El filósofo de la ciencia Giulio Giorello ha acusado a don Giussani de oscurantismo por un juicio crítico sobre el “cientifismo” (esa mentalidad que ve en la ciencia la solución del problema humano). Algunos científicos y un filósofo, desde Italia y desde otros lugares del mundo, le han respondido aportando sus razones. Un ejemplo de batalla cultural
En su rúbrica en el Magazine del Corriere della Sera del pasado 20 de mayo Giulio Giorello lanza una acusación de oscurantismo contra el pensamiento de don Giussani. Con esta finalidad utiliza un pasaje extraído de la nueva edición del libro de Giussani, Por qué la Iglesia, que define el cientifismo como «una capa bacteriana que ha ido pasando casi por ósmosis a la mentalidad de la gente». Enseguida llama la atención que un intelectual calificado como Giorello, cuya batalla por una mayor difusión de una cultura científica –en un país que a menudo relega la ciencia a los últimos puestos dentro de sus prioridades– comparten muchas personas, utilice como sinónimos ciencia y cientifismo, cerrando de esta forma el círculo para un ataque al pensamiento “oscurantista” de Giussani, haciendo pasar sus palabras como “desprecio” por la ciencia. Es bien sabido que se entiende por cientifismo la pretensión de mirar y explicar toda la realidad, incluso en su aspecto humano, utilizando métodos que son adecuados para resolver solamente una parte de los datos de la experiencia. La historia ha demostrado que cuando el cientifismo ha sustituido al método científico, como sucedió durante el imperio soviético, los desastres resultantes fueron expiados por muchas generaciones. Este fue el efecto sobre la agricultura rusa de la aplicación cientifista de la genética de Estado de Lisenko. El significado de cientifismo se explica con lucidez, siempre en el pasaje de Giussani, en algunas líneas que siguen a las que cita Giorello, en donde se define como «una concepción del progreso científico que lo convierte en el único y verdadero crecimiento de lo humano y, en consecuencia, lo utiliza como medida para evaluar cualquier forma de desarrollo». La experiencia, antes aún que la razón, o mejor, la experiencia vista a través del sano realismo de los ojos de la razón, lleva a rechazar cualquier pretensión cientifista que, francamente, no se ve tan difundida entre los científicos, y en este aspecto coincidimos con Giorello. Por eso no es muy aceptable que se le escape esta ambigüedad, y haya caído en este equívoco. Sería como dar a entender que palabras como futuro y futurismo o cultura y culturismo son perfectamente intercambiables. ¡Para nada! Pocos días después, sin embargo, el mismo Giorello, esta vez en el inserto local del Corriere della Sera, expresaba su deseo: «Ojalá pudiese ver descollar a la vez campanarios y minaretes en los cielos de Lombardía». Acaso habría que pensar que, en realidad...
Salgamos en cualquier caso de posibles cavilaciones y entremos en materia. Cuanto sigue no quiere ser una respuesta a Giorello ni tampoco una defensa de don Giussani (que no la necesita). Quiere ser simplemente el intento de comunicar lo que don Giussani, a través de sus obras y del privilegio de su amistad, ha supuesto para el crecimiento de mi actividad científica y de investigador. Lo cual nos compromete a mí y a los que realizan este “oficio” en un trabajo cotidiano que trata de superar el límite del conocimiento y de alcanzar pequeñas certezas en la trabajosa búsqueda de la verdad en sus múltiples vertientes. Me impresiona profundamente que don Giussani ponga en el centro de cualquier debate el problema de la verdad y de cómo llegar a conocerla, es decir, el método y la dinámica del conocimiento. De este último aspecto he tomado sobre todo un elemento fundamental: la belleza como esplendor de la verdad que suscita los dos sentimientos del asombro y de la gratuidad.
Respecto de la dinámica del conocimiento, don Giussani me ha enseñado que el único conocimiento posible para el hombre es el afectivo. Para comprender qué significa conocer, no basta con conocer la genética o las reacciones bioquímicas del cerebro, que también regulan su funcionamiento. Conocemos aquello que nos impacta. Lo que nos ha impactado, hechos y personas, nos constituye, como recuerda también Giussani en su libro, citando una carta de Marx a su mujer: «Pero el amor, no por el hombre de Feuerbach, no por el metabolismo de Moleschott, ni por el proletariado, sino el amor por la amada, por ti, hace del hombre nuevamente un hombre». Afecto deriva de affectus, afectado, impresionado. El conocimiento pasa a menudo también a través de un sufrimiento intelectual, que es vano si no está sostenido por el afecto. Conocer sirve para poder actuar. Conocer es ser impactados, es decir, atraídos, fascinados. Necesitamos de la belleza como reflejo de la verdad, como la correspondencia que experimento al ver algo que ha sido hecho para mí. Belleza es el sentido de las cosas, es el trámite a través del cual el hombre expresa la capacidad de tomar conciencia amorosa de cuanto le rodea y de avanzar en el conocimiento de la realidad. Pero la belleza es también misterio. En un amor verdadero la posesión coincide con el ser poseído, es decir, con el reconocimiento de que el sentido, el significado último de las cosas y de la propia vida es Otro. La belleza es conforme a la verdad. No puede no estar en consonancia con la naturaleza y con la razón, y se refleja en lo creado como esplendor de la verdad. Dice Giussani: «La contemplación de la belleza es el resultado último de la mirada humana». Contemplación entendida no como una reacción sentimental, sino como la tensión racional, que se traduce en lucidez de mirada, una mirada conmovida y capaz de reconocer la belleza y la verdad, y como tal primus movens de la dinámica del conocimiento de la verdad, es decir, del método científico.
Giussani me ha educado para captar la belleza, la verdad, con un sentimiento de asombro. Dice: «Existe una evidencia primera y un estupor que llenan la actitud del verdadero investigador: la maravilla de la presencia me atrae, y de esta forma brota en mí la búsqueda». El asombro es un elemento fundamental del problema del conocimiento, porque es el sentimiento que me embarga al sondear la relación entre la realidad y yo. Es también lo que me embarga cuando se presenta la realidad irreductible de que, como refleja el Salmo 8, cada hombre individual es relación con el Infinito, y de que el yo es autoconciencia del mundo, del cosmos, de sí mismo. El estupor por el misterio de una creación que puede ser contemplada y entendida, por lo menos en parte, por una creatura suya, se comprende también en aquellos que pueden tener posiciones filosóficas o teológicas muy diferentes, pero que se caracterizan por una profunda honestidad intelectual. Este es el caso de uno de los más conocidos divulgadores científicos de nuestros tiempos, Edoardo Boncinelli. En su comentario al Canto segundo del Infierno de Dante, publicado recientemente en el Corriere della Sera, escribe a propósito de la razón (representada por Virgilio): ella «es... la expresión de una hybris cognoscitiva y normativa, aquello que se sitúa a mitad de camino entre los animales y los ángeles, pero que nos hace también comprender que no somos ni éstos ni aquellos; más bien una anomalía, un error, un virus en el ordenador del mundo. Pero también los únicos que pueden darse cuenta de ello». Un virus dotado de autoconciencia. ¡No está mal!
Giussani describe de esta forma el segundo sentimiento que acompaña a la belleza en la dinámica del conocimiento: «La gratuidad es la expresión suprema de la relación que el hombre tiene con el Infinito». Es por tanto la actitud del hombre ante el ideal, ante su Destino. La gratuidad tiende hacia la verdad, hacia todo lo que puede estar en sintonía con un valor, provenga de donde provenga. En mi trabajo esta es la objetividad, dentro de la libertad, del método científico. Esta apertura profunda no es fruto del cálculo, sino que es una actitud humana, un modo de ser. Constituye quizá una de las mayores riquezas para un investigador, para un científico: la apertura a lo posible.
Finalmente, querría recordar la experiencia de muchos encuentros en el Meeting que se celebra a finales de verano en Rímini, cuyos temas han mostrado el reflejo de la pasión de Giussani por la realidad entera en todos sus componentes, incluidas la ciencia y la técnica, y al que muchos científicos de distinta extracción y yo mismo hemos sido invitados. Recuerdo, en particular, cómo muchos de mis colegas, extraños al pensamiento y a las obras de don Giussani, se quedaron impresionados por la pasión por el conocimiento que allí se respiraba y por la apertura y la acogida que se les prestó, aún a sabiendas de que tenemos posiciones a veces opuestas.
Con este mismo sentimiento de apertura y acogida expresamos nuestro deseo, parafraseando a Giorello: «Ojalá que descuellen juntos campanarios y minaretes en los cielos de Ryad y de Teherán».
*Investigador del Instituto Nacional de Tumores
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LOS CIENTÍFICOS RESPONDEN
Lucio Rossi
CEM – Accelerator Technology Department Magnet and Superconductor Group Leader & Universidad de Milán – Departamento de Física
¿Quién es el oscurantista? Leyendo el breve escrito de Giorello me han sorprendido el tono de cruzado del cientifismo y las acusaciones gratuitas de oscurantismo dirigidas a don Giussani que, esté uno de acuerdo o no, ha situado en el centro del debate el problema de la verdad y de cómo llegar a conocerla. Precisamente por esto muchos científicos aceptan gustosamente debatir en los centros culturales y en los actos organizados por sus seguidores. Quisiera añadir una observación nacida de mi experiencia personal en centros de investigación, tanto italianos como internacionales: pocos científicos son “cientifistas”. La fábula de que la ciencia pueda ser el metro adecuado para cribar cualquier forma de desarrollo no prospera en los ambientes científicos (en este sentido estoy de acuerdo con Giorello cuando afirma que no ha conocido científicos afectados por tal “morbo”). Desgraciadamente sí está muy difundida en la mentalidad común, propagada por los que hacen desinformación científica, quizá con fines ideológicos. Sin embargo, basta con pensar en la Unión Soviética, que durante al menos 30 o 40 años fue uno de los países con mayor desarrollo científico, en donde hasta el sistema político era calificado como “científico”, para darse cuenta de la falsedad del cientifismo.
En nuestros laboratorios trabajamos duramente todos los días para extraer nuevos conocimientos y alcanzar pequeños granitos de certeza en nuestra búsqueda de la verdad y de sus aspectos más variados: los que participan en esta agotadora pero exaltante empresa conocen bien la fascinación, y también los límites, del conocimiento científico: nadie confunde ciencia con cientifismo, ¡o por lo menos no más de lo que se puede confundir cultura con culturismo!
Algunas personalidades del mundo de la ciencia han respondido a la intervención de Giorello enviando cartas al Magazine del Corriere, que ha publicado sólo la del profesor Arecchi con el título de «No toquéis a Giussani», que ofrecemos a continuación junto con las otras contribuciones que no se publicaron
Tito Arecchi
Profesor de Física, Universidad de Florencia
En el Magazine del Corriere del 20 de mayo, Giulio Giorello lamenta que Luigi Giussani arremeta contra el “cientifismo”. El resto de la intervención parte de una identificación equívoca entre cientifismo y programa científico.
Desde mi posición de hombre de ciencia, pero no de cientifista, quisiera aclarar la diferencia entre los dos términos, bien conocida por otro lado por el amigo Giorello.
La revelación bíblica habla de un Dios que crea libremente desde la nada. El mundo no es parte necesaria de Dios, sino que tiene una autonomía propia, y por tanto puede ser explorado sin tener que recurrir a una teología.
En la Carta a Cristina de Lorena, Galileo dice que Dios ha escrito en dos libros, el libro de la naturaleza y el de la revelación, y una lectura atenta de ambos libros no puede llevar a conflicto. Desgraciadamente, la Iglesia de su tiempo, en plena disputa religiosa que oponía las Iglesias reformadas a la de Roma, reaccionó con cerrazón, y la libre investigación continuó fuera de ella y a menudo en su contra.
Me parece, sin embargo, que hoy la Iglesia ha salido totalmente de dicha cerrazón defensiva. Es muy significativa la lista de miembros de la Academia Pontificia de las Ciencias, como también lo son los argumentos que se debaten en ella. No obstante, hoy observamos la difusión de dos “fundamentalismos”: por una parte, algunos grupos tratan de imponer una corriente de opinión conocida como “creacionismo”, según la cual hay que tomar al pie de la letra el relato bíblico de la creación. Por otra, algunos divulgadores científicos tratan de imponer su credo (cientifismo) que consiste en que la ciencia pueda abarcar todo y que no existe nada fuera de ella de lo que hablar. Se trata en ambos casos de una deficiencia cultural, de una forma de intolerancia por la que el predicador familiar con la Biblia o el científico familiar con sus procedimientos tienden a despreciar formas alternativas de conocimiento, sin tratar de explorar su validez.
Esta es la noción corriente de cientifismo de la que nosotros, hombres de ciencia, nos sentimos lejanos, y contra la cual Luigi Giussani lanza sus flechas. Que él y todos los que están cerca de él tienen clara la distinción entre ciencia y cientifismo resulta evidente por los temas afrontados por el movimiento de Giussani en los Meeting que se celebran cada verano en Rímini y a los que otros científicos y yo hemos sido invitados. También Giorello, si mal no recuerdo, estuvo allí, ¡y debería conocer qué clase de debates se desarrollan allí!
Francesco Riggi
Profesor titular de Física experimental, Universidad de Catania
Estimado director: Leo en el Magazine del Corriere del 20 de mayo de 2004 la breve intervención de Giulio Giorello con respecto al cientifismo y al juicio que sobre él se ofrece en un reciente texto de don Giussani. Me maravilla que una persona aguda como Giorello utilice, como si fuesen sinónimos, los términos “ciencia” y “cientifismo”, para hacer pasar las palabras de Giussani como palabras de “desprecio” por la ciencia y la técnica. Si el cientifismo es «una capa bacteriana que ha ido pasando casi por ósmosis a la mentalidad de la gente», como dice la frase incriminada, el significado de la palabra –si es que hiciera falta– se detalla en las frases siguientes: «Una concepción del progreso científico que lo convierte en el único y verdadero crecimiento de lo humano y, en consecuencia, lo utiliza como medida para evaluar cualquier forma de desarrollo». Tiene razón Giorello cuando defiende no haber encontrado a ningún científico impactado por ese morbo. Cualquiera que se ocupe seria y honestamente de ciencia y de técnica se da cuenta de que éstas constituyen los grandes recursos del hombre, una riqueza que no tenemos derecho a desperdiciar, pero cierta y lúcidamente –con humildad– conscientes de que aquellas, aisladas, no pueden constituir el «verdadero y exclusivo incremento de lo humano». La historia, desde la época del positivismo en adelante, ha demostrado con claridad que el sueño optimista de obtener condiciones de por sí más humanas sólo por basarse en el uso exclusivo de la ciencia y de la técnica ha fracasado miserablemente. Más aún, si los científicos son inmunes a este morbo, aparentemente mucha gente se mueve todavía como si estuviésemos en plena era positivista. Como en una mala película de ciencia-ficción, en donde parece que es suficiente con pulsar un botón para obtener todo lo que se quiere. Pero esto es ciencia-ficción (de la mala). La ciencia, afortunadamente, es algo bien distinto.
Massimo Roberto
European Space Agency and Space Telescope Science Institute, Baltimore (Mariland)
Me encontraba en Italia la semana pasada, en Siena, para asistir al congreso en homenaje a Ed Salpeter y a su Initial Mass Function, y leí por casualidad en su periódico el breve artículo de Giulio Giorello titulado «Don Giussani, basta ya de oscurantismos». Ya sea porque conozco y sigo a don Giussani desde hace tiempo, y un cierto eco de su obra nos llega también a EEUU, o porque soy científico de profesión y me he sentido aludido, siento el deber de una pequeña réplica. En su breve artículo Giorello explica que el término “cientifismo” traza una línea imaginaria en la cultura y en la historia. Por un lado Lutero con Cristo, con Rubbia y con el sentido de las cosas, con la ciencia, la técnica, el arte y con Gutenberg. Por el otro, don Giussani, un tal Galimberti, nazismo y comunismo. No debería haber espacio para la duda pero, aparte de la estima que tengo por Giussani, los grotescos equipos que Giorello plantea me obligaron a prestar atención con más detenimiento. Probablemente, si hubiese tenido otra cosa en la cabeza, habría leído rápidamente la página y la habría pasado sin más, extrayendo de la lectura un vago juicio “cultural” y alimentando un cierto sentido de irritación o de aversión hacia Giussani y, supongo, hacia los suyos. Es quizá éste el tipo de lectura que el autor espera de sus lectores, y quizá sea ese su objetivo. Pero cualquiera que tenga un mínimo de honestidad intelectual habrá notado que la acusación de oscurantismo no se sostiene de forma convincente, por llamarla con el clásico eufemismo de nuestra jerga científica que corresponde al corriente “no existe”. El punto central, que no resulta obvio en el breve y confuso escrito, está en el equívoco entre, cito textualmente, «... ciencia y técnica (que antiguamente se llamaba arte)... » y el “cientifismo”, que Giussani entiende como «... una concepción del progreso científico que lo utiliza como medida para evaluar cualquier forma de desarrollo». Me parece que Giussani sintetiza en esta frase uno de los axiomas centrales de la cultura moderna: todo aquello que la ciencia puede hacer es bueno por definición. Digo moderna, y no contemporánea, porque no es una novedad de estos últimos años sino que data de la segunda mitad del siglo XIX, los años del triunfo de la física clásica pero también de los famosos “ismos”, materialismo, marxismo..., que tenían que ser “científicos” para encontrar legitimación en los círculos culturales. Actualmente, la cuestión, como es sabido, se ha vuelto crucial con la explosión de las ciencias biológicas y médicas, de la genética, o de la técnica genética, utilizando una expresión más reciente.
Que un cierto cientifismo empape la mentalidad corriente resulta evidente por la dificultad que existe para juzgar si hay que limitar, y cómo hacerlo, el uso de la clonación, de las células estaminales, o de ciertas técnicas de fertilización. Todo es siempre bueno, porque es “científico”. En cambio, mientras que es bueno que la ciencia descubra cosas y abra nuevas posibilidades, de esto no se deriva, utilizando una lógica rigurosa, que éstas sean siempre cosas buenas, o en última instancia convenientes para el hombre. Por los hechos se ve que esta es una ilusión ingenua, desmentida infinitas veces por la historia, con frecuencia a un muy alto precio.
Giorgio Ambrosio
Fermi National Accelerator Laboratory, Batavia (Illinois)
Querido director: Le escribo con respecto al artículo de Giulio Giorello publicado en el Magazine del Corriere del pasado 20 de mayo. Me ha extrañado mucho, sobre todo viniendo de un autor cuya lucidez y profundidad he admirado con frecuencia. Se produce en ese artículo una confusión entre ciencia y cientifismo, que deja traslucir la tesis de que el que es crítico con relación al cientifismo debe obligatoriamente ser enemigo de la ciencia y de la técnica, tanto que llega a ser tachado de oscurantista.
Soy un científico. Empecé mi carrera en el Instituto Nacional de Física Nuclear y desde hace seis años trabajo en el Fermi National Accelerator Laboratory, el laboratorio por excelencia para la física nuclear en EEUU. Amo la ciencia (con una particular preferencia por la física) y siempre he sentido admiración por esas cumbres de realización técnica que la humanidad ha sabido alcanzar y que sigue superando (y a la que trato de aportar, dentro de mi campo, una pequeña contribución). Pero comparto también esa crítica al cientifismo que Giorello, en el artículo citado, tilda de oscurantista.
El cientifismo, como pretensión de mirar y explicar toda la realidad utilizando métodos que son adecuados sólo para una parte de ella (los propios de la ciencia), es el sujeto de la objeción que Hamlet dirige a Horacio: «Hay muchas más cosas en el cielo y en la tierra que en tu filosofía...». Me acuerdo de un colega, un físico, que hace algunos años me contaba la alegría que había experimentado al descubrir en las matemáticas una fuente de certeza («¡Por fin!»), de forma que dirigió su carrera en esa dirección. Pero el uso de ese instrumento, que se había revelado tan fecundo en su profesión, considerado como fuente única de certeza en cualquier ámbito de la realidad, había dado pésimos resultados en la educación de su hijo. No quiero adentrarme en una crítica al cientifismo (no es este mi oficio), sino contar lo que he visto, con tristeza y a veces con dolor, en colegas y amigos. Existe una mentalidad, que no sabría definir más que como “cientifista”, que tiende a reducir el horizonte de la realidad a lo que podemos medir y manipular con instrumentos matemático científicos. Y esta reducción del horizonte hace más difícil el camino de la vida. Si uno se enamora, no ayuda al crecimiento de esa relación concebir el amor únicamente como el fruto de una afinidad bioquímica. Y tampoco ayudará a formar una familia ni a educar a los hijos.
Por lo que respecta a don Giussani, al que tuve la ocasión de conocer cuando trabajaba en Italia, debo decir que jamás he conocido a una persona como él, con un interés y una pasión tan grandes por la realidad entera, ciencia y técnica incluidas, pero sobre todo con un respeto tan grande por el uso de la razón. Tanto que algunas de sus observaciones sobre la relación entre método y objeto y sobre la dinámica del conocimiento se han revelado enormemente útiles para mi carrera de científico. En resumen, todo menos oscurantista.
Raffale Bonomo
Profesor de Química Inorgánica, Universidad de Catania
Querido director: He leído en el Corriere Magazine (suplemento del Corriere della Sera, del que soy asiduo lector) del jueves 20 de mayo un artículo firmado por Giulio Giorello en el que acusa de oscurantismo a don Giussani, y le imputa haber escrito que el cientifismo ha constituido «una capa bacteriana» en la mentalidad del hombre moderno. Aparte de un cierto desconcierto (aprecio muchísimo al profesor Giorello) por la forma en que está construido el artículo, cuyo único objetivo parece ser resaltar el “oscurantismo” de una personalidad como don Giussani, que ha defendido siempre la ciencia como actividad creadora del hombre al mismo nivel que la actividad artística, me parece que se han tergiversado los términos ciencia y cientifismo. Como hombre comprometido desde hace más de treinta años en el trabajo cotidiano de investigación científica (que consiste en imaginar un experimento que dé respuesta a toda una serie de preguntas sobre cómo están las cosas, en tratar de realizarlo pasando a través de la frustración de tener que repetir las mediciones muchas veces, porque el resultado no es siempre claro, en pensarlo de nuevo cuando se ve que no conduce a ninguna parte o en tener que aceptar que los “hechos” que saca a la luz no son los que habías imaginado, etc...), me permito afirmar que la actividad científica es algo muy distinto del cientifismo, que en cambio es una corriente de pensamiento de naturaleza ideológica. El cientifismo es una “fe” (¿será también ella oscurantista?) que plantea la esperanza de que, hoy no pero mañana quizá, la ciencia encontrará, a través de su método, el modo de afrontar y superar todos los problemas de la vida del hombre. Hago mía la afirmación de Feyerabend: «Una ciencia que pretenda poseer el único método correcto y los únicos resultados aceptables es ideología».
De naturaleza muy distinta es el trabajo del hombre “científico” (no como suele aparecer en las noticias, por lo general periodísticas y por tanto de poca calidad), que tiene la conciencia de que la descripción de la realidad de la que es capaz es siempre reformable. El trabajo científico arriba siempre a la construcción de un cuadro que se aproxima a la realidad, evidenciando todos los problemas que han quedado abiertos. Este trabajo, más que terminar con una respuesta definitiva, aún a sabiendas de haber recorrido un duro camino de profundización, termina a menudo con algunas conclusiones y reabre el problema con muchas más preguntas.
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