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Huellas N.10, Noviembre 2004

CL Loreto

Cincuenta veces el inicio. El embate continuo de algo excepcional

Carlo Dignola

45.000 personas en peregrinación a Loreto

Hic en latín no quiere decir sólo “aquí”; tiene también un valor temporal, quiere decir en esta circunstancia, en este momento delante de mí. Todo el valor de la peregrinación a Loreto está contenido en este adverbio que don Pino enfatiza al rezar el Angelus. No se trata del “jubileo de CL”, o por lo menos no es el afortunado medio siglo de una asociación laical de éxito lo que se celebra, como puede verse en los telegramas. La palabra de este 16 de octubre de 2004 no es “50 aniversario”, sino “ahora”. Giussani ha enviado un mensaje en el que señala que estamos aquí para «agradecer a la Virgen y pedir su ayuda para continuar». Y da las gracias al Papa por haber subrayado que CL no quiere mostrar «un camino, sino el camino», que el movimiento no tiene una forma de espiritualidad particular (en cincuenta años quizá no ha hablado nunca de “espiritualidad”). Es sencillamente una comunidad de personas que se han dado cuenta de que Cristo está «presente aquí y ahora».

La casa de Nazaret
Llueve en Loreto. Hasta aquí han llegado 45.000 personas, 600 autobuses, miles de coches particulares (aparcados a varios kilómetros, una distancia que hay que recorrer a pie hasta la colina). Vienen todos hasta la casa de la Virgen, que fue traída por los Ángeles –una familia greco-tarantina, y no un tropel de querubines alados, como ha asegurado la filología histórica– en 1294. Los musulmanes entraban en Jerusalén y los cristianos se llevaron de Nazaret aquello que más estimaban: la casa en la que María dijo “sí” al ángel.
Fuera de Italia, en los 70 países en los que está presente CL, en algunos casos con grupos muy reducidos, hoy se dirigen también a otros tantos lugares marianos, unos más famosos que otros: Györ, Hungría; Manaos; Oostakker, Bélgica; Plovdiv; Mount Febè, Camerún; Lourdes, entre otros. Aquí en Loreto no se puede ni entrar: no ya en la basílica, sino en la ciudad. Delante del altar en el que pusieron sus manos los apóstoles, junto a Carrón y a don Pino se hallan obispos y cardenales: el Prefecto para la Congregación para la evangelización de los pueblos Crescenzio Sepe, monseñor Rylko, presidente del Pontificium Consilium pro laicis, monseñor Paolo Romeo, nuncio apostólico para Italia y el arzobispo de Loreto Angelo Comastri. La presidenta de Acción católica, Paola Bignardi, ha enviado un mensaje con un saludo afectuoso a don Giussani. Dice que CL y AC tienen los “mismos objetivos”, «desafíos que no pueden encontrar a los creyentes divididos o indiferentes entre ellos». Y expresa su deseo de que aquí, «en donde incluso las piedras recuerdan, invadan vuestro corazón el estupor y el reconocimiento. En la casa de Nazaret, sentid cercana a nuestra Asociación».

La Basílica está llena. No cabe ni un alma en la Plaza de la Virgen, la gente se asoma desde las galerías del Palacio apostólico, en la planta noble. Decenas de miles de personas siguen la ceremonia por el camino, gracias a 12 grandes pantallas. Fuera de los muros, hacia el final de la calle Sixto V, el servicio de orden, eficientísimo e inflexible, nos detiene: nos hallamos delante de la “Pizzería Santuario”, pero desde aquí no se ve nada, ni la Santa casa ni la iglesia; ni siquiera hemos conseguido entrar en Loreto. Te levantas todavía de noche, haces seis horas de viaje, dos horas de atasco desde Bolonia. Pero es poco: hay quien ha salido de su casa el día antes. Y no es nada: Descartes hizo a pie el camino desde Venecia cuando intuyó que el cogito, ergo sum no era una genialidad suya. Pero esto no lo cuentan los libros de texto.

Volver a empezar desde cero
Se distribuye una tarjeta: en el cuadro representado vemos a dos pobres personajes con los pies sucios, de rodillas delante de una hermosa joven morena que lleva un niño desnudo en los brazos: es la Virgen de los peregrinos, pintada por Caravaggio. Detrás figura escrito: «María, ¡tú eres la seguridad de nuestra esperanza!». Es la escritura de don Giussani. Se empieza a escuchar un canto en el aire: es como si al menos la mitad de lo que CL ha sido en estos cincuenta años estuviese contenido en el canto. La voz de don Pino se adentra en nosotros con discreción, con la claridad de su timbre: «Queridos amigos: en este momento cada uno de vosotros es llevado de nuevo a la verdad de su ser: ¿qué seríamos si no reconociésemos el gran núcleo desde el que todo se origina?».
Ni una palabra sobre las cosas realizadas en estos cincuenta años. Da igual que estemos en 2004 o en 2011, parece poca cosa. Se recita el Angelus, la huella de aquel primer instante que ha atravesado los siglos de boca en boca. Es el «paradigma de la naturaleza misma del cristianismo», dice Carrón, y podríamos terminar aquí, diciéndole al Padre Eterno que es lo único que hemos aprendido. Es un comienzo siempre nuevo, desde cero, desde aquel minúsculo instante que la historia no ha podido eliminar. «¿Dónde podemos evocarlo mejor que aquí, en Loreto, cerca de la santa casa de Nazaret donde aconteció por primera vez?».

Hoy hace viento, un viento que corre por las calles de Loreto. Baja por las colinas y llega hasta la llanura de Musone, acariciando la antigua Marca pontificia salpicada de sol y de sombras, y después se vuelve a levantar levemente para agitar las copas de los pinos del Cònero, cerrado a oriente por un mar zafiro. Cae un chaparrón, la gente saca toda la ropa de abrigo que lleva. Hace frío, más de lo previsto. Después de tres horas de pie el frío se te mete hasta los huesos. Los paraguas sirven de poco; la gente se pega a los muros. Ya no se ve la pantalla desde aquí, sólo se oye la voz del que habla, las notas: «Desciende, Santo Espíritu...». Hacia el norte, en un claro de luz, aparecen repentinamente Castelfidardo, y detrás Osimo. Hacia el sur, Recanati: «Nuestros sentidos ilumina...».

Una historia terrena
Las palabras del ángel a María son así: luz que rasga el aire brumoso del mundo, pero que permanece como misterio, como un fondo incognoscible, como un relámpago en el horizonte que se pierde en la lejanía, más allá de las colinas del Infinito de Leopardi. Porque, como dice Giussani, «desvelar el Misterio significa desvelar algo que sigue siendo misterio». Y sin embargo es como si por un instante se vislumbrase el tejido del que está hecha esta esponja de moléculas que es el mundo, como si al tacto se sintiese su trama. Un arco iris desciende desde la basílica hacia la tierra, hacia los campos cultivados. El viento sacude los altavoces, que se agitan, distorsionando las palabras del Ave María. Es una historia sencilla la de esta joven, una historia terrena. El halo de esta mujer permanece intacto en el aire de los cantos marianos que en las lenguas más extrañas –del latín al español, del ruso al irlandés–, hacen llegar hasta nosotros el eco de la adhesión al Ser total, esponsal y subversiva de aquella mañana.

Se recita el Rosario y Nori intercala en la oración las palabras de Giussani. Vemos suceder ante nosotros el evangelio. María, peregrina también ella, que va a ver a su prima Isabel: «Hizo a pie aquellos 120 kilómetros de camino de montaña con rapidez. La caridad nace de esta luz matutina». La sencillez de esta oración del pueblo penetra poco a poco, estrofa tras estrofa, cuenta tras cuenta en el corazón. Es algo confortante. Giussani dijo en una ocasión que si el pueblo cristiano se ha conservado, ha sido gracias al Rosario. En el museo de la Santa casa lauretana hay decenas de rosarios, de cristal y de coral, de ópalo y de cedro del Líbano, conservados con cuidado entre los cuadros de Lotto y de Pomarancio, como si fuesen obras de arte. En el cuarto misterio gozoso nos quedamos «como petrificados por el estupor» ante algo que, incluso para nosotros, que habíamos venido hasta aquí, era totalmente imprevisible, totalmente nuevo.

El yo en el centro
¿Qué es CL, después de cincuenta años, sino un rosario de peregrinos que desgranan en su vida los misterios gozosos y los dolorosos? Dice la Salve: nobis, post hoc exilium ostende. Somos todos así, gente sin patria, con mochila al hombro e hijos recalcitrantes detrás, alguno de los cuales quizá esté hoy hasta el gorro del movimiento. Hemos llegado a golpe de piernas porque hemos intuido algo, nos hallamos casi por casualidad en este pueblo, por un “se dice”; aquí de pie, sobre banquetas inestables, bajo el agua de la vida, fuera de los muros de la ciudad, en la periferia de este acontecimiento que tiene un solo centro: tu “yo”. Una chica irlandesa canta Nazareth’s Morning en su lengua; en este pequeño pueblo italiano muchos bajan la cabeza, llenos de conmoción: aquella mañana es ahora.

