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Huellas N.3, Marzo 2006

CULTURA Mozart (1756–1791)

Vísperas solemnes de Confessore

Luigi Giussani

«Señor, ¡es música lo que me concedes sentir!, ¡es música lo que Tú me dices, aquello a lo que me llamas, lo que me pides, lo que me haces comprender y lo que me llamas a entender!»

El cosmos y toda la realidad, del hombre y de la historia humana, son como una admirable obra de arte, la gran obra maestra de Dios, una grandiosa construcción del Creador cuyas piedras vivas somos nosotros. Por ello, la conciencia humana escudriña las dimensiones del ser, se abre a la verdad, discierne la belleza del mundo que es Cristo. Esta suma Belleza se refleja de manera natural en esta pieza de Mozart, cautivadora y fascinante. Es, en efecto, el asombro lo que hace cantar al corazón de Mozart –y al nuestro con el suyo–, la admiración y la gratitud ante el Ser que es la verdad y la consistencia de todas las cosas.

Veritas Domini manet in aeternum. La razón parte de la realidad sensible, de lo que toca y ve. Observa, indaga, alcanza su intimidad, lo que provee las cosas de una consistencia estable, de una dignidad sin par: eterna, pues participa de la verdad. Si algo es verdadero, es eterno, existe para siempre. Veritas Domini manet in aeternum. Pero, partiendo de lo que conoce, toca, mira y escucha, la razón alcanza algo más concreto, más estable y consistente, más significativo, todo lo contrario de abstracto. Nosotros decimos que es “abstracto”, porque no lo tocamos, no lo vemos ni lo captamos con los sentidos. Pero todo lo que vemos, sentimos y escuchamos nos conduce precisamente hacia otra cosa; de lo contrario, no conoceríamos a nuestros padres, la realidad concreta se nos quedaría ajena.

Laudate Dominum omnes gentes, laudate Eum omnes populi! La belleza serena y sublime de este salmo conforta el alma, ensancha la mente, hace de nuestro yo el centro de resonancia de ondas que provienen de las galaxias más lejanas, y le dispone a abrir los brazos para abrazar al mundo entero, de tal manera que todo se unifica y uno se ve abocado a decir: «Existe, es», porque la belleza es el esplendor de la verdad.

Laudate Dominum omnes gentes. La finalidad de la vida del cristiano es la gloria de Cristo en el mundo: dar a conocer a Cristo en el mundo. La pasión por la gloria de Cristo, el deseo de que Cristo sea conocido, el ansia de que todos le reconozcan: dar testimonio de Cristo es el objetivo del cristiano, la finalidad del hombre bautizado, del hombre escogido. Laudate Dominum…

Quoniam confirmata est super nos misericordia Eius. Alabad al Señor, porque nos ha abrazado para siempre con su misericordia. Es el corazón del mensaje cristiano: el misterio de Dios se da a conocer, se hace seguir y amar, con entrañas de misericordia; educa, corrige, sostiene, castiga, previene, consuela, conforta, pronunciando siempre en último término una palabra extraña –¡imposible de entender para el hombre!–: “misericordia”, siempre en el horizonte último se manifiesta como “misericordia”. El Misterio es misericordia. Lo es hasta tal punto des que se hizo Hombre en Jesús, la suprema misericordia. La relación entre el hombre y su Destino es misericordia.

Confirmata est super nos misericordia Eius. Son palabras que reflejan la Presencia que está entre nosotros, con la misma inmediatez con la que gozamos de la música. Señor, ¡es música lo que me concedes sentir!, ¡es música lo que Tú me dices, aquello a lo que me llamas, lo que me pides, lo que me haces comprender y lo que me llamas a entender! Es música para mí caminar en el tiempo como Tú quieres.