Apuntes de la intervención en el Consejo Nacional de Comunión y Liberación. Milán, 27 de marzo de 2004
Os doy las gracias de corazón por la generosidad que ponéis al servicio del Señor. En ello empleáis todas vuestras fuerzas o, por lo menos, vuestra buena voluntad y disponibilidad a colaborar en que se acreciente el bien. Me he atrevido a venir para rezar una Ave Maria juntos: para pedir que ofrezcáis el Santo Rosario de estos días por gratitud, que recéis vosotros y hagáis rezar a al pueblo, por una parte, para dar gracias a Dios y, por otra, para suplicar la ayuda necesaria para que nuestra colaboración, al igual que nuestra unidad fraternal, dé un paso, marque un paso en la dirección justa y siga dando fruto. Quería saludaros y rezar un Ave Maria.
AVE MARIA.
Perdonad si pienso en todo el peso que cae en los hombros de quienes guían y gobiernan nuestra frágil, débil y, a la vez, profundamente sostenida, “sociedad”: ¡sostenida por el Señor! Sobre todo, le doy las gracias a Giancarlo que con su responsabilidad colabora con Dios de manera excelente.
En cualquier caso, lo esencial es que demos gracias a Dios por cómo nos asiste, por la benevolencia con la que demuestra haber acogido nuestra presencia dentro de su grey y en el mundo; pues la grey de Dios es el mundo entero.
Esta mañana, al escuchar vuestras intervenciones, me ha llamado la atención qué importante es para nosotros el libro al que os referíais [Por qué la Iglesia] y cómo todos lo destacaban. Me habéis dado a entender lo que es vuestra presencia de manera especial. Es como si pudiera decir: ¡por fin alguien entiende!
Además, espero que la Virgen cambie lo que es imperfecto y nos proporcione un premio, ese premio ya aquí en este mundo, que hace de la Iglesia el jardín de Dios, la casa del Señor. La casa del Señor: ¡la “casa”!
Tenemos confianza, a pesar de lo que somos confiamos. Porque la confianza que Dios tiene hacia el hombre no es debida, no se explica con que el hombre elegido se haya “propiciado” de alguna manera la bendición de Dios.
Os ruego que dediquemos estos días y todo el mes de mayo a dar gracias al Señor por la misericordia que siempre nos ha otorgado y, en segundo lugar, que, ante la evidencia de que nos ha preferido, día tras día nuestra confianza se abra a Él. Porque el concepto de preferencia –lo siento por quien no está de acuerdo– es verdadero: somos objeto de una preferencia real.
Por ejemplo, para mí, Pino es uno de los amigos más grandes por algo que la Iglesia espera de él.
Se me ha ocurrido una aplicación particular de la preferencia. El concepto de preferencia se identifica con el de hijo. El hijo constituye una preferencia: preferencia es un término que inmediatamente “reconoce” quién es Jesucristo. Por tanto, hemos de caer en la cuenta de cómo el Señor nos obliga a pensar en lo que Él es para el mundo y en lo que hace para el mundo siendo Padre: a través de un hombre que iba por las calles, que va por la calles, pues ¡el rostro de este Hijo que hoy va por las calles somos nosotros!
Las preferencias de Dios de alguna manera mandan, nos obligan a dar lo que no daríamos y a pedir que otros nos den lo que al principio no estaban dispuestos a dar.
Hoy he querido venir en persona porque es algo muy grande lo que Dios nos está concediendo, prueba de lo que el Señor Jesús es para todos los hombres que nacen, que nacieron y han de nacer.
Una de las cosas a las que el Señor mejor nos ha entrenado es al sentido de nuestra nada, de que es imposible que nuestra realidad de hombres pueda sostener lo que el Señor hace con su designio. El designio del mundo depende de un nombre: Jesús de Nazaret. Y el designio del mundo es algo que empieza por la mañana cuando uno abre los ojos y acaba a duras penas por la noche cuando los cierra. Cuanto más pasa el tiempo, tanto más siente uno su fragilidad ética, además de física, física y ética: entonces, viendo a las personas que el Señor se digna mostrarle, en primer lugar siente gratitud, y comprende por qué el Señor le da estos padres y compañeros de camino. Y además a través de estas personas el Señor hace posible, me hace mirar como algo posible –pronunciemos la palabra– ¡la santidad! Santidad es el término que indica el contenido del don inconmensurable del Ángel que visita a la Virgen, que habla con la Virgen. Según pasan los días, cobra cuerpo la evidencia de que somos “pobres hombres”: «Soy un pobre hombre, pero ¡estás tú, oh Cristo!» con la sorpresa de que muchas cosas que uno dice no las diría si Dios no estuviera presente, no existirían si no fueran el mayor testimonio de que Dios es el «Padre nuestro que estás en los cielos...».
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