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Huellas N.2, Febrero 2006

PRIMER PLANO Don Giussani

Alumno en el Berchet. Aquella mano levantada al fondo de la clase

Claudio Pavesi

El 11 de Noviembre, con ocasión de la presentación de la campaña Educar es un riesgo en Sesto San Giovanni (Milán), al terminar el encuentro don Ambrogio Pisoni, uno de los ponentes, fue abordado por un señor que le dijo: «Yo soy Pavesi, el de la mano levantada el primer día de clase en el Liceo Berchet». Desde entonces hubo otras ocasiones de encuentro, de tal modo que Claudio Pavesi aceptó contar algunos detalles de su relación con don Giussani

Conocí a don Ambrogio con ocasión de una conferencia que tuvo lugar en Sesto sobre don Giussani. Fui porque Giussani fue durante muchos años mi profesor de religión. Al presentar Educar es un riesgo, don Ambrogio abrió el libro y leyó justamente el episodio en el cual Giussani relataba que, nada más entrar en clase, se encontró de frente conmigo, que tenía ya la mano levantada para hacerle una pregunta sobre fe y razón, polémica en cierto sentido preparada por el profesor de filosofía, Miccinesi. Más allá de esta anécdota, para ser sinceros, él era fascinante, tan seguro de su fe y de lo que enseñaba que, a veces, para ponerle en apuros (apuros relativos, porque era imposible poner en apuros a don Giussani) me informaba primero sobre lo que iba a enseñar, y tenía la posibilidad (al ser protestante la familia de mi madre) de documentarme para poderle contestar. Sin embargo, siempre tuve la sensación de que mis armas frente a él eran totalmente inadecuadas, porque Giussani tenía una energía y una capacidad de cautivar que hacían que ciertas cosas se volvieran en mi contra. Giussani tenía un gran atractivo, además de por su fe, también por lo que enseñaba, por lo que sentía dentro y, sobre todo, por su humanidad. Su sencillez nos cautivaba. De hecho, había muchos compañeros de clase que, como eran valdenses, salían o aprovechaban la hora de religión para dedicarse a hacer tareas o para jugar; pero un grupo seguía con gran interés lo que decía, incluso buscando argumentos para profundizar, para crear un debate. Era tan simpático que muchas veces nosotros, que con quince o dieciséis años no teníamos coche, nos íbamos en bici hasta Desio, donde él vivía con su madre. Al terminar el bachillerato, tuve ocasión de volver a ver a don Giussani cuando a los 23 años decidí casarme. Mi novia era católica practicante; yo no tenía absolutamente nada contra la religión, pero por respeto hacia ella y hacia las enseñanzas de don Giussani, no quería casarme por la iglesia sólo como un hecho formal. No había resuelto todavía algunos problemas que me habían surgido y me definía agnóstico. Decidí ir a buscar a don Giussani. Estaba en via Statuto, donde entonces se reunían los de GS. Confieso que había entrado un poco temeroso de hablar, después de tres o cuatro años, con quien se había convertido ya en un personaje en el mejor sentido de la palabra. Me acuerdo de que él estaba en el pasillo, rodeado de los chicos de GS. Entré tímidamente; don Giussani me vio desde el otro extremo del pasillo, alargó los brazos y dijo: «¡Ah, Pavesi. El contestatario!» Dejó el grupo que le rodeaba, vino a mi encuentro y me abrazó con su extraordinaria humanidad. Me dijo: «¿Cómo es eso? ¿Qué buen viento te trae hasta mí?». Yo le expliqué mi problema y él me dio una ulterior demostración de su sensibilidad diciendo: «Oye, vente alguna vez por aquí y hablamos». Por eso tuve la suerte de tener cuatro o cinco conversaciones con él: dado que mi novia creía y yo la quería mucho, y como no tenía nada en contra de la fe católica, me aseguró que aquello era un modo de creer a través del amor que sentía hacia la que sería mi mujer, un modo indirecto. Por tanto, no debía tener escrúpulos en aceptar casarme por la iglesia; antes bien, él esperaba que podría ser el primer paso para aclarar tantas dudas, para adquirir una fe “propia”, no a través de un intermediario. Recuerdo que me confesó en su estudio, en un diálogo muy cordial. Y me casé por la Iglesia. Luego los caminos de la vida… don Giussani se convirtió en un personaje famoso. Nos escribimos durante algunos años. Cuando nacieron mis hijas me escribió unas líneas muy cariñosas. He tenido la fortuna de sumar el recuerdo de don Giussani en la escuela, en los tiempos del Liceo, que marca toda una vida, a este episodio de carácter más personal, en el que me demostró su inmenso afecto y disponibilidad, pruebas de que aquello que él nos había dado en la escuela era algo real, que perdura en el tiempo.
Hoy, existencialmente, la mano está todavía levantada, la pregunta está todavía viva.