Un grupo de sacerdotes amigos organiza desde hace años un campamento de verano para niños de entre 10 y 14 años en la sierra cercana a Madrid. Una experiencia educativa
Estoy en la explanada de la “Tienda del encuentro”, sentada en la hierba, con la espalda hecha polvo, rodeada de 270 chicos y chicas cantando Tiburón, tiburón. Son las 12 de la noche y Pablo de Haro anuncia el término de la fiesta final. Gran griterío general: «¡Otra, otra, otra!». Dos palabras de Pablo y todos hacen silencio para escuchar la reflexión y la oración de la noche.
¿De dónde nace la alegría, la unidad y la seriedad que percibo en estos chavales? ¿Qué lleva a 70 adultos –y entre ellos un puñado de madres y padres de familia– a pasar una semana de sus vacaciones como monitores o cocineros en la sierra de Ávila? ¿Qué se les ha perdido a 30 adolescentes de 16-18 años entre tanto crío?
Una reunión especial
Conocí los campamentos de Peguerinos a través de mi hermana Carmenchu, una de las madres pioneras que comenzaron a acompañar a algunos curas amigos que se iban al monte con los chicos de sus parroquias. No podría repetir todo lo que ella me contaba, pero sé que aquello lo quería yo para mí y para mis hijos. «¡Vente el domingo a la reunión de preparación del campamento!». Pero esa no era una reunión cualquiera, era un grupo de buenos amigos que hablaban de cómo educar mejor a sus chicos, de cómo hacerles crecer acompañándoles, de cómo despertar su corazón a través de todo lo que iba a rodearles en el campamento. Y es que en eso consiste Peguerinos, en la amistad de un grupo de adultos cambiados por la experiencia de Cristo presente, que se proponen a los chavales de un modo realmente persuasivo, una amistad que rezuma belleza y nos hace ser uno.
FUA
Diez de la mañana del primer día. Niños expectantes. Aparece Pablo y lanza un grito seco: «FUA». Todos callados. Repite un par de veces el grito de guerra y a la tercera empiezan a repetir, aún sin entender. Luego, la explicación: F de fiarse, U de unidad, A de atención. Es la radiografía del método educativo. Y lo pillan al vuelo, convirtiéndose en la coletilla de todo el campamento. Tres actitudes fundamentales para poder acoger lo que se propone en estos días y que expresa bien el lema: «La victoria está asegurada».
Abordamos el tema del mal en el mundo, del que todos participamos, pero Dios vence enviando a su Hijo, y nos da la posibilidad de seguirle estando con los suyos, con sus testigos. Vence quien se une a Jesús. Una petición para cada día, una frase sencilla que recordar y repetir en distintos momentos: «Caminaré por tu camino, Señor, porque tú eres nuestro tesoro», «Jesús, con tus amigos estoy contigo y tu perdón me cambia». Bernabé, el responsable del campamento, insiste una y otra vez en que el camino que se propone a los niños se me propone a mí también.
Ya comamos, ya bebamos
Aquí todo educa: desde los ingeniosos juegos a las agotadoras comidas en aquellos bancos durísimos del ruidoso comedor; desde el momento de palabra de la mañana, en el que se plantea cada día una pequeña reflexión y un trabajo personal, hasta los encuentros de la noche: ver a Patricia representando la obra de teatro de Zaqueo, asistir con la boca abierta a los trucos de magia del mago Manu, escuchar a Piza– poli (un amigo policía) contar su conversión o hacer un recorrido guiado por las canciones de moda que todos canturrean sin parar.
Todo educa porque en todo momento los adultos estamos con los chicos conscientes de lo que somos, sentados codo con codo para rellenar el cuadernillo en el que se pide una reflexión sobre lo que más te ha ayudado el día anterior (una canción, la compañía de alguna persona...), embadurnándonos de porquería en los juegos, enseñando –y aprendiendo– manualidades en los talleres, bañándonos en la heladora piscina, dando la mano en la marcha y hasta peinando a la niña que quiere las trencitas como la de la tienda de al lado.
Tanto es así que los que otros años han venido de niños quieren volver como pinches de cocina a trabajar, a servir, a pelar patatas, a fregar los platos, a jugar con los pequeños y a escuchar sus historietas. No caben todos los bachilleres que querrían venir. Y su presencia es esencial, porque la alegría con la que hacen todo les habla a los chicos de un futuro que está a la vuelta de la esquina.
Y todo me educa a mí, empezando por la obediencia a quien guía y siguiendo por abrir los ojos ante lo que me rodea olvidándome de mis mil quejas para dejar espacio a la belleza persuasiva con la que se me presenta Cristo.
A la vuelta se organiza en nuestra casa una cena con los responsables. Pero no se trata de recordar anécdotas ni de nostalgias azucaradas, porque es mayor la ilusión por el futuro que el recuerdo de lo bueno que hemos pasado juntos. Se imponen las ganas de responder a la realidad que se nos avecina: el curso que empieza. Esto es una vida que te lanza hacia delante.
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Carta a una amiga
Querida Lucía: En mi opinión, lo más interesante y bonito del campamento ha sido que las actividades, juegos, oraciones, etc. las hemos hecho juntos. Por ejemplo, yo no hubiera sido capaz de aguantar la marcha si no hubiera sido por los demás. Doy gracias a Dios por tener siempre cerca a personas que tienen consigo a Cristo. Ya sé que tú no le das importancia a esto, pero ¡ojalá lo entendieses! A través de mi familia, mis amigos/as e incluso a través de ti está conmigo Jesús y sin Él yo no podría haber influido en tu cambio. Porque tú has cambiado, aunque sea muy poquito. Durante estos días es maravilloso descubrir que el mal no es la única ni la última palabra de mi vida, porque junto a mí siempre hay alguien que me protege y que me rescata. Y ahora que lo pienso, también te protege a ti, y doy gracias por ello. La persona más importante del campamento no ha sido una, sino muchas, desde la más pequeña hasta la más grande, porque todas me han enseñado algo. Lo que más me ha costado ha sido hacer la marcha, tener paciencia, perdonar a ciertas personas... Además, me he enfadado en numerosas ocasiones... me resulta difícil vivir a veces en convivencia. Me ha fastidiado que me sacasen continuamente mis defectos y no cesasen de repetírmelos. A veces pienso que sería más fácil no hablar ni hacer nada. Aquí ¿he cambiado? En realidad no estoy muy segura. ¿Que por qué? No lo sé, tal vez esté más abierta y me haya dado cuenta de que sólo Jesús puede cambiarme. Pero últimamente he pensado más en ti y creo que quizás tú has cambiado estando conmigo y me alegro de que Jesús me haya puesto a tu lado, porque aunque me has hecho daño, he aprendido y he mejorado.
Belén Vázquez, 13 años
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