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Huellas N.7, Julio/Agosto 2005

CULTURA El Quijote / 1605-2005

La libertad, Sancho...

Gonzalo Santa María

Las célebres palabras del comienzo del capítulo LVIII de la segunda parte aluden a la libertad como el don que nos vincula a un destino bueno y a un ideal posible para el caballero por la obra y la presencia de Otro. Hasta experimentar la extrema libertad ante el fracaso y la muerte por la victoria de Aquel «¡que tanto bien me ha hecho!»

El capítulo LVIII comienza con don Quijote y Sancho solos y libres fuera del castillo de los duques, donde en la última aventura una dama, bajo el nombre falso de Altisidora, ha declarado su amor a don Quijote, con la intención, una vez más, de burlarse del insigne caballero. Nuestros protagonistas se encuentran, en primer lugar, con unos hombres que llevan unas imágenes de santos para el retablo de una iglesia; en segundo lugar, con unos jóvenes que se disfrazan de pastores –del modo idealizado de las églogas y de las novelas pastoriles– y acampan por unos días en plena naturaleza para representar comedias; por último, una manada de toros atropella a don Quijote y a Sancho que no han querido apartarse de su camino.

Palabras claves
Nada más empezar el capítulo, don Quijote pronuncia las palabras que, junto a dos o tres citas más, podríamos considerar claves en la obra: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos». La libertad de la que habla Cervantes, quien sufrió un cautiverio de cinco años y, posteriormente, diversas prisiones, no es la del hombre que puede moverse a su antojo y decidir las cosas según su medida. Esa sería, en todo caso, la falsa libertad del hombre contemporáneo.
Escribe Giussani: «Esta es la tragedia: el hombre parece más preocupado por afirmar su propia libertad que por reconocer esta magnanimidad de Dios, la única que establece en qué medida participamos en la realidad y que, de esta manera, nos libera realmente» (entrevista de Gian Guido Vecchi en el Corriere della Sera 15 de octubre de 2004).

La lealtad al ideal
Cervantes sabe qué es la libertad porque don Quijote representa, fundamentalmente, la lealtad a un ideal. Por esta fidelidad él puede ser libre incluso encerrado dentro de una jaula, como sucede al final de su segunda salida. Este ideal es el del caballero –ya se expuso en otro artículo (cf. Huellas enero 2005, pp. 58-59)– que coincide con el del santo. Es decir, don Quijote, aunque ha perdido el juicio, sabe cuál es su misión en el mundo y, más aún, es consciente de que no la puede llevar a cabo por sí mismo; sabe que depende totalmente de Dios. Él sí conoce su magnanimidad: «Los que reciben son inferiores a los que dan, y así es Dios sobre todos, porque es dador sobre todos...» (II, 58).
En un discurso pronunciado en 1860, el célebre escritor ruso Turgueniev hizo un puñado de afirmaciones interesantes sobre Don Quijote: «¿Qué representa don Quijote? Ante todo la fe; la fe en algo eterno, inmutable.(...) Don Quijote está imbuido por entero de la lealtad al ideal, por el cual está dispuesto a padecer todas las privaciones posibles. (...) Es la criatura más profundamente moral que existe en el mundo».

Lo hace libre
Don Quijote está tan convencido de su ideal y de Quién puede llevarlo a cabo, que es libre. Es libre de realizar cualquier sacrificio hasta el punto de no sopesar las consecuencias ni la utilidad de sus actos; es libre de pregonar a los cuatro vientos y a todo aquel que se encuentra con él cuál es su ideal; es libre de sus fracasos, de las burlas de los demás, de ser tomado por loco; y finalmente, y sobre todo, es libre de sí mismo porque, por fidelidad a este ideal, se niega a sí mismo, como lo expresa Sancho en el momento en que, junto a su magullado amo, regresa a su aldea: «...deseada patria, abre los brazos y recibe a tu hijo don Quijote, que si viene vencido de los brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo; que, según él me ha dicho, es el mayor vencimiento que desearse puede» (II,72). Es muy interesante ver, al final de la obra, cuando ya ha sido derrotado y ha recobrado el juicio, afirmar de un modo tan inequívoco: «¡Bendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho!» (II, 74).
¿Quién que se considera fracasado puede afirmar algo así? ¿Qué derrotado puede bendecir a Dios? Don Quijote lo puede hacer porque ha experimentado una victoria, la victoria de Dios, y eso le hace inmensamente libre.