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Huellas N.3, Marzo 2005

DUOMO DE MILÁN

Dionigi Tettamanzi. Unidos en el recuerdo agradecido y orante

Intervención del cardenal Dionigi Tettamanzi, Arzobispo de Milán

1. Muy queridos todos: en este momento de despedida siento la necesidad de expresar un agradecimiento particular.
Es el agradecimiento al Padre que también hoy, en esta Eucaristía, nos ha dado a su Hijo Jesús como salvador y redentor, y que nos ha hecho gustar la presencia viva y portadora de gracia de su mismo Hijo, en el que creemos y al que amamos como el bien más precioso de nuestra existencia, es más, como el único y sumo bien.
Es el agradecimiento al mismo Cristo, el Señor, que es el centro y el corazón de toda nuestra experiencia de fe, que con su Cuerpo y con su Sangre sigue siendo fuente de salvación para toda la humanidad y que habita y se deja encontrar en su Iglesia.
Es el agradecimiento al Espíritu Santo, dador de todo bien, que incesantemente llena a la Iglesia y anima a la humanidad con la sobreabundancia de sus dones.
Hoy queremos dar gracias al Señor, de forma totalmente particular, por el don de monseñor Luigi Giussani, sacerdote de esta Iglesia milanesa, que ha fundado Comunión y Liberación, movimiento del que ha sido siempre, sin descanso, el alma y la guía apreciada y buscada.
Ante todo se alegra esta Iglesia ambrosiana de poder dar gracias al Señor, porque don Giussani nació como hombre y como cristiano, y fue ordenado presbítero en esta Iglesia. Aquí, antes que en cualquier otro lugar, derramó su extraordinaria e incansable pasión de educador, sobre todo de los jóvenes. Primero en el Seminario, después en el liceo Berchet y en el ámbito de la enseñanza, en donde asumió la forma de apostolado que la Acción Católica le ofrecía y su misma denominación, “Gioventù studentesca”, culminando su labor educativa como profesor en la Universidad Católica. Justamente en nuestra Iglesia él, con su fe transparente y fuerte y con su indomable pasión apostólica, dio vida al movimiento de Comunión y Liberación, que después ha crecido y se ha desarrollado no sólo en Milán, sino también en muchos lugares del mundo.
Y junto con la Iglesia ambrosiana expresan también su gratitud muchas otras personas y realidades, aquí presentes o representadas, a las cuales se dirige mi más cordial saludo. En particular, nuestro reconocimiento por su afectuosa cercanía en este momento de luto y de dolor cristiano hacia el Santo Padre, que ha querido hacerse presente enviando al cardenal Ratzinger como representante suyo y concediéndonos el don de un mensaje personal suyo. A él, al Santo Padre, lleguen, en este nuevo momento de prueba, nuestro afecto, el deseo de su restablecimiento y nuestra oración.

2. Y ahora nuestra gratitud se abre a la oración. Es la oración de sufragio por este queridísimo «sacerdote que –como leemos en el telegrama de condolencia de la Conferencia Episcopal Italiana– ha sabido proponer una experiencia de fe capaz de interpelar al hombre contemporáneo para un encuentro vital con Cristo y con la Iglesia y de entrar en diálogo con las culturas más diversas».
Es una oración que elevamos todos juntos y de la que se ha hecho intérprete también mi predecesor, el cardenal Carlo María Martini, que me ha escrito lo siguiente: «Me uno al duelo y a la oración de toda la Archidiócesis y de todos sus amigos, encomendando a la misericordia divina al siervo fiel que ha proclamado con incansable amor y entusiasmo a lo largo de toda su vida el misterio del Verbo hecho carne. Que el Señor le acoja ahora, por intercesión de María, en su eternidad de luz, y desde allí quiera él pedir por nosotros que todavía caminamos, a través de las sombras y las imágenes, hacia la Jerusalén celeste, donde ya no habrá luto ni llanto, sino sólo el reconocimiento recíproco y gozoso de los que han amado a Jesús y esperado con alegría su manifestación. Teniendo que salir en breve hacia Israel, prometo un recuerdo especial del querido difundo junto al sepulcro de Aquel que resucitó para nuestra justificación».
Es la misma oración que hemos elevado al Señor durante esta liturgia fúnebre y que ahora deseo expresar, de nuevo, también en vuestro nombre.
Oh Cristo, luz de la vida y meta de nuestro camino: a don Luigi, que ha escrito: «La salvación es un don –no es una búsqueda ni un esfuerzo nuestro– y tiene un nombre: Cristo» (Egli solo è. Via Crucis, Ed. San Pablo, p. 11), concédele encontrarse contigo, y sé tú mismo para él el premio de toda su existencia.
Con la fuerza de tu gracia liberadora y con la potencia de tu amor que vence y derrota todo pecado, concede, oh Señor, a don Luigi experimentar y gustar en plenitud la verdad de cuanto ha creído profundamente, escribiendo que «[tu] presencia es nuestra alegría, [tu] alegría es nuestra fuerza. Es la alegría de un amor que al final vencerá» (ib., p. 46).
Y tú, oh María, «Virgen Madre, hija de tu hijo, –la más humilde y alta de las criaturas– término fijo del consejo eterno», tú que eres «fuente viva de esperanza», acoge a don Luigi con tu caricia materna y a él, que te ha amado con ternura y que te ha invocado mil veces con estos versos de Dante, obtenle de tu Hijo, que se sienta glorioso a la diestra del Padre, que pueda ver y contemplar eternamente su rostro de Señor crucificado y resucitado, ese rostro buscado apasionadamente por él.

3. Con la oración, nuestro corazón se abre también a la solidaridad fraterna y sincera hacia todos aquellos que lloran por la muerte de monseñor Giussani. Es una solidaridad que invoca, para ellos y para cada uno de nosotros, el consuelo del Señor y que, mirando la vida y el testimonio de don Luigi, se abre para compartir pensamientos, sentimientos y propósitos de vida más justa y santa, más auténtica y gozosamente coherente con la palabra viva del Evangelio y con la fe cristiana que profesamos.
Hacemos nuestra su gran pasión por la misión y nos dejamos sacudir y animar por el deseo inextirpable de hacer partícipes a todos aquellos que conocemos de la fortuna de conocer y de amar a Cristo y de entrar y permanecer en comunión con él, dejándonos atraer y transformar por su insuperable belleza y por su gracia. De forma que también para nosotros, como para don Luigi, resulte insoportable el hecho de que existan personas que no conozcan la alegría de este Evangelio vivo y personal que es el Señor Jesús.

4. Y ahora, para monseñor Luigi, es el momento de la última partida hacia el lugar de su sepultura.
Pero este es el momento de la partida también para nosotros. Dejando esta catedral, cada uno volverá a su casa, a sus propios ambientes de vida, a sus propias responsabilidades.
Pero no termina aquí el recuerdo hacia una persona amada, hacia este hermano nuestro en la fe, que ha sido para muchos un queridísimo padre, fuerte y dulce, y que para todos ha sido anunciador y testigo de Cristo y de su misterio.
«Nuestra oración –nos dice la liturgia ambrosiana– siga encomendándolo a la misericordia de Dios, para que pueda gozar eternamente de la plenitud de su paz».