Introducción a la Asamblea Nacional de la Compañía de las Obras
La existencia es una trama de necesidades y la sensibilidad hacia ellas no puede no desear crear una respuesta. Sabemos a priori que nuestras respuestas no serán nunca perfectas, completas, suficientes. Sin embargo, pueden ser los pasos de un camino hacia el cumplimiento de la felicidad que permita al hombre generar, por tanto hacer progresar, la línea iniciada por el Creador.
«MI PADRE OBRA SIEMPRE»
Dice el capítulo 5 del evangelio de san Juan: «Después de esto se celebraba una fiesta de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta probática, una piscina, llamada en hebreo Betzata, que tiene cinco pórticos. En éstos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, mancos, que esperaba el movimiento del agua, porque el ángel del Señor descendía de tiempo en tiempo a la piscina y agitaba el agua, y el primero que bajaba después de la agitación del agua quedaba sanado de cualquier enfermedad que padeciese. Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo; Jesús le vio acostado, y conociendo que llevaba ya mucho tiempo, le dijo: ¿Quieres ser curado? Respondió el enfermo: Señor, no tengo a nadie que al moverse el agua me meta en la piscina, y mientras yo voy, baja otro antes de mi. Díjole Jesús: Levántate, toma la camilla y anda. Al instante, quedó el hombre sano, y tomó su camilla y se fue.
Era el día de sábado, y los judíos decían al curado: Es sábado. No te es lícito llevar la camilla. Respondióles: El que me ha curado me ha dicho: Toma tu camilla y vete. Le preguntaron: ¿Y quién es ese hombre que te ha dicho: Toma y vete? El curado no sabía quién era, porque Jesús se había retirado de la muchedumbre que allí había. Después de esto le encontró Jesús en el templo, y le dijo: Mira que has sido curado; no vuelvas a pecar no te suceda algo peor. Se fue el hombre y dijo que era Jesús el que le había curado. Los judíos perseguían a Jesús por haber hecho esto en sábado; pero Él les respondió: Mi Padre obra siempre y por eso obro yo también» (Jn. 5,1-17).
SENSIBILIDAD A LAS NECESIDADES
La obra es un intento de responder a las necesidades de las que está tramada la vida humana: un intento que se desarrolla en estructuras que buscan ser lo más adecuadas posible. En esta actuación de la propia naturaleza, el hombre imita a Dios, prosigue en la historia la figura de Cristo.
La definición de Dios como Aquél que «obra siempre» sólo se encuentra en el Evangelio y obliga a una toma de conciencia de lo que nos compete a los hombres y del valor de lo que hacemos: la obra nace en el hombre como imitación del Creador.
La conciencia humana se vuelve verdaderamente consciente de la ininterrupción de nuestro ser hijos de Dios cuando escucha a Cristo. Por esto la experiencia cristiana nos convierte de forma realista en hipersensibles a la necesidad: siempre y cualquiera que sea.
Esta sensibilidad no puede no ser sentida como generosidad: esta palabra contiene la idea de 'genus', es decir, de fundamento de la estirpe. Generosidad, constancia y genialidad o singularidad: cada obra realiza estas características que están, sobre todo la tercera, marcadas por la fisonomía de quien las lleva a cabo.
La experiencia cristiana debe volverse creativa porque en la creatividad se demuestra la fecundidad realista y la capacidad inagotable de la fe. En todo esto se exalta la personalidad de la persona: la existencia, que de otro modo se vería rodeada de muros cada vez más estrechos, de la nada; envuelta de la sofocante nube de vacío, se convierte en responsabilidad, continua respuesta a las necesidades. Éstas son el estímulo con el que el Creador lanza al hombre a la comparación de toda su existencia con su destino infinito, es decir, consigo mismo. La vida es una respuesta continua a unas necesidades; satisfaciéndolas, el hombre se acerca a la imagen del rostro del Padre.
