En 1954 don Giussani y Costantino Oggioni escribieron un cuaderno titulado Conquistas fundamentales para la vida y la presencia cristiana en el mundo. La Presidencia diocesana milanesa de la Juventud Italiana de Acción Católica (GIAC) lo publicó con el imprimatur de monseñor Carlo Figini, censor eclesiástico. El texto ofrecía una serie de reflexiones sobre el significado cristiano de la vida, la dinámica de la vocación y la acción temporal, y terminaba ocupándose del estado psicológico de la postura cristiana.
A continuación proponemos los capítulos dedicados a “El Reino de César” y “La acción temporal”. Precisamente desde el inicio de nuestra historia, este cuaderno supuso una novedosa contribución para vivir la vida, con más conciencia de sus razones, como vocación en el presente para la gloria humana de Cristo en la historia: «En la medida en que llevemos a cabo una situación equivalente, garantizaremos y afianzaremos nuestras conquistas fundamentales para la vida y la presencia cristiana y, por tanto, estaremos en disposición de hacer partícipes a los otros hombres, reconduciendo a cada uno a fin de que responda a la vocación a la que Dios le llama»
Concepto
El Reino de César coincide con la sociedad en la medida en que ésta conoce y transforma la realidad natural, temporal según los ideales a los que Dios reclama al espíritu del hombre.
Los ideales
1. En el origen del hombre hay un irresistible aliento de acción y de vida. «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza», dijo Dios. Precisamente, en su irresistible deseo de actuar, el hombre es imagen de Dios, el eterno “trabajador”, como dice Jesús: «Mi Padre trabaja siempre».
2. Algunos fragmentos del principio de la Biblia nos ayudarán a distinguir las directrices ideales de esta «fuerza operativa» -como diría Ugo Foscolo- que mueve al hombre.
a) «Formó del suelo toda clase de animales del campo y todas las aves del cielo y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que cada ser viviente tuviera el nombre que el hombre le diera» (Génesis 2, 19). Una capacidad de conocer, una fuerza para saber actuar: he aquí la primera directriz.
b) «Creced y multiplicaos y poblad la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves del cielo y en todo animal que repta sobre la tierra», (Génesis 1, 28). En este famoso pasaje bíblico se contiene una triple directriz: el mundo es la casa donde el hombre se expande a sí mismo («creced y multiplicaos»). En segundo lugar, el mundo está lleno de criaturas sometidas, amigas del hombre, es una inmensa ayuda. Por último, el mundo es el reino del hombre («someted la tierra y mandad...»). Las criaturas infrahumanas deben ser investidas de la fuerza del espíritu humano; la materia debe convertirse en vehículo de ideas; el hombre debe hacer hablar a la materia.
c) «[Adán y Eva] oyeron luego el ruido de los pasos de Yahvé Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa de la tarde» (Génesis 3, 8). En última instancia, el mundo y todo el trabajo humano son camino hacia Dios, vehículo de Dios.
3. He aquí, por tanto, los grandes ideales que con su poderoso atractivo empujan al hombre hacia el trabajo:
a) El ideal de la conciencia, de la verdad. La cultura es el trabajo fundamental para el hombre.
b) El ideal de la comunidad, en todas sus formas, entre las cuales, la familia es la fundamental.
c) El ideal de la naturaleza como la gran aliada del hombre, la gran fuente de ayuda.
d) El ideal del gobierno del mundo, que debe convertirse en el reino del hombre, como una gran polis, una gran ciudad ordenada.
e) Y el ideal supremo, el religioso: la conciencia y el amor de Dios, el único en el que el impulso infinito del deseo humano se cumple.
La realidad
1. La realidad es amarga porque el orden de estos ideales se ha traicionado. Una malvada fuerza ha trastocado todo. Esa fuerza es una persona: el demonio. Cristo lo llama «el enemigo».
a) La conciencia, la conquista de la verdad, se convierte en un cansancio exasperado, a menudo minado por la duda o impedido por la imposibilidad.
b) El hogar de la casa y de la comunidad puede convertirse en refugio de enemigos y lugar de egoísmos envidiosos y celosos.
c) Las fuerzas de la naturaleza se vuelven ambiguas porque, además de bien, también son portadoras de mal. Una hermosa flor puede dar un fruto venenoso y un edelweiss puede ser anuncio de peligro mortal.
d) El mundo, en vez de reino ordenado del hombre, está cargado de hostilidades y desórdenes imposibles de controlar. Las conquistas del hombre esconden la muerte del hombre. Pensemos en la bomba atómica, por ejemplo. Las conquistas tienen la vida como precio.
e) Las cosas, en vez de ser plataforma o pista de lanzamiento ideal hacia Dios, son como brea o como una cuerda que ata, hunde y endurece nuestro ánimo de criatura de Dios. Así, un rostro bello se convierte en tentación; el estado del mar se enturbia y enloquece; el arte se enorgullece; la música se vuelve perezosa y el amor, egoísta.
2. De aquel orden original del que toda la realidad era escenario para el inmediato y familiar diálogo de Adán con Dios, queda todavía algún resquicio: «La realidad sigue siendo para nosotros lo sagrado en su forma elemental: la oscura intuición de una presencia divina en el silencio de la noche, en la oscuridad de la selva, en la inmensidad del desierto, en la inspiración del genio y en la pureza del amor» (J. Daniélov).
¡Pero qué vaga y complicada es esta huella!
3. De hecho, el hombre es un ser descompuesto, dividido. Ya no es uno consigo mismo, ya no es uno con las cosas: está separado de sí mismo y separado de las cosas. El ideal humano es como la montaña que buscaba el Ulises de Dante, entrevista en las brumas de un amanecer, después de mucho camino, pero inaferrable; ideal prohibido.
Entonces, la verdadera realidad del hombre está en su ideal. La realidad concreta es carente de sentido y decepcionante. La realidad concreta es tristeza. ¿Es que acaso es todo inútil? ¿Acaso los corazones generosos se arriesgan en vano? ¿Acaso nuestro cansancio diario es en vano?
La respuesta
1. Dios mismo trae la respuesta a esta tremenda incógnita. La respuesta es Cristo de Nazareth. No podía haber habido una respuesta más decisiva, convincente y entusiasmante.
El trabajo –cansarse, sudar, transformar las cosas tal como son, usar la naturaleza tal y como es– tiene un significado divino.
2. Así se entiende lo que escribía san Pablo (Fil 4,8): «Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud o valor, tenedlo en aprecio. Todo cuanto habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, ponedlo por obra y el Dios de la paz estará con vosotros».
3. Ésta es la última palabra que hace que el Reino de César no se convierta en una oposición radical al Reino de Dios –como desearía cierta mentalidad pesimista protestante– sino en una actividad al servicio de Dios y de Cristo. El trabajo, cualquiera que sea la aplicación en la que el hombre desarrolla sus preferencias y sus propias capacidades sobre sí mismo, sobre sus semejantes y sobre la naturaleza, es un bien, es algo positivo; tiene una finalidad eterna, porque como cantaban las «campanas de la tarde» de Fogazzaro, «todo, Señor, es inútil para el mundo, excepto lo eterno».
Todos hemos meditado alguna vez la primera página de La imitación de Cristo: «Inmensa vanidad de todo si no se ama y no se sirve sólo a Dios».
La tarea del trabajo humano
1. El mundo es como una gran semilla que debe desarrollarse y prepararse para una floración de suprema belleza y para un fruto de felicidad. Nosotros no podemos saber cómo será este desarrollo final: ¿quién puede ver la planta ya en la semilla?
2. San Pablo se refiere a nuestra naturaleza como a una «naturaleza prisionera». De esta afirmación se hacen eco también los poetas: «cachet ferme» (jaula cerrada), llama Víctor Hugo a la casa del mundo.
Pero esta naturaleza será liberada, todas sus energías puestas en libertad; y en primer lugar se restablecerá el dominio del hombre, al que Dios creó «para presidir la tierra entera» (Génesis 1, 26).
3. Cuando este orden se manifieste, la gloria de Cristo será completa, porque las cosas puras son Su Reino. Esta gloria se alcanzará al final, «habrá unos cielos nuevos y una tierra nueva».
4. Dios llamó al hombre para que empezara esta transformación. Volved a leer el Génesis 1, 28.
En ese pasaje encontramos el sentido cristiano del trabajo como prueba inicial de esa renovación total de las cosas que Dios llevará a cabo, para que sean digno escenario del Reino de Cristo.
También en este campo, Dios llama al hombre a colaborar con Él. El trabajo, ¡cualquier trabajo!, es, en última instancia, gloria de Cristo.Preliminares
La acción temporal (o terrena) es la que se refiere directamente al Reino de César y tiene que ver con el control y la transformación del cosmos que, desde el principio, dejó Dios como encargo a la humanidad. La acción temporal es el trabajo terreno en todos sus aspectos. De este modo se comprenden también el trabajo fundamental de la familia y el trabajo cultural.
La ley de la acción temporal
1. Igual que para la acción apostólica, aquí también la regla viene determinada por el ser de la acción que se debe cumplir. Es necesario que quien actúa sea fiel a la íntima naturaleza y a la finalidad de la acción misma.
El político, como tal, debe ser, sobre todo, un buen político; el sindicalista, un experto sindicalista; el técnico, un técnico preciso; etc.
Conocer bien y aplicar con exactitud el mecanismo de la propia tarea es la ley cristiana del trabajo, y nadie puede ser cristiano si no se esfuerza por cumplirla. No es cristiano ser aproximativos en el trabajo, o traicionar el deber del trabajo por presuntas exigencias extrañas.
2. Esta fidelidad a la estructura del propio trabajo, en última instancia, exige separarse de uno mismo, del punto de vista personal, de la comodidad personal y de la impaciencia personal para adherirse a la configuración del objeto que se tiene entre manos, para obedecer a las leyes de las cosas tal y como exige su naturaleza. En el fondo, no es otra cosa que renunciar a uno mismo para adherirse y obedecer a Dios, creador de la naturaleza, de toda cosa y de todo mecanismo.
3. San Pablo nos ofrece un ejemplo clarísimo cuando escribe: «Esclavos, obedeced a vuestros amos de este mundo con respeto y amor, con sencillez de corazón, como a Cristo, no por ser vistos, como quien busca agradar a los hombres, sino como esclavos de Cristo que cumplen de corazón la voluntad de Dios; de buena gana, como quien sirve al Señor y no a los hombres...» (Ef 6, 5-7).
El trabajo del siervo está al servicio de Dios al mismo tiempo que al del amo. El siervo será tanto más cristiano cuanto más precisa sea su prestación.
4. En general, podemos concluir que uno es tanto más cristiano cuanto mejor procura realizar su trabajo: el trabajo familiar, el trabajo técnico, el trabajo social o político o el trabajo cultual.
Condiciones fundamentales
1. La primera condición de la acción temporal es su adhesión a la historia.
El desarrollo histórico señala el designio de Dios y la situación del momento concreto determina los términos en los que la voluntad de Dios se hace sentir y los caminos por los que nos llama.
Así, por ejemplo, hacer uso de los adelantos técnicos es un deber de la acción temporal en la medida que estén al alcance del individuo, salvo razones de orden superior. Con frecuencia, la reticencia a utilizarlos puede deberse a una grave indolencia y amor a la comodidad: es como si un industrial por negligencia y poco empeño se retrasara en renovar adecuadamente a las exigencias de los tiempos las instalaciones técnicas de su empresa.
2. Particularmente, es necesario ser fieles al nivel de desarrollo al que la historia ha hecho llegar a la humanidad, por la conciencia de la dignidad de la persona y de los derechos y deberes que se deriven de ello.
En su carta a Filemón, un cristiano rico propietario de esclavos, san Pablo le recomienda que trate bien y que acoja con clemencia a Onésimo, un esclavo cristiano fugitivo, que –según la ley romana– podía ser castigado severamente, incluso hasta la muerte. San Pablo no obliga, de hecho, a Filemón a liberar a su esclavo; sólo le pide que tenga caridad con él. El cristianismo no determinó entonces ese desarrollo histórico que llevaría a la conciencia de la injusticia que suponía la esclavitud y a su consiguiente supresión. Hoy en día, no se toleraría que un cristiano tuviera como esclavo a otro hombre. La evolución que afectó al problema de la esclavitud se realizó y se sigue realizando en muchos otros sectores. El hombre ha ido siendo cada vez más consciente de sus derechos, por ejemplo, en el campo del trabajo, en el campo de las conquistas técnicas, de las comodidades que hacen más sencilla la vida diaria o en el campo de las exigencias culturales.
Es fundamental que el cristiano esté atento y vivo; que no esté apegado al pasado por negligencia, por avaricia, por insensibilidad o, todavía peor, por egoísmo reacio a perder los privilegios convertidos en injuria de las conciencias más progresistas de la mayoría, o por orgullo desdeñoso, incapaz de soportar que los propios hermanos coman a la misma mesa.
El fin de la acción temporal
1. La acción temporal, siendo afirmación del hombre, realiza y desarrolla como persona, sobre todo, al hombre que la lleva a cabo. Y, estando ligado necesariamente el hombre a la comunidad, la acción temporal tiende por propia naturaleza a desarrollar también la sociedad. El hombre que actúa se puede considerar bajo una doble perspectiva.
2. Se puede considerar al hombre, fundamentalmente, como «totalidad espiritual referida al Todo trascendente», es decir, a Dios. Desde este punto de vista, el hombre es persona, no hay nada por encima de él excepto Dios. No hay nada que en última instancia le pueda interesar salvo su fin eterno: cumplimiento y felicidad.
«Respecto al destino eterno del alma, la sociedad es algo para cada persona y a ella está subordinada» (Maritain). En este