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Huellas N.10, Noviembre 2005

PRIMER PLANO Educación

Apertura de curso del CLU. Vivir intensamente la realidad

Paolo Pérego

La apertura de curso de los universitarios de Lombardía se celebró en Milán el 12 de octubre. Recogemos algunos testimonios de una vida renovada por el descubrimiento de la Presencia de Cristo, que habita en la realidad

«¿Qué pasa aquí?». «¿A qué vienen todos estos jóvenes?». Es lo que se puede leer en las caras y en los gestos de los automovilistas y de los viandantes que pasan por la plaza Stuparich, un miércoles de octubre por la tarde. Delante del Palalido de Milán se agolpa una multitud de casi tres mil estudiantes universitarios. Están aquí para participar en la Jornada de Apertura de curso del CLU. Se abren las puertas y comienzan a entrar en silencio, algunos jóvenes van indicando dónde sentarse y las empinadas gradas del pabellón se llenan rápidamente, fila tras fila. Por los altavoces se oye música clásica en perfecto acorde con el orden reinante.
Para muchos esta cita se repite desde hace años. Puede suceder que haya alguno tan acostumbrado a estas cosas que piense que va a ser como todos los años: alguien saldrá a cantar, la lección de siempre, la misa de siempre. No, no es posible, y si a alguien le sucede, se le pasa diez segundos después de que don Pino tome la palabra. «Para que este comienzo de curso en la universidad no se someta a las circunstancias que se suceden mecánicamente; para que sea humano, es decir, cargado de razones, cargado de afecto...». Uno despierta enseguida, porque se reconoce descrito en esas palabras, es esa urgencia de una «presencia afectivamente intensa» que introduzca en la vida concreta.

Necesidad de certeza
La frase con la que se invitaba a participar del encuentro, “Vivir intensamente la realidad”, se acompañaba de otras preguntas: «¿Qué es lo que buscas? ¿Qué deseas? ¿Cuál es el significado por el que vivir?».
«Este es el corazón de la vida», dice Davide Prosperi, investigador en Química, invitado a contar su historia y a responder a las preguntas que se plantean en el manifiesto. Este hombre habla de sí mismo, de su vida. No se trata de un discurso teórico: en la vida suceden cosas, como la muerte de su padre a los 33 años, que no te pueden dejar indiferente. «El problema es encontrar algo sobre lo que se pueda edificar la vida, necesitamos una certeza». Menudo problema… Pero Davide insiste; habla de la necesidad de tener un padre, porque padre es el que te introduce en la realidad: es un problema que coincide con el conocimiento.
«La batalla se da cada mañana para reconocer lo que sostiene la vida». Es la conquista de una familiaridad con esta raíz lo que mantiene unido todo, el trabajo, la familia, el estudio. Don Giussani nos hablaba de la familiaridad con el Misterio.

Algo dentro de algo
«¿Pero de dónde nace esta certeza?», exclama don Pino. Vivimos en un tiempo en el que la duda y la libertad se hermanan, como escribía Ferrara en Il Foglio de la víspera: la ética de la duda sistemática. Pero dado que no se trata de construcciones teóricas sino de hechos, don Pino lee algunas cartas. La historia de Teresa, de la Universidad Católica de Milán, que relata su encuentro con una chica que tiene que matricularse pero ni siquiera sabe qué es lo que le interesa; o la de unos jóvenes de la Universidad Estatal que se enfrentan con una circunstancia análoga: «¡Vamos, decidme vosotros qué es lo que quiero!». El problema no se acaba con escoger la carrera en la que matricularse. «Lo que está en juego es la humanidad de cada uno de nosotros, la posibilidad de aprender a decir “yo”, conscientes de todo el peso que tiene esta palabra». ¿Tú, qué es lo que quieres? ¿Hasta dónde estas dispuesto a arriesgar? ¿Qué es lo que te interesa verdaderamente en la vida? Es un problema de usar el corazón, el corazón, como decía don Giussani, «lo más querido de la vida».
Porque, cuando digo “yo”, o me estoy refiriendo a la repercusión psicológica, «lo que yo pienso», y entonces uno es como una piedra arrastrada por un torrente, zarandeada de acá para allá por las circunstancias; o bien, continúa don Pino, cuando digo “yo” hablo de mi corazón, de las exigencias inexorables de identidad, de verdad y de evidencias. ¡La evidencia mayor, la más clamorosa, es la percepción de la realidad como “dato”! Si no descubre esto el corazón no se mueve, la libertad no se mueve, todo es apariencia y no satisface, no se sostiene.
Otra carta, otra historia. La escribe Osvaldo, que nos habla de sus padres, de su hermana y de la vida que inesperadamente se muestra en toda su dramaticidad con la enfermedad de los padres y de cómo le sostienen sus amigos de la universidad. Pero no hay desesperación, todo el aforo lo percibe. O la realidad es apariencia y la muerte es la última palabra, apunta don Pino, o bien tiene dentro un factor, una realidad que es “otra”, precisamente porque no la hago yo; el descubrimiento de ese «Algo dentro de algo» es la exigencia profunda del corazón, de la razón.
«¿Pero cómo encontrar este “Algo dentro de algo”? Sólo si este factor se da a conocer». Y continúa, con palabras de don Giussani: «Vivir lo real implica la posibilidad, la experiencia de hallar aquello que es el sentido de la realidad y que se ha hecho parte de ella». También Cristo es una realidad. «Quién es Cristo, dónde está. Esta es la pregunta que se impone como la más urgente en la vida».