MOUNIER: LA OBRA QUE CRECE DE LA TIERRA
Este pensamiento de Mounier es el elegido como eslogan de esta manifestación: «De la tierra, de la solidez es de donde brota el parto lleno de alegría y el paciente sentimiento de una obra que crece, de etapas que se suceden y han de esperarse, con calma, con seguridad». La tierra es lo concreto de la existencia, la solidez se refiere al realismo y el parto a la fecundidad llena de gozo; el gozo está en producir pero sólo cuando tenga aquella característica propia del hombre: la gratitud. Por eso Jesús dice: «Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros y vuestro gozo sea pleno» y no hablaba del Paraíso sino de este mundo. San Pablo dice siempre a los cristianos: «Estad alegres, os lo repito, estad alegres». No hay ni un segundo de nuestro tiempo que no esté llamado a imitar al Padre, a ser fecundo y operativo. El sentimiento paciente de una obra que crece es el desarrollo del parto que constituye una historia (las etapas que se suceden) vivida con calma, es decir sin pretensiones, y con seguridad, es decir, sin escepticismo que se convierte en violencia.
Por tanto nuestra responsabilidad es la de hacer pasar la experiencia cristiana a una energía llena de generosidad constante con la que el hombre busca responder a las necesidades que siente dentro de sí y a las que encuentra, en los individuos y en la sociedad.
LA COMPAÑÍA SE DILATA EN LA CIVILIZACIÓN
En la medida en que uno es consciente de este dinamismo la experiencia cristiana le comunica la exigencia urgente de juntarse con los demás, de crear una unidad con los compañeros de camino que le muestre sensibilidad hacia lo que él siente. Nace una compañía. Pero no se origina como lugar de proyecto ni tampoco como una formación social. Es un acontecimiento socialmente incidente, un ejemplo para todos de que puede haber un cambio en el actuar, que dentro de la acción normal puede haber una dimensión extraña, nueva: la gratuidad.
La dimensión es una gratuidad que hace más ligero el trabajo, le da perseverancia y sobre todo hace consciente del valor infinito que tiene el actuar del hombre cuando tiene presente en los ojos y en el corazón su destino. Esto es sinónimo literal de oración, y al igual que se puede rezar sin ser consciente de lo que se dice; también se puede actuar sin tener conciencia de que es oración, pero lo es. Desarrollar esta conciencia es el camino de la madurez y mantiene la frescura.
Si se consigue dar una estructura, esta compañía se convierte en instrumento de ayuda que se ofrece a quien quiera vivir una vida más verdadera, a quien quiera dar a la sociedad una presencia más justa, más digna de lo humano.
Esta compañía se vuelve expresión de lo que Juan Pablo II ha llamado «protagonismo cristiano en el mundo». El hombre bautizado se convierte en protagonista y la fe se convierte en la presencia de un protagonismo nuevo en el mundo.
Como no es un proyecto, todo lo que hacemos no nace ni en contra ni a favor del orden social. Queremos simplemente dilatar un movimiento real del desarrollo de la experiencia del hombre concreto.
Un fragmento del teólogo protestante más importante de occidente recientemente convertido al catolicismo, Alasdair Mactntyre: «Un giro decisivo tuvo lugar en la historia cuando hombres y mujeres de buena voluntad eludieron la tarea de apuntalar el 'imperium' y dejaron de identificar la continuación de la civilización y de la comunidad moral con la conservación de dicho 'imperio'. La labor que en su lugar se plantearon (a menudo sin darse cuenta de lo que estaban haciendo) fue la construcción de nuevas formas de comunidad entre las que la vida moral pudiese ser sostenida de modo que, bien la sociedad, bien la moral, tuviesen la posibilidad de sobrevivir a la época incipiente de barbarie y de oscuridad.
Si mi interpretación de nuestra situación moral es exacta, deberíamos concluir que desde hace tiempo también nosotros hemos alcanzado ese momento de cambio. Lo que cuenta en esta fase es la construcción de formas locales de comunidad en cuyo interior la civilización y la vida moral e intelectual puedan ser conservadas a través de los nuevos siglos oscuros que ya se ciernen sobre nosotros y si la tradición de la virtud ha sobrevivido a los horrores de la última edad oscura, no estamos privados del todo de fundamentos para la esperanza. Esta vez, sin embargo, los bárbaros no acechan al otro lado de las fronteras: nos están ya gobernando desde hace bastante tiempo. Y parte de nuestra dificultad la constituye la inconsciencia de este hecho. Estamos esperando no a Godot sino a otro san Benito muy distinto.»
Aunque no exactamente en estos términos, nosotros pertenecemos a este flujo de novedad.
