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PALABRA ENTRE NOSOTROS

La obra del movimiento

Luigi Giussani

Con ocasión del XX aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de Comunión y Liberación proponemos los apuntes de la síntesis de Luigi Giussani en los primeros ejercicios de la Fraternidad.
Rímini, 7-9 de mayo de 1982


«Que donde dos o tres se reúnan en tu nombre, te reconozcamos presente perdonándonos y socorriendo las necesidades de todos. Escuchamos tu Palabra y nos unimos en la fracción del pan (...). Dándonos tu paz, haz que (...) la humanidad sane las divisiones y construya un mundo nuevo»1. ¡Qué más deseamos de nuestro compromiso con el movimiento! Además, cuando cantamos un himno como el de esta mañana2, no podemos estar tan distraídos que no experimentemos una emoción, pues es una descripción, hasta en los detalles, de lo que queremos y pedimos que suceda, o mejor, de lo que suplicamos que se manifieste: donde dos o tres se reúnen Te reconocemos presente, y Tu presencia genera una humanidad distinta.

No sé de qué forma más sugerente se puede describir una humanidad distinta de cómo lo expresa el himno de esta mañana: «La Vida destruye la muerte... Cristo[resucitado], esplendor de la gloria, alumbra ya nuestra mañana». Este es el principio y es todo. «Y nos descubrimos con gozo», al retomar la vida por la mañana, «hermanos unidos en Cristo. (...) A [cada uno] de nosotros, que Cristo se nos manifieste, nos salga al encuentro y nos llame Aquel que murió y ahora vive»: que lo que ha sucedido se convierta en una realidad personal; que Su presencia, que sucede continuamente, se identifique conmigo mismo, con mi realidad personal. «Retorne a nuestro camino y como a los suyos nos hable»: que nuestra energía nazca de Su presencia, ya que la energía le viene al hombre de lo que le mueve, del motivo, de la razón del vivir. «De nuevo al partirnos el pan veremos su rostro viviente»: de nuevo, en determinados gestos, como la santa Comunión, es como si tocáramos Su rostro resucitado. La vida de una amistad como la nuestra ¿qué es sino una Eucaristía que se prolonga a lo largo del día, literalmente una comunión que continúa y que afecta la jornada? ¡Ahí vemos su rostro resucitado! Entonces, cada vez que nos reunimos, «a nuestro concorde encuentro se una hoy un Huésped nuevo»: el tomar conciencia de Su presencia que sucede, de esta presencia que acontece para toda la historia, supone una novedad para cada instante. «Confirme la fe vacilante»: no es necesario que seamos diferentes de como somos para llegar a ser renovados por la energía de Su Espíritu. Somos débiles, pero esta misma debilidad Él la ha vencido ya, y Su victoria será manifiesta, se manifestará. «Confirme la fe vacilante mostrando sus llagas gloriosas», mostrando toda la historia, la historia en la que Él se ha encarnado, revelado y comunicado. «En esta alegría de Pascua...»: la alegría viene sólo del anuncio: «la Vida destruye a la muerte, el Amor ha lavado el pecado» y «Cristo, esplendor de la gloria, alumbra nuestra mañana»; la alegría es esto y nada más, no la busquemos en otra parte porque ésta es la única raíz de la alegría. «En esta alegría de Pascua, nos hace de nuevo inocentes»: la alegría por el anuncio de Cristo resucitado, continuamente nos devuelve la inocencia. Cada vez que tomamos conciencia de lo que Él es, de Su presencia que acontece continuamente, volvemos a la inocencia, porque la pureza se da ahí, en la fe.

¿Acaso no es esta la descripción del ideal del movimiento?

Así pues, ¿por qué no ayudar a quienes en el movimiento son ya adultos a vivir con responsabilidad personal como corresponde a un adulto, con la libertad que corresponde a un adulto, con la creatividad acorde con la vocación de la persona como le corresponde a una vida adulta? El adulto, quien se ha hecho adulto en la vida de nuestro movimiento, precisa que se estreche con dulzura el lazo para llegar a lo esencial - y lo esencial eres tú -, liberándose del inevitable angostamiento de un organismo asociativo (no apartándonos, sino liberándonos, permitiéndonos participar de la vida del movimiento con la libertad del espíritu); liberando también a quienes tienen tareas de responsabilidad en el movimiento (como la mayor parte de los adultos), aliviándoles de alguna manera del peso, de la fatiga o de la complicación de su servicio. Porque hay un punto en el que debo decir “yo” frente a mi destino que es Cristo. Y es ahí, sólo en ese punto, donde verdaderamente se descubre de nuevo que somos hermanos. Tomar conciencia de Su presencia devuelve verdadero valor, de forma imprevista y real, también a quienes nos acompañan en el camino.

