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Huellas N.2, Febrero 2005

SOCIEDAD España. Referéndum

Entrevista a Mario Mauro. Vale la pena Continuar construyendo

a cargo de Yolanda Menéndez

En una visita a Madrid en este mes de enero, Mario Mauro, vicepresidente del Parlamento Europeo, analizó las razones que conviene tomar en consideración a la hora de valorar la Constitución Europea. El criterio a seguir se resume en la necesidad de un realismo. Una razón a favor del Tratado: usarlo para el bien común que supone objetivamente la construcción de la unidad, del Atlántico a los Urales, con la confianza puesta en el acontecimiento cristiano que habita en la Europa secularizada

La Constitución Europea se debe afrontar con realismo y quiero sugerir tres premisas necesarias.
La primera es la profundidad ideológica del clima anticatólico que predomina en las instituciones europeas. Si nos quedamos perplejos al leer la Constitución es que no somos conscientes de cuán grande es la fragilidad del hombre europeo. La debilidad de las instituciones europeas no expresa otra cosa que la enorme fragilidad del hombre europeo.
Segundo factor. Hoy la Unión se encuentra muy alejada del contenido y los ideales que le dieron origen. La Segunda Guerra Mundial fue el mayor choque ideológico que la historia había conocido. Fascismo, nazismo, comunismo son todas expresiones de la vida y concepciones de la política que afirman el poder absoluto del hombre. Y al final de la guerra, la destrucción de la civilización y la ruina de las ciudades europeas pone de relieve la locura de esta mentalidad. Para Europa, aquella circunstancia no sólo significó la ocasión de entablar relaciones entre gobiernos sino sobre todo un encuentro humano. Schuman, Adenauer y De Gasperi eran ante todo hombres, con una conciencia que, por ejemplo, hizo decir a Schuman: «Sólo en una catedral me siento europeo».

Desde su punto de vista, enunciar la Europa unida no era una utopía, sino el fruto de un diálogo verdadero, entendido como dar un paso juntos en la búsqueda de la verdad. Ésta era la razón de los padres fundadores para proponer la reconstrucción europea, porque era un ideal tan grande que era válido para todos, sin que nadie lo pudiera reducir a su propio interés parcial. Europa surgió de una razón práctica: empezó poniendo en común la producción del carbón y del acero. Y desde entonces han pasado 50 años en los que la paz y el desarrollo han sido para los ciudadanos europeos una experiencia posible y compartida, a diferencia de la historia del siglo anterior, marcada por la destrucción y la muerte.
De Gasperi ya decía en 1950 que si Europa quería perdurar debía tener una política exterior común. Europa implicaba hacer juntos muy pocas cosas, pero sí las esenciales, como hicieron ellos. Pero en los años 70 llega una generación de políticos que tienen miedo de hacer lo esencial. Poco a poco van aumentando las tareas que la Unión debe desempeñar y Bruselas se convierte en la capital de la burocracia. Se pasa a una Europa que se ocupa de gran cantidad de cosas, pero no de las esenciales.
En tercer lugar, el debate sobre la Constitución llega en un momento de la historia en el que ese empuje de construcción ya no se apoya en la sociedad europea. Ahora, el ideal que predomina es lo políticamente correcto con una fuerte matriz masónica. Así que sólo hasta cierto punto nos puede asombrar la ausencia de referencias cristianas, porque lo que hace esta Constitución es interpretar ampliamente la mentalidad dominante.
Digo esto siendo consciente de la intención original de los padres fundadores, de que sólo una percepción cristiana de la realidad permite en un contexto así salvaguardar lo esencial. La gran contradicción reside precisamente en que el techo, que es la Constitución Europea, no tiene nada que ver con los fundamentos de la casa. Pero, si en este momento se arrancara el techo, correríamos el riesgo de que se hundiera la casa.

