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Huellas N.6, Junio 2006

CARTAS

Montevideo, Zamora, Maschwitz...

a cargo de María Rosa de Cárdenas

Milán, 12 de junio de 2006
Queridos amigos:
El encuentro con el Papa en la Plaza de San Pedro el pasado 3 de junio sigue vivo en la memoria: quiero detenerme con vosotros en lo que ha ocurrido.
El gesto de petición que hemos vivido con todos los movimientos junto al Santo Padre ha sido una súplica al Espíritu. No es insignificante que haya elegido esta modalidad de encuentro. El motivo de dicha elección se encuentra en la homilía de la Misa de Pentecostés, en la que Benedicto XVI ha expresado la convicción de que «la eficacia misionera» no depende «principalmente de una atenta programación y de la consiguiente actuación inteligente mediante un empeño concreto», sino –antes de cualquier respuesta por nuestra parte– de la iniciativa de Aquel que es «el verdadero protagonista de la Iglesia»: el Espíritu de Jesucristo. Necesitamos, por tanto, su Espíritu.
Todos en la Plaza de San Pedro percibimos la verdad de lo que decía el Papa al identificar la obra del Espíritu: «Su Espíritu entra en nuestros corazones uniéndonos así con el propio Jesús y con el Padre». ¿No es quizás esta pertenencia, cada vez más estrecha, lo que todos deseamos? Sólo este dejarnos atraer a Él permite que el Espíritu lleve a plenitud nuestra vida, libertad y unidad. Este es el camino que nos ha indicado el Papa.
«Encontramos la vida –nos dijo– en la comunión con Aquel que es la vida en persona, en la comunión con el Dios vivo». Esta comunión con Cristo colmará nuestro corazón hasta hacernos libres, capaces de «demostrar a los demás con nuestra vida que somos libres». De este modo, mediante su Espíritu, Cristo edifica su Cuerpo creando esa unidad que entra en contacto con el mundo y lo transforma.
Os ruego que retoméis las palabras que el Papa nos ha dirigido, pidiendo al Espíritu que todo lo que nos ha dicho se haga cada vez más nuestro, pues somos nosotros los primeros que necesitamos vida y libertad verdaderas. Todos sabemos lo consciente que fue don Giussani de la necesidad de pedir al Espíritu por la insistencia con que nos invitó a repetir la invocación: «Veni, Sancte Spiritus. Veni, per Mariam».
Sólo así podemos contribuir a la misión de la Iglesia, respondiendo al llamamiento del Santo Padre: «Queridos amigos, os pido que seáis aún más, mucho más, colaboradores en el ministerio apostólico universal del Papa, abriendo las puertas a Cristo».
Con afecto y amistad.
Julián Carrón

Gius, Alberto, Santiago y Alver
Se podría decir que CL en Uruguay pasó por tres etapas. En 1985 don Giussani visitó Uruguay. Se reunió en aquel entonces con el arzobispo Mons. José Gottardi, salesiano, para plantear la propuesta de Comunión y Liberación. En junio de 1986 Giussani viajó a Córdoba, Argentina, para participar en un encuentro con jóvenes de toda América Latina. Me invitaron a asistir, aunque fui sin conocer la realidad con la que me iba a enfrentar, dado que yo estaba fuera de la Iglesia y sin ninguna intención de volver a ella. Cuando llegamos a nuestro destino, la ciudad de Carlos Paz, nos alojamos en un monasterio franciscano. Más tarde fuimos a un salón muy grande en el que había alrededor de mil jóvenes de toda América Latina. En el centro, una mesa y una silla en la que estaba sentado un señor a quien no conocía. Lo primero que recuerdo de “ese señor” es que dijo llamarse Luigi Giussani y se disculpó por no poder expresarse en español y depender de un traductor. Luego disparó su primer dardo directo al corazón: «Al encontrar a Cristo me descubrí hombre». A partir de esa frase comenzó en mí un proceso de transformación, de búsqueda y de participación activa en la Iglesia que dura hasta hoy. De vuelta en Uruguay empecé a conocer a la Iglesia, insertándome en la vida de una parroquia que estaba a tres cuadras de mi casa: se trataba de la Iglesia Catedral de Montevideo, y mi estancia allí me dio la oportunidad de conocer a muchos sacerdotes y religiosos, hombres santos que con su testimonio de vida me ayudaron en el camino de la fe. Y así comenzó un trabajo arduo de formación espiritual, de discernimiento vocacional y también una época de estudio para profundizar el la historia de la Iglesia, en la filosofía y en la teología. Para ello tuve a mi lado a mi padre, intelectual y hoy gran amigo Alberto Methol Ferré, uno de los grandes pensadores de la actualidad (junto con Alver Metalli acaban de publicar un libro sobre la América Latina en el siglo XXI).
Aprecié mucho el apoyo de monseñor Pablo Galimberti, y desarrollamos muchas actividades en su diócesis de San José, donde siempre nos sentimos como en nuestra casa. Unos años después, en el 90, se realizó un nuevo intento a partir del interés de un grupo de laicos, pero la falta de contacto de casi todos los participantes de ese nuevo grupo con la experiencia original fue causa de un nuevo revés. El 22 de febrero de 2005 moría don Luigi, mi padre espiritual; días más tarde me llegó un artículo por la agencia Zenit sobre CL y decidí escribir al Centro Internacional una carta de saludo, recordándoles que don Gius tenía un hijo aquí en Uruguay que lo recordaba con mucho cariño. A los tres días me llegó un mail de Alver Metalli, que pertenece a los Memores Domini: «Estimado Santiago: estoy viviendo en Uruguay. Desde Italia me reenviaron tu mail; este viernes se reúne la Escuela de comunidad en mi casa y estás invitado junto con tu señora. Te espero». Grande fue mi sorpresa y alegría al enterarme de que recientemente había comenzado una nueva etapa de CL en Montevideo, esta vez con todo el apoyo de nuestro arzobispo monseñor Nicolás Cotugno y una presencia real del movimiento. Inmediatamente mi esposa y yo nos integramos en esa Escuela de comunidad de la que participan personas de diversas edades y profesiones. El año pasado dos de nuestros jóvenes viajaron al famoso Meeting de Rímini, experiencia que se va a repetir este año. Otro grupo participó en una asamblea de responsables que tuvo lugar en la Maríapolis de O´Higgins en Argentina, y también nuestros universitarios participaron en las vacaciones del movimiento en Bariloche y en varios retiros.
Santiago, Montevideo (Uruguay)

Fruto de la fidelidad de Don José y de la pasión de algunos amigos
El último día que nos reunimos con los chavales de Muga, me despedí de ellos invitándoles a que se quedasen el fin de semana en el colegio, porque iban a venir unos cuantos amigos míos desde Madrid para pasar el día con ellos. Don José ya tenía todo preparado: las habitaciones, la comida, había cambiado el horario normal del sábado para que los chavales pudiesen estar con nosotros etc. Estaba muy nervioso preguntándome todo el tiempo cuántos iban a venir, qué íbamos a hacer... quería que saliera todo bien. El viernes por la noche aparecieron en Zamora los primeros de mis amigos –Urbano, Oriol, Edu, Sergio, Paloma, Blanca, Isa Muga, Susana...– y el sábado a las 10:00 los de Bocatas. Esto no hay que darlo por supuesto. Es conmovedor, es toda una constatación de que la nuestra (...a veces) es una compañía apasionada por el hombre y por la vida, si no ¿cómo se entiende que estos vengan desde Madrid a ver a unos chavales que no conocen? Por la pasión por el propio destino y por una relación real con Cristo no te importa ir donde Él se manifieste. El sábado comenzó la Gymkana. Había unos 120 chavales. Nos reunimos en una explanada; Don José rezó el Angelus y comenzó la batalla. Cuatro equipos: Lusitanos, Iberos, Cartagineses y Romanos. Un objetivo: ¡¡¡conquistar las tierras de Muga!!! Las pruebas fueron divertidísimas y los chavales y nosotros nos dejamos la piel. Una de las pruebas era traer el animal más grande y aparecieron al rato por el horizonte tres iberos montados en un pedazo de burro mientras otros le perseguían por detrás... O encontrar al habitante más anciano del pueblo, que se encontró y lo trajeron al campo de batalla: con 100 años, y como una rosa la señora. O la gran representación final en la que cada equipo debía escenificar un consejo de su tribu ataviados debidamente y ante la presencia del resto de equipos. Luego, nos fuimos todos a los comedores a comer. Después, habíamos propuesto ver una película juntos. Era: Los chicos del coro. Cuando terminó la película les pregunté que es lo que más les había llamado la atención y respondieron que la relación entre el profesor y los chicos, con qué estima les trataba y cómo ellos cambiaban por esa estima que percibían en él. ¡Una chica dijo que fue la belleza del canto lo que les cambió! Después de que algunos jugásemos con los chavales un pequeño campeonato de futbito (la paliza que nos dieron fue vergonzosa, estamos para el arrastre, volaban a nuestro alrededor), fuimos todos a misa con Don José. Los cantos de la misa los preparó Paloma y a las señoras del pueblo, que vinieron aposta, les gustó mucho; a los chavales también, porque a la salida algunos me dijeron que en el día de hoy les había gustado hasta la misa, cosa que nunca habían imaginado. Al final cenamos, y por fin la fiesta. Esta se presentaba un poco complicada ya que jugaban el Barsa y el Madrid y muchos queríamos verlo, pero decidimos terminar el día juntos con un momento bonito en el que fuese más fácil reconocer una unidad. Aunque se dio libertad para ver el partido al que quería, en la fiesta serían unos 50 chavales, y no todo niñas ¿eh? De hecho me sorprendió que muchos de los que se pirran por el fútbol prefirieron la fiesta al partido. Cantamos, bailamos, Paloma les enseñó canciones (uno de los momentos mas bonitos fue cuando les enseñamos Il popolo canta la sua liberazione...). Rezamos un Padre Nuestro y dimos por finalizado el día. Un día agotador pero precioso, donde muchos pudimos comprobar cómo corresponde con el corazón del hombre una forma de estar juntos que recoge y potencia todo lo que sucede, porque está atenta precisamente a lo que sucede, a lo que sucede en tanto que sucede, y que es un don. Esa fue la propuesta que hicimos al principio a los chavales: que estuvieran atentos a lo que iba a suceder durante el día. Al lunes siguiente les pregunté qué les había parecido. Me dijeron que “muy bien”. Uno me dijo que lo que más le había llamado la atención era el “ambiente” que hubo: «Tenía la sensación durante todo el día de que en ese lugar se me quería». Impresionante ¿verdad? Ya hace unos meses de esto, los encuentros los lunes cada vez son más ricos, aunque cada vez van viniendo menos, es verdad, pero los que vienen, con los ojos como platos. Ayer mismo les dije que me resumieran de qué habíamos estado hablando todos estos días y una chica dijo textualmente: «Lo que nosotros somos esta definido por el corazón. Somos un conjunto de exigencias, y renunciar a ellas es dejar de ser hombres. Es más razonable esperar que se cumplan que desesperar, porque si están ahí es por algo».
Manute, Zamora (España)

Un punto de inflexión
No sé cuanto tiempo hacía que no leía el Libro del Mes. Podría esgrimir muchas excusas, pero la verdad es que no me planteaba su utilidad. Hace dos meses, un amigo nos propuso leer el libro que el movimiento proponía para marzo y comentarlo juntos, aprovechando las cenas que hacemos después de la Escuela de comunidad. Leímos primero el libro de Lewis, Cartas del diablo a su sobrino, y después El poder y la gloria. Esta última lectura me ha llenado de agradecimiento hacia el movimiento cuando he comprobado el sentido de esta propuesta mensual. Graham Green expresa en su novela la misma verdad que Giussani en Por qué la Iglesia. Los sacramentos, don de la ternura de Dios, sólo requieren de nosotros la conciencia de que somos unos mendigos y quien se acerca de esta manera experimenta el milagro del cambio. Después de quince años celebrando misa diaria, reconozco que este punto de la Escuela y esta lectura han marcado en mí un punto de inflexión.
Bernabé, Madrid (España)

