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Huellas N.3, Marzo 2006

PRIMER PLANO Cristianos e islam

Entrevista a Samir Khalil Samir. Hace falta una verdadera labor educativa

a cargo de Giorgio Paolucci

¿De dónde partir para hacer frente al fundamentalismo islámico? Responde Samir Khalil Samir, jesuita, profesor de islamología en la Saint Joseph University de Beirut y en el Pontificio Instituto Oriental de Roma, autor del libro Cien preguntas sobre el islam

El islam quema, pero el fuego arrecia desde hace tiempo. Las violentas protestas de la calle contra las caricaturas de Mahoma, el terrorismo, los kamikazes, son el resultado de una estrategia que viene de lejos y que está envenenando el mundo musulmán. Hace falta remontarse por lo menos hasta los años setenta del siglo pasado para identificar el nacimiento del llamado fundamentalismo islámico que, desde los países árabes, se ha difundido en todo el mundo musulmán, incluidas las comunidades de inmigrantes en Occidente. El proceso se debe al menos a dos factores: la desilusión por la quiebra de los modelos de desarrollo adoptados y la utopía de que los graves problemas latentes –pobreza, atraso tecnológico y cultural– puedan solucionarse con la fórmula mágica de la “vuelta al islam”.

La enseñanza
«Pero una fórmula no soluciona nada: lo que sirve es un renacimiento educativo, una reforma que incida en la formación de la mentalidad, que ponga en el centro la razón», explica Samir Khalil Samir, jesuita, profesor de islamología en la Saint Joseph University de Beirut y en el Pontificio Instituto Oriental de Roma. En cambio, ¿qué pasa en el mundo musulmán? «Lamentablemente, prevalece un acercamiento mecánico y literal al Corán, que va parejo a una cerrazón rígida con respecto a todo lo que no se considera islámico. Las consecuencias son desoladoras: en la escuela los métodos de enseñanza se basan en la repetición y la memorización de los conceptos en detrimento de la argumentación lógica; en la familia se impone a los hijos una obediencia ciega y absoluta, que da órdenes más que razones; en la sociedad brillan por su ausencia la libre confrontación y la democracia». Es cierto que en estos años se han desarrollado también posiciones liberales, que proponen una comparación abierta con la realidad y el empleo de las categorías de investigación que ofrecen las ciencias modernas. Pero es preciso admitir que representan una absoluta minoría y que a menudo sus exponentes son acusados de ser traidores al islam y señalados con el dedo para pública reprobación, hasta llegar a la acusación de apostasía, de traición, lo que puede también comportar la cárcel. Occidente debería hacer algo más para que el trabajo de estos intelectuales sea conocido e incida en la mentalidad.

Una tarea de formación
«El mundo islámico tiene un sentimiento contradictorio, a la vez de atracción y de rechazo, respecto a Occidente –continúa Samir Khalil–. Entre la gente común se advierte un anhelo muy extendido hacia la libertad, hacia el progreso tecnológico y científico, el desarrollo y la democracia, que va acompañado de un rechazo hacia la decadencia moral de una sociedad que niega a Dios o lo considera inútil, y de una hostilidad hacia los Estados que se consideran culpables de explotar a las poblaciones musulmanas. Terroristas y kamikazes son la manifestación extrema de esta hostilidad, pero más peligrosos que ellos son los que les han educado, justificando sus actos con los versículos del Corán. Por ello, resulta cada vez más evidente que para cambiar las cosas de verdad se debe volver a partir de la dimensión educativa, de una tarea de formación que ponga en el centro a la persona». Incluso por este motivo, la presencia de 15 millones de inmigrantes musulmanes en la Unión Europea supone una gran oportunidad, porque todos ellos pueden hacer experiencia concreta de los valores que fundamentan la civilización occidental y hacerlos propios, empezando por las jóvenes generaciones que se asoman a la escuela».

Frutos preciosos
«En lugar de meceros en las utopías del multiculturalismo, como oigo repetir a menudo cuando voy a Europa, tenéis que actuar con decisión en favor de la integración. El respeto por la persona, la igualdad entre hombre y mujer, la libertad de conciencia, la democracia, una laicidad auténtica, que distingue la religión de la política, pero reconoce el valor de la experiencia religiosa, son los frutos preciosos que los musulmanes pueden tomar del árbol de Europa, aunque las raíces de este árbol se vayan atrofiado por un olvido culpable. En este sentido, la presencia de los musulmanes es providencial, porque obliga a Occidente a redescubrir lo que le constituye, si quiere sobrevivir y construir nuevas formas de convivencia».


BOX
P. Samir Khalil Samir
Jesuita egipcio, nació en 1938 en El Cairo, se formó en Francia y, desde hace más de 25 años, enseña en el Pontificio Instituto Oriental (PIO) de Roma. Vivió 7 años en Egipto, enseñando y trabajando como encargado del desarrollo social y de la alfabetización de las aldeas. Actualmente, además de enseñar en el PIO, trabaja en Beirut (Líbano) en la enseñanza islamo-cristiana, enseñanza que imparten dos profesores: uno cristiano y otro musulmán, ambos profesores de ambas religiones. Su comentario: «Este trabajo en común es importante. No hay nada que enseñes que el otro no escuche. Esto evita lenguajes ambiguos y dobles». Por estudio y experiencia, el P. Samir es uno de los máximos expertos en relaciones entre el cristianismo y el islam.

¿Hay instrumentos políticos para ayudar a la convivencia entre musulmanes y cristianos? Sí, sobre todo en el momento de la llegada a los países europeos. No debe considerarse exclusivamente la petición de los empresarios europeos, la necesidad de mano de obra. Es necesario ayudar a los musulmanes a comprender las reglas europeas de convivencia. El Estado debe prever infraestructuras en los países de proveniencia y en Europa para acoger a los miles de emigrantes que llegan al continente. En los países de origen son necesarios cursos de integración para la convivencia, según un proyecto claro. La multiculturalidad no implica que cada uno llega y se las arregla como puede. Esta multiculturalidad salvaje crea solamente guetos, sin contacto alguno entre personas. Una verdadera multiculturalidad presupone un proyecto en el que hay una cultura preponderante (la leitkultur, como dicen los alemanes, aunque la palabra fue acuñada por un tal Ghassan Tibi, politólogo palestino musulmán), en torno a la cual se ensamblan las otras culturas, que interactúan con la principal, se enriquecen y la enriquecen. Es como una polifonía: hay una melodía principal, en la que se integran las otras voces. La obligación del país receptor es asumir su cultura original y ofrecerla a los que llegan. (De una entrevista al padre Samir Khalil Samir concedida a la agencia FIDES. Roma, 15 de noviembre de 2005)