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Huellas N.11, Diciembre 2004

CULTURA Escuela de comunidad / Divina Comedia

Un caso único en la literatura. La vocación de todo hombre

Franco Nembrini

En esta segunda parte de la presentación del poema de Dante, Franco Nembrini señala con breves y enérgicas pinceladas el recorrido del poeta florentino en los primeros tres cantos del Infierno y comenta el último canto del Paraíso. El autor nos ofrece un punto de vista que sintéticamente abarca toda la Divina Comedia, una suerte de espejo en el que se refleja nuestro camino humano

Canto I del Infierno
«A la mitad del camino de la vida me encontré en una selva oscura porque había perdido la buena senda»: dedico un mes de clases en el colegio a explicar estos tres primeros versos de la Divina Comedia, porque aquí se encierra toda la premisa. Cuando Dante escribe «en el medio del camino de la vida», se sitúa en el jueves, viernes y sábado santos del año 1300. Dante había nacido en 1265; tiene pues 35 años y, como también reza el salmo «aunque el hombre viva 70 años y el más robusto hasta 80», se encuentra en el punto culminante de la parábola de su vida. Y ¿qué dice Dante de su vida, en el momento culminante? (Ya se había casado, tenía dos hijos, ocupaba el puesto político más alto de su carrera). Es un hombre leal que, por la mañana, cuando se mira en el espejo, piensa: yo estoy como ciego y si miro mi vida y las cosas no alcanzo a desvelar su significado. «Selva oscura» expresa la imposibilidad que todos tenemos de reconocer la realidad por lo que es.
Yo quiero tener la mirada que me permita ver a mi mujer por su destino, por lo que ella es, por lo que ella verdaderamente es; la quiero ver así, como quiero ver así también a mis hijos y me doy cuenta de que yo solo no tengo esta mirada, no soy capaz de mirar así. Yo no sé el porqué de la muerte y de la vida, el porqué del dolor y de la alegría y necesito saberlo. Dante en la Divina Comedia grita a Dios y a la humanidad que él quiere ver la realidad por lo que es, pero para que esto suceda y el hombre pueda alcanzar a ver hacen falta ciertas condiciones. La primera condición es precisamente la del principio: la lealtad por la cual el hombre reconoce que por sí solo no puede alcanzar el significado de las cosas.

Miserere mei
Dice Dante: si yo estoy en la oscuridad, el problema es la luz, que exista la luz que me permita ver las cosas; entonces, al final del recorrido de mi razón, en la cumbre de una colina veo la luz del sol que es Dios. La imagen de la luz del sol representa a Dios. De manera que, usando la razón, al límite de sus fuerzas, el hombre puede alcanzar a decir: es verdad, existe el Misterio, existe Dios. Dante intenta subir por la cuesta de esa colina iluminada por el sol, con sus propias fuerzas, pero se topa con un leopardo, un león y una loba que le impiden el paso. Los tres animales feroces son la representación del pecado original, la constitutiva fragilidad del hombre, por la cual el hombre comprende que sería magnífico poder llegar hasta Dios, pero por sí mismo no lo logra. Y aquí aparece un pasaje precioso que utilizo para rezar por la noche y que empieza con el verso 61: «Mientras me deslizaba hacia el fondo oscuro se me ofreció [“ofrecido” significa se me dio totalmente gratis, en el momento de mayor desesperación, de mayor oscuridad, de desorientación, de repente, de modo imprevisto, una presencia se nos ofrece] a los ojos alguien que por el largo silencio que guardaba parecía sin voz; cuando lo vi en el vasto desierto le grité: ¡ten piedad de mí!». La primera palabra que pronuncia Dante en la Divina Comedia es: Miserere, ten piedad de mí. El camino que conduce a la verdad se puede recorrer sólo en la humildad que aquí se refleja, es decir, si uno tiene la humildad de pedirle a Dios y a los hombres, sus hermanos: «Ten piedad de mí». Y este grito recorre toda una vida, es también el recorrido de cada instante. En la vida tiene que volver a suceder el milagro de una presencia y, por lo tanto, que en cada instante sea posible comenzar con esta petición: «Miserere». El personaje al que Dante se dirige es Virgilio, el gran poeta latino, que le dice: «Mira, Dante, te estás equivocando: ese camino no lo vas a poder recorrer nunca tú solo; tienes que emprender otro viaje, es decir, tomar otro camino, porque la vida empieza cuando uno encuentra alguien que es maestro y grita su propio miserere». El primer canto del Infierno termina cuando el poeta dice a Virgilio: «Es verdad, me fío de ti, te sigo por un camino diferente del que yo me había imaginado».

Canto II del Infierno
El segundo canto del Infierno completa esta introducción y nos ayuda a entender además todo el itinerario que llevará hasta el canto 33 del Paraíso del que luego comentaré algo. Comienza con Dante que, ya decidido a seguir a Virgilio, empieza a tener miedo: «Declinaba el día, y el aire oscurecido libraba de sus fatigas a los vivientes de la tierra. Yo, solo, me disponía a sostener la guerra tanto del camino como de la piedad». Repite tres veces «yo, solo»: hay un momento en la vida en que tienes que hacer cuentas contigo mismo. Hay un momento en la vida donde ni tu mujer, ni tus hijos, ni la comunidad, ni el cura, ni nadie puede responder por ti; hay momentos en la vida donde estás tú solo, eres tú al que le toca decir «sí» o «no», y de lo que tú decidas depende tu participación en la salvación del mundo. Tenemos que entender que hay un momento en la vida en que tú estás llamado a pronunciar un «sí» como el de la Virgen, del que dependió la salvación del mundo, o un «sí» como el de Jesús en la Cruz del que dependió el destino eterno del mundo. Podéis comprender que, si la vida es así, entonces es una lucha, «me disponía a sostener la guerra», vita christiana militia est. Nada de pacifismo, la vida es una batalla. Si abres el periódico y ves las imágenes de los atentados de Madrid y no reaccionas, no te producen una herida, entonces, ¿quién eres tú? La realidad te llama a ti, te hiere a ti y tú debes responder. Dante lo percibe con tanta fuerza que se asusta y echa un paso atrás para no comprometerse con el drama de la vida, se echa atrás como hacemos todos, buscando una excusa, con la excusa que buscamos todos: «No soy capaz, no voy a poder, si se dieran otras circunstancias, pero en estas no puedo». Podríamos decir que Dante se comporta como un cobarde que no se quiere arriesgar. Entonces Virgilio le dice: eres un canalla, pero para animarte te voy a indicar cuál es el camino que tienes que recorrer.

Una cadena de personas
¿Por qué Virgilio, que estaba en el limbo tan tranquilo, se iba a ocupar de Dante? Por su cuenta no lo hubiera hecho; le dice a Dante que oyó la voz de una mujer, Beatriz, que le dijo: «¿No ves que Dante está sufriendo muchísimo?, está necesitado de que vayas a ayudarle»; «¡Ah!, es verdad, voy corriendo; oye, pero ¿a ti cómo se te ha ocurrido que vaya a verle?». «No es cosa mía, yo tampoco me había dado cuenta de cómo estaba Dante, pero vino santa Lucía, que es la santa de la luz, la patrona de la vista, y me dijo: “Beatriz, ¿no te das cuenta de cómo está Dante?, y entonces yo te avisé corriendo y le pregunté a santa Lucía: “¿y tú cómo te has dado cuenta de que Dante estaba mal?, y ella me respondió: “no, si yo no me he dado cuenta de cómo estaba, yo también estaba a lo mío, pero la Virgen, sólo la Virgen, la Virgen María ha sido capaz de darse cuenta de la verdadera situación de Dante”». La Virgen llama a santa Lucía, santa Lucía a Beatriz, Beatriz a Virgilio y Virgilio va a ayudarle. De manera que el camino que tiene que hacer Dante es amado por el universo entero. Cuando miro las estrellas me conmuevo porque todo el camino que tiene que hacer Dante, al igual que el camino que tiene que hacer cada uno de nosotros, es querido y amado por el universo entero, que es movido por la Virgen para que cada uno recorra el camino que tiene que hacer.
Retomando, Virgilio insulta a Dante y le reprocha que, después de todo el lío que ha montado, ahora no puede echarse atrás por segunda vez. Esta vez, Dante se pone en camino y echa a andar. Para Dante es necesario pertenecer a otro para echar a andar. Tanto le apremia al poeta esta cuestión, que dedica los siguientes cantos, III y IV, a los que no han querido pertenecer a nadie, y a esos los pone en la peor parte del Infierno.

Canto XXXIII del Paraíso
Leemos la oración a la Virgen. Como caso único en la literatura, Dante dice que ha visto a Dios y es lo que va a describir en este canto; y en mi opinión, lo vio, porque era un santo y un místico. Para Dante ver a Dios es ver la naturaleza verdadera de las cosas, no es sólo ver el más allá, sino en primer lugar ver el más acá. San Bernardo intercede ante la Virgen para que se cumpla la petición de Dante de poder llegar a ver a Dios.
El «término fijo del consejo eterno» (v. 3), de lo que Dios tenía en mente al crear todas las cosas, del designio de su voluntad eterna, es la Virgen. De manera que cuando pensó en mí, cuando me creó, también me pensó a mí dentro de su designio eterno; no hay nada en este mundo, desde la flor hasta cualquier cosa, que no haya sido pensado en relación con este término fijo del designio eterno de Dios que es la Virgen.

Por cuyo calor
«Por cuyo calor en la paz eterna así floreció esta flor» (vv. 8-9). La flor es la cándida rosa formada por las esferas de los beatos del Paraíso. Por el “sí” de la Virgen, por su libre adhesión, pudo nacer la multitud de los santos que forma la Iglesia triunfante.
La esperanza para el cristiano no es simplemente algo que vendrá en el futuro, sino la certeza de algo que ya está presente, que tiene aún que cumplirse pero ya empieza a hacerlo. La Virgen vivió, estuvo entre nosotros, es una de nosotros, de carne y hueso como nosotros, es alguien presente y, por eso, es fuente de esperanza para mí, porque lo que yo espero y deseo para mí ya ha sucedido.
Ahora comprendemos por qué en el Canto I del Infierno Dante suplica «miserere». Necesitamos esa piedad y misericordia que se encarnan en la Virgen: «En ti misericordia, en ti piedad», pues ella se identifica con el corazón mismo de Dios que es la misericordia (verso 19).
«Tu benignidad [la de la Virgen] no sólo socorre, no sólo viene en ayuda de quien pide sino que muchas veces, libremente, se anticipa a la petición» (verso 16) tanto que, cuando Dante al principio suplica «miserere», se lo está diciendo a Virgilio, que ya ha sido enviado por la Virgen a través de toda una cadena de personas mediante la cual «su benignidad» alcanza a Dante.

Luz y miradas
Aludo, breve y finalmente, a toda la fase siguiente de este Canto XXXIII, que es todo un diálogo de miradas, un intercambio de miradas, pues ya no se vuelven a pronunciar palabras.
Este canto es un estallido de luz; buscad en él todas las palabras relativas al mirar o a la luz. Verso 26: san Bernardo pide a la Virgen que Dante pueda «levantarse con sus ojos [con su mirada física]» hasta ver a Dios, levantarse hasta la salvación última.
«Para que tú disipes todas las nubes de su mortalidad con tus ruegos, de manera que goce del sumo placer» (verso 31): san Bernardo pide a la Virgen que «disipe» todas la nubes de su mortalidad con sus oraciones, para que pueda ver el sumo placer. Nosotros estamos ciegos –entiende–, hazle ver tú, de manera que pueda, verdaderamente, ver la realidad de su mujer, de sus hijos, de sus amigos, que pueda verla y abrazarla, porque estamos hechos para abrazar la realidad y así poder vivir la vida con fe, esperanza y caridad.

Por gracia de María
Un poco más adelante, Dante dirá que este milagro de poder ver la “realidad” se le concede por gracia de María. En tres momentos distintos, por la intercesión de la Virgen, consigue ver a Dios, y las tres veces ve cosas nuevas, cosas que cambian, de manera que, cada vez que ve a Dios supone una novedad respecto a la anterior. Y explica con precisión que no es que Dios cambie, sino que su mirada va haciéndose cada vez más aguda, más potente, penetra más a fondo y ve más cosas de la realidad de Dios que tiene delante. Es algo así como cuando usas prismáticos: empiezas a mirar y la primera vez no están bien enfocados y ves a duras penas, con dificultad; giras un par de veces y ya se ve la montaña, pero todavía sin mucha precisión; giras otras dos veces y ves una casa; giras una vez más y ves a una persona dentro de la casa que está en la montaña; es la misma realidad, el mismo objeto todas las veces, pero la vista se ha ido potenciando y distinguiendo cada vez mejor la realidad que había.

Atado con amor en un volumen
¿Qué ve Dante en la visión de Dios? Tres cosas. La primera, verso 85: «En su profundidad vi que se ahonda, atado con amor en un volumen, lo que por todo el universo se desencuaderna». Dice: vi unido, recogido en un único volumen, recogido en toda su perfecta unidad todo lo que desde nuestro punto de vista, es decir, en la experiencia, tal y como nosotros la percibimos, se dispersa, está desencuadernado; como los libros cuando se desencuadernan y las hojas se sueltan y cada una se va por su lado y, sin embargo, pueden ser recogidas y unidas en un único volumen; todo lo que para nosotros en la experiencia es contradicción, es imposible de comprender, tantas fatigas aparecen unidas –vistas desde el lugar donde se encuentra Dante–, unidas por esta fuerza cohesiva que es el amor.
Dante empieza a ver la realidad y la vida tal como la ve Dios y los santos con Él.
Este amor es la unidad, la fuerza que une todo lo real, y nadie puede imaginar cómo Dios la sostiene, abrazando todo en una unidad.

En el Paraíso no nos aburriremos
Son preciosos los versos 97-99: «yo estaba totalmente suspendido inmóvil y atento y siempre, cada vez que miraba, se encendía más, y cuanto más miraba más me encendía». Son dos cosas distintas la naturaleza infinita del deseo humano que nunca se agota y la realidad de Dios que tiene delante, que en su comunión de personas nunca se agota, sino que es siempre algo más grande. Por eso en el Paraíso no nos aburriremos, porque el deseo se verá siempre cumplido y siempre renovado. Es distinto decir: «Estoy contento», a decir: «Me contento con...», me conformo, porque uno que está contento vuelve siempre a empezar, relanza, recomienza, construye, mientras que el que se conforma es uno que renuncia. Quien está contento está vivo y quien se conforma está muerto.

El misterio de la Trinidad
Lo segundo que Dante ve con su mirada cada vez más penetrante es el misterio central de la fe, el misterio de la Trinidad. En estos dos tercetos dice: «En la profunda y clara sustancia de la alta luz se me aparecieron tres círculos de tres colores, y una dimensión, el uno parecía reflejo del otro, como el iris del iris, y el tercero parecía un fuego que de los otros dos igualmente procediese» (vv. 115-120). Con el recurso extraño a esta luz que se manifiesta en tres círculos que se distinguen y se confunden en una única dimensión, expresa la unidad y trinidad de Dios.
Por último, lo tercero que Dante ve es el otro misterio de la fe cristiana, el misterio de la encarnación, pasión, muerte y resurrección de nuestro señor Jesucristo, y lo ve de un modo peculiar, de un modo que me afecta a mí. «En aquel círculo [los círculos del misterio trinitario] que había aparecido como una luz que se refleja, cuando con mis ojos lo contemplé me pareció representada, con su color mismo, nuestra efigie, por lo cual mi vista estaba fija en él» (vv. 127-132).

En el corazón de Dios
¿Qué es lo que hay en el corazón de Dios? ¿Cuál es su fondo último? ¿Qué percibe Dante con su vista penetrante en el fondo de la vida divina? La efigie humana, el rostro de Cristo. Es como si a la pregunta de Dante: ¿Dios mío, cuál es el fondo de tu ser, qué es lo que más estimas de ti mismo?, el Misterio divino respondiera: lo más íntimo de mi Ser es que Yo me hice como tú, me hice hombre, Yo me hice como tú y tú te haces como Yo. En las entrañas del Misterio divino hay un rostro humano, el rostro de Cristo y el rostro de cada uno de nosotros.
Quiero terminar diciendo que cuando conocí a don Giussani conocí a un hombre que, cuando miraba a Dios y hablaba de Dios, me miraba a mí y hablaba de mí y, que cuando me ha mirado a mí, cuando ha puesto sus ojos sobre mí, me ha mirado como un hombre salvado. Me ha mirado como sólo Dios puede mirar y, por eso, por este encuentro, por la permanencia de esta mirada, yo estoy en el movimiento y me intereso por todo lo que hacemos para que se pueda dilatar esta mirada que sólo Dios puede tener sobre los hombres, para que esta mirada, la salvación que es propia de Dios, sea la mirada que se dé entre nosotros.