Emmendingen es una pequeña ciudad no lejana de Friburgo, en la ladera de la Selva Negra. Aquí me encuentro con el padre Romano y el padre Gianluca, dos sacerdotes de la Fraternidad de San Carlo. Su casa es el punto de partida de la visita que realizaremos a las parroquias que se les han confiado. Todo empezó hace diez años, cuando el p. Romano, que había estudiado en el seminario diocesano, fue nombrado párroco. Él mismo nos cuenta: «Lo nuestro no fue un comienzo fácil. Encontramos la realidad típica de muchas parroquias alemanas: una comunidad ideológicamente dividida entre conservadores y progresistas, y una liturgia entendida como campo de experimentación. Mi predecesor había dejado la parroquia afirmando que para permanecer fiel a Cristo tenía que abandonar la Iglesia». «La Iglesia alemana vive una gran herencia –continúa el p. Gianluca, que ahora releva a Romano en la visita a las parroquias–: las grandes asociaciones católicas aún cuentan con decenas de miles de inscritos, la Iglesia todavía tiene a su disposición considerables medios financieros y cientos de obras; pero, para la mayoría, la fe no es el centro de la vida, criterio de juicio o fuente de esperanza».
Me llevan a una iglesia neogótica dedicada a san Bonifacio, el apóstol de Alemania. Romano me dice: «Desde aquí empezamos: cuidando la liturgia y la vida sacramental, anunciando a Cristo y su amor por cada uno de los hombres. Intentamos conocer a la persona, independientemente de su ideología, ayudándola a descubrir las circunstancias de la vida como el lugar donde se juega la aventura de la propia vocación. Don Massimo Camisasca nos confió el desafío de ser factor de reforma. Han sido años intensos en los que la realidad parroquial nos ha planteado interrogantes y enriquecido continuamente. El camino de la Iglesia es el encuentro del hombre con Cristo, no con una idea. Muchos agradecían volver a oír cómo se anunciaba la fe; otros, acostumbrados a “luchar en contra”, se marchaban. Es muy fuerte la tentación de pensar que es uno mismo el que hace que la parroquia crezca. Pero es Cristo el que obra, nuestra tarea es reconocer aquello que el Espíritu hace crecer». Salimos de la iglesia y nos dirigimos hacia las calles del centro. «Esta es mi parroquia, esta es mi gente», dice Gianluca. «Muchos no saben ni siquiera quién es Cristo». Más del 20% de los habitantes de Emmendigen no está bautizado, una tercera parte de los que reciben el Bautismo lo hace en edad escolar. Y tampoco faltan los adultos: «Poder contribuir a la obra de Dios es una enorme gracia». Empiezan a relatar historias muy diferentes sucedidas entre ellos, como la de un kosovar musulmán que aquí descubrió las raíces de su historia y pidió el Bautismo; o la de una chica de veinte años procedente del Este que, intrigada al ver a la gente detenerse ante la iglesia, pregunta de qué se trata: sería el primer paso que la conduciría al Bautismo. También nos cuentan la historia de una mujer evangélica que durante veinte años había asistido a la liturgia en la catedral de Friburgo: al final solicitó ser católica. Pero no todas son historias con final feliz. Hay también quienes ceden ante las burlas de la familia o de los compañeros de trabajo.
Continuamos nuestro tour dirigiéndonos hacia el barrio más nuevo de la ciudad, donde se encuentra la otra parroquia. La iglesia de San Juan Bautista es una gran iglesia de cemento en forma de tienda, diseñada por el arquitecto como la nueva tienda de la Alianza, lugar en el que Dios habita en medio de su pueblo. Un pueblo que, como el viejo Israel, ha quedado reducido a un pequeño resto. «Sin embargo, la salvación del mundo llegó de aquel pequeño resto de Israel», destacan. Y cuentan cosas de la fe y de la oración de los ancianos, de las lágrimas porque sus hijos hayan abandonado la fe. Nos hablan también de un grupo de familias con las que han empezado una Escuela de comunidad y de las tardes de juego de los domingos con sus hijos; o de un grupo de jóvenes que acompañan a una de sus amigas de dieciséis años en su camino a la Primera Comunión.
Entramos en la escuela infantil que, con sus 125 niños, es la más grande de las cuatro que tienen en sus parroquias. «La escuela infantil es la obra más importante de la parroquia. Aquí se mide la capacidad de una propuesta educativa. No se trata sólo de los niños. Para mí –dice Gianluca– esta escuela tiene la función de recordar a la parroquia que los cristianos podemos dar un juicio cultural sobre la vida. Acogemos a todos precisamente porque pensamos que nuestra mirada sobre la persona es más humana. La necesidad más urgente de las familias hoy día no es la de tener un lugar donde dejar a sus hijos mientras ellos trabajan. La urgencia mayor es la de ser educados a educar. Esto vale para toda la parroquia. No se puede partir de un proyecto o de un eslogan. Sólo se puede partir de la persona».
La última etapa nos lleva a Heimbach, la tercera parroquia, la única con raíces tradicionalmente católicas, fundada por los monjes benedictinos de San Gallo en el siglo VIII. Romano continúa explicando que «pensando en estos monjes, uno no puede dejar de pensar en la compañía que el movimiento y la Fraternidad de San Carlo nos ofrecen. Toda nuestra fuerza radica ahí, en sabernos parte de un pueblo y en la capacidad de generar juntos nuestra casa». La parroquia alberga a dos beatos. Hugo, monje cisterciense del monasterio de Tennenbach que fue suprimido a raíz de la secularización; y Adelheid, eremita que vivió en esta selva. «En el fondo, esta es la naturaleza del sacerdote –concluyen–, pedir a Dios la gracia de la santidad para su pueblo».
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