Simpatía carnal
Caterina estudia enfermería; don Pino lee una carta suya. Acaba de terminar las prácticas en una sección de enfermedades infecciosas, en la que, entre otros, debía ocuparse de “Jacqueline”, un transexual enfermo de SIDA, a punto de morir. Las palabras de Caterina suenan a frustración para quien las escucha, para el que no puede ni imaginar la crudeza de lo que describe, pero comparte la insatisfacción ante la respuesta de una hermana a la pregunta de Caterina: «¿Pero cómo puedes quererle?». “Por piedad” es poco, demasiado poco. En cambio, qué apertura en las palabras de la Madre Teresa que le recuerda una compañera: «No le amo por Cristo, sino que amo a Cristo». Y que le llevan a exclamar: «¡Es increíble, ahora también Jacqueline es para mí!».
¿Entonces dónde está Cristo? «Cristo coincide con los rostros, con las caras de estos amigos». ¡No es un sueño! Vive en esta amistad, en una compañía, una realidad de hombres, no de niños, hombres unidos por algo grande: «para ir a la raíz de lo que somos». Compañía significa estar juntos con un objetivo, que no es fundar una nueva civilización o favorecer el nacimiento de una nueva ideología, sino ayudarnos unos a otros a vencer en la batalla de la vida, luchar por vivir siempre intensamente la realidad, de la que forma parte Cristo, su significado último, una experiencia real que se puede vivir y encontrar. No nos interesa algo que sólo valga para el tiempo libre. Necesitamos hombres que sean testigos de que la grandeza de la vida puede surgir si se acepta la vida como “dato”. La victoria consiste en ceder ante una simpatía carnal que lleva dentro el significado de la vida, sin reservas: «Este ceder se llama seguir, se llama pedir, pedir entrar en la realidad. Es un camino y es una aventura».
El 12 de diciembre de 1998 don Giussani saludaba a los jóvenes del CLU, reunidos en Rímini para los Ejercicios espirituales, con estas palabras: «Os deseo, con la fuerza de un gran afecto y con la conciencia de las dificultades que conlleva tener una disposición hacia la verdad, que el Espíritu de Jesús haga que sea persuasivo para vosotros lo que ha sido persuasivo para mí. Vosotros tenéis la sencillez de “vivir la realidad”, donde, como ya he dicho, Cristo está presente».


BOX
CRUZ Y RESURRECCIÓN
Querido don Pino: la semana pasada le descubrieron un tumor a mi padre. Era lo último que podíamos esperarnos, dadas las condiciones físicas de mi madre. De hecho ella también ha estado sometida a sesiones de quimioterapia desde hace seis años. Me di cuenta de una cosa: «La vida no va precisamente como nos gustaría o como deseamos». La realidad sucede y cuando llega no te pide permiso. En un momento tan delicado para nosotros (mi hermana trabaja y está a punto de casarse, yo acabo de empezar la tesis y al día siguiente mi madre tenía que someterse a la quimio) la noticia nos dejó literalmente destrozados. (…) Nuestros padres se limitaron a decirnos: «Todo será para bien». A mi no me bastaba. La realidad había irrumpido en mi vida de manera prepotente y yo quería saber por qué. La respuesta no se haría esperar. Al día siguiente acompañé por primera vez a mi madre a la quimioterapia. Ese día, seis años después de que se pusiera enferma, comprendí verdaderamente cuánto sufre y lo difícil que es vivir con un tumor. Me bastó ver cómo su rostro tan sereno podía encerrar tanto sufrimiento, le observaba los ojos y esperaba que los abriera para regalarle el gesto más bello que nos ha dado Dios, una sonrisa sincera. Después la llevé a casa y volví corriendo al hospital, me moría de ganas de ver a mi padre al que acababan de trasladar de la sala de reanimación. Cuando llegué a su habitación me quedé de piedra. Tenía todo el cuerpo lleno de tubos. Su aspecto era muy cansado y su mirada, apagada. En ese momento de dolor sentí que en mí nacía un sentimiento fortísimo de amor hacia él, que me hizo rezar pidiendo al Señor que me concediera llevar su misma cruz, no dejarle solo en este camino tan duro. A través de su sufrimiento y del de mi madre participo realmente en la cruz de Cristo y soy, por lo tanto, testigo de la Resurrección: ahora la mirada y la forma de estar son completamente diferentes, la relación entre mi hermana, mi madre y yo ha mejorado notablemente, estamos más unidos, somos más atentos unos con otros y vivimos ofreciéndole todo al Señor. (…) ¿Qué otra cosa se puede decir ante todo esto, si no que este cambio es Cristo presente en nuestra vida, que me da la fuerza para seguir adelante?
Osvaldo, Politécnica de Milán

UNA COMPAÑÍA ESENCIAL
Hace unos días, estando en las mesas de acogida para los que empiezan la universidad, conocí a una chica. Venía para matricularse, pero cuando le pregunté qué carrera había escogido, me dijo que no tenía ni idea. Sus padres le habían dicho explícitamente que si no se matriculaba ese día, no le iban a seguir manteniendo. Charlando con ella me enteré de que se había cambiado varias veces de instituto, y nunca estuvo contenta con el colegio; ahora que tenía que empezar la universidad no sabía ni siquiera qué era lo que le interesaba. Le acompañé a la mesa de información y recogí guías de todas las facultades. Estuvimos juntas durante media hora leyendo los programas y las pruebas de acceso a las diferentes carreras, pero ella seguía sin mostrar gran interés. Antes de separarnos, después de haber intercambiado nuestros números de teléfono, me dijo: «Cuando sepa dónde ir, si me decido por esta universidad, ¿puedo llamarte?». (…) A los pocos días leí el panfleto de la Jornada de Apertura de curso: «¿Tú, qué es lo que buscas? ¿Qué es lo que deseas?». Eran las mismas preguntas que yo le había hecho a aquella chica y que ahora se me planteaban a mí. Yo necesito amigos que me pregunten qué es lo que me interesa, hasta dónde estoy dispuesta a arriesgar, porque si no, yo sola me olvido de lo que más me importa. Teresa, Universidad Católica de Milán

EN LA PRUEBA EXISTE UNA ESPERANZA
Querido don Pino: he terminado la escuela de enfermería y quería contarte lo que me pasó en mi último mes de prácticas. En septiembre estuve durante tres semanas en la sección de enfermedades infecciosas en la que están ingresados los enfermos de SIDA en fase terminal. Entre los cinco pacientes que teníamos, había un transexual que llevaba un mes en coma, Jaqueline (se hacía llamar así). Hasta entonces nunca me había resultado difícil querer a mis pacientes, pero cuando miraba a Jaqueline a la cara (…) su aterradora delgadez, su cuerpo destrozado por el SIDA y por todas las infecciones que había sufrido me provocaban repugnancia. Todas las enfermeras esperaban que muriera de un día para otro, pero cada día cuando llegaba mi turno seguía allí, sus últimas energías pugnaban por seguir viviendo. Todas las mañanas le lavaba y al cabo de una semana, una pregunta empezó a atormentarme. ¿De qué vale que vivas un día o un instante más? ¿Por qué estás todavía aquí? ¿de qué te sirve? ¿Y a mí de qué me sirve estar junto a ti? ¡¿Qué puedo hacer yo para quererte?! Nunca había experimentado un choque como ese. Me sentía completamente incapaz ante él, no sabía qué hacer, entonces me ponía en su cama y rezaba un Ave María por él. En la escuela nos habían enseñado que para poder asistir bien a los pacientes tiene que haber empatía, es decir, ponerse en su lugar, pero yo no conseguía ensimismarme con un transexual que se muere de SIDA. Para poder asistir verdaderamente a alguien hay que quererle, tenerlo en cuenta por su destino, pero con Jaqueline parecía que me faltaba esto. Una mañana le pregunté a una hermana que trabajaba allí: «¿Pero tú qué haces para quererles?», (porque cuando las hermanas estaban con él, le trataban con auténtica caridad, como podría curar yo a uno de mis hermanos, con la atención que a mí me hubiera gustado tener); la hermana me respondió que las criaturas como Jaqueline le daban pena por todo lo que habían pasado; en realidad esta respuesta no acabó de convencerme, por eso se lo pregunté también a Angela, una compañera que trabaja con enfermos de SIDA desde hace mucho tiempo. Ella me respondió con palabras de la Madre Teresa, diciéndome que había que hacer las cosas no por Cristo sino a Cristo. Lo que para mí significa no ya que Cristo se me aparezca en sueños sino que se muestre, que esté para mí incluso en las cosas que menos me gustan, en lo que me parece más feo. ¡Increíble! ¡Entonces sí que verdaderamente todo es para mí! Jaqueline es para mí. En realidad esto me ha resultado conmovedor, que todo sea para mí, que todo es para que yo conozca más a Cristo, esto me ha descolocado, es algo completamente imprevisto. De nuevo la realidad ha sido más grande que mis propios sueños.
Caterina, Medicina, Milán