Luca y Andrea son dos militares del contingente italiano. El primero estaba en Dakovica, donde recientemente se ha vuelto a los enfrentamientos. El segundo, en Nasiriyah aquel trágico 12 de noviembre. En medio de la tragedia de la guerra, el testimonio de hombres que trabajan por la paz
KOSOVO
Alessandra Buzzetti
Yusuf, un imán suní que desea la paz para su país. Adriano, un cabecilla de catorce años que descubre la fuerza de la ley del amor frente a la del talión, de la guerra y de la venganza. Luca, un oficial italiano de las Fuerzas Armadas, que vive una amistad libre de prejuicios en medio de una realidad aparentemente impenetrable.
Las historias de Yusuf, Adriano y Luca se han cruzado en Dakovica, una pequeña ciudad al suroeste de Kosovo, cerca de la frontera con Albania. De Dakovica –así como de las más importantes ciudades kosovares– se volvió a hablar el pasado 17 de marzo, día en el que Kosovo volvió a arder. El fuego de la venganza volvió a prender y causó la muerte de tres niños de etnia albanesa de Mitrovica, provocada, según la versión albanesa, por una banda de chavales serbios. Bastaron pocas horas para que la mecha del odio encendiese la violencia entre las dos comunidades étnicas en todo el país. La caza a los serbios –a los pocos que han quedado en Kosovo– duró tres días, con un balance de al menos treinta muertos, seiscientos heridos y muchas casas serbias y monasterios ortodoxos incendiados. Un episodio que, según los diversos observadores internacionales, ha puesto de manifiesto que Kosovo –después de cinco años del final oficial de la guerra– está muy lejos de una pacificación a penas esbozada. También en Dakovica –donde está presente parte del contingente de paz italiano– se volvió a disparar en el intento fallido de proteger el antiquísimo monasterio ortodoxo dedicado a la Ascensión. Después de evacuar a las cuatro monjas ancianas que quedaban allí, los militares italianos se retiraron para no disparar sobre la multitud enfurecida.
Yusuf, imán suní
Quién sabe si Yusuf, imán suní de Dakovica, asistió a esa escena. Seguramente no. Sus vínculos con el extremismo acabaron hace tiempo. Una decisión que ha pagado a un precio muy alto. Yusuf se licenció en la Escuela coránica de El Cairo, para volver después a Dakovica como imán. Pero tuvo que marcharse de allí en 1999 por miedo a las represalias de las milicias albanesas del UCK (Ejercito de Liberación de Kosovo). Al volver a su patria, Yusuf se encontró su mezquita medio destruida. Era la segunda más antigua de Kosovo, se remontaba a 1470. Una joya arquitectónica semejante en valor artístico al monasterio ortodoxo de la Ascensión.
Estamos en junio de 2002, cuando Luca, un oficial italiano de misión en Dakovica, detiene su jeep militar delante de la mezquita de Yusuf. La historia del arte es su segunda pasión y reconoce, detrás de las ruinas, la belleza de la antigua arquitectura. Se sorprende de que después de tres años del final del conflicto, en una ciudad donde siguen floreciendo nuevos minaretes y equipadísimos centros culturales islámicos, una mezquita tan antigua y simbólica continúe aún en ese estado. Con discreción, consciente de lo que un uniforme significa en una tierra como Kosovo, Luca busca al imán. Se sorprende todavía más de que Yusuf lo reciba cordialmente y le permita visitar la mezquita sin pedirle que se quite las botas militares, cuando la ley islámica prohibe entrar en un lugar sagrado con zapatos. ¿Un signo de indiferencia hacia su propia cultura o de respeto por la cultura del otro? Una pregunta a la que Luca encuentra respuesta durante los meses sucesivos, cuando decide profundizar en esa inesperada amistad. Descubre a un hombre, Yusuf, que desea realmente la paz para su país y habla de una nueva mentalidad musulmana integrista, difundida en Kosovo después del conflicto por elementos externos, que no tienen nada que ver con la tradición y la cultura del país. Pero lo que más impresiona al oficial es la curiosidad y la cultura de Yusuf sobre la historia y la situación actual del cristianismo, no sólo oriental, sino también y sobre todo, occidental. Este imán, tan alejado de nuestros esquemáticos prejuicios, dice también que conoce y aprecia a don Luigi Giussani. Un descubrimiento que sella un pacto: cuando vuelva a Italia, Luca tendrá que entregar a don Giussani un antiguo Corán. Yusuf le escribe una dedicatoria autógrafa en árabe y en inglés: «A don Giussani, padre de la Iglesia italiana. Juntos deseamos la paz. Con el Corán y con el Evangelio de Dios». Un regalo valioso, acompañado por un rosario musulmán para Luca, de parte de un imán que no nada ciertamente en la abundancia. Ninguna asociación árabe extranjera le manda financiación para reconstruir su mezquita.
La fiesta de Navidad
Luca nos cuenta otro de sus encuentros. Fue durante la fiesta de Navidad organizada en la base italiana para los niños de las comunidades católicas, cerca de Dakovica, zonas muy pobres que se disputan serbios ortodoxos y albaneses musulmanes. Imaginaos a los mil chavalines en la tienda militar, envueltos en sus harapos, pero con la mirada orgullosa de quien ha crecido aprendiendo sólo la ley del más fuerte. Delante está el altar para celebrar la misa, detrás, bien a la vista, sacos llenos de regalos. Muñecas, coches, dulces; cosas para ellos casi desconocidas. Deciden que quieren inmediatamente esos regalos. Se forma un cordón militar para disuadirles e invitarles a esperar, tranquilamente, a que termine la misa. No hay nada que hacer; mientras tanto, entre los militares, aumenta el embarazo. Luca se encuentra entre los organizadores de la fiesta, conoce a esos niños casi por su nombre. Y, sin embargo, también su intervención es inútil. Ve al fondo a sor Giulia, “su” monja albanesa. Le pide ayuda. Sor Giulia, con calma, se adelanta y empieza sencillamente a cantar. Primero se acercan las niñas, que se unen a ella. Después, en pocos minutos, va creciendo el coro en la tienda. Todos, incluso los más recalcitrantes, deciden dejar para después el asalto a los regalos. Luca nos cuenta: «Era tan evidente que nuestra fuerza física, tan torpe, no podía nada contra la fuerza poderosa de aquella mujer, de su canto albanés, de su relación con esos niños... Esta es la esperanza, pensé. Después le pregunté a sor Giulia: “¿Cómo se te ocurrió?”. Me respondió sonriendo: “Vosotros los europeos... ¡creéis que lo sabéis y lo entendéis todo!”».
Adriano el maleante
Para fomentar el asalto a los regalos de Navidad, ese día faltaba en la base, sin embargo, Adriano. Un muchacho de catorce años, un maleante, diríamos nosotros. Un niño que creció deprisa, que siempre robaba para mantener a sus hermanos y por eso se conquistó el respeto de sus coetáneos. Adriano, albanés, vive en un pequeño pueblo cerca del campamento italiano. Habla perfectamente el italiano, al igual que todos sus amigos. Durante meses todos los días venía a la base para recibir comida, medicinas y también para que los soldados italianos le enseñaran a leer y escribir. Una actividad organizada por Luca, que tomó un gran afecto a ese muchacho, y que duró sólo algunos meses. «¿Qué será de ellos?», se preguntaba Luca cada vez que salía con su jeep de la base y veía por la acera a los chicos, siempre discretos sabiendo que los militares no podían ocuparse de ellos en ese momento. Hasta una mañana de marzo. Faltaban pocos días para el final de la misión de Luca en Kosovo y estos chicos eran especialistas en descubrir informaciones... Era una de las últimas salidas del oficial italiano por Dakovica antes de volver a su patria. Adriano lo sabía y ese día le esperaba en medio de la calle. El jeep, esa vez, se tenía que detener. Tenían que saludarse, “de hombre a hombre”. Luca entiende y acepta, intentando enseguida asegurar al muchacho la continuidad de la asistencia a él y a sus hermanos desde Italia. Adriano le detiene y con su mirada, esta vez un poco humedecida por las lágrimas, le entrega su regalo de despedida: «No has entendido por qué he venido a saludarte. Tú no me has enseñado a comer, a curarme, a escribir o a leer. De ti he aprendido que tú me has querido».
IRAQ
Giorgio Paolucci
Él también estaba en Nasiriyah ese maldito 12 de noviembre, cuando los kamikazes atravesaron las líneas de defensa italianas y cometieron la masacre de soldados, policías y civiles. En la mente y en el corazón quedan el recuerdo imborrable del dolor y de la rabia de los “nuestros”, pero también los numerosos testimonios de solidaridad recibidos por la gente de esa ciudad, con la cual también él había estrechado lazos amistosos desde hacía tiempo. «No, ese atentado, como los que se han sucedido en este periodo, no expresa los sentimientos profundos del pueblo iraquí. En Nasiriyah, en especial, la gente entiende que los italianos están allí para garantizar una paz todavía muy frágil, para ayudar a la reconstrucción, no para ocupar una tierra que no les pertenece». Andrea Manni –capitán reservista del Ejército, a sus espaldas otra misión en los Balcanes incorporado en la Kfor– participó, desde octubre de 2003 hasta el pasado mes de febrero, en la misión “Antigua Babilonia 2” en Iraq como responsable de las redes eléctricas y de los generadores de gran capacidad del compound “Family Quarter” –donde está desplegada una parte del contingente italiano–, colaborando también con las actividades Cimic (Civil Military Cooperation) en Nasiriyah y en los pueblos cercanos. Ha hablado ante una multitudinaria asamblea promovida por el centro social Il Circolino de Crescenzago en Milán y ahora que recorre con nosotros esos cinco intensos meses, la emoción se trasluce en su corazón y en su voz.
«No molestáis nunca»
«Nuestra misión está dando testimonio de que hay gente que da la vida por un ideal, que ante situaciones de necesidad y de extrema pobreza los soldados italianos están dispuestos a sacrificarse sin reservas y sin límites de horario, como decía el cartel colgado fuera de las dependencias del Cuerpo encargado de intervenir cuando se encuentra material bélico que puede explotar: “No molestáis nunca”. Gastamos nuestras energías en hacer más habitable esa región, para que la esperanza de un futuro mejor para Iraq no se quede en una utopía o en un eslogan instrumental. A quienes siembran violencia se debe oponer la necesaria firmeza, pero con el tiempo lo que construye es una presencia humana capaz de identificar las necesidades y ofrecer una perspectiva constructiva». Los objetivos de la misión son el mantenimiento de la paz, la reconstrucción de los organismos del aparato estatal, la reactivación de las infraestructuras esenciales, el adiestramiento de la nueva policía y del ejército, la desactivación de las minas y la investigación sobre armas biológicas, químicas y nucleares. «Durante mis cinco meses de permanencia Iraq –explica el capitán Manni– los equipos del contingente italiano han reactivado la productividad de la central termoeléctrica de Nasiriyah, haciéndola funcionar al 70% de su capacidad, permitiendo así iluminar la casi totalidad de la ciudad. Otra actividad del Cimic, de la que fui responsable de proyecto, fue la total reconstrucción de dos escuelas en estado de abandono casi completo, aunque llenas de niños, y que se han dedicado a la memoria de dos de nuestros militares asesinados en el atentado.
Reconstrucción civil y humana
La presencia de los soldados italianos, siempre discreta y nada invasora, se ha concretado también en la distribución de ayuda alimentaria a la población. Una labor de reconstrucción civil y humana, llevada a cabo ante el silencio casi absoluto de los medios de comunicación que, en cambio, han resaltado el relato de los atentados y de los enfrentamientos armados. «En el manual preparado por el Estado Mayor del Ejército –cuenta Manni– se puede leer que la clave para establecer buenas relaciones de trabajo con un árabe es establecer, sobre todo, buenas relaciones en el plano personal. Al ocuparme del avituallamiento y de la coordinación de los trabajos, he tenido oportunidad de encontrarme con muchas personas y de ofrecerles trabajo. Gracias a estas relaciones, con muchos lugareños han nacido amistades en las que la fe cristiana está llamada a medirse con una realidad llena de provocaciones y de posibilidades de testimonio. He conocido hombres y mujeres que viven la pertenencia a la tradición musulmana de manera sencilla y pacífica, lejos de la instrumentalización ideológica de los milicianos y del nihilismo de los terroristas, que usan el Islam como justificación religiosa para sus macabras empresas. Recuerdo con afecto a Fallah, un técnico en plantas frigoríficas colaborador nuestro, que al despedirse en el momento de nuestra partida, conmovido, me regaló una copia del Corán diciéndome que Dios cuidaría de mí y de todos los niños italianos».
Cuando finalice la misión “Antigua Babilonia” los compound italianos (el conjunto de estructuras donde se ha desplegado nuestro contingente) serán entregados a las autoridades iraquíes aportando un valor añadido a las comunidades locales y confirmando el espíritu que anima la presencia de nuestros soldados allí: estar en medio de la gente para poder responder a sus necesidades, reconstruir para “construir una casa” donde puedan vivir en paz.
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