Cada mañana, al despertarnos, debemos retomar la conciencia de esta responsabilidad que en la amistad y en la compañía se verifica, se sostiene y se exalta. Tal conciencia nos capacita para ayudar de forma real a la civilización. Por esto la Compañía de las Obras, la compañía entre nosotros, no nace como un proyecto social a imagen de construcción, sino como el milagro de un cambio. Un cambio del que los primeros en asombrarnos como espectadores somos nosotros.
Si la compañía es un instrumento de ayuda para que el acontecimiento, que está ya en acto, se dilate en un movimiento cada vez más extenso, el objetivo primario de esta compañía es favorecer el nacimiento de obras sociales. Obras sociales que, según la tradición del movimiento católico, respondan a los graves problemas de nuestra sociedad: en particular al del paro juvenil, que representa un auténtico atentado a la dignidad de millones de personas.
Nos volvemos capaces de crear obras sociales incidentes de una forma real sólo si somos leales, intensos, generosos, constantes e imaginativos en el trabajo cotidiano. Y sólo en lo cotidiano puede surgir la necesidad de respuestas más amplias. La Compañía de las Obras, como asociación civilmente reconocida, se ha dado una estructura simple y ágil para favorecer el intercambio de información, de relaciones, presentaciones, sugerencias y ayudas entre aquellos que están adheridos a ella. Pero cada trabajo es una obra social.
El que se evidencie en obras caritativas y obras misioneras es una llamada a la confianza y a la generosidad para todos. Quien se asocia a la Compañía de las Obras lo hace para implicarse con un movimiento en acto.
No tenemos una idea previa según la cual lo que hacemos pretenda ser un esquema para todo el mundo; nosotros queremos comenzar respondiendo al hoy, al hoy de Dios que es Cristo «qui hodie cognominatur», que se llama hoy.
EL INEVITABLE SACRIFICIO
Todavía hay una última observación de Mouniér: «Es necesario sufrir para que la verdad no quede cristalizada en doctrina sino que nazca continuamente de la carne». La carne son las circunstancias concretas e invisibles por las que el Misterio nos hace pasar. Podemos hacer cualquier proyecto, pero el Misterio nos hace pasar a través de condiciones y circunstancias inevitables fijadas por él, y lo hace sirviéndose incluso de nuestros sueños. Por esto hay un sacrificio que por la mañana, cuando nos levantamos, tenemos que presuponer: el sacrificio de la mujer que está a punto de dar a luz y que después del parto está contenta. Para nosotros toda la vida es un continuo pasar del dolor a la alegría y de la alegría al dolor.
PETICIÓN DE CAMBIO
Para tener la sensibilidad propia de la experiencia cristiana; para que ésta se vuelva generosa operativamente y no perezosa o desconfiada, escéptica o astuta y falsa; para que sepamos unirnos para que se dé un cambio visible hoy a nosotros mismos y a la gente, y no por un proyecto cargado de pretensiones, es necesario que pidamos todas las mañanas la sabiduría de Dios. La sabiduría es el sentido de Dios que penetra en nosotros y que tiende a convertir nuestra vida, plagada incluso de errores, en imitación humilde del Padre.
«Dios de los padres y Señor de la misericordia, que con tu palabra hiciste todas las cosas y con tu sabiduría formaste al hombre para que dominase sobre tus criaturas, y para regir el mundo con santidad y justicia, y para administrar justicia con rectitud de corazón (el juicio es el acto con el que empieza la obra). Dame la sabiduría asistente de tu trono y no me excluyas del número de tus siervos, porque siervo tuyo soy, hijo de tu sierva, hombre débil y de pocos años, demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes. Pues aunque uno sea perfecto entre los hijos de los hombres, sin la sabiduría que procede de ti, será estimado en nada. Contigo está la sabiduría, conocedora de tus obras, que te asistió cuando hacías el mundo, y que sabe lo que es grato a tus ojos y lo que es recto según tus preceptos. Mándala de tus santos cielos y de tu trono de gloria envíala, para que me asista en mis trabajos y venga yo a saber lo que te es grato. Porque ella conoce y entiende todas las cosas, y me ayudará prudentemente en mis obras, y me guardará en su esplendor.»
Esta sabiduría no es un término abstracto, tiene un nombre histórico: Cristo, aquél que nos ha aferrado y atraído hacia sí en el Bautismo. Y Cristo, como el sol que se eleva sobre el horizonte, debe iluminar nuestra jornada.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón