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Huellas N.5, Mayo 2006

CULTURA Tiempo de Educar / Educar es un riesgo

Madrid. Cuando inteligencia y corazón coinciden

Cristina López Schlichting

El escritor Juan Manuel de Prada y Julián Carrón presentaron el libro de don Giussani Educar es un riesgo en el Aula Magna de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense. Fue un espectáculo de humanidad en el que ambos midieron su inteligencia y su corazón con las palabras de Giussani. A la vista de todos se consolidó una amistad gracias a «esa iluminación que nos proporciona la verdad, la verdad bellamente escrita y la verdad que no nace solamente de conceptos fríos sino que se encarna en la vida»

El anfiteatro del Aula Magna estaba hasta los topes. Había profesores universitarios, profesionales de todas las ramas, padres y madres interesados en la educación y estudiantes, sobre todo jóvenes, todos expectantes ante un dúo de titanes: Carrón, que tan pocas veces se deja ya ver por España, y el escritor Juan Manuel de Prada que, como reseñó Javier Restán, ha sido señalado por la prestigiosa revista New Yorker como uno de los seis autores europeos más prometedores. Presidía la mesa el anfitrión y decano de la Facultad, D. José Iturmendi. La sala atiborrada no defraudó las expectativas que yo me había atrevido a crear en Prada: «Será un acto multitudinario», me arriesgué a decirle cuando lo invité, sabiendo de sobra que detesta las multitudes, pero que no hay vanidad profesional que se sustraiga al encanto de las masas.

Clarividencia
La sorpresa me esperaba desde el principio del acto, cuando Juan Manuel reconoció con sencillez: «dije que sí por la amistad que me une a Cristina desde hace muchos años», y añadió: «hoy esta amistad se intensifica, puesto que la lectura del libro que vamos a comentar ha sido para mí una experiencia iluminadora». Tuvimos el placer de escuchar una lectura de Educar es un riesgo sumamente lúcida. Con su vocabulario desbordante y sus precisiones minuciosas Prada nos hizo un resumen magistral de las definiciones de “tradición” y “autoridad”, como transmisión de la experiencia de una pueblo, a través de personas «que infunden en nosotros un apetito de sabiduría, un deseo de abrir los ojos a realidades nuevas». Y, aún más, había identificado perfectamente que «sin duda alguna lo más específico del libro es lo que don Giussani escribe acerca de la necesidad de ofrecer una hipótesis explicativa de la realidad en la persona de Cristo».

Y atrevimiento
Prada se atrevió a hacer un juicio sobre la escuela católica en España, explicando las reacciones de indiferencia, tradicionalismo reaccionario u hostilidad hacia la fe que, según Giussani, puede provocar la reducción del cristianismo a teoría. «Muchas veces me pregunto por qué tantos miles de niños, tantos miles de jóvenes que pasan por escuelas o universidades católicas, al día siguiente de tener su título ya se han olvidado de la enseñanzas que han recibido. Creo sinceramente que es porque, por desgracia, la escuela católica no logra transmitir que es Jesús la figura que explica toda la realidad». Terminaba mi amigo –y por vez primera digo esta palabra en toda su profundidad–haciéndose eco de la misna propuesta del libro, la de «experimentar la verdad de Jesús, que se dirige a cada uno de nosotros eligiéndonos personalmente para constituirse en motor de nuestra vida y hacernos capaces de entrar en diálogo con la sociedad».

En contacto con la vida
Julián Carrón tomó después la palabra. Estaba cansado después del largo viaje y de las entrevistas previas, pero el texto que había preparado rezumaba ese contacto con la vida que hace tan características todas sus intervenciones. Esta vez no nos habló del tamaño del zapato, pero eligió como punto de partida dos artículos que acababa de leer. Uno del diario La Repubblica, que describía nuestra sociedad inmadura que ama la indecisión, vive el tiempo como una serie de instantes sin conexión y es hija de unos padres ocupados en conquistar el éxito y evitar el aburrimiento. El segundo, del Herald Tribune, que constataba la existencia de 300.000 europeos jóvenes que viven solos y literalmente “pegados” a Internet.

Una propuesta
Carrón se preguntaba cómo hacer frente a este desafío educativo y explicaba que «para educar hoy no se puede dar por descontado el sujeto, porque en muchos jóvenes falta hasta el interés por la propia humanidad. Es imprescindible despertar el Yo de su letargo» y nos recordaba que «la libertad no se pone en marcha sin un atractivo; (...) sin verdad que testimoniar sólo quedan el moralismo, los controles, la ética, pero la ética no moviliza al sujeto: no hay más que ver las escuelas o las iglesias».
La propuesta alternativa pasa por el corazón del hombre. «Tenemos un aliado –Carrón nos recordó a Cesare Pavese–, el corazón». El corazón que espera y que sólo precisa una hipótesis explicativa de la realidad. El que, ante el espectáculo del universo no se plantea sólo cuántas estrellas hay, sino “¿qué es esto?, ¿qué significa para mí?”, la misma pregunta que le surgía a Olivier Clement a los ocho años ante el cadáver de su amigo Antoine y que no encontraba consuelo en la respuesta escueta de su padre, «Antoine ya no está», sino que aparecía con renovado ímpetu ante el cielo estrellado.

Una vez más
El acto concluyó con una de esas afirmaciones rotundas, terrosas, sólidas de Julián: «Ningún poder de este mundo puede evitar que existan las montañas ni las estrellas. Están. Así que la única cuestión estriba en tener una hipótesis explicativa vivida y transmitida por un pueblo (...). El riesgo del educador consiste en que el corazón del joven lo verifique; hay que apostarlo todo por la libertad pura, como nos enseñó don Giussani». Si alguien sintió vértigo en ese momento, Carrón no experimentó la tentación de evitárselo: «Sólo una hipótesis en condiciones de dar respuesta a las preguntas que se plantean ante la realidad puede ser válida, por eso la Iglesia no ha de tener temor alguno: tenemos una hipótesis excepcional, sólo nos basta encarnarla». Aquella noche, en la cena en casa de Cachi y Paco, con Prada a sus anchas, repantingado en su silla y riéndose a borbotones, la amistad se hizo espectáculo y la hipótesis se reveló, una vez más, verdadera.