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Huellas N.8, Septiembre 2006

IGLESIA Oriente Medio

Fouad Twal. Esperar contra toda esperanza

Riccardo Piol

El drama de Tierra Santa y la preocupación por la huída de los cristianos en la voz de monseñor Twal, patriarca coadjutor de los Latinos en Jerusalén: «Es verdad que las dificultades son enormes, pero también lo son las expectativas». En espera de una paz astable

Los más de treinta días de guerra en El Líbano, los ataques lanzados sobre Israel, el espectro de un futuro todavía más trágico. Tiene en los ojos cuanto está sucediendo hoy, y en su mente la imagen de lo que podría suceder mañana. Está preocupado porque en Tierra Santa parece que ha sido desterrada la palabra paz. Después de trece años como arzobispo de Túnez, monseñor Twal ha vuelto a su diócesis de Jerusalén como patriarca coadjutor de los Latinos, y no esconde que «la impresión general que puede tenerse, volviendo después de mucho tiempo a Jerusalén, es que la situación empeora continuamente». Los últimos acontecimientos le mueven a temer que «el duro destino de la Ciudad Santa puede extenderse a todo el Oriente Medio, e incluso a toda la historia humana».

La ciudad elegida
Dice citando un salmo: «Pobre ciudad de Dios... parece que el Señor ya no la sostiene». Pero cita también otro: «no nos olvidaremos de Jerusalén, ciudad de la paz, por encima de toda alegría». En la paradoja que parece separar estas dos afirmaciones, monseñor Twal encuentra las razones de su esperanza. Su mirada sobre Tierra Santa está animada por el hecho irrefutable de que Jerusalén, hoy en día símbolo de un conflicto continuo, sigue siendo la ciudad elegida por Dios: lugar que conserva «el registro civil de todos nosotros», signo del destino de cada hombre y al mismo tiempo reflejo de la conflictividad en que vive el mundo entero. Antes que recorrer su historia de sufrimientos continuos y, sobre todo, antes que hacer de ella objeto de un puro análisis político, monseñor Twal invita a todos a mirar a Jerusalén con la fuerza del juicio de fe: «No hay que olvidar nunca que Tierra Santa es la tierra de las sorpresas, de entre las cuales la mayor la ofreció Jesús en la mañana de Pascua. Dejarse llevar por el pesimismo podría generar una mentalidad fatalista que no tiene cabida en Tierra Santa. Jerusalén es la tierra de la “esperanza contra toda esperanza”, según la expresión del apóstol Pablo, porque en ese lugar la humanidad fue alcanzada por la potencia del omnipotente, allí sucedió el hecho que ha cambiado el curso de la historia y desvelado los verdaderos destinos de la humanidad».

Gestos valientes
Sobre la situación de inestabilidad constante de Oriente Medio dice, con sufrida ironía, que «la inestabilidad es lo único estable que tenemos, desde el punto de vista político, económico, social y cultural». Pero cuando se trata de entrar en los aspectos concretos de la situación actual, evita los juegos de palabras: «La situación se ha agravado de tal forma que resultan inútiles los discursos de denuncia. Han sido muchas las denuncias, muchísimas las condenas y las resoluciones internacionales claras, con escasos resultados. Estamos saturados. Queremos anunciar por encima de todo que Jerusalén es la Ciudad Santa. Y que hacen falta gestos valientes por parte de los dirigentes políticos para poder llevar a cabo una paz justa y duradera para todos. No se puede gobernar bajo el miedo y la desconfianza, imponiéndose con la fuerza de las armas o del terrorismo». La paz, que define como «la necesidad más evidente y vital, sin la cual nada es posible», tiene sin embargo un precio que nadie parece querer pagar y exige ciertas condiciones, que Twal recuerda citando los tres puntos irrenunciables indicados por el Papa al comienzo de la guerra en El Líbano: «El derecho de los libaneses a la integridad y soberanía de su país, el derecho de los israelíes a vivir en paz en su estado y el derecho de los palestinos a tener una patria libre y soberana».

El éxodo de la comunidad cristiana
En este escenario de conflictividad extendida e inestabilidad permanente, «el estado de ánimo de la comunidad cristiana –dice Twal– es el común a toda la población: se interroga sobre su propia tarea, se encuentra abatida por un cierto desánimo y no logra ver cuál puede ser su propio porvenir». La sensación de estar aislados y abandonados pesa mucho sobre la pequeña minoría cristiana que se reduce cada vez más a causa de las continuas partidas. Es un éxodo constante que afecta también a la comunidad musulmana y a la judía. Pero, subraya Twal, «la hemorragia de la comunidad cristiana no está ligada únicamente a los hechos recientes; sucede en todo Oriente Medio y es particularmente grave. Sin esta comunidad, Tierra Santa perdería un elemento esencial de su identidad. Por eso resulta necesario hacer un esfuerzo urgente en el plano local e internacional para ayudar a los cristianos a permanecer en su sitio». En este sentido son muy valoradas las iniciativas llevadas a cabo por distintas Iglesias cristianas en Tierra Santa: proyectos de vivienda para parejas jóvenes, becas para estudiantes y seminaristas, apoyo económico a las escuelas. «Pero el problema sobrepasa las posibilidades de las Iglesias. La paz y la confianza en el futuro son la verdadera solución para detener el fenómeno migratorio», y por eso es necesario ese compromiso internacional hasta hoy ineficaz, por no decir inexistente.

El desafío de la fe
Twal sabe que nadie tiene la solución en el bolsillo y comprende las dificultades de los políticos «para adoptar posiciones claras y bien definidas»; habla del «riesgo de caminar hacia un suicidio político» e invita a «hablar poco, amar más y ayudar con más intensidad», sin dejar por ello de denunciar las injusticias y la violencia cotidiana. Dice que «es necesario que cada uno, palestino o israelí, simpatizante de una u otra parte, tenga la honestidad de reconocer los límites de su punto de vista y de abrirse a los problemas de la parte contraria». Su realismo, sus consideraciones, que en boca de muchos otros podrían parecer utópicas declaraciones de intenciones, se fundamentan en la experiencia directa de la comunidad cristiana. El patriarcado de Jerusalén reúne a fieles que son ciudadanos árabes e israelíes, que en el conflicto se encuentran en frentes opuestos, que viven como minoría en sociedades distintas, enemigas entre ellas y en las que por encima de todo la presencia de la Iglesia no es bien aceptada. Por eso, dice Twal, «somos llamados a descubrir nuestra identidad cristiana y personal, a través de la historia atormentada de Jerusalén, a través de los tormentos de nuestros fieles, para que se produzca un salto cualitativo en la fe y una renovación de nuestras comunidades. Porque una fe que implique únicamente una pertenencia social y étnica es insuficiente, no puede responder a los desafíos que cotidianamente se presentan».

Jerusalén: ciudad de la paz
«Es verdad que las dificultades y los desafíos son enormes, pero también lo son las expectativas». Porque la expectativa de la paz es una esperanza que ha atravesado siglos de violencia y conflictos en Tierra Santa sin detenerse nunca. Porque, a pesar de todo, Jerusalén sigue siendo la ciudad de la paz. «Dios –dice Twal– ha guiado su proyecto de salvación sobre Jerusalén y desde Jerusalén, una ciudad cantada por los Salmos y descrita por los profetas como la Ciudad sobre el monte hacia el que afluirán todos los pueblos de la tierra. Reconocemos, al valorar esta situación, que todos somos un poco parciales, y a menudo estamos divididos con testarudez en nuestros juicios. El futuro de la humanidad está en el reconocimiento de la libertad, tal como Dios la ha querido para las personas individuales y para todos los pueblos. A nosotros nos corresponde obrar en este sentido, y sobre todo rezar por esa paz tan anhelada y esperada y que parece tan lejana. Procuremos que nuestra oración no sea defectuosa, es decir, partidista. La oración de intercesión, como la que fue pronunciada en el Gólgota, no excluye a nadie, ni siquiera a aquellos que “no saben, o no saben muy bien, lo que hacen”».


BOX
LLAMAMIENTO
Benedicto XVI

Ante el empeoramiento de la situación en Oriente Medio, la Sala de Prensa de la Santa Sede emitió el siguiente comunicado

1. El Santo Padre sigue con gran preocupación el destino de todas las poblaciones interesadas y proclama para el próximo domingo, 23 de julio, una jornada especial de oración y penitencia, invitando a los pastores y a los fieles de todas las iglesias particulares, así como a todos los creyentes del mundo, a implorar de Dios el don precioso de la paz.
2. En particular, el Sumo Pontífice desea que se eleven oraciones al Señor para que cese inmediatamente el fuego entre las partes, se instauren inmediatamente pasillos humanitarios para poder llevar ayuda a las poblaciones que sufren y se inicien después negociaciones razonables y responsables, para poner fin a situaciones objetivas de injusticia existentes en aquella región, como ya indicó el Papa Benedicto XVI en el Angelus del domingo pasado, 16 de julio.
3. Los libaneses tienen derecho a que se respete la integridad y la soberanía de su país, los israelíes tienen derecho a vivir en paz en su Estado y los palestinos tienen derecho a una patria libre y soberana.
4. En este doloroso momento, Su Santidad dirige también un llamamiento a las organizaciones caritativas para que ayuden a todas las poblaciones afectadas por este despiadado conflicto.
20 de julio de 2006