Un ciego en las carreras
El pasado 14 de mayo tuve la suerte de asistir al Gran premio de Fórmula 1 en Barcelona con dos compañeros de trabajo. Uno de ellos nos presentó a tres amigos suyos que también estaban allí, uno de ellos ciego por un dramático accidente de coche no hace muchos años. Mientras nos tomábamos una cerveza pensaba en qué sentido tenía que un ciego viniera desde Madrid en el mismo día (con todo lo que ello supone) para “ver” algo que es totalmente imposible de ver. Me sorprendía mucho, ya que la F1 es un verdadero espectáculo digno de verse por todo lo que se monta alrededor de la carrera. Lo primero que pensé injustamente fue: «otro enrollado de la vida que no quiere aceptar su limitación y va como si no pasara nada». Ciertamente me sorprendió la naturalidad con la que hablaba de las carreras, como si realmente lo viera todo. Después nos fuimos a nuestras localidades y ellos a las suyas. Mientras iba andando hacia mi asiento me di cuenta de una cosa: realmente esta persona iba allí por un atractivo enorme por lo que iba a suceder. No podía ser por otra cosa distinta. También me di cuenta de que a mí me pasa lo mismo que a este ciego: yo no he visto el rostro de Cristo como veo el de mi mujer, mi hija o mis amigos, pero soy cristiano no por que me lo haya propuesto sino por un atractivo que me mueve; me acordé del encuentro de Cristo con Tomás en la segunda aparición a los apóstoles: «Dichoso el que crea sin haber visto». Es bonito ver cómo un ciego puede ir a las carreras sin ver los coches, pero sintiendo lo que está pasando allí. El ambiente, el ruido ensordecedor de los coches, la emoción del circuito que ese día vibró como nunca con la victoria de Fernando Alonso, etc. Todo ello afirma un hecho y es que había carreras de F1. Igual que nosotros que afirmamos la presencia de Cristo por todos los datos que la realidad contiene que remiten a Él y que hace claro y evidente su presencia en el mundo.
Jorge, Madrid (España)

Sara y la fidelidad de Dios
El sábado 6 de mayo, fue un día precioso. Un grupo de unas 80 personas –grandes y pequeñitas– acudió a Cuenca, junto con unos amigos de Valencia, para conocer a los tres matrimonios y a los sacerdotes que don Giussani ha alcanzado ahí. Quisimos pasar el día juntos visitando la catedral y disfrutando de la belleza de la ciudad y, luego, hacer la Escuela de comunidad disfrutando de la belleza de «algo que está sucediendo ahora». Mientras celebrábamos cantando un 40 aniversario de matrimonio y otro de 12 años –con los cuatro críos correteando por ahí–, pensaba en la fidelidad de Dios: «Yo estaré con vosotros todos los días». Desde ese día se ha establecido una relación con Julián y Mari Mar, con Jorge y Natalia, con Jorge y su esposa, que es para siempre. Y sobre todo con Sara, que espera conocer a los bachilleres, porque tiene la edad en la que se puede conocer a Cristo y aceptarlo –decía Giussani– «con el esplendor de la juventud».
Carmen, Madrid (España)

¡Gracias!
Ahora en casa estamos conviviendo con mi abuela materna. Mi madre no es hija única, y tiene más hermanos que viven no sólo en Sevilla sino también en el barrio. Gracias al cuaderno de la caritativa aprendemos a no desesperar, a no discutir con la familia por este tema y, sobre todo, nos educamos ¡sin salir de casa! Claro que el mismo cuaderno en casa hay quien lo entiende y quien no tanto, pero la propuesta es muy clara y ahí está para todo el que quiera. Es muy interesante lo que estoy viviendo: creo que, por primera vez, hago experiencia 100% de la dimensión caritativa tal y como la propone el movimiento.
Cristina, Sevilla (España)

Maestro, ¿dónde moras?
Llevo tiempo dándome cuenta de que el Señor me pide ahora que encarne su disposición de acogida. Desde hace unos años ha hecho llegar a nuestra casa huéspedes de todas clases, para quedarse un par de años, o unos meses, o simplemente para un día de campo. Cuando noto que esta tarea me pesa, pienso en la participación de la Virgen María en la escena tan recordada por Don Gius: «Maestro, ¿dónde moras? Venid y lo veréis». La imagino preparando una meriendita para su Hijo que llegaba con sus amigos Santiago y Juan, y, mientras preparo las cosas, me digo: «El Señor está a punto de llegar con unos amigos». Pero esta primavera lo he notado aún más, porque la gente ya se me invita segura de una cordial acogida por parte de toda nuestra familia. La última movida ha sido con nuestro antiguo Equipo de Nuestra Señora, movimiento eclesial al que pertenecimos durante 20 años. Nuestro equipo se disolvió en su momento, pero ahora nos hemos reencontrado con gran alegría a pesar de la tristeza de constatar que algunos han perdido la fe. Fuimos al campo con todos nuestros hijos y nietos, en total 72 personas. Cuando esa mañana me dirigía a misa tempranito para tener tiempo de preparar todo, vi una nueva dimensión a esa cita del Evangelio: el Señor quiere mostrar a mis amigos dónde mora, y los trae a mi casa. Conmovida y agradecida, me llenó de alegría pensar que Él ha elegido vivir en nuestra casa, y que quiere manifestarse a través de nuestra acogida.
María Rosa, Madrid (España)

Qué bien se está aquí
Formo parte de un grupo de CL –siete matrimonios y 17 hijos– que al necesitar una vivienda adecuada para sus familias –antes que por el proyecto de vivir juntos– a principios de 2005 nos mudamos de Capital Federal a la localidad de Maschwitz, a unos 43 Km de Buenos Aires (la ciudad tiene aproximadamente unos 4.000 habitantes). Tras la mudanza, nuestros amigos, mi esposa y yo quisimos empezar allí una Escuela de comunidad. También organizamos la presentación del libro de Giussani Por qué la Iglesia y la proyección en semana santa del film La Pasión. En breve presentaremos también el libro El Riesgo Educativo en consonancia con la Campaña Tiempo de Educar. Pues bien, a lo largo de este tiempo –poco más de un año– no exento de sacrificios y dificultades, he verificado que sólo perteneciendo a un lugar concreto y siguiendo el ímpetu que brota del carisma –antes que mis imágenes y proyectos– el Señor se encarga de construir. ¡Qué razón tiene Giussani cuando afirma que el ambiente es una trama de relaciones que aborda de manera concreta el contexto y la problemática cotidianos! Para mi esposa y yo esto implica que tres de nuestros hijos vayan a un jardín de infantes junto con otros hijos de amigos nuestros y que a partir de un hecho tan concreto entremos en relación con otros padres de compañeritos de los niños. A raíz de esta relación pensamos en invitar el día 25 de mayo –día de la revolución de mayo y feriado nacional en la Argentina– a tres de esos matrimonios y sus hijos a comer un asado en nuestra casa junto con los amigos de la comunidad. Comimos y cantamos juntos. Al día siguiente, en el jardín de infantes, una madre nos contó que después de la comida debían acudir, ella y su marido, a otra cita, pero su esposo le dijo: «Lo que ha pasado allí es algo para pensar y prefiero no ir, sino quedarme con lo que he vivido hoy». Esto me recordó un artículo de Huellas publicado en el mes de mayo con el título “La densidad de la persona”, en el que Giussani se pregunta cómo adherirse razonablemente a la propuesta cristiana y responde: «Mostrando a la gente un modo de vivir mejor, implicando a las personas, generando juntos una actitud ante la vida, unos gestos y unas obras que respondan a las necesidades de la vida de manera que uno diga “qué bien se está aquí, es bello vivir así”. Es la experiencia de algo que uno lleva dentro y que llena la vida de propuestas –palabras, obras, organización del tiempo, iniciativas y sobre todo, relaciones– que no se ven en otros lugares, donde la humanidad se demuestra más humana». Ciertamente lo que pasa –que encierra una promesa– no es obra nuestra, ni de nuestra genialidad, sino de Cristo que nos reclama a su Presencia a través de las circunstancias cotidianas.
Fernando, Maschwitz (Argentina)

Ante Tu rostro
Hace unos días, después de 29 años de enfermedad, falleció mi padre. Por encima de la pena que siento, su vida es para mí motivo de agradecimiento. Cuando sufrió el primer infarto yo tenía un año y por la gravedad de lo ocurrido podía no haber sobrevivido. Doy gracias a Dios porque he tenido durante treinta años un padre que, por encima de su carácter fuerte y su tozudez, me ha enseñado que las cosas tienen un significado, que nada es así “porque sí”. Nunca me lo dijo con esas palabras, pero siempre me explicaba lo que sabía, el porqué de las cosas que él conocía. También doy gracias porque, después de tener el cuarto infarto en enero, y sufrir una infección de hospital que los médicos calificaban de “mortal de necesidad”, se recuperó milagrosamente y pudo llegar a mi boda, que fue en marzo. Y también doy gracias a Dios por la herencia de vida que nos dio en el momento de su muerte: cuando se despertó en medio de la noche con dificultad para respirar y sintió que llegaba su hora, mientras mis hermanos llamaban a la ambulancia, él dijo: «Misericordia, Dios mío». Estas palabras las dijo mi abuelo cuando murió repentinamente, teniendo mi padre dieciocho años. Mi padre nos había contado alguna vez ese episodio, pero a pesar del largo historial de ataques al corazón y operaciones, yo nunca se lo había oído decir en primera persona. En el momento de su muerte no se encontró ante la nada, pues a la nada no se le pide misericordia, sino que reconoció humildemente el rostro del Señor. Pedid para que la Santa Virgen María le lleve de su mano a la presencia de su Hijo.
Javier, Madrid (España)