de Heráclito, de Musorio Rufo y de Sócrates se podría hablar de semillas de cristianismo». La filosofía les llevó al umbral de la fe. En el mundo griego lo más importante era alcanzar el grado más alto posible en la escala del razonamiento. En cambio, en Roma se observa con más pragmatismo el sometimiento de las ideas a la vida práctica. La razón se entremezcla pronto con conceptos como dignidad, virtud y precepto moral. «Apolonio, senador y más tarde mártir, pone en primer plano precisamente esto: Cristo es el logos, ese principio que intuyeron los filósofos estoicos, el logos ha venido a la tierra para rescatar la vida del hombre. Para afirmar su identidad y su conciencia, que la sociedad romana reconocía de manera parcial y esporádica. Tuvo lugar en el Senado un debate muy interesante, –prosigue Sordi– el prefecto del pretorio siguió a Apolonio y de alguna manera le dio la razón: «Nosotros también creemos en el logos». En cambio, un cínico llegado un momento en el que no lo soportaba más, contestó frontalmente: «Eso es un insulto». Apolonio le miró a los ojos y le respondió: «La verdad es un insulto para los necios. Cristo es, precisamente, el logos».

Historicidad del cristianismo
Con Tertuliano, el último personaje de esta galería de conversos, la búsqueda de la razón se concentra en la historicidad del cristianismo. «El hecho más interesante es que Tertuliano cita en su Apologética fuentes paganas. Dos históricas: los dos libertos Allo y Flegonte describieron el fenómeno solar que se produjo en el momento de la muerte de Cristo, y Poncio Pilato, que según Tertuliano ya era en su interior cristiano, envió a Tiberio una relación de lo que había sucedido. La fe no nace de una visión o de una experiencia mística o de rituales para iniciados. La historia de Cristo, como señalaba Pablo, se produce ante los ojos de testigos. Testigos que no pueden ser sospechosos de parcialidad. Por eso Tertuliano no duda en contestar al senado consulto de tiempos de Tiberio que había puesto fuera de la ley al cristianismo. De nuevo caminando por la senda de la racionalidad, Tertuliano explica que los cristianos no han cometido ningún mal, sostiene su inocencia frente al Estado, indaga como un investigador sin poder encontrar pruebas de su culpabilidad desde el punto de vista jurídico. Y concluye precisamente presentando una acusación contra una ley que carece de fundamento en el plano del derecho, ya que renuncia a que se presenten pruebas».
En aquel momento, hace unos mil ochocientos años, Tertuliano defendía el cristianismo, elevando con ello un himno a la razón y a las razones del corazón y de la libertad contra los demonios de la violencia y de la ideología que ciegan. En el fondo, es la misma lección que nos llega desde la cátedra de Ratisbona.