Una de las argumentaciones que se está utilizando en España para promover el “no” es que si no se aprobara la Constitución volveríamos a Niza y los intereses españoles estaban mejor situados allí. ¿Qué sucede políticamente si en un país la Constitución no sale adelante?
El procedimiento excluye la posibilidad de que si un país rechaza ahora la Constitución, pueda rectificar y aprobarla más adelante. Si un país la rechaza, directamente deja de formar parte de la Unión, continuaría en el espacio económico europeo pero no entraría en el proceso político y jurídico común. No se volvería a ninguna situación anterior.
Sin embargo, en este Tratado se ha podido aprobar un método para reformarlo. Paradójicamente, sólo se puede utilizar dicho método, si la Constitución es aprobada por todos. Se podría empezar de nuevo, pero las garantías de que este nuevo debate produjera una Constitución mejor, más cercana a los ideales originales, son prácticamente nulas. Probablemente empeoraría la situación.
El texto constitucional es el único papel que tenemos para que Europa pueda seguir existiendo como comunidad libre de naciones, como la define el Papa. Parece claro que si se rompen los vínculos, se vuelve al camino que ha seguido Europa durante muchos años, el de los nacionalismos. Vivimos en un momento en que las soluciones que Europa puede ofrecer son poca cosa. En cambio, el bien que la Unión Europea representa frente al mundo desde hace 50 años es algo grande. El trabajo en el Parlamento me ha enseñado que el bien común no es la media del interés de todos, sino la afirmación de un ideal tan grande que permite que todos participen de él, y por eso tiene sentido soportar la mortificación de algunos pasos del camino.

Las campañas en defensa del sí o el no están condicionadas por una posición ideológica, no por un interés por el bien común.
Algunas cuestiones prácticas pueden servir de ejemplo. Yo formo parte de la Comisión Presupuestaria del Parlamento y tengo que hacer que se hagan ricos los 10 países que acaban de entrar. Un lituano gana entre 30 y 50 euros al mes y está hoy en Europa. En el curso de un año, sufrirá la consecuencia de un aumento de los precios y de la integración en un mercado. Así que yo tengo que poner las condiciones para que viva esta integración como un incremento del bienestar. Y como él, tengo que hacer lo mismo con 150 millones de personas porque estos 10 países representan el 5% del PIB de la totalidad de la UE, pero un tercio de la población. Esto ya sucedió cuando entraron Portugal y Grecia; todos pensaban: «Nos llenaremos de griegos y portugueses porque vienen de países más pobres». Y no ha sido así. Europa ha sido el instrumento que ha permitido el desarrollo de sus países en los últimos 50 años. En este caso el mecanismo europeo ha demostrado que funciona.
Por otro lado, esta comisión parlamentaria ha considerado que en los próximos 12 años llegarán 100 millones de inmigrantes de fuera de Europa. La cuestión es repartirlos entre 15 países, o entre 25. Puede que en los últimos 10 que han entrado se produzca un desarrollo de la industria pesada y necesiten mano de obra no especializada. De modo que el resultado final es un millón de tunecinos o senegaleses menos en España y uno más en Polonia. Sin embargo, si se detiene la Unión este problema será un caos de consecuencias imprevisibles.
¿Qué podemos hacer? En primer lugar, un referéndum o un debate no significa expresar un “sí” o un “no” resignándose a la situación que hay, sino que es de nuevo la ocasión para una batalla cultural y política. En los últimos meses he descubierto que cuando hablas de este nivel de las cosas no es cierto que a la gente no le interese. Al contrario, la gente quiere saber si el bienestar continuará para sus hijos. Lo que podemos hacer es mantener el debate en este nivel y hacer entender qué es lo que realmente está en juego, que es el destino de una generación.

Si esta Constitución es fruto de este sentimiento anticristiano y de este componente masónico, y usted propone ratificarla, ¿no estaríamos avalando que ése es el camino correcto? ¿Y eso no restringe nuestras posibilidades de lucha posterior?
¿Alguna vez habéis leído la Constitución francesa? Es mucho peor que la europea. Las Constituciones que son hijas del liberalismo del siglo XIX o de la Revolución Francesa, o como en el caso de la Constitución italiana, fruto de un acuerdo entre católicos y comunistas, son peores. La Constitución italiana prohíbe formalmente la libertad de educación. La francesa prohíbe expresamente la libertad religiosa, puesto que impide que en cualquier lugar público del país se puedan mostrar símbolos religiosos. Por tanto, si debiéramos seguir el razonamiento de tu pregunta, no sé si algún día podríamos cambiar las cosas en Europa, pero seguramente no podríamos hacerlo en muchos de nuestros países.
¿Cuál es el punto de realismo del que podemos partir? De nuestra libertad, generada por un hecho que no es un Tratado. Nuestra libertad no nace de un Ministerio. Durante la redacción de la Constitución tuve una conversación con Giscard d’Estaing. Me dijo: «Según las estadísticas, los católicos que frecuentan la Iglesia son el 3%, teniendo en cuenta a los 25 países que ya forman Europa. Desde mi punto de vista, para ser ese porcentaje, habéis conseguido demasiado». En política lo que cuenta son las relaciones de poder y es tan cierto que las raíces de Europa son cristianas como el hecho de que hoy los católicos en Europa cuentan mucho menos que la raíz. Éste es un juicio que nosotros debemos tener claro en esta batalla cultural; nadie nos va hacer concesiones en nombre de nuestro pasado.

