Apuntes de la intervención de Luigi Giussani en la Asamblea de Responsables de Comunión y Liberación
Milán, 4 de febrero de 2003
Espero que la oportunidad de participar en vuestro encuentro me haga mejor ante Dios y me abra a los hombres con generosidad mayor y conmoción por ellos. Nuestras iniciativas no son ajenas al horizonte habitual dentro del cual nos movemos; más bien hacen que nuestra vida entera participe de lo que aconteció, de lo que nos aconteció, que aconteció en el mundo. Este mundo ante el cual Jesús dice: «Quién sabe qué actitud tomará la gente ante mi presencia».
Doy gracias al Señor por el don que hoy me ofrece de vuestra compañía, porque lo que nos permite renacer es una compañía: ¡siempre es una compañía lo que nos hace renacer! Y la compañía misma renace por algo que sucede, que acontece entre hombres que viven juntos un determinado momento histórico.
El Señor me ha concedido hoy su gracia con las intervenciones de Giancarlo y Pino. Me ha persuadido más profundamente de que se debe hacer lo que ellos han dicho. Lo que nos han dicho no es teórico, no tiene una meta y un destino teóricos: es acontecimiento. La palabra ‘acontecimiento’ cubre todo el espacio de nuestro deseo, concreta nuestro deseo de una humanidad pacífica y buena, encarna una humanidad que anticipa el porvenir eterno para el que estamos hechos. Es la palabra que resume y debe condensar todo el esfuerzo hacia la bondad en nuestra vida.
La moralidad es un modo de realizar nuestro ser compañeros en el mundo. Lo que el Señor me otorga para que lo manifieste a nuestra compañía lo pongo a disposición de los demás con todo el corazón y con todo el deseo del alma. Y entonces se torna oración.
La recta moralidad sólo se da en la oración. Porque el amor a tu mujer, a tus hijos y a tus amigos encuentra su camino en el amor a Cristo. Un camino que tiende a alcanzar hasta el último confín de la tierra.
Os doy las gracias por el ejemplo que me dais, la amistad que me donáis, la unidad que vivís, que hace que nos sintamos todos unidos al decir a Cristo: «Como tú, Señor, lloraste sobre Jerusalén, tu patria, así nosotros lloramos por tanta fatiga y dolor que permites que corran por las venas de nuestra existencia humana. Tú lo permites, pero ¡también lo sufriste! Tú viviste nuestro mismo dolor como una promesa de vida - como si fuera la promesa de que con ello tendríamos vida - y así permites que entre en nuestra existencia».
Os doy las gracias y espero que comprendáis todo lo que mi corazón querría decir.
Adiós y gracias.
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