Apuntes de la intervención de Luigi Giussani en el encuentro de visitors – capicasa de los Memores Domini. Milán, 8 de febrero de 2004
Perdonad si intervengo para expresar, en primer lugar, mi agradecimiento a los que han sacrificado tiempo y energías para acompañaros hoy. Por mi parte, quisiera subrayar el significado de algunas palabras que ha utilizado don Pino mientras le he escuchado, en las cosas justas que ha dicho.
En la relación entre quien tiene una responsabilidad y quienes forman parte de la realidad de la que es responsable; en tu relación con cada uno de tu grupo o de tu casa; con cada uno de los que participan en un día de retiro del primer o del último año de noviciado; en tu relación con cada uno de los que pertenecen al grupo –como signo de la precaución que el Señor tiene con cada uno de tus amigos y por lo tanto contigo, que tienes que cuidar de ellos–, el problema no es ante todo lo que entiendes, el discurso que sabes o el testimonio que ofreces, sino, en primer lugar (como muy bien ha sugerido don Pino), la amistad. Es la amistad: si la relación no es parte de una amistad, es una presunción que pretende dictar, que no sólo es inútil, sino que hace perder el tiempo, e incluso puede introducir algo que turbe en lugar de simplificar y hacer emerger el atractivo que tienen las cosas.
Es importante que se dé una relación de amistad o una relación amistosa entre quien es responsable de un grupo y cada uno de los que pertenecen a su grupo; y en la medida y la proporción en que debe ser pertinente, es verdaderamente una amistad. Esta mañana estaba pensando cómo se podría ejemplificar o con qué se podría comparar este tipo de relación, pero cuando don Pino ha utilizado el término “amistad”, ha indicado de la mejor manera lo que implica esta relación.
Realmente esto guarda relación con lo que decís el día de vuestra “profesión”.1 El día de la “profesión” es difícil que nos encuentre huidizos frente al reclamo y la insistencia sobre cómo tenemos que vivir de ese momento en adelante. Cuando este año fui a hablaros el día de las “profesiones”,2 me vino a la cabeza la poesía de la poetisa italiana Ada Negri,3 porque nada como la “profesión” hace reflexionar sobre la incidencia y la capacidad de penetración, tenaz y clara, a través de las que nuestras jornadas deben experimentar cómo el Señor las plasma, cómo la presencia del Señor las arroya. El Señor es la presencia que, en cada cosa, nos define. Hoy don Pino ha insistido en lo que es la forma propia de la oración: ha dicho que la “petición” afecta al significado de la oración, le da la forma de un grito que manifiesta la verdad profunda del corazón. Petición y ofrecimiento son lo mismo, tienen la misma forma, decía don Pino. ¿Por qué petición y ofrecimiento coinciden? ¿Os acordáis? Volved a esas pocas, pero sabias, palabras que don Pino ha encontrado esta mañana para animarnos a asumir con claridad nuestro empeño. La identidad –que se nos invita a reconocer– entre amistad y presencia es análoga. Nada valdría esta amistad, no tendría ningún valor, en el fondo no diría nada, si no fuera conciencia de la Presencia.
Así, un amigo que forma parte de un grupo, de una casa o de cualquier ámbito de comunión entre nosotros, es una ocasión para vivir esta identidad entre amistad y atención: si te gusta una persona, cuando la miras no experimentas sólo una emoción momentánea; es algo en cierta manera permanente, que dicta los tonos y los colores de tu mirada, de tu modo de referirte a ella; de lo contrario, la estropearías, serías injusto permaneciendo a su lado.
Lo importante es que la relación con cada persona de tu grupo sea de amistad. La amistad es participar en el amor que cada uno tiene, que cada persona tiene, en el amor por su destino; es la conciencia y el amor al destino de cada uno de vosotros, por lo tanto, de ti que tienes esta tarea, y es tu manera de participar en la finalidad por la que Dios te ha confiado este compañero y te lo ha puesto cerca, cuando te acuestas o te levantas, cuando estudias o caminas, cuando creas algo o escuchas obedeciendo.
En la vocación lo importante es que la comunión que la sostiene está condicionada por la mirada con que tú miras y por el corazón con que tú sientes: es la persona como individuo dedicado a la obra de Dios en esa modalidad la que debe ser tratada bien por ello. Ojalá sepáis estar delante y cerca de vuestros amigos, incluso cuando hay silencio o cuando se dejaría de pensar en ellos.
En fin, si pasa una jornada, si se vive un día sin enamorarse de la piedad hacia Cristo, del amor a Cristo, de la caridad, es como un día perdido, porque el valor por el que las jornadas no se pierden “existe”, aunque uno no repare en ello, mientras no ponga en duda esta pertenencia. Análogamente, una comunidad no sería compañía, estar en un mismo grupo no sería compañía, si cada uno de los que lo integran no “ahonda” en el valor de una vida en común. Como escribe Dante en la Vida nueva, «no puede entender quien no lo prueba».4 Es la persona, es el alma lo que cuenta, lo que está en el origen de su valor; y esto tiene que contar para cada individuo; lo que no se puede olvidar en absoluto es la persona, y el hecho de que cada persona cuente verdaderamente, sea tenida en cuenta de verdad.
Que el Señor os ayude y nos ayude a no olvidarnos de nadie en nuestras relaciones, nunca, a no tratarnos sin que “quien es” esa persona –¡esa persona concreta!–, sin que “quien es” sea repetido como un recuerdo in auriculis, que resuena en nuestros oídos. En la medida en que esto faltara, nuestra postura sería la que tantas veces hemos condenado, es decir, ese “pluralismo” que hemos llamado “personalismo”. El personalismo elimina al individuo, tiende a eliminar al individuo, la singularidad de una presencia, y vuelve “bastarda” la paciencia con la que se soportan las fatigas o, en cualquier caso, la compañía que se hace a los demás.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón