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Huellas N.10, Noviembre 2009

BREVES

La Historia

UN ABRAZO A LA VIDA ENTERA
Un lugar insólito en tierra emiliana: una charcutería que es también un restaurante. Carla no se acuerda quién se lo sugirió. Un día con diez amigos decide quedar a comer allí. Comida fantástica: embutidos, fiambre, platos típicos regados con un óptimo lambrusco. Además, esa camarera discreta y atenta a que no falte nada en la mesa. Ninguna afectación en la manera de moverse, más bien una atención familiar. Al final, un chupito de grappa con arándanos. Alguien lanza la idea: «Nos han tratado a cuerpo de rey. Tenemos que darles las gracias. ¿Por qué no les dedicamos una canción?». «¡Óptima idea! ¿Qué tal La canzone degli occhi e del cuore, de Claudio Chieffo?». Murmullo. Uno se levanta y va a llamar a la camarera: «Venga a la sala y llame a las cocineras... a todos los que han preparado estos manjares. Tenemos algo para vosotros». Desde la cocina salen algunas mujeres. «Queremos cantaros esta canción que habla de un hombre que es perdonado. Somos cristianos y en el movimiento católico al que pertenecemos hemos aprendido que el cristianismo abraza la vida entera y la hace más bella. Nos parece la mejor manera de daros las gracias».

Empieza el canto. Una de las dos mujeres al fondo de la sala, la más anciana, al cabo de un momento empieza a llorar silenciosamente y la camarera la abraza. Al final de la canción, la más joven, de unos cincuenta años, se acerca al grupo: «No podíais hacerme mejor regalo». Y se retira junto con las otras. Después de un momento, la camarera vuelve con diez bolsitas con un plato de cerámica de regalo y unos chorizos. «La señora que os ha hablado es la dueña, la otra es su madre. Hace un mes su marido murió. Todos le queríamos mucho. Un buen hombre, católico, como todos nosotros». Y visiblemente conmovida añade: «No nos había pasado nunca lo de hoy: ver la misma fe en chicos tan jóvenes. Os ruego que nos digáis cómo podemos buscaros». Alguien saca un papel y apunta algunos teléfonos. Pero no bastan los teléfonos y las direcciones. Apuntan en el folio: «Como usted, también nosotros necesitamos continuamente que el Nazareno nos abrace, nos quiera y nos consuele con su caricia».

La presencia que consuela. Carla a la vuelta repara en lo que ha pasado: por ese gesto tan sencillo, por esa compañía de diez amigos, había pasado la única Presencia amiga que podía consolar a aquella mujer. Y a ellos también.