Todavía hay mucha tensión. El genocidio ha marcado el país. Hay una apariencia de paz pero el rencor y el odio permanecen. El país está controlado por los militares, que actúan con puño de hierro e impiden reyertas y ataques, pero la división crece. Ahora se dice que ya no hay hutus y tutsis, altos y bajos, sino ricos y pobres, gordos y flacos. Los que provocaron el genocidio no se han arrepentido y la justicia de los tribunales no es suficiente. Los procesos continúan pero nadie quiere presentarse como testigo: la gente tiene miedo de que le maten. En esta situación la Iglesia trabaja por la verdadera reconciliación, aunque es un camino difícil. Presente entre el pueblo, entre la gente, la Iglesia da testimonio de que el perdón y la paz no vendrán de los tribunales, sino de Algo más grande. Sólo el encuentro con una experiencia nueva, que vive ya la reconciliación, puede dar la fuerza que genera el perdón y por tanto la paz. La Iglesia tiene mucho cuidado en no ponerse del lado de ninguna de las partes, aunque es inevitable que la presencia de los cristianos se vea afectada por las tensiones en las que viven. Con ser importantes obras educativas y sociales, es aún más importante la presencia, la realidad humana en la que se da esta presencia. El pueblo lo reconoce, la gente nos tiene afecto, ama a la Iglesia allí donde los cristianos están realmente presentes en la situación concreta.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón