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Huellas N.11, Diciembre 2005

CULTURA Imagen / Navidad 2005

Luz para el mundo, regalo de María

Cristina Terzaghi

Una Virgen cariñosa, inclinada sobre un Niño Jesús manantial de luz que alumbra la noche. La imagen para el cartel de Navidad 2005 es un homenaje al flamenco “Gherardo delle Notti”

Dichosamente ileso tras el atentado terrorista de 1993 a la Galería de los Oficios, esta Adoración del Niño es una de las pinturas más vivas y conmovedoras de Gerrit Van Honthorst. Originario de Utrecht, el pintor llegó a Italia en 1613, para una estancia de estudio y de trabajo, muy común para los artistas del tiempo. Se dice que todos los caminos llevan a Roma, y ciertamente en esa dirección iban los del pintor, deseoso de aprender la profesión y ganarse la vida: Van Honthorst se quedó siete años en la ciudad papal, mereciendo el apodo de Gherardo delle Notti, gracias a los escenarios de sus pinturas. La Adoración del Niño es descrita por un ilustre entendido del tiempo. Vale la pena escuchar su juicio para tratar de introducirnos en el misterio de la obra: «Gerardo (...) está pintando una Natividad en la que las figuras toman la luz de Cristo nacido y, aunque esta invención sea del Correggio, retomada después por Anibal Caracci con gran arte, sin embargo, tiene también aquí su lugar». Quien hablaba era Giulio Mancini, médico personal del pontífice, gran aficionado y coleccionista de obras de arte, amigo de los pintores activos en Roma, cuyas vidas relató en un volumen compuesto alrededor de 1620.

Un cuadro para el Granduca
La visión de Mancini de la Adoración del Niño es directa: parece, en efecto, que la pintura se realizó cuando el médico escribía su comentario. Él añade que el cuadro fue destinado al gran duque de Toscana, Cosme II, particular que justifica la colocación de la obra cerca de la Galería de los Oficios, dónde confluyó la colección de las pinturas del gran duque. En realidad, en el mismo período Gherardo pintó otra Natividad para Cosme II Médici, y no es simplista identificar precisamente a cuál de las dos obras se refieren las palabras de Mancini. Lo que cuenta, sin embargo, es la sustancia, común a ambas. En la descripción de la pintura, el médico se detiene a ilustrar el manantial de la luz: el Niño, ofreciendo así una interesante clave de lectura de la obra. La figura de Jesús, reclinada sobre la paja, ilumina la noche en que son sumergidos los personajes, reflejándose sobre los rostros suaves de los dos bonitos ángeles.

El gesto de la Virgen
Observando con mayor atención, sin embargo, se percata allí que el encanto y la poesía de la pintura toman sobre todo vida en el gesto humano de la Virgen que aparta el velo del Niño, sobre el que se inclina con cariño y veneración. Por la mirada adorante de la Virgen que ofrece Jesús a la vista del universo, nosotros, espectadores de la escena, comprendemos la potencia y la belleza del acontecimiento. En esto, Gherardo respeta completamente la tradición de la Iglesia, que ha visto siempre en la figura de la Virgen el mediador privilegiado entre lo divino y lo humano. La tradición iconográfica italiana, que, desde Correggio, en la pintura titulada La Noche, realizada alrededor de 1530 y conservada ahora en el museo de Dresde, en adelante –como subraya Mancini–, representa a menudo la Natividad como una escena nocturna alumbrada por la figura del Niño Jesús, resplandeciente ante el gesto de la Virgen que descubre las fajas. Esta visión tan familiar y partícipe del misterio de la encarnación es, sin embargo, típicamente meridional, puesto que los artistas nórdicos, Rubens a la cabeza, la adoptan sólo como consecuencia de sus viajes a Italia. Tampoco Honthorst se sustrae a esta fascinación y, prescindiendo de las velas que generalmente iluminan la oscuridad en que los protagonistas de sus pinturas se mueven, decide aquí hacer resplandecer al mismo Niño, verdadero y único manantial de luz.