Pido todos los días que se me conceda reconocer la presencia de Cristo entre nosotros y dentro de nosotros. Pido servirle incluso en las simples tareas cotidianas. Deseo ver el rostro de Cristo, conocerle y amarle, y a través de la misión lo puedo encontrar.
Todos los días estoy bajo la amenaza de recibir la noticia de nuevas bajas. Esta semana me notificaron la muerte de uno de mis reclutas. Era un chico que había reclutado yo, personalmente, dentro de mi compañía. Prestaba servicio en un equipo encargado de proteger a un cuerpo de Ingenieros que construía unas carreteras para el pueblo iraquí. Tuve que ocuparme de los trámites para comunicar la noticia a la familia y fui a visitar a su madre, que estaba destrozada. Como si no bastara, ayer me comunicaron el fallecimiento de un compañero, un amigo que cubrió el cargo de jefe de la oficina para reclutamiento. ¿Cómo se puede afrontar el “infierno” de la guerra, acechados por la desesperación y la muerte? ¿Existen respuestas para el dolor de esa madre que pregunta por qué? ¡Qué fácil es dejarse caer en el nihilismo! La pregunta de su madre es también la mía. Todos los días comparto el trabajo de adiestramiento con nuevos reclutas que quizás van hacia la muerte... Esta es mi realidad. No puedo huir, tampoco lo quiero. Esta noche, durante más de dos horas, junto con dos mandos militares compañeros míos hablé con un joven recluta que acaba de terminar sus estudios. Tenía dudas, como muchos otros, sobre su decisión de partir para Iraq. Yo no tengo respuestas para estas dudas. Por ello, rezo... Digo como san Pablo: «yo soy el primero entre los pecadores». Pero, ¡Cristo ha resucitado!, aunque yo no haya hecho nada para ello. Sólo a través de una compañía que camina hacia Cristo, mi vida y la de ellos adquiere un sentido. Mediante esta compañía se edificará una auténtica cultura de la Vida en contra de la cultura de la Muerte. El Santo Padre y don Giussani rezan por ello; y yo también. Esta nueva civilización del Amor se experimenta viviendo nuestro carisma en este mundo en medio del caos, la confusión y la masacre. Cristo no nos prometió que sería fácil, sin dolor y sin grandes sacrificios. Sólo si nuestros ojos se abren nos percatamos de que estamos viviendo el Misterio Pascual. Como Cristo bajó a los Infiernos y luego subió a los cielos, así también nosotros tomamos parte en este misterio y salimos victoriosos.
Plantada en medio de un mundo en llamas, hoy como hace dos mil años, la Resurrección eleva su voz, tal como hizo don Giussani en los últimos Ejercicios de la Fraternidad de CL: «La victoria es de la Pascua y de la inmortalidad. Así, la victoria de la Pascua es el pueblo cristiano. Esta es la victoria de Cristo sobre toda la “victoria” de la nada». Esto es verdad también para los que viven como yo su vocación cristiana en el ejército.
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