Lo ha dicho Julián Carrón: «¿Qué te ha traído aquí?». No hemos venido como “grupo”, porque en una historia así no es posible mantenerse, a menos que uno sea estúpido, si no es por uno mismo. «Es un amor. Es un apego del que no podemos prescindir». Comunión y Liberación existe desde hace cincuenta años, pero «¿qué nos cautiva ahora?», pregunta Carrón. Lo que nos ha arrastrado «hasta la adhesión» tiene un nombre: Jesús. «Haría falta borrar toda una vida para no pronunciar su nombre hoy. Pero al pronunciar su nombre no podemos evitar pensar en aquel que nos lo ha dado a conocer así». Y dice la palabra más hermosa del día, la única que habla del pasado, la que se hunde en la tierra húmeda y pone los fundamentos para el futuro: gracias. «¡Gracias, don Giussani! ¡Escucha hoy el clamor de la gratitud de tus hijos! Has sido tú quien nos ha hecho conocer el cristianismo como un acontecimiento. Lo que nos convence es el sucederse del cristianismo como un acontecimiento que nos cambiaba la vida todas las veces que tomábamos contacto con él».
Si no fuese así todo podría deshacérsenos entre las manos repentinamente, o bien lentamente, inadvertidamente, inexorablemente, como polvo.

Algo nuevo
Giussani lo había vuelto a decir el día anterior desde una columna en el Corriere della Sera, con la paciencia de un padre: «El comienzo de la fe no es una cultura abstracta, sino algo que viene antes: un acontecimiento. La fe toma conciencia de algo que ha acontecido y que acontece, de una realidad nueva». Pasa un grupo de curas vestidos de blanco. Uno lleva al cuello una estola peruana. Entre ellos está también don Paolo. ¿Estará todavía en Taipei? Se canta Miraculosa Rainha dos ceus, y más que en los milagros uno piensa en esa forma de mirar propia de la fe... El obispo de Loreto, Comastri, pronuncia palabras afectuosas. Monseñor Rylko lee el mensaje del Papa, que llama a Giussani «querido monseñor». El cardenal Crescencio Sepe recuerda durante la misa las palabras de la Novo millennio ineunte: «No nos salvará una fórmula, sino una persona». Y comenta: «Este es el corazón de la pasión educativa y comunicativa de la experiencia cristiana tal como es vivida y propuesta por el movimiento». Otro arco iris se abre en el cielo, todavía más alto.

Carrón lee un mensaje de Giussani, que no se cansa de dialogar con este su pueblo: «¡María, ¡tú eres la seguridad de nuestra esperanza! Esta es la frase más importante para toda la historia de la Iglesia; en ella se resume el cristianismo entero. Sin la Virgen no podemos estar seguros del futuro». Sin ella no habría podido suceder nada, ni siquiera estos cincuenta años de CL: «En el seno de María ha comenzado la última historia de la humanidad, el comienzo del fin del mundo». E invita a todos a «rezar todos los días el Santo rosario». Carrón levanta los ojos y sonríe: «¡Felicidades, don Gius!» dice, recordando que el día anterior había cumplido 82 años. Terminamos recitando de nuevo el Angelus, y ahora es más fácil comprender por qué.

Hic – Aquí
Giussani siempre ha dicho que todo comenzó cuando, estando en el seminario, cayó por primera vez en la cuenta de las palabras del Prólogo del evangelio de san Juan: «Verbum caro factum est». Aquí en Loreto, en la parte delantera del altar erigido dentro de la casa de Nazaret, está escrito en negro sobre blanco: «Hic Verbum caro factum est». Quizá, después de cincuenta años, se empieza a entrever también aquel hic: no es solo que el Verbo se hiciera carne, sino que sucedió precisamente aquí, en esta casa en la que María amamantó al Misterio. Ha sucedido aquí, en Loreto, hoy: a uno le entra la sospecha de que incluso el factum est, (eghéneto), no es una forma pasada del verbo.
La ceremonia está a punto de terminar. La gente reúne mochilas y paraguas. Un lugareño, un tipo robusto con chaleco guateado, pensando que es su oportunidad, abre su pequeña tienda de recuerdos. Da vueltas a la manivela hasta que se baja el toldo, y pone sobre un banco estatuillas de la Virgen, medallas, incluso se adelanta un poco poniendo algún que otro nacimiento: es decir, recuerdos. Es gracioso. Nosotros buscamos siempre retener ciertos momentos de la vida pero, si no vuelven a suceder, no hay esperanza: «María, ¡tú eres la seguridad de nuestra esperanza!». En su rostro se refleja la perplejidad: ha intuido que a pesar de las 45.000 personas, hoy no venderá gran cosa.