El referéndum no es vinculante. En España Zapatero lo convoca como un plebiscito en el que quiere fortalecer su gobierno y su posición política.
Sin querer inmiscuirme en cuestiones de política española, para hacer oposición a Zapatero la toma de posición en el referéndum de la Constitución Europea no me parece el método más eficaz. Estas lecturas tan políticas quedan siempre en las elites. En las últimas elecciones europeas votaron menos del 35% de aquellos que podían hacerlo. En ocho de los diez nuevos países, votaron menos del 10%.
Cuando yo digo que ésta es una gran ocasión para dar una batalla cultural, admito que no tengo como horizonte hacer que caiga o sobreviva Zapatero. No tengo en cuenta ninguna razón relativa a las políticas nacionales. Tengo en la cabeza el fin de la acción que nació hace 50 años del empeño de Schuman, De Gasperi y Adenauer. Aunque todas las demás razones son válidas. Y las hay a cientos para votar en contra de este texto, y yo comparto 99 de ellas. Pero yo tengo una razón por la que creo que vale la pena continuar construyendo Europa. Esta razón no es una teoría, sino la experiencia de estos 50 años que no son contradichos ni por la historia de Europa ni por la historia del mundo. Desde el Tratado de Roma, todos esos territorios que llamamos Europa han tenido un nivel de paz y desarrollo que nunca habían experimentado hasta que les vino garantizado por el proyecto de Schuman, Adenauer y De Gáperi. Esto uno, o lo reconoce, o dice que no es cierto. Si no tenemos la posibilidad de tener algo mejor que esto, creo que el voto debe ser fruto de esta consideración.

¿Qué opinión le merece que la Constitución haya dejado fuera una referencia explícita al Cristianismo?
Hay un hombre que ha tenido siempre claro el valor de la construcción europea y es Juan Pablo II. El Papa ha contestado todo este tiempo al intento de los políticos europeos de ignorar al Cristianismo. Y con esto lo que contesta es la falta de democracia porque el Cristianismo garantiza la laicidad de las instituciones políticas, puesto que separa lo que es de Dios y lo que es del César. Sólo el Cristianismo hace posible que nazcan alternativas culturales, sociales y políticas frente a las de matriz nihilista y fundamentalista que hoy constituyen la mentalidad dominante. Porque Europa vive de concepciones según las cuales el poder es todo y el hombre es nada, desde las formas fundamentalistas islámicas hasta las de nihilismo democrático y políticamente correcto. Por eso el debate sobre la Constitución europea tiene que ver con nuestra vida cotidiana, con la sociedad civil. Porque Europa, según la percepción que tenían los padres fundadores, es el bien más grande que podemos garantizar en estos momentos a la civilización europea. Una Europa que se viera reducida al tipo de enfoque que domina actualmente es el mayor desastre que podemos permitir.
Dentro de Europa, los cristianos tenemos hoy una responsabilidad grande porque lo que para los demás es algo bueno para nosotros es una ocasión de generar una civilización nueva. Normalmente, una red europea se concibe como un contexto universitario o económico donde lo que se lleva a cabo es el intercambio de buenas prácticas, pero para nosotros es una red de rostros, de amigos, a través de los que pasa esta experiencia que cambia el significado de todas las cosas. De nuestra experiencia es posible que florezcan mañana personalidades como las de Schuman, Adenauer o De Gasperi, que cuando llevaron a cabo lo que hicieron no tenían delante de ellos sistemas políticos cristianos. Al contrario, estaban en el momento del desastre, pero eran personas con una gran conciencia de lo que es el Cristianismo.