El debate sobre la educación, reabierto por la intervención de monseñor Caffarra, tuvo en Romano Guardini a uno de sus protagonistas durante el siglo XX. Un libro de Carlo Fedeli presenta su pensamiento y su obra bajo este punto de vista
El debate sobre la educación, desde hace tiempo adormecido, se ha encendido inesperadamente con la intervención de monseñor Caffarra, así como las reacciones de filósofos de gran notoriedad, como Cacciari, Vattimo, Eco y Severino. El arzobispo de Bolonia debe haber dado en el clavo si tales ilustres mentes italianas se han apresurado a responderle en tonos a menudo irrespetuosos. El interés por la educación califica a un hombre y a un pueblo, porque aquel que considera el objeto de la educación tiene obligatoriamente que aclarar su propia imagen de hombre, su propia concepción de la realidad.
En el campo católico muchos hombres han afrontado este problema, algunos en términos prácticos, otros en términos de reflexión teórica. Entre ellos destaca Romano Guardini, cuya figura y obra como educador se han presentado en el libro de Carlo Fedeli, Pienezza e compimento (Plenitud y cumplimiento, ndt.), editado por Vita e Pensiero. El libro aporta, junto a la estructura interna concebida por el autor, numerosas citas de la obra del sacerdote que fue uno de los protagonistas de la vida cultural y religiosa de la Alemania del siglo XX. Aunque sus padres eran italianos y él nació en Verona en 1885, Romano Guardini vivió toda su existencia en tierra alemana. Ordenado sacerdote en Maguncia en 1910, cinco años más tarde su obispo le confió la atención pastoral de “Juventus”, la asociación de estudiantes de bachillerato de Maguncia. Conoció y se adhirió a otro movimiento católico juvenil, el “Quickborn”. En 1923 la Universidad de Berlín, bastión laico y protestante, le ofrece la cátedra de “Filosofía de las religiones y Weltanschauung católica”. Entre sus alumnos se encuentra el joven von Balthasar. En 1939 el régimen nazi le priva de su cátedra, cierra la revista en la que aparecen sus escritos y le prohíbe hablar en público. En 1943 deja Berlín y se traslada a un pequeño pueblo de Suabia. Después de la guerra vive en Tubinga y en Munich, enseñando la misma asignatura que en Berlín. De 1950 data su famoso escrito “El fin de la época moderna”. Desde entonces en adelante su figura será reconocida y honrada en distintas ocasiones. Pablo VI le ofreció la púrpura cardenalicia, pero él la rechazó. Murió en Munich en 1968.
El estudio de Fedeli examina la obra educativa de Guardini y el pensamiento que la inspiró. En un capítulo dedicado a la libertad, el autor se deja guiar por el estudioso alemán e indaga las relaciones que existen entre esa aspiración y la obediencia, citando un pasaje sintético que afirma: «El hombre aspira a la plenitud del ser, a la riqueza de su obrar y de su posesión de las cosas. Esta exigencia le empuja a afirmarse, a extender la mano hacia cuanto se le presenta como hermoso y precioso, a encontrar satisfacción en el crear y en el gozar. Pero esto significa una decisión última acerca del sentido de la propia existencia, y esto implica si comprende o no la ley fundamental que está en la base de toda la vida espiritual. Y es ésta, en palabras de Jesús: “el que pierda su vida, la ganará; el que la guarde para sí, la perderá”. El hombre no se hace grande cuando piensa que se basta a sí mismo y que puede pasar por encima de los demás, sino cuando reconoce su pobreza y sus límites, cuando se abre y se dona en actitud de sencilla y sincera dedicación. Se vuelve realmente creativo no cuando concentra sus energías en el ímpetu o en el esfuerzo de la pura afirmación de sí, sino cuando se pone a servir fielmente a una obra, a un ideal» (p. 84).
Pero, observa Guardini, no hay instrumentos de razón suficientes para convencer al hombre de que corra el riesgo del don de sí mismo, tanto en el plano humano como en su adhesión a Dios, y para explicar esta dinámica recurre a un ejemplo muy eficaz: «Un hombre se acerca de noche a un desnivel. Para proseguir su camino debe saltarlo. Los símbolos en el mapa, la conformación general del terreno y las indicaciones del guía que le acompaña le dicen que al otro lado el terreno es firme y que lo conseguirá. A pesar de esto, le trepidará el corazón cuando tenga que saltar en la oscuridad» (p. 86). Es el mismo ejemplo que utiliza don Giussani para explicar la experiencia del riesgo en El Sentido Religioso, recordando un episodio de su niñez: «Primero iba el guía, después iba yo y detrás dos hombres... Estaba justo al borde de una repisa; a casi un metro había otra repisa, pero estaba separada por un profundo barranco. Me di la vuelta de golpe y me agarré de tal modo a una prominencia de la roca que tres hombres no fueron capaces de moverme. Recuerdo que me decían: “¡No tengas miedo, estamos nosotros!”..., pero no conseguía separarme de mi improvisado apoyo».
En su reflexión, Guardini no adopta un punto de vista meramente psicológico, aunque conoce y utiliza algunas categorías de esta disciplina; él parte sobre todo de una visión del hombre que es metafísica, que lo sitúa, con todos los matices de las circunstancias, en relación con un “tú” que hace de cada ser humano una persona irrepetible. Es lo que se percibe también en la intervención de Caffarra, en su crítica a la selva de interpretaciones a las que se reduce hoy el problema de la posibilidad de alcanzar la verdad, en su concepción de la libertad y del don de sí.
Guardini a menudo hace referencia al ejemplo del niño para describir la imagen del hombre maduro y equilibrado: «¿Os habéis fijado con qué seriedad establecen los niños las reglas para sus juegos, de qué forma tiene que hacerse el corro de la patata, cómo deben todos darse las manos, o qué significan ese árbol o ese poste?» (p. 227). Esta pregunta le sirve para introducir el concepto del orden y de la belleza de los ritos católicos, de los que él se ocupó durante toda su vida, hasta el punto de ser nombrado miembro de la Comisión litúrgica preparatoria del Concilio Vaticano II.
Un último punto: para conocer mejor la personalidad de Guardini puede ser útil destacar algunas ideas fundamentales del movimiento juvenil del que fue animador. El libro de Fedeli publica, en su apéndice, un opúsculo de 1920 en el que Guardini lo presenta. En él encontramos descritos algunos aspectos de método bastante significativos, como el arte de la conversación, del diálogo creativo sobre argumentos variados, que iban desde la literatura a la filosofía, desde la religión a la política; la autonomía de los jóvenes y su participación en la dirección del movimiento; la figura del educador como amigo espiritual de los jóvenes, en una atmósfera recogida, limpia y delicada, y sin embargo llena de naturalidad, como recuerdan sus primeros colaboradores; la unión de auténtica religiosidad y de leticia; la insistencia en la libre voluntad de las personas, en la obediencia y en el sentido del honor y de la dignidad; la centralidad de la oración del Angelus y de la figura de la Virgen; las vacaciones en la montaña; la responsabilidad hacia los compañeros y coetáneos y el profundo deseo de cambio, de novedad.
Los dos aspectos de esta personalidad singular, su vasta cultura y su actitud educativa, han dejado huella en numerosas obras y en la asunción de sus propuestas por parte de alumnos ilustres, como el cardenal Ratzinger.
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