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Huellas N.6, Junio 2004

IGLESIA María en la historia/6

A ti clamamos

Fidel González

Sexta etapa de nuestro viaje para conocer la incidencia de María en la historia. Ante el peligro otomano y los efectos de la reforma protestante, la figura de la Virgen se impone como fortaleza del pueblo cristiano y esperanza en el futuro. El florecer de santuarios y peregrinaciones

Durante el siglo XVII «los valores de la fantasía creadora alcanzan el máximo relieve» (S. De Fiores). Los horizontes del mundo occidental se amplían con el descubrimiento y colonización de territorios extraeuropeos; la actividad misionera de la Iglesia llega hasta los confines del orbe, a menudo en medio de grandes dificultades y persecuciones terribles como en Japón y Vietnam. Los debates teológicos son muy vivaces y en su mayor parte tienen por objeto temáticas relacionadas con la antropología teológica y con la salvación del hombre. Temas que se reflejan con frecuencia en el arte y la literatura. En el ámbito teológico la Iglesia responde sistemáticamente a las críticas de los protestantes abordando las cuestiones polémicas. Es uno de los aspectos de la llamada Contrarreforma. Esta ampliación de intereses y discusiones alcanza todos los niveles de la existencia.

Devociones marianas
En este ambiente cultural y eclesial se sitúa el florecer de las devociones marianas: surgen numerosas congregaciones centradas en María, proliferan los santuarios marianos y otras tantas devociones populares y se publican numerosos tratados sobre la Virgen. En torno a los jesuitas nacen las Congregaciones marianas, iniciadas por el jesuita belga Leunis (1563); sus miembros se consagran a María con especial dedicación. Se trata de un “pequeño camino” de vida cristiana en el que María se convierte en guía segura para alcanzar la plenitud de Cristo. Sobresale la figura de san Luís María Grignon de Monfort(1673-1716) fundador de los Misioneros de la Compañía de María (Monfortianos) y de las Hijas de la Sabiduría. Educado por los jesuitas y amigo de otras figuras destacadas de la historia de Francia como Claude-François Poullart des Placet, fundador de la Congregación de los misioneros del Espíritu Santo, se convertirá en el apóstol de las zonas descristianizadas de Francia. Este santo encarna el espíritu católico de la misión popular y de la difusión de la devoción mariana, en la línea de otros grandes santos contemporáneos suyos como san Vicente de Paúl (1660) y san Juan Eudes (1680). «Acordaos de amar ardientemente a Jesucristo –escribe Monfort en su Carta a los habitantes de Montbernage–, amadlo por medio de María, haciendo que resplandezca ante todos la devoción a la santísima Virgen, nuestra buena Madre, para que se perciba por todas partes el perfume de Jesucristo… así no dejaréis de cumplir y mantener fielmente las promesas del bautismo». El bautismo ocupa el centro de su experiencia cristiana y de su propuesta. Por ello hacía que los suyos renovaran con frecuencia las promesas bautismales, incluso por escrito, y promovía la consagración a Jesucristo en las manos de María. Esta es la experiencia en la que se basa su Tratado de la verdadera devoción a la Virgen María (1711-1712), nacido de la relación de amistad con algunos de estos grandes santos amigos suyos.
Pero mucho antes de Monfort, los teólogos católicos se habían dedicado sistemáticamente a escribir sobre la Virgen. Entre ellos, destaca el gran jesuita Francisco Suárez que, ya a fines del XVI, escribió muchas obras sobre este tema. Él afirmaba que para conocer al Verbo según la naturaleza humana, es necesario conocer a su Madre. En la misma línea se pronunciaron san Roberto Bellarmino, san Francisco de Sales y otros muchos. A principios del XVII, el siciliano Plácido Nigido dedicó muchas obras a María, que darían lugar a la ciencia teológica llamada precisamente ‘mariología’. Su obra la continuaron Vincent Contenson (1674) y Dionisio Petavio que recuperaron los aspectos marianos de la antigua teología patrística.
Después del Concilio de Trento y durante todo el periodo barroco se difundieron numerosos libros marianos; se empiezan a consagrar las naciones a la Virgen y a coronar sus imágenes; muchos reinos, como España, hacen voto de defender la Inmaculada Concepción, hasta el derramamiento de sangre. Los reyes españoles se afanan para que la fiesta de la Inmaculada Concepción se celebre en todas partes, y para conseguir la declaración pontificia del dogma (lo haría Pío IX en 1854). En 1645, el rey de España obtiene del Papa la bula In his per quae Beatissimae Virginia, que establecía la fiesta de la Inmaculada en todos los dominios del Imperio español. Pero no solo esto. En 1656 se solicita y obtiene la declaración de la Inmaculada como patrona de todas las Españas.

Cofradías, santuarios, peregrinaciones
El pueblo cristiano quiere ver, tocar, sentir la presencia del Misterio. Por eso durante el barroco –y también después– se multiplican los monumentos a los Misterios de Cristo, la vida de la Virgen y las de los santos. Por todas partes se levantan ermitas, se construyen capillas en los cruces de caminos, en las calles de la ciudad. Se adornan con flores y velas; los fieles se detienen por unos instantes para recitar una oración, colocan exvotos.
Se edifican los “Sacro Monte”, para celebrar los Misterios de la Salvación, donde siempre se coloca a la Virgen en lugar destacado, ya sea al recorrer el Via Crucis, o siguiendo los Misterios del Santo Rosario. Encontramos un ejemplo en el Sacro Monte de Varese, convertido en un gigantesco Rosario que representa de forma monumental los 15 Misterios de la vida de Cristo y de la Virgen María. En la cima del monte se levanta la capilla consagrada al último Misterio, la coronación de la Virgen, donde se venera una antigua imagen atribuida a san Lucas. O el Sacro Monte de Varallo, un santuario fundado en 1493 por un franciscano que trajo de Tierra Santa una pintura en la que se representa la dormición de la Virgen y su ascensión al cielo. En el monte encontramos 900 estatuas y 45 capillas, que evocan los Misterios de la fe. Participan de esta tradición otros santuarios que jalonan la geografía italiana y europea, a modo de escalera sagrada franqueada por capillas de los Misterios de Cristo y de la Virgen, como el de San Lucas en Bolonia o el de la Guardia en Génova y otros muchos.
A menudo familias enteras van de peregrinación a agradecer a la Virgen una gracia recibida o a pedirle otra. Los fieles buscan encontrar a Cristo de la mano amorosa de María. Se representa a la Virgen con el Niño Jesús en brazos; o como Madre Dolorosa en la Pasión que sostiene entre sus brazos a su Hijo, bajado de la Cruz. Se difunde así la imagen de la Piedad. En el s. XVII estas imágenes son muy frecuentes, sobre todo en Alemania, donde se dedican muchos santuarios a la Virgen Dolorosa.
También tiene gran difusión la imagen de la Virgen María con un gran manto, símbolo del refugio de los pecadores. La Virgen toma el nombre de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, u otros parecidos. En la misma línea encontramos la Virgen del Amparo, o María Auxiliadora, como en el santuario de Passau, en Alemania, donde se representa la Virgen con el Niño, que parece buscar refugio entre sus brazos. Parece ser que el cuadro es de Lucas Granach, y que sería un regalo del elector protestante de Sajonia al príncipe-obispo Leopoldo de Habsburgo. Fue colocada en una capilla de la catedral y pronto la gente acudió en gran número. Confiada a los capuchinos, en 1624 se le edificó un gran santuario. Según parece, en 1677 se distribuyeron 120.000 comuniones en ese santuario. Los peregrinos procedían de varios países centroeuropeos, y por todas partes en el mundo germánico puede encontrarse esta imagen.

Contra el peligro turco
Después de que se introdujera la fiesta de Nuestra Señora del Rosario para celebrar la victoria de los cristianos sobre el imperio otomano en Lepanto (1571), florecieron numerosas cofradías marianas, sobre todo del Rosario. No hay que olvidar que el llamado “peligro turco” fue una amenaza real para los cristianos de Europa central y meridional hasta el siglo XVIII. En diversos momentos de durísimos enfrentamientos entre turcos y cristianos, vemos cómo estos acuden con frecuencia a implorar el auxilio de María con el rezo del Santo Rosario. Así fue durante el sitio de Viena (1683) y en la lucha por la liberación de Hungría (1716). Con ocasión de este último grave peligro, el Papa extendió a toda la Iglesia la fiesta del Rosario. Durante el asedio de Viena en 1683, un fraile capuchino, el beato Marco de Aviano (1699) desempeñó un papel fundamental, como legado pontificio, en la liberación de la ciudad y en la unidad de los cristianos. En este trabajo de promoción de la unión entre los pueblos de Europa, divididos por intereses políticos contrapuestos, él siempre proponía como método el ejemplo de María y la oración a Ella, auxilio de los cristianos. Se atribuye esta victoria a la Virgen; para dar fe de ello, el emperador envió a Passau los trofeos de guerra y dio a un barrio de la capital la denominación de “Hilf”, invocación a la Virgen (María Hilf!, ¡María, ayuda! ndt.). Pero ya antes se había recurrido a la Virgen en momentos trágicos, como en 1620 en los enfrentamientos con el rey protestante de Bohemia, Federico V. Después de la victoria se le dedicó un antiguo templo protestante de Praga; el emperador Fernando II donó como exvoto una estatua coronada del Niño Jesús, el célebre Niño Jesús de Praga, cuya devoción se extendió rápidamente por Europa. Muy similar fue lo ocurrido en Francia con la imagen de la Virgen venerada en Benoîte-Vauz, durante la guerra de los treinta años en Lorena, en la que la ciudad de Nancy y los ducados de Lorena y de Bar se pusieron bajo su protección. En Polonia, la resistencia victoriosa de Czestochowa, asediada por los protestantes suecos en 1655 tiene una historia parecida. Según la tradición, la ciudad fue liberada, por intercesión de la Virgen de Jàsna Gora. El rey de Polonia, Juan Casimiro, en abril de 1656, mediante voto solemne dedicó Polonia a la Virgen de Jàsna Gora; desde entonces el santuario se convirtió en el símbolo evidente de la conciencia nacional polaca y meta de continuas peregrinaciones.
Otro santuario famoso es el de Maria-Zell, en las montañas de Estiria, en Austria. Que llegaría a ser el santuario más conocido de Centroeuropa. Los soberanos austriacos lo visitaban continuamente, la reina María Teresa entregó allí las medallas de su marido y de sus hijos. En época de la guerra contra los turcos, el príncipe Esteráz y llegó acompañado por 11.000 peregrinos.
En los territorios que se adhirieron a la Reforma protestante, a menudo la supervivencia del catolicismo se vincula precisamente a los santuarios marianos, como en Suiza. En el cantón del Ticino, las ciudades de Locarno y Lugano rechazaron la predicación de los reformadores principalmente en nombre del culto mariano. Recordemos el santuario de Einsedeln, denominado “Nuestra Señora de los Eremitas”, porque se dice que un ermitaño, llamado Meinrado, fue el que promovió el culto mariano.
En Italia, la zona que al parecer tuvo el mayor número de iglesias dedicadas a la Virgen fue Brianza (Lombardía), donde todavía hoy encontramos unos cincuenta santuarios marianos. En la historia de cada uno de ellos se registran relatos de milagros, apariciones y gracias concedidas a los peregrinos. San Carlos Borromeo, para levantar una barrera contra el protestantismo, reforzó el culto mariano construyendo o embelleciendo las iglesias dedicadas a la Virgen. En Monza encontramos el santuario de la Gracia, considerado en el s. XVI como el «tercer santuario de Italia, por antigüedad, asistencia de peregrinos y milagros» (R. Beretta) después del de Loreto y el Sacro Monte de Varese. Con la misma denominación encontramos santuarios en Milán (Santa María delle Grazie), por todas partes hay santuarios con nombres como la Virgen del Amparo o la Milagrosa. Como el de Caravaggio, en la provincia de Bérgamo, donde en 1482, surgió milagrosamente un manantial tras la aparición de la Virgen a una joven campesina. En el lugar del milagro, el duque Visconti de Milán mandó construir una Iglesia, que más tarde reformará san Carlos Borromeo, y que llegó a convertirse en meta de peregrinaciones. Con frecuencia las mujeres acuden a pedir ayuda a la Virgen en sus santuarios, a pedir la gracia de tener un hijo o el auxilio de la Virgen en el embarazo en una época en la que el parto resultaba difícil e incierto. Los santuarios marianos de Chartres y de Altöting, y otros como los de Santa Maria Podone o San Celso en Milán, son buen ejemplo de ello.

Apariciones y devoción
Durante las epidemias de peste se utilizaron a menudo estos santuarios como lazareto y, a veces, se convirtieron en cementerios de apestados. La Virgen se apareció a un campesino en 1586 en Vallentimbro, Liguria; en aquel lugar se edificó una Iglesia y poco después los Doria construyeron junto a ella un hospital. Se trata del santuario de Nuestra Señora de la Misericordia. En otras ocasiones la Virgen se aparecía en los bosques, en el campo, muchas veces a pastores, campesino o peregrinos, como a Inversago, un campesino de Brianza, en mayo de 1617, en el lugar en el que se levantaría el santuario de Nuestra Señora del Bosque. Surgieron otros santuarios marianos con iglesias o ermitas en lugares donde se había encontrado una imagen de la Virgen, hallazgos considerados a menudo milagrosos, como en el caso de Santa Maria alla Porta, en Milán, en 1651.
En el siglo XVII el culto mariano se hace más espléndido y fastuoso. A menudo las antiguas imágenes románicas o góticas, sobre todo en el ámbito español, se revisten de suntuosos vestidos de seda bordados en oro y cargados de piedras preciosas. Los españoles y los portugueses difunden en América, en Filipinas y en toda el Asia portuguesa estas imágenes de la Virgen y sus santuarios. María se convierte así en la primera “misionera”. Numerosos pueblos y ciudades llevan su nombre, no hay ciudad o pueblo del Nuevo Mundo que no tenga en el corazón de la población un santuario dedicado a la Virgen.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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