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Huellas N.7, Julio/Agosto 2004

SOCIEDAD Hispanidad

España, el reto de la misión

José Miguel Oriol

Los recientes acontecimientos en España han puesto de manifiesto la debilidad de la conciencia de un pueblo entero que repercute peligrosamente más allá del océano, en EEUU y en América Latina

Los acontecimientos de marzo en España y la reacción ante ellos de una parte mayoritaria de la sociedad española han sacado a la luz aspectos de lo que podríamos llamar “estado de la conciencia de los españoles”, que habían permanecido ocultos o adormecidos por el bienestar material creciente y el famoso “vitalismo español” (véase el Time de primeros de marzo).

Una identidad que vertebró España
La rendición al islamismo radical –que se sigue produciendo con diversas manifestaciones y defendiendo con sofisticados argumentos cuando escribo estas líneas (naturalmente, con otras palabras), semanas después del atentado del 11M y de la primera victoria política sobre una democracia occidental del terrorismo islámico, las elecciones del 14M– demuestra la extrema debilidad de la autoestima española, que, por debajo de la aparente vitalidad “alegre y faldicorta” ligada al indudable progreso macroeconómico durante los ocho años de gobierno Popular, ha venido despreciando nuestra historia y nuestra tradición, ciertamente plural pero al mismo tiempo unitaria y fundamentada en la fe cristiana, que durante siglos vertebró España. Hoy esa identidad viene siendo machacada desde hace mucho tiempo en los libros de texto, el cine, el arte, la TV, la novelística, por la inmensa mayoría de nuestros escritores y periodistas. Por eso España es hoy el eslabón más débil de Occidente. El islamismo radical lo ha visto claro.

Cientos de miles de lazos
No obstante, España es también y todavía un nexo clave para el futuro de la fe cristiana en América, en toda ella, de norte a sur. ¿Por qué? Porque España, como escenario y espejo permanentemente observado desde allí, y el catolicismo español como personaje (aunque esté perdiendo protagonismo) de esa escena, siguen siendo de hecho, y no tanto por vía institucional o “eclesiástica” sino por vía “popular” –por los cientos de miles de lazos familiares, educativos, financieros, políticos, económicos, empresariales, universitarios, de cooperación al desarrollo, de órdenes y congregaciones religiosas misioneras, de medios de comunicación, etc...–, una referencia cotidiana, constante e históricamente profunda.
Ese mundo de 300 millones de hispanohablantes, entrelazados de múltiples modos, es lo que constituye la base humana de la Hispanidad, lo que podríamos llamar la Hispanidad sociológica. ¿Permanece en cambio el concepto de Hispanidad como unidad histórica con identidad propia, esencialmente católica, tal como la pensara Ramiro de Maeztu, por ejemplo? No. La América hispana (como la portuguesa) sigue un proceso semejante al español de deterioro, fragmentación y debilitamiento de su identidad. Y el frente principal de esa batalla, donde se juega el futuro, está en Méjico, que, de hecho, es ya la nación hispana más importante con sus más de cien millones de habitantes y emigrantes chicanos.

Una fuerte inyección de savia nueva
Ahora bien, ¿pueden hacer algo actualmente los cristianos españoles para contribuir a revitalizar esa Hispanidad? Muy poco. Hoy el cristianismo español está exhausto, y necesita, como prioridad máxima, sobrevivir, mantenerse vivo por lo menos, y trabajar, estudiar y cultivar con mimo, prudencia y decisión su propia experiencia en la sociedad democrática que, sin duda, contribuyó decisivamente a traer, pero que hoy le rechaza aplastantemente en el ámbito de la palabra y la imagen, desde el mundo de la cultura.
Que España es un país de misión, desde el punto de vista cristiano, no es ninguna novedad. Hace ya muchos decenios que es así (desde bastante antes de la famosa transición democrática, del franquismo, de la guerra civil). Que el catolicismo español, para reflorecer en sintonía con el Concilio Vaticano II, requería una fuerte inyección del exterior de savia nueva (de fe vivida, pensada y expresada) es también algo que comparte la parte más solvente de la Iglesia española. Ahora bien, que esa inyección, más que proceder de Francia y Alemania, tuviera que proceder de Italia, esto, hace treinta años, no lo compartía casi nadie. Porque el catolicismo italiano (o, al menos, parte de él) se revela, en estos albores del siglo XXI, como el único resto de cristiandad capaz de establecer un diálogo significativo con el hombre actual, de provocar curiosidad intelectual, interés moral, deseo de compartir su aventura humana.

El primer campo de misión
No en vano, una de las figuras claves que, junto con los grandes papas romanos que Dios ha dado a la Iglesia –y, de paso, a Italia– durante los últimos siglos, ha sabido renovar y despertar de nuevo ese cristianismo “que interesa”, don Giussani, decía hace ya muchos años que «ninguna tradición ni, ciertamente, ninguna experiencia humana, puede desafiar a la historia y mantenerse en pie frente al paso del tiempo, a menos que logre llegar a expresarse y comunicarse en un modo que posea dignidad cultural». Y eso es precisamente lo que le falta, desde hace mucho tiempo, quizá demasiado, al catolicismo español.
España es el primer campo de misión para ese catolicismo italiano. El día en que ese modo de entender y vivir la fe cristiana haya “prendido” en la sociedad española y hable en español, sólo ese día, podrá contribuir a revitalizar la “Hispanidad” americana.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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