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Huellas N.10, Noviembre 2004

CL Bruno Di Biasio

Toda la vida para gloria Suya

Renato Farina

El 20 de agosto murió don Bruno Di Biasio. Los años de Desio, donde ejerció su ministerio sacerdotal con ardor y entusiasmo. En 1960 fue destinado a la parroquia de Dérgano, en Milán. El encuentro con don Giussani. « Lo importante es vivir de la vida de Jesucristo»

La memoria de don Bruno Di Biasio, fallecido el pasado 28 de agosto en Dérgano, en una zona popular de Milán, nos espolea y nos da mucha paz a la vez. Nacido en San Quirino de Friuli, en 1920, fue sacerdote castrense. En la Brianza en 1948 participó en las elecciones y pegaba carteles contra los comunistas. Era famoso por su compromiso social. Celebraba los sacramentos ardientemente. No faltaba a ninguno de sus deberes. Así hasta los 40 años. Un hombre admirable. Entre los primeros recuerdos de mi vida está la imagen de su partida de Desio, hacia 1960. Se congregó en la plaza una multitud. Don Bruno se había hecho famoso por sus artículos en el periódico local Il Cittadino y era por ello muy querido (y temido). Podía convertirse en un cabecilla, montar una rebelión: había descubierto muchos trapicheos de la administración municipal que perjudicaban a los pobres. Demasiado jaleo, era mejor trasladarle, y obedeció sin permitir que se le instrumentalizara. Todavía hoy muchos en el pueblo de Desio le recuerdan con cariño… Sin embargo, algo le faltaba.

Valiosísimo octogenario
En 2002 volvió a la basílica de Desio a celebrar la misa del ochenta cumpleaños de don Giussani. Lo definió como «valiosísimo octogenario». Las naves estaban a rebosar, pero no todos eran de CL. Entonces tomó la palabra. «Veo caras de muchos de Desio. Me fui de Desio habiendo aprendido mucho de sus gentes. Pero cuando llegué a Milán empecé otra escuela. Ya no había libros, o cosas que hacer. En su escuela, en la de don Giussani, he aprendido, es decir, he experimentado el misterio de la Encarnación. Desde entonces sólo deseo que todos vean Su gloria en la historia. Me he convertido en un hombre. Muchos creen que entienden y sin embargo no saben nada. Solo se puede entender caminando en el seno de la Iglesia, haciendo memoria a cada instante de Su presencia que nos cambia. ¡No hablo para los de Comunión y Liberación! Hablo para todos. ¡Lo único que importa es vivir de la vida de Jesucristo! Cristo cambia todas las cosas. En medio de nuestro límite hace brotar la novedad. A vosotros os digo: don Giussani no enseña para los de CL; comunica con sencillez el patrimonio de la Iglesia, indica la misma fuente de siempre. Rezad por él y rezad también por mí».
La gente se sorprendía oyendo hablar a don Bruno, a este sacerdote de ochenta y dos años rebosante de juventud. Lo comparaba con sus recuerdos: hace cuarenta años ya hablaba con entusiasmo, sin embargo ahora tenía la autoridad que viene de una experiencia inconmensurable.

“Colbacco” y hábito talar
Se le veía llegar con su abrigo gastado y su gorro ruso de piel negra; debajo llevaba el hábito talar. Era una presencia imponente que se hacía notar. Su labor en la parroquia fue un ejemplo de que ser párroco perteneciendo a Comunión y Liberación es ser un sacerdote verdaderamente católico. Bajo su guía florecían todos los talentos. Era el centro de la vida no sólo de los fieles: también los “infieles” le buscaban y se sentían consolados por su forma de ser (¡y por lo que hacía!). Su sucesor, don Savino Gaudio, recibió el siguiente telegrama: «La sección de la DS Elio Sammarchi expresa sus sinceras condolencias por la desaparición de don Bruno. Su amplio compromiso pastoral en el barrio ha constituido siempre para todos los ciudadanos una referencia importante. El Comité directivo de DS» (ndt.: Democracia de Izquierdas, partido político nacido de la disolución del antiguo Partido Comunista Italiano).
Innumerables las obras que hizo don Bruno en sus años de salud, muchos los que han cambiado gracias a su testimonio. Aún más plena de vida y gracia su enfermedad, agonía y muerte. He tenido el privilegio de ver de cerca el milagro de una muerte transfigurada. A primeros de julio me dijo: «No me encuentro muy bien. He decidido deshacerme de mi archivo de recortes de prensa. No son más que soberbia y vanidad. Pero quiero que tú conserves dos o tres cosas». De todos los artículos que con paciencia escogía cada mañana, había apartado un par de reseñas del Osservatore Romano: 24 de noviembre de 1985, «El Santo Padre ha nombrado Consultor del Pontificio Colegio de Laicos… al reverendo monseñor Luigi Giussani». La otra se refería a monseñor Angelo Scola. En memoria suya quería que custodiase, no su nombre, sino el de las personas a las que más quería en el momento en el que el Papa les reconocía en su justo valor…

Sus últimos días
El 16 de julio le llevé el chocolate a su despachito, en la iglesia, donde seguía confesando y despojándose de sus cosas. Me dijo «Se lo voy a dar a mis amigos, no me lo puedo tomar. Ya no me apetece nada, me cuesta mucho trabajo ingerir alimento alguno. Como sólo por obediencia». Alguien le llamó para interesarse por su estado, si se encontraba sereno. Respondió «la serenidad raica únicamente en estar de acuerdo con Él». Unos días más tarde le encontré sufriendo mucho. Sonreía y a la vez tenía los ojos húmedos. No tenía ganas de morirse. Le dije que eran muchos los que le querían. Me dijo «¿Quiénes?, dime sus nombres». Yo lo hice, con cada uno que nombraba se sobresaltaba de alegría. Me llamó la atención una frase que pronunció pocas horas antes de verse obligado definitivamente a guardar cama: «Piensa en lo que hay después, mira más allá, el tiempo será un instrumento para obedecerle a Él». Y volvía la cara hacia el rostro de don Giussani, en una foto en la que está abrazado al Papa.
En el lecho de agonía le asistió su familia, los amigos del Grupo Adulto, que han sido para mí testimonio vivo de la misericordia. La pena entrecortaba la respiración de don Bruno. Conseguí leer el movimiento de sus labios: «¡Ahh-ve Maria, Ahh-ve Maria!». En otra ocasión le oí decir: «¡Oh Jesús, oh Jesús!», al ritmo de su sufrimiento. Le visitaban parroquianos y amigos, no podía hablar, pero estando casi en coma, se incorporaba y bendecía con gesto sacerdotal. Una tarde al entreverme, me dijo estas últimas palabras con una leve sonrisa: «¡Ánimo! ¡Adiós!» Grande y verdadera es la vida cristiana, más fuerte que la muerte.