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Huellas N.9, Octubre 2004

BELLEZA

El amor al Ser, origen de la pasión por la belleza

a cargo de Paolo Perego y Alberto Savorana

Conversación con Marco Bona Castellotti, profesor de Historia del arte de la Universidad Católica de Milán. Sus diálogos con don Giussani sobre la belleza, a partir de los años sesenta, se desarrollaron en el ámbito de una relación de amistad. La pasión por la potencia del Ser, origen de una capacidad de buscar y valorar la armonía en la forma, en un mundo que niega todo o, como mucho, deja sobrevivir una forma vacía. La belleza, esplendor de la verdad, es un poderoso factor de educación

El arte y la literatura acompañan la vida de don Giussani, empezando por su familia, después en el seminario y, por fin, en el liceo Berchet hasta llegar a nuestros días. A través de él, impregnan también la experiencia de CL. Ciertas piezas señalan algunos pasajes decisivos de su historia personal: el canto A su dama de Leopardi, el aria Spirto Gentil de Donizetti, el Preludio de la gota de Chopin y los cantos rusos. ¿Nos puedes contar algo de tu experiencia con él relacionado con esto?
La estrecha relación que mantuve con don Giussani a partir de 1966 abarcaba también una acalorada discusión de carácter estético y cultural que no iba dirigida ni estaba sujeta a una educación en la belleza; más bien formaba parte de una amistad que se basaba también en este tipo de cuestiones culturales, dentro de la cual no escatimaba ningún juicio, al igual que don Giussani. Tenía además esta característica particular: a medida que estrechaba la relación, trataba de seguir mis gustos, no de imponerme los suyos. Lo que puedo decir –lo recuerdo perfectamente– es que el conocimiento de don Giussani, especialmente en el ámbito de la literatura, menos en el de las artes figurativas, era mucho más amplio de lo que se pueda imaginar. Conocía muy bien, por ejemplo, casi toda la obra de Thomas Mann y recuerdo que el libro que más le gustaba era una de sus últimas novelas, El elegido, que, según me decía, el mismo Charles Möeller consideraba una obra revolucionaria dentro de su pensamiento, porque abandonaba los bastiones de la estética de Nietzsche y del “espíritu titánico” del siglo XIX para llegar a una visión más positiva y, a su manera, más religiosa de la vida.
Entre 1966 y 1978 don Giussani hablará algunas veces también de Chopin, mucho de Leopardi. Diría que de los primeros tiempos lo que ha quedado plenamente vivo es Leopardi.
Creo que sería oportuno dar a conocer la diversificación de sus gustos, signo de una sensibilidad muy amplia. Las lecturas de don Giussani son mucho más amplias que las que recoge el libro Mis lecturas. Es cierto que para mantener el interés por algunas obras y actualizarlo hubiera necesitado una especie de exégesis que requeriría mucho tiempo y trabajo, y un tipo de soporte “ideológico” que probablemente don Giussani, en un determinado momento de su vida, consideró secundario respecto a otros problemas.

¿En qué te ha ayudado en el ámbito de tu trabajo la sensibilidad de Giussani por la belleza?
Como él mismo admite, nunca ha sentido una especial simpatía por las artes figurativas: una gran pasión por la música y por la literatura, pero en menor medida por las artes figurativas. Dado que mi materia es la historia del arte no me he servido especialmente de sus juicios en este campo. En cambio, sin duda lo que me ha permitido afinar y madurar mi sensibilidad, especialmente a partir de unos determinados años, fue su amor al Ser, que abarca también el amor a la belleza.
Pigi Bernareggi, durante una cena con los seminaristas de la Fraternidad de San Carlos de Roma en el Meeting de Rímini, contó el siguiente episodio. En 1962 don Giussani convoca entorno a un gramófono a Bernareggi, a Eugenia Scabini y a algunos otros, y les hace escuchar unos cantos rusos. Al final de la audición exclama: «¡¿Sentís la potencia del Ser?!». Este concepto, tan vivo también hoy en él, se remonta a los inicios y le acompañará toda su vida. Para mí su principal enseñanza es el amor al Ser, que abarca también el amor a la belleza. Sin embargo, diría que es mucho más intenso en él el amor a la verdad, porque la belleza para don Giussani es un concepto de origen tomista: no existe la belleza separada de la verdad. Lo que me ha enseñado es el amor a la verdad y en esto arraiga el amor a la belleza.

Con frecuencia tratamos la belleza como algo que nos interesa por una “gusto particular” o “por deber”; hay que leer los libros recomendados, ir al Meeting y visitar las exposiciones, comprar los CD de la colección Spirto Gentil. ¿Qué te parece?
El gusto encorsetado en un código “por deber” me preocupa un poco, pero no me escandaliza. No hay nada malo en esto, siempre que se consiga comprender el valor de lo que se nos propone. Sería ya un paso importante.
Pero en la enseñanza de don Giussani me parece fundamental destacar su insistencia en que la gente vaya cada vez más al fondo del amor al Ser, que es una síntesis de lo natural y lo sobrenatural, lo físico y lo metafísico. Hay que tener el coraje de afirmarlo libremente, porque se suele afirmar con reservas, entre líneas, por miedo al término sobrenatural; hasta entonces, no habremos captado la esencia del cristianismo. No es cuestión de tratar la belleza con superficialidad, sino de aprender a amar cada vez más intensamente al Ser en cuanto fusión de lo inmanente y lo trascendente, de lo físico y lo metafísico. Lo sobrenatural como fermento iluminador de lo natural.

«Nada más anticristiano que un gesto cristiano mal realizado». ¿Cómo ves esta afirmación de don Giussani?
Nada es más anticristiano que un gesto cristiano convertido en algo feo, privado de belleza. Sí, es verdad. Un gesto cristiano descuidado carece de belleza. Basta observar una liturgia rebajada a práctica ritual. En este sentido, creo que la misa de apertura del Meeting de Rímini de este año ha sido de una gran belleza –aunque con algunas imperfecciones– por el orden y la armonía, por la pasión demostrada por todos, por la conmovedora conexión vía satélite con el Pontífice. ¿Qué hace hermoso un gesto cristiano? Dos componentes irrenunciables: la pasión y la armonía. Pero una armonía de formas no puede subsistir por sí misma, porque sería algo frío y puramente estético. Desde que conozco a don Giussani me ha trasmitido, consciente o inconscientemente, su pasión por la armonía. Siempre ha cuidado las formas, tanto en los detalles como en la síntesis. Se podría afirmar que no hay nada más anticristiano que descuidar la forma, movidos por la moralista búsqueda de un “valor” que no se encarna en formas. El cristianismo siempre ha cuidado las formas porque son necesarias. Pero son necesarias como portadoras de la belleza, porque la belleza sin la forma no existe. Sólo hoy se afirma la posibilidad de una estética sin forma; pero es una estética que niega conceptualmente la belleza.
¿Qué efecto puede producir en nosotros la afirmación “salvaguardar la pasión por la armonía de la forma”? Una educación y un rigor personales. Por tanto una educación y un respeto recíprocos, con el espíritu de la caridad y de la corrección, en un mundo que niega todo o, como mucho, deja sobrevivir una forma vacía.
Espero que todos vayamos cada vez más al fondo del amor al Ser, que significa pasión por las cosas, pero también búsqueda de la belleza que hay en ellas, una belleza que hay que sacar a la luz, pues cada vez se niega más.

Esta continua tensión de don Giussani hacia la belleza es significativa desde los comienzos...
No hay nada más bello que la verdad. Nada más verdadero que la belleza, con la condición de que sea inherente al concepto de Ser, que es la unión original de lo natural y lo sobrenatural. Educar significa ayudar a comprenderlo cada vez más; también a través de lo más sencillo, la oración, porque el valor de la oración nace y se manifiesta precisamente en estrechísima conexión con el amor al Ser.
La educación en la belleza nace del reconocimiento de la potencia del Ser. Esto contiene toda la pasión... «Apasionado. Apasionado. Apasionado. Apasionado», don Giussani lo ha repetido cuatro veces en su saludo final en el Meeting. Pasión en la forma, en la armonía de la forma, no pasión irracional y deforme.

Impresiona la capacidad de don Giussani de suscitar una correspondencia con sus propuestas.
Es también una consecuencia de su amor al Ser. Su primera aplicación. Porque esta capacidad de Giussani, verdaderamente excepcional, le ha permitido, entre otras cosas, suscitar el movimiento. Lo que más edifica el movimiento es esta capacidad de valorarlo todo, de trasmitir y de valorar. Cuando decía que él seguía mis gustos, era así: él trataba de seguirme, por su capacidad de “participar” de la sensibilidad de quien tiene delante. El otro es amado y valorado por amor al Ser, precisamente porque forma parte del Ser. Al hombre se le da esta capacidad de entrar en el misterio del Ser. El hombre lo consigue si es consciente de que depende de Otro, con O mayúscula. Si no, no lo consigue. De hecho el gran límite de la cultura moderna es no haber reconocido que al depender de Otro el hombre se conoce y se entiende mejor a sí mismo. Es un error capital, tremendo. Parece tan sencillo darse cuenta y, sin embargo, no se ha comprendido.