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Huellas N.3, Marzo 2006

CULTURA Ciencia

¿Cómo nació el mundo?
Claramente no al ritmo de “-ismos”

Mario Gargantini

Una reciente intervención del cardenal Schönborn ha atizado un antiguo debate: ¿Quién tiene razón: Darwin o la Biblia? Entre evolucionismo y creacionismo, infinidad de teorías

La tentación de utilizar una teoría científica para responder a preguntas no científicas se ha manifestado varias veces en la historia moderna, y la polémica sobre el Intelligent Design (ID) no es otra cosa que el último ejemplo de este error de prospectiva.
El recurso a la evolución como alternativa a la creación no ha tardado en difundirse tras la primera obra de Darwin (1859): no tanto por parte del autor como por el celo de sus seguidores como Huxley, Gray o su hijo Francis. A finales del siglo XIX ya se habían delineado dos frentes contrapuestos, identificados como evolucionismo y creacionismo, donde los -ismos ya deberían advertir que se trata de opciones ideológicas y no de teorías científicas. Desde entonces de la parte evolucionista se han puesto, a menudo ingenuamente, casi todos los científicos y se ha generado la convicción tácita de que cualquier crítica a Darwin coincide con un amenazador ataque a la propia ciencia.

Acto divino
En la parte opuesta, sin embargo, no está la Iglesia, que desde su tradición más antigua (basta citar a San Agustín), elaboró la idea de creación como acto divino que se despliega en el tiempo y que contiene todo el proyecto del mundo. Tanto es así que una personalidad atenta y rigurosa como el cardenal Newman podía declarar, en 1870, que no encontraba nada contrario a la religión en las hipótesis de Darwin. La intransigencia creacionista está más bien sostenida por corrientes minoritarias de Iglesias reformadas americanas que proponen la interpretación literal del Génesis, con tesis insostenibles como la duración de la creación en seis días o la formación inmediata de cada una de las especies y su inmutabilidad en el tiempo. Son estos grupos los que consiguen, en algunos estados americanos, la prohibición de enseñar el darwinismo y que encienden el primer polvorín en 1925, con el proceso a un profesor de Tennessee que había violado dicha ley. Después de un periodo de relativa calma, la polémica explota de nuevo en los años 60, sobre todo debido a la reforma de los programas escolares y de los libros de texto.
Mientras tanto la biología da pasos de gigante; hasta el punto de no hablar ya de darwinismo, sinó de neo-síntesis, para tener en cuenta los avances de la biología molecular y de la genética. No obstante, empiezan a aparecer también los puntos débiles de la teoría darwinista y algunos se atreven a ir más allá, llegando a poner en duda algunos de sus aspectos típicos, como el gradualismo que habría guiado el proceso evolutivo con continuidad y sin saltos. Ya se habla abiertamente de pluralidad de las teorías evolutivas; y precisamente a ellas se refería Juan Pablo II en 1996 cuando habló de la evolución como algo «más que una mera hipótesis».

Intelligent Design
Dentro del debate científico sobre los límites de la neo-síntesis nace el movimiento ID, que entre sus exponentes cuenta con científicos que se distancian de los fundamentalistas, como el bioquímico Michael Behe, que describiendo la «complejidad irreducible» de los seres vivos, a partir de la misma célula llega a reconocer en un Proyecto Inteligente la «mejor explicación» del fenómeno evolutivo. Desgraciadamente este enfoque recuerda, de forma especular, al de los primeros evolucionistas: entonces lo que excluyó al Creador fue la euforia por el “descubrimiento” del secreto de la vida; ahora es el énfasis en lo que la ciencia no explica lo que justifica su reintroducción. No es necesario ni aprobar ni criticar a Darwin para hablar de forma razonable de un Dios Creador. Las recientes intervenciones del cardenal Schönborn van en la dirección del relanzamiento, basándose en una racionalidad abierta y no reduccionista, de la idea de un Creador bueno que sigue sosteniendo y guiando su creación. Por decirlo con el cardenal Newman, «creo en un diseño porque creo en Dios, no en un dios porque veo el diseño».