«Lo que por doquier, en otros lugares, es una frustración, aquí no es más que una dulce y larga obediencia; lo que por doquier, en otros lugares, es constricción de regla, aquí no es más que punto de partida y movimiento de abandono; lo que por doquier, en otros lugares, es creciente mezquindad y deterioro, aquí no es más que sostenimiento y ocasión de crecer; lo que por doquier, en otros lugares, es confusión, aquí no es sino la aparición en el horizonte de la hermosa aventura»3. Este fragmento de Péguy, que os invito a todos a meditar, debe describir el clima que hay que crear en nuestros grupos de Fraternidad. Que nadie se juzgue a sí mismo, ni mucho menos a los demás, sino que cada uno levante de nuevo su mirada hacia la presencia de Cristo, como niños que miran a su madre. Que nadie se juzgue a sí mismo o a los demás, pero es justo que la imagen ideal anime el corazón y empuje nuestra barca sobre las olas cada mañana. El fragmento de Péguy realmente debe constituir, indicar, una meta ideal de amistad, de convivencia; debe marcar el horizonte de una humanidad real y concretamente distinta en su modo de pensar, sentir y comportarse. Éste es el camino que os hemos invitado a recorrer juntos.

En una reunión en Milán la otra tarde, observaba que, desde hace unos quince años, el camino de Comunión y Liberación se ha construido sobre los valores que Cristo nos ha traído. Así, todo el esfuerzo de nuestra actividad asociativa, operativa, caritativa, cultural, social y política, ciertamente ha tenido la finalidad de movilizarnos de acuerdo con los ideales, con los valores que Cristo nos ha dado a conocer. Pero, en los comienzos del movimiento no fue así. Como señalaba ayer, en los primeros años del movimiento no se construía sobre los valores que Cristo nos había traído, sino que se construía sobre Cristo. Todo lo ingenuamente que queráis, pero el leit motiv del corazón, su móvil persuasivo era el hecho de Cristo, y por ello su cuerpo en el mundo, la Iglesia.

Al principio se construía, se trataba de construir, sobre algo que estaba sucediendo, no sobre los valores y su consiguiente e inevitable interpretación; se procuraba construir sobre algo que estaba sucediendo y que calaba en nosotros. Por muy ingenua y desproporcionada que fuera, era una posición pura. Por haberla abandonado, cerrando filas en torno a una posición que definiría ante todo como una “traducción cultural” más que el entusiasmo por una Presencia. No conocemos - en el sentido bíblico del término - a Cristo, no conocemos el misterio de Dios, porque no nos es familiar.

Ésta es la única posición auténticamente cristiana: Cristo, razón de la existencia, Cristo, motivo de nuestra creatividad, sin que medie ninguna interpretación. Todo lo demás vendrá después - la movilización de la existencia y la creatividad -, pero debemos recuperar a Cristo como razón de la existencia y motivo de la creatividad. Es un deseo apasionado de recuperar la pureza original de la vida de nuestro movimiento, desconocida para muchos, tal vez más conocida por la simple tradición cristiana recibida de los padres, que por comunicación espontánea y sencilla entre nosotros. A causa de este cambio es tan fácil identificar nuestra experiencia con un compromiso activista, organizativo o cultural, a veces definido y llevado de forma tan exclusivista y autoritaria.

Digo que con la Fraternidad hemos querido, primero, invitar a un compromiso que ayude al corazón de cada uno, que ayude a caminar frente a Cristo y, en segundo lugar, afiance personas que construyan la obra que es el movimiento con creciente madurez de fe, y por ello, asegure una creatividad mayor. No podemos dejar de sostener todo el esfuerzo a veces doloroso que realizáis, toda la energía que muchísimos gastáis en vuestro servicio al movimiento. Debéis encontrar una ayuda más directa a vuestro corazón, a la raíz por la que vuestra persona se compromete con tanto esfuerzo. En definitiva, hemos querido llamar a los adultos que quieran a ayudarse de forma más personal, para garantizar una presencia más libre y madura en la vida del movimiento.

En cualquier caso, tal como ayer por la noche emergía en el diálogo con el Ejecutivo de la Fraternidad, quisiera ahora puntualizar algunas cosas sobre cómo el Estatuto aprobado por la santa Iglesia concibe la figura de la Fraternidad. Estamos empezando un camino del que hay que tomar conciencia paso a paso. Será una compañía, será el camino lo que nos muestre cómo imaginar, pensar o realizar la Fraternidad. Es un inicio. No debemos sentirnos confusos por lo que aún no parece claro, especialmente en las relaciones entre las distintas realidades del movimiento, que todavía pueden parecer no suficientemente distintas o no lo bastante unidas. No nos preocupemos por ello, preocupémonos de captar cuál es de verdad el punto central de nuestra iniciativa y de nuestro compromiso. Y el punto crucial es el que he dicho antes: una ayuda a nuestro corazón, para que nuestra vida camine frente a Cristo. Todas las implicaciones del planteamiento que la Fraternidad ofrece se aclararán con el tiempo.

Así pues, la Fraternidad tiene la finalidad de proteger, guiar y sostener la voluntad de quienes tratan de comprometerse hasta el fondo con la experiencia del movimiento. Para ello no hace falta nada más que personas que quieran implicarse radicalmente con dicha experiencia, o mejor, que reconozcan en ella el compromiso de su fe, el compromiso de su conciencia de hombres y de cristianos. Digo «la experiencia del movimiento» como he señalado antes con un breve recorrido histórico: la experiencia del movimiento se irá aclarando y profundizando en nuestras reuniones, en las cartas que escribáis, en las relaciones que entablemos. Por tanto, puede formar parte de la Fraternidad cualquiera que tenga esta voluntad. Como afirma el artículo quinto del Estatuto: sus miembros son aquellos «que se comprometen a vivir en plenitud el espíritu de la Fraternidad, tanto en la sustancia como en la forma».

La sustancia de la vida de la Fraternidad se define por lo que decía al principio (volvamos al Himno de los Laudes): es la creación de ámbitos humanos donde la certeza que expresa el Benedictus se haga real y no se quede en un simple pasaje de los Laudes, sino sea un móvil para la vida, sea su horizonte, sea lo que determina el corazón de la vida. La forma de la Fraternidad es nuestra compañía, es una compañía. Dicha compañía es ante todo la Fraternidad como tal. Es impropio hablar de “las” Fraternidades: es “la” Fraternidad la que la santa Iglesia ha reconocido. La Fraternidad se especifica normalmente a través de una elección libre de los inscritos que se constituyen en grupos de amigos. La Fraternidad se realiza como norma a través de grupos de amigos que se constituyen libremente. Por ejemplo, el Teatro Dell’Arca de Forlì (que ya ha preparado una nueva piéce Norwid-Chopin) es el punto de arranque de una Fraternidad. O bien, como dice una carta que he recibido: «Querido don Giussani: Somos un grupo de profesores que en este año ha tratado de vivir una experiencia de Fraternidad. Lo que inicialmente nos empujó a juntarnos fue el deseo de volver accesible a nuestros alumnos la experiencia del movimiento, pero después nos hemos dado cuenta de que eso no bastaba, o mejor, que implicaba mucho más; implicaba toda nuestra persona en la compañía entre nosotros. Así, el deseo de la verdad de nosotros mismos ha empezado a definir nuestra vida hasta hacer que el movimiento fuese el único horizonte educativo para nosotros y para la gente que conocíamos». Es otro punto de arranque: son profesores dentro de un ámbito determinado que, por el motivo que acabamos de leer, se han constituido en Fraternidad. Puede haber gente que quiera crear una cooperativa agrícola y vivir esta iniciativa como ocasión para profundizar en la relación entre ellos, para que sea más determinante en su camino humano. O bien, puede haber familias que tengan amistad con otras o personas que participen en una diaconía, que, al igual de los que crean una cooperativa, se pregunten: «¿Qué quiere decir esta tarea “diaconal” que nos convierte en “manager” de una comunidad, de toda esta gente que nos cuesta tiempo y sangre? ¿Y nosotros? ¡Para guiarles, para dar testimonio ante ellos, tendremos que vivir nosotros! ¡Comencemos a vivir nosotros! Y así crean un grupo de Fraternidad.

Los puntos de arranque para crear estos grupos en los que se concreta la Fraternidad pueden ser de lo más dispares. Podría haber un grupo formado por uno que vive en Venecia, dos en Údine, uno en Messina y otro en Palermo. Podría existir una Fraternidad así. El arranque o el móvil, la ocasión por la que se llega a desear y a tratar de vivir esta forma profunda de ayuda recíproca puede ser cualquiera - ¡cualquiera!.

Por eso, cualquiera puede libremente presentar la solicitud de inscripción, que debe ser aceptada después por la Diaconía central (de la que luego hablaremos), la cual comprobará la oportunidad de su admisión. La responsabilidad de la solicitud es personal.

La amistad verdadera se caracteriza por una solidaridad así, porque la amistad verdadera es una compañía al destino, es decir, a Cristo. La razón por la que se reúne un grupo de amigos, la razón que la impulsa define una amistad. La amistad verdadera, la amistad en la que el hombre se ve tocado hasta el corazón, es una compañía al destino. Por eso la amistad de los grupos de Fraternidad es formativa, digamos que ascética, porque quiere ser un cauce que conduzca hacia la verdad de sí, que conduzca hacia una relación cada vez más verdadera con Cristo. En este sentido, la amistad se convierte en una regla de vida, una regla para la fe personal.

Añado dos cosas (una ya la he dicho, pero la repito). Lo primero es que no negamos que es difícil tratar de vivir algo tan serio. Pero - he aquí lo segundo, lo que repito - no tengáis miedo. Lo importante es el deseo de comprometer nuestra vida con la experiencia que hemos conocido (no con la organización del movimiento, sino con la experiencia que hemos tenido). No es casual que la Santa Sede, la Iglesia, haya reconocido el aspecto maduro de este compromiso, haya reconocido ese compromiso más maduro y más libre, que es la Fraternidad. Por tanto, frente al Señor lo fundamental es el deseo de comprometernos con Él, según la gracia que nos ha dado, según la gracia de la experiencia que se nos ha concedido.

Una compañía así necesitará más que nada - “más que nada” en el sentido material del término - capacidad de perdón, como digo siempre, capacidad de abrazar lo diverso. Debéis ser vosotros, que vivís con marido o mujer, quienes me lo enseñéis: la característica fundamental, la primera dote fundamental de una convivencia, tanto más cuanto más estrecha sea, es el perdón. Se precisa la capacidad de acoger al otro y de abrazar lo que es distinto de uno mismo. Es necesaria la corrección, que surge de la conciencia explícita de que estamos en camino y tenemos un destino, y por ello, necesitamos una ayuda para profundizar en la conciencia, en el conocimiento y en la conciencia. Perdón, corrección, profundización en la conciencia. Estas son ciertamente las dotes más necesarias para una compañía que quiera realizar una Fraternidad mutua.

Pero la consecuencia más clamorosa de lo que esta amistad quiere ser - es decir, compromiso con Cristo acorde a la experiencia conocida, según la gracia que se nos ha dado - es que se debe establecer una solidaridad real entre todos los miembros. «Todos los que estáis bautizados os habéis identificado con Cristo: no existe ya ni judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, pues todos sois uno en Cristo Jesús». Esto, que es el misterio de toda la Iglesia, comienza a demostrase y a manifestarse entre personas que la gracia alcanza y enriquece, como nosotros. ¡Comenzamos a verlo nosotros! Eso es la Fraternidad, eso es un grupo de Fraternidad.

Es una solidaridad no sentimental. El sentimentalismo tiene siempre como característica un origen ambiguo: pretende afrontar, abrazar a la persona, pero lo hace desde un punto de vista parcial, desde un punto de vista instrumental. Una solidaridad es real y no sentimental cuando el móvil, la razón que la determina, es la totalidad de la persona, es decir, el destino de la persona. Éste es el único punto global. ¡Ni siquiera entre marido y mujer existe verdadera solidaridad! Siento el deber de decirlo por la atención que normalmente se tiene cuando se vive una convivencia apasionada: incluso entre marido y mujer hay una dificultad última.

La solidaridad no es sentimental cuando abraza a toda la persona, es decir, la persona con su destino: se trata de afirmar el destino de las personas que tengo a mi lado. ¡Qué lejana y abstracta nos resulta todavía esta percepción en las relaciones! Y sin esta percepción la relación es menos humana, somos “infrahumanos”. Aunque hay una especie de instinto de conservación, de autodefensa de nuestra naturaleza, que corrige un poco esta ausencia por la que nuestras relaciones son inexorablemente tan sentimentales e instrumentales, ¡tan parciales!

Por su naturaleza, la responsabilidad de la Fraternidad es enteramente de quienes la viven - ¡totalmente! -. En especial, el grupo de Fraternidad, es independiente de la estructura del movimiento. Tened en cuenta, por favor, que no es independiente del movimiento, más bien representa el vértice y el corazón del verdadero movimiento, de la verdad del movimiento. La estructura del movimiento es un instrumento inteligente, laborioso y generoso de servicio. El movimiento es la experiencia que vive la persona, y por tanto, teje una trama social entre quienes viven esa experiencia. La Fraternidad es como la culminación del movimiento y, al mismo tiempo, es su corazón o su raíz. Como decíamos ayer, estas formas de solidaridad son la primera realización auténtica y madura del movimiento.

Cada grupo singular es tan autónomo que decide su propia regla. Nosotros, como guía de la Fraternidad, pedimos que se salven tres puntos, tres factores en dicha regla (decidid como queráis, pero debéis salvar tres puntos): primero, la oración; segundo, como señal de pobreza, la adhesión y la participación en el fondo común de la Fraternidad (como especificaremos después); y, tercero, una obediencia última a la Diaconía central que dirige la realidad de la Fraternidad y es responsable ante la autoridad eclesiástica, ante la Iglesia. La Diaconía central es responsable de todos los grupos ante la Iglesia, por lo que pedimos una obediencia última a la misma. Insisto en la expresión “obediencia última a la misma”, porque, evidentemente, dado y dicho lo que acabamos de señalar antes, la Diaconía no pretende entrar en los detalles o en la práctica de vuestra vida de Fraternidad, más que para indicar un camino de ascesis en sintonía con la experiencia del movimiento, o bien para corregir, si los hubiera, los errores clamorosos. Por un lado, es como una salvaguardia y una dirección, por otro una directiva ideal.

Es bueno que cada grupo, de acuerdo con la tradición educativa del movimiento y desde el punto de vista de la ascesis, tenga y fije una persona que desarrolle durante el tiempo en que se establece el grupo, una acción de reclamo, de aglutinante y de servicio a los demás, es decir, un responsable. Digo “según la tradición educativa del movimiento”, porque la presencia de una función de autoridad es parte importante de nuestra imagen educativa.

Es deseable que todo grupo tenga un sacerdote, bien formando parte del mismo o bien como referencia que aconseje y ayude. El sacerdote participa en la Fraternidad en cuanto fiel, como una persona bautizada. Es muy significativo que tantos sacerdotes del movimiento estén atentos a la Fraternidad, hasta el punto de sacrificar incluso dos días, un fin de semana, para acudir a sus encuentros: es señal de inteligencia a la hora de comprender nuestra experiencia, es como si por su parte se sintieran empujados de nuevo al origen de su figura global, incluido su ministerio sacerdotal, porque también el fundamento del ministerio sacerdotal es la fe, es mi bautismo. En este sentido, el sacerdote, cualquier sacerdote, es uno más de la Fraternidad (también puede haber tres o cuatro en una Fraternidad). Pero lo que quería destacar es que es bueno que cada Fraternidad tenga un sacerdote al que recurrir para obtener consejo espiritual o ayuda. Obviamente, el criterio para elegir a este sacerdote es que sea afín y esté cordialmente identificado con la experiencia del movimiento (no es necesario que pertenezca al movimiento, porque puede haber sacerdotes tan cristianos que perciban el valor y la originalidad de una experiencia despertada por el Espíritu hasta el punto de prestarse a una ayuda capaz de identificarse con la misma).

La Fraternidad como tal garantiza una ayuda espiritual a través de la organización de un retiro periódico. No es obligatorio que vayan todos: va quien quiere, porque espero que quede bien claro que todo esto está bajo la insignia de la absoluta libertad. Lo que queda en la historia, lo que construye, es sólo lo que nace de la absoluta libertad. La creatividad pertenece a la libertad.

La Fraternidad como tal garantiza una ayuda espiritual a través de un retiro periódico, que desarrollará un contenido teológico y ascético, que se inspira en nuestra experiencia, con una referencia particular al tiempo litúrgico, tal como nos reclama el Decreto.

Dado que es el único punto de referencia objetivo (todo lo demás está confiado a la vida de cada grupo), cualquier grupo de Fraternidad puede organizarse una media jornada de retiro, pero esta iniciativa debe comunicarse siempre al responsable regional. Un grupo o varios grupos juntos, como parezca más oportuno, pueden organizar un retiro. Por ejemplo, podría parecer más oportuno que haya un retiro por región, para todos los grupos de una región. Pero si un grupo lo quiere hacer con su sacerdote, que lo haga. En cualquier caso, los sacerdotes que guíen estos encuentros deberían prepararlos conmigo. Periódicamente, yo me reuniré con los sacerdotes que guían los retiros para profundizar juntos en la dirección teológico-ascética, según la línea del movimiento que esos retiros deberán comunicaros.

¡Es imposible pensar en una forma más libre que esta y, a la vez, más profundamente insertada en el corazón mismo de nuestra experiencia!

De acuerdo con el responsable regional, los grupos podrán proponerme nombres de sacerdotes para esta tarea. Un grupo dice: «Quiero hacer el retiro con tal sacerdote», entonces me manda, bien directamente o bien a través del responsable regional, el nombre de este sacerdote. O tal vez, cinco o seis grupos quieren celebrar un retiro, la región tal quiere hacer el retiro todos juntos, entonces me indican un sacerdote.

Quienes no formen parte de ningún grupo se pondrán de acuerdo con el responsable regional para participar en uno de los encuentros organizados a tal fin. Dado que en la Fraternidad participa el individuo, la persona, hay muchas personas que no son todavía de ningún grupo. La indicación es que se tienda a entrar en alguno, pero, al menos para el retiro - y esto es lo único necesario, porque es necesario tener un punto de referencia -, quien no forme parte de ningún grupo, de acuerdo con el responsable regional, puede participar en uno de los retiros organizados.

¡Es imposible pensar en una forma más libre que esta y, a la vez, más profundamente insertada en el corazón mismo de nuestra experiencia!

Lo que queremos, la obra que debemos realizar - la obra es parte del objetivo de la Fraternidad, como habéis visto en la carta que os he mandado - es el movimiento. La obra que queremos realizar es que esta experiencia de fe y de humanidad se difunda, se profundice y se difunda lo más posible. Ahora bien, lo que nosotros esperamos de la Fraternidad es que cree, eduque, haga madurar a mucha gente que colabore en la difusión de esta experiencia. Porque el movimiento no lo incrementa la organización, sino la vida de las personas. La organización es un instrumento, es como el cauce del río: el río no es el cauce, sino el agua que lo recorre. En este sentido, la institución de la Fraternidad es realmente un reclamo a la pureza total en el compromiso con el movimiento.

Nuestra relación con el movimiento crece por el hecho - y sólo por él - de que la maduración ascética de la propia persona, el crecimiento de la relación con Cristo, no puede más que provocar una sentido de mayor responsabilidad y pasión por la vida del movimiento. Me escriben en una carta: «Quisiera entender bien, por favor, si es necesario ser de CL para participar en la Fraternidad, de CL tal como está organizada localmente». Es una cuestión delicada, que no afecta sólo a una determinada comunidad y que es más que comprensible: somos hombres, somos mezquinos, pesados, posesivos, y en nombre de la eficacia acabamos siendo menos eficaces, somos cuatro gatos y nos dividimos en tres opiniones distintas perseguidas tenazmente; es humano, y es preciso que no nos olvidemos de confesar estas cosas, porque son pecados reales. En cualquier caso, la frase contiene un equívoco: CL no es la organización local, sino la experiencia de la que he hablado. Por eso no es necesario participar en las cosas tal como se hacen en un lugar determinado para ser de CL y, por tanto, para ser de la Fraternidad. Diría que quien es de la Fraternidad es ante todo de CL; ¡sobre todo quien es de la Fraternidad es de CL! Por ello, si la organización de CL en un ámbito concreto no sólo no satisface, sino que nos parece contraria a lo que consideramos sentido común, apertura, agilidad, no podemos permanecer indiferentes a ello; rezaremos para que las cosas cambien, pero no haremos una organización alternativa. La organización no puede tener alternativas: o la organización como tal, yo y el Consejo nacional de CL, desautoriza a un responsable, o bien, desde el punto de vista de la organización, el organismo no puede tener alternativas; sería peor, se volvería un mal peor. La Fraternidad permite, primero, vivir la experiencia de acuerdo con la libertad del temperamento y de la historia individuales; segundo, permite crear obras: no una organización distinta del movimiento, sino obras. Nadie te puede impedir crear una cooperativa o una sección del Touring Club o una iniciativa caritativa con los ancianos de tu zona, por ejemplo. Nadie te lo puede impedir, ni siquiera el responsable de la Diaconía local.

Quisiera que quedara claro este punto. No sólo no pueden existir hostilidad o rivalidad entre la Fraternidad y la estructura de CL, sino que la Fraternidad es como un correctivo profundo que lentamente irá actuando en favor de una magnanimidad, agilidad, comprensión y libertad cada vez mayores, también en lo que respecta a la organización. Debemos perdonarnos ante todo porque pertenecemos a una misma experiencia. Y la Fraternidad introduce además una especie de aguijón; la Fraternidad es “insidiosa”. Pongamos, por ejemplo, que una Diaconía crea un grupo de Fraternidad y que algunos de la Diaconía que no están conformes crean otro (esto es posible, es más, es real). Yo no tengo ninguna pretensión - sé por mí mismo lo que es el hombre, sus debilidades y sus cerrazones -, pero no puedo decir que vivo una Fraternidad si la caridad que debiera existir dentro de mi grupo, no la busco también con el otro, si no vivo la apertura, el perdón, la corrección, porque el movimiento es uno sólo. ¡El movimiento es uno! No digo que el grupo de Fraternidad que no participa en el de la Diaconía deba ceder ante la Diaconía misma, porque podría tener razón, quién sabe. En la libertad se da una corrección mutua, porque la corrección, “regirse juntos”, no es posible más que en la libertad.

Estoy seguro de que aún estáis lejos de haber aferrado el gran amor por la libertad y la pasión ardiente por la verdad que alienta el movimiento. El movimiento tiene tal pasión por la verdad, que, como consecuencia, aviva una pasión inevitable por la libertad. De lo contrario, hace treinta años nadie se nos habría unido. Así pues, ¡ay de quien utilizase la Fraternidad para excomulgar a estos o aquellos, para rebelarse contra la institución (CL como organización) o para apartar a quienes no se adhieren a un determinado liderazgo particular!

Amigos míos, frente a Cristo tal como se nos anuncia en la historia de Su cuerpo que es la Iglesia, y que es el corazón mismo de nuestro movimiento, no es posible que no brote un abrazo mutuo, aunque sigan existiendo diferencias (las hay entre marido y mujer, ¡imaginemos si no las habrá entre otros!). Pero las diferencias no deben llegar a determinar nuestras relaciones, porque el perdón es la aceptación de las diferencias: el perdón es la primera característica fundamental de la relación entre Dios y nosotros - se llama ‘misericordia’ -, por lo que es también la primera condición para las relaciones entre los hombres, entre hombre y mujer y con toda la gente. La primera condición para crear fraternidad no es el atractivo, es el perdón. Porque el atractivo - como dice mi querido amigo Leopardi - está detrás de las caras, es algo que se encuentra dentro de las caras.

Continúa la carta que citaba antes: «Decir que las Fraternidades están al servicio de CL local, significa para nosotros que los miembros de la Fraternidad se ven obligados a trabajar en las obras que ya existen». ¡De ninguna manera! Las Fraternidades están al servicio del movimiento; pero estar al servicio del movimiento pasa a través de la libertad de quienes viven la Fraternidad. Que la Fraternidad esté al servicio del movimiento no significa decir que los miembros de la Fraternidad están obligados a trabajar en las obras que ya existen; los miembros de la Fraternidad, a medida que van madurando, superando angustias, resistencias, etc., tratarán de mirar con la mayor benevolencia posible lo que ya existe; en la medida de lo posible (entendido también en su acepción psicológica) tratarán de echar una mano a lo que ya existe, pero también pueden crear otras obras, puede ocurrírseles otra idea y, sobre todo, pueden no estar de acuerdo con determinados planteamientos y entonces hacer otra cosa. Pero todos, los unos y los otros, deberían estar contentos de que la fe sugiera una creatividad variada y múltiple.

Tened cuidado porque el ideal no es éste; o mejor, tratad de atender a todo lo que digo, porque no puede haber un grupo de Fraternidad que ceda o cobije un resentimiento hacia otros o hacia la realidad que guía el movimiento en su propia ciudad: ¿qué tipo de actitud sería esa? Puede haber una Fraternidad que, amando de verdad el movimiento y deseando colaborar con el movimiento local con toda su buena voluntad, realmente no esté de acuerdo con determinadas cosas; entonces, tratará de hablar y dialogar. Pero, insisto: ante todo, ¡qué la acción, el modo de moverse sea libre!

Una de las funciones de la Diaconía central podrá ser, por ejemplo, pedir a todos los grupos de la Fraternidad que privilegien la ayuda a una obra determinada en lugar de comprometerse en crear las propias. Y se debería obedecer a esta inteligencia de las cosas. Pero esa indicación se llevará a cabo con extremo “grano salis”, es decir, con sumo discernimiento.

A continuación leo rápidamente dos notas, una sobre la Diaconía central y otra sobre el fondo común.

Es oportuno precisar que la única autoridad dentro de la Fraternidad es la Diaconía central, a la que compete, no sólo la designación de las personas a las que confiar las responsabilidades más relevantes en nuestra asociación, sino también, y sobre todo, el establecimiento de las directivas para la vida de la Fraternidad. Esta tarea atañe exclusivamente a la Diaconía central, dado que los organismos regionales (Responsable regional y Diaconía regional) se limitan a trasmitir las directivas de la Diaconía central a las comunidades existentes en cada región (como dice el Estatuto).

Lo importante es lo que he dicho antes: son cosas que aprenderemos a medida que caminemos, pero lo más grande es la finalidad por la que nos juntamos.

Dada la importancia de la Diaconía central, es bueno describir sintéticamente su estructura. Podemos recordar que la Diaconía central se compone de los responsables regionales, de los responsables de las actividades en los diversos ambientes (uno para la escuela, uno para la universidad, uno para el trabajo, uno para la vida ciudadana, uno para el mundo de la cultura) y de un número determinado de miembros que se invitan expresamente por ser personas que desarrollan funciones especialmente relevantes en el ámbito del movimiento. Los responsables regionales representan, por así decirlo, el trámite normal de la relación entre los miembros de la Fraternidad y la Diaconía central (el responsable regional tiene una función de servicio, de cauce entre los grupos y la Diaconía central).

Por último, una nota sobre el fondo común, al que todo inscrito en la Fraternidad se compromete a contribuir con una suma anual establecida libremente por cada uno, como un porcentaje sobre el propio rédito, que se destina a las necesidades de nuestra compañía. La participación en el fondo común es obligatoria y libre: obligatoria, porque cada uno debe participar; y libre, absolutamente libre, en lo que se refiere a la cantidad. Ésta se debe entender como un porcentaje del propio rédito y, por tanto, como una señal de pobreza, un signo de que nuestros bienes no son nuestros, sino que Dios nos los da para administrarlos. Pobreza no significa no tener nada que administrar; pobreza es administrar teniendo como objetivo supremo que todo esté en función del Reino de Dios, en función de la Iglesia. La señal de que concebimos toda nuestra vida - incluido el dinero y lo que poseemos - en función del Reino de Dios, es nuestra participación en el fondo común de la Fraternidad.

El fondo común se utilizará normalmente para los siguientes fines: garantizar los instrumentos organizativos necesarios para la vida de la Fraternidad; sostener importantes y significativas actividades misioneras y culturales del movimiento (porque para nosotros la actividad cultural es lo que fortalece la experiencia); socorrer las más graves situaciones de necesidad que se le comuniquen a la Diaconía central.

***

Antes de acabar, quisiera destacar que hemos creado la Fraternidad para ayudarnos en el camino del conocimiento verdadero de Cristo. La Fraternidad nos ayuda si nosotros participamos con obediencia. Parte esencial de dicha obediencia es la oración. Uno de vosotros me ha escrito una nota en la que cita El amo del mundo de Benson: «Los cristianos tuvieron la fuerza de actuar, pero no tuvieron la fuerza de tener paciencia». Me parece un apunte muy importante, porque nadie se hace adulto más que con esta segunda fuerza. Por tanto, si tu estado de ánimo y de corazón es desasosegado es una prueba que el Señor te hace atravesar; y si te adhieres a esta compañía es porque esperas que te ayuden, como nosotros esperamos que tu esfuerzo nos ilumine. Hay algo que se puede hacer sin perder el tiempo que es pedir a Dios. En el fondo, esto es lo único que deberíamos hacer siempre.

En cuanto al responsable de la Fraternidad, tiene una función de reclamo, de aglutinante, esto es, de llamamiento a la solidaridad. Puede ser y será muy probable que quien tenga una personalidad más acreditada sea elegido por el grupo, pero no necesariamente, porque esta función tiene un valor doble: en primer lugar, el de prestar un servicio, porque tal vez uno deberá llamar por teléfono y decir: «Hagamos esto», y al final, en el debate general, cinco contra cinco, decir: «No, hagamos esto»; pero, en segundo lugar, depender de un punto de referencia tiene también un valor ascético. No puedo decir nada más que esto, porque si no entraríamos en un detalle pietista, moralista. No estamos en un convento, somos laicos en el mundo. Pero, tened en cuenta, por favor, que una regla para laicos en el mundo como la de la Fraternidad aplica los valores ascéticos del convento a nuestra vida, porque depender de un punto de referencia, aunque supone un esfuerzo, puede favorecer una profundización del sentimiento más grande del hombre que es la dependencia de Dios, es decir, puede educarnos en la conciencia del ser como dependencia. Sólo que esto no puede aplicarse de ninguna manera mecánicamente. En un convento hay reglas que afectan también a quien manda. Por tanto, el tener un punto de dependencia último en la vida del grupo es sencillamente una cuestión de principio. La amplitud de esta función puede variar como un acordeón en cada una de las situaciones: habrá quien ejerza esa responsabilidad con decisión y quien la ejerza sólo de vez en cuando.

Fijaos en que esto lo hago literalmente por vosotros como lo hago por mí, y me viene a la cabeza porque lo siento como una necesidad para mí; se me ha ocurrido porque lo siento como una necesidad personal. No se puede sentir lo que está dentro de otro hombre, lo que tiene valor para otro hombre, si no se percibe en la propia humanidad personal.

No existe nada de mayor ayuda para el camino de una persona que el hecho asombroso de que otros acepten estar con él: ¡es algo del otro mundo! Por eso, vivid con sencillez entre vosotros. Debemos agradecer a muchos de vosotros por cómo sabéis vivir la propuesta del movimiento con seriedad y con sencillez profunda, como esos dos jóvenes esposos que están aquí en lugar de irse de viaje de boda.

Por último, os pido que tengamos confianza mutua, que nos demos crédito, porque estar 1800 no es distinto de estar tres o cuatro; somos realmente como una familia. Os pido - y lo antepongo al resto de mi responsabilidad en el movimiento - que me hagáis saber interrogantes, sugerencias, noticias de determinadas situaciones, y que tengáis la paciencia necesaria porque mi tiempo es limitado.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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