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Huellas N.5, Mayo 2005

CULTURA Para un juicio

El hombre medida de todas las cosas, sin Dios, ya no tiene medida

Michael Waldstein

En la desenfrenada carrera por la salud y la prolongación de la vida se pueden descubrir los rasgos de una antigua herejía –el gnosticismo– y la pretensión moderna de dominar la realidad: el cuerpo como una prisión de la que evadirse y la realidad carente de significado, que se puede manipular al propio gusto. Con un resultado trágico: la incapacidad del hombre de salvarse por sí mismo produce nihilismo y violencia

¿Qué pueden hacer los cristianos en esta situación? Lo que hizo la Iglesia de los primeros siglos, dar testimonio de que la realidad no carece de significado: Dios ha elegido hacerse uno de nosotros, con un cuerpo en medio de otros cuerpos. «El cristiano encuentra respuesta positiva en el hecho de que Dios se ha hecho hombre: éste es el acontecimiento que sorprende y conforta lo que de otra forma sería un infortunio» (don Giussani), y por esto defiende la inexorable positividad de la realidad


Según un conocido proverbio, la historia se repite. En nuestra carrera por la salud y la prolongación de la vida con los instrumentos aportados por la medicina y la ciencia, nos relacionamos con el mundo y con el cuerpo de una forma sorprendentemente parecida a la de la primera herejía cristiana, el antiguo gnosticismo. Según Hans Urs von Balthasar, hasta las más sanguinarias persecuciones sufridas por los primeros cristianos fueron menos peligrosas que el gnosticismo. Muchos grupos gnósticos continuaron viviendo en el seno de la Iglesia; se consideraban los “verdaderos” cristianos, los elegidos “espirituales”, superiores a los “carnales” o “psíquicos” creyentes comunes. En uno de los textos gnósticos más importantes, el Apokryphon de Juan, Jesús, después de su ascensión, vuelve a la tierra para revelar los verdaderos secretos del mundo a su discípulo amado, Juan. El principal misterio que le revela es que el creador del mundo visible, venerado por los judíos y por los cristianos comunes, es el diablo (llamado Yaldabaoth). Por encima del cosmos material existe un mundo puramente espiritual, del cual los judíos y los cristianos comunes no saben nada. El diablo–creador Yaldabaoth, en cambio, sí conoce este mundo espiritual. Su finalidad es encerrar la sustancia espiritual del mundo superior en el cuerpo del hombre, para aumentar su poder y su gloria. El cuerpo es una prisión construida por el demonio para encerrar el “yo” espiritual que, originalmente, proviene del mundo divino. Las relaciones sexuales son el instrumento principal con el que Yaldabaoth establece su dominio. El orden sexual tiene su origen en la violación de Eva por parte de Yaldabaoth: «Entonces Yaldabaoth vio a la virgen (Eva) que estaba al lado de Adán. Completamente ignorante quiso tener descendencia con ella. La contaminó y engendró el primer hijo y de la misma manera el segundo: Yahweh, con cara de oso, y Eloim, con cara de gato... Hasta nuestros días la relación sexual en el matrimonio ha continuado por obra del jefe Supremo (Yaldabaoth). Él ha infundido en Adán el deseo sexual... » (Codex Berolinensis Gnosticus 8502, 62,3-63,6). El sexo es obra del diablo. La consecuencia del sexo, el nacimiento de los niños, es la parte más importante del plan demoníaco, ya que cada niño comporta una nueva prisión de la sustancia espiritual divina en el cuerpo. Revelarse contra el demonio, el príncipe de este mundo, significa revelarse contra la pasión sexual, y significa revelarse contra la procreación: negarse a procrear es un elemento esencial en la lucha por la liberación.

Señores y dueños de la naturaleza
Excepto por la ideología contraceptiva de los gnósticos, su actitud respecto al sexo parece exactamente la opuesta al deseo irreflexivo de placer sexual típico de nuestra cultura. Sin embargo, el análisis cultural debe de ir más al fondo. Las raíces científico-tecnológicas de la cultura contemporánea se encuentran principalmente en dos pensadores protagonistas de la ilustración: Francis Bacon y Descartes. Según Bacon, la sabiduría de los griegos y de los escolásticos es semejante a la adolescencia: puede hablar, pero no es capaz de engendrar; es eficaz en las controversias, pero no es útil para adquirir poder sobre la naturaleza y mejorar de esta forma la condición humana. El saber existe con vistas al poder. Esta es la finalidad por la que tenemos que luchar. Según Descartes, «es posible llegar a adquirir conocimientos muy útiles en la vida y... en la filosofía especulativa que se enseña en las escuelas [la filosofía escolástica], se puede encontrar una práctica, en virtud de la cual, conociendo la fuerza y las acciones del fuego, del agua, del aire, de los astros y de los cielos y de todos los demás cuerpos que nos rodean... podremos, a su vez, emplearlos en todos los usos para los que son adecuados, y convertirnos así en señores y dueños de la naturaleza» (Discurso sobre el Método, parte sexta).
Señores y dueños de la naturaleza. La sed de dominio sobre la naturaleza de Bacon y Descartes no era nimia; se trataba, por el contrario, de una gran ambición. Podremos convertirnos en señores y dueños de la naturaleza; incluso los cielos y los astros nos servirán. En esta ambiciosa visión se dibuja ya un progreso científico y tecnológico de grandes dimensiones.
El impacto de la sed de poder sobre el conocimiento de la naturaleza fue enorme y estuvo cargado de consecuencias. Tanto Bacon como Descartes rechazan el antiguo principio según el cual la naturaleza actúa con un fin. Los fines establecidos por la naturaleza son, de hecho, un obstáculo para quien quiere usar la naturaleza para sus propios fines. «Busca el conocimiento y el conocimiento te dará el poder. Pero... sería más preciso decir que la nueva ciencia ha tratado primero de dominar la naturaleza y, como consecuencia, ha encontrado una forma de volver a concebir la naturaleza capaz de concederle ese tipo de conocimiento cada vez más poderoso: busca el poder e inventarás un método de conocimiento capaz de dártelo» (León Kass).

Huida de la realidad
Descartes concebía la naturaleza como una simple res extensa. El mundo es un mecanismo carente de significado y de finalidad. El uso correcto de este mundo es someterlo completamente a los fines humanos. Aquí descubrimos el punto de contacto con el gnosticismo. Los gnósticos experimentaban el mundo como un lugar infernal, creado, gobernado y habitado por un poderoso creador, el demonio. La salvación implicaba escapar de este terror. El universo cartesiano no es un lugar infernal, pero sí insignificante. No se trata ni de un lugar diabólico ni de un lugar realmente acogedor, acorde con los deseos del hombre. Es sólo materia que debe y puede ser usada de la forma que se considere más oportuna. El filósofo judío Hans Jonas sostiene justamente que la alienación moderna de los seres humanos en su universo mecanicista es incluso superior a la alienación de los gnósticos en su prisión infernal. «Es necesario no dejar pasar una diferencia fundamental entre el dualismo gnóstico y el existencialista: el hombre gnóstico es lanzado a un universo antagónico, antidivino y por tanto antihumano; el hombre moderno, a un universo insignificante. Solamente el segundo caso representa el vacío absoluto, el verdadero infierno. Esto hace que el nihilismo moderno sea infinitamente más profundo y desesperado que el gnóstico, a pesar de su terrorífico pánico al mundo».

Nihilismo y violencia
Como muestra Dostoievski en sus novelas, especialmente en Crimen y castigo, el nihilismo y la violencia se pertenecen mutuamente. Esto es completamente razonable. Si lo que pongo bajo mi dominio carece de significado (esta es la premisa nihilista) no existen límites a mi poder. Esta conclusión final caracteriza de forma profunda la manera que el mundo científico y médico tienen de perseguir el progreso. Lo que más anhela la gente queda preestablecido por el mundo tecnológico como un fin. Con frecuencia en nuestra cultura el deseo más anhelado es la salud, la prolongación de la vida. En el momento en el que la gente que dispone de más dinero persigue este fin, el universo médico, fiel a los principios del libre mercado, se adecua a su deseo y trabaja para este fin a cualquier precio. En general no se pone ningún límite a la forma en la que este fin es perseguido, excepto el de los intereses de aquellos que son capaces de reivindicar y defender sus propios “derechos”. Los que son débiles, como los embriones, quedan indefensos, pueden ser producidos y usados con finalidades terapéuticas. De nuevo Hans Jonas da prueba de la agudeza de su intuición: «Bacon sostiene que saber es poder. El programa baconiano en sí, dejado en manos de la propia gestión, ha revelado, en el vértice del triunfo, su propia insuficiencia por la falta de autocontrol; de aquí la incapacidad de su poder de salvar no sólo al hombre mismo, sino también al universo del hombre. Bacon no previó la radical paradoja del poder proveniente del conocimiento: este lleva a una especie de dominio de la naturaleza (y a su explotación intensiva), pero al mismo tiempo conduce a la más completa esclavitud bajo ese mismo poder. El poder se ha convertido en automático, su promesa se ha transformado en una amenaza, su perspectiva de salvación, en un apocalipsis».

La realidad está cargada de significado
¿Qué pueden hacer los cristianos en esta situación en la que el individuo está alienado por el universo material mucho más profundamente de lo que lo han estado los gnósticos, un mundo en el que parece imposible detener el impulso auto generador del poder tecnológico, en el que se margina cada vez más el cristianismo y es considerado intelectualmente como retrógrado por un determinado sector del mundo científico, y moralmente ofensivo por el poder político aliado con la clase dominante? Pueden hacer lo que hizo la Iglesia católica en la época de su mayor crisis intelectual y espiritual: la herejía gnóstica. Pueden reafirmar con alegría la bondad del mundo material. El mundo fenoménico no carece de significado. Está cargado de significado: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros; y nosotros hemos visto su gloria» (Jn 1,14). Dios eligió hacerse uno de nosotros, con un cuerpo en medio de otros cuerpos. El acontecimiento de su auto revelación sucedió en un cuerpo. Este acontecimiento de carne y hueso nos permite encontrarlo. Esta es la respuesta que la Iglesia dio al gnosticismo hace casi dos mil años. Es la respuesta que podemos dar hoy a este gnosticismo todavía más profundo y desesperado del mundo científico y político.