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Huellas N.8, Septiembre 2006

PRIMER PLANO Grandes entrevistas / Nikolaus Lobkowicz

Una fe razonable tratando las cosas del mundo

a cargo de Alessando Rondoni

Una de las personalidades más agudas de la cultura centroeuropea juzga la enemistad entre fe y razón que domina el Viejo continente, e invita a los laicos cristianos a dar testimonio en cualquier ámbito, incluso en la política. Un recuerdo de don Giussani: «Tenía un carisma particular que consistía en transmitir a las generaciones la fe cristiana como algo fresco, siempre nuevo»

Nikolaus Lobkowicz es una de las personalidades más destacadas del mundo intelectual centroeuropeo, y es en la actualidad director del Centro de Estudios para Europa central y oriental. Profesor en Alemania de Teoría política y Filosofía en la Universidad de Munich, de la que fue rector desde 1971 y a lo largo de más de diez años, fue después Presidente de la Universidad Católica de Eichstätt. Nacido en Checoslovaquia, ha sido profesor también en EEUU y tiene la ciudadanía americana. Le hemos entrevistado aprovechando el encuentro “Laicidad vs Laicismo” que ha tenido lugar en el Meeting de Rímini.

¿Qué le ha llamado la atención del lema del Meeting, que ha puesto en el punto de mira el tema de la razón?
Creo que la insistencia en el tema de la razón pertenece a una tradición antigua y justa de la Iglesia, no solo como premisa de la fe sino como estructura de interpretación de la fe. Tal insistencia es inusual, porque tanto los protestantes como las Iglesias libres no quieren tener nada que ver con la razón, la rechazan. Por eso existe el peligro de que la fe sea algo totalmente irracional y esté únicamente pegada a la palabra textual.

Se habla mucho de laicidad. ¿Qué modelos existen?
El senador Marcello Pera ha realizado una aguda distinción entre la tradición americana y la francesa proveniente de la revolución. La posición americana es la de la mayor parte de las instituciones europeas, y es importante porque lleva a la paz. Las Guerras de religión son ya inconcebibles. En Europa existe la separación entre Iglesia y Estado, aunque es necesario señalar que dicha separación nunca se produce al cien por cien. Por ejemplo, la máxima separación se da en Francia; en Alemania está proclamada en la Constitución, sin embargo se lleva a la práctica menos que en los demás Estados. La situación americana es la mejor y la más sencilla. También porque ha creado un sistema universitario y escolar inmenso, que no existe en ningún otro lugar del mundo. Justamente porque la Iglesia no está ligada al Estado.

¿Cómo se plantea hoy en día la cuestión de la libertad?
A finales del siglo XIX la Iglesia tenía miedo de la libertad. Por un lado estaba interesada en el poder, por otro pensaba que tenía que proteger a los hombres del mundo moderno. Uno de los pasos más importantes del Vaticano II fue precisamente el abandono de este miedo. Se ha creado de esta forma una situación en la que sólo los creyentes obedecen, y no ya pueblos enteros. Ya no existe el paternalismo autoritario, es una situación más difícil que la anterior, pero más evangélica.

A propósito de la educación, usted escribió hace tiempo en “El Nuevo Areópago” que era necesario tomar conciencia dentro de la experiencia del sentido de la tradición. ¿Qué quiere decir con esto?
La tradición es el nexo histórico con Cristo. Si la ponemos entre paréntesis caemos en una ingenuidad terrible, discutimos sobre problemas resueltos desde hace tiempo y perdemos la riqueza enorme de la Iglesia. La tradición es importante, porque si no la conocemos, no existe ya nexo alguno entre el evangelio y la vida de la Iglesia. Hay problemas difíciles, como por ejemplo el de la raíz de los sacramentos en el Evangelio, que solo pueden resolverse estudiando la tradición. Vivimos en un mundo tan ingenuo que la gente ya ni siquiera tiene ganas de conocer la tradición.

¿Cuál es en la actualidad el rostro de Europa?
El problema principal de Europa es que no tiene un fin, una meta. Hablamos de colaboración económica, pero, ¿qué queremos? Una Europa que reniega de su propia tradición cristiana no puede tener éxito, porque entonces tendría que dejar a un lado el setenta por ciento de su propia historia. Esta tradición es judeocristiana, es cristiano-ilustrada, está llena de contradicciones, pero la Iglesia nunca ha renegado de ella. Si Europa reniega de ella, la historia no puede terminar bien. Soy muy escéptico con respecto a la construcción de Europa.

Usted ha hablado de la importancia no de partidos católicos, sino de católicos libres en política. ¿A qué se refiere?
Creo que entre los católicos se considera la política como algo sucio, y por eso no se quiere tener mucho que ver con ella. Luego no hay que sorprenderse de que la política funcione de forma distinta a la que desean los cristianos. Los políticos no deben preocuparse de decir que son cristianos, deben transformar su convicción en acción. Hoy en día faltan figuras como Schuman, Adenauer, De Gasperi o De Gaulle. En una situación en la que distintas tradiciones tienen distintos partidos políticos, el cristiano puede estar activo en todos ellos, salvo en los comunistas. Así fue al comienzo de la República Federal Alemana, en donde muchas personalidades católicas significativas estaban presentes incluso entre los socialdemócratas. En EEUU podemos encontrar católicos entre los demócratas y entre los republicanos. Sobre problemas políticos concretos pueden tenerse opiniones distintas; es cierto que dentro de determinados límites.

¿Qué le ha impresionado del Meeting? ¿Cómo conoció a don Giussani?
Cada vez que vengo al Meeting me quedo profundamente impresionado sobre todo por la madurez de los proyectos que se llevan a cabo, y también por la cordialidad que se da con todos. Es distinto de lo que hay en Alemania, el Katholikentag: allí se toma todo en consideración, pero falta una finalidad. Aquí se ve una multiplicidad, una pluralidad que sin embargo tiene una perspectiva central.
El pensamiento de don Giussani ha tenido para mí una gran importancia, aunque yo era demasiado “viejo” para hacerme “cielino”. Giussani tenía un carisma particular que consistía en transmitir a las generaciones la fe cristiana como algo fresco, nuevo. Nunca ofreció a los jóvenes imperativos negativos, sino que siempre vio y comunicó lo positivo.

(ha colaborado Chiara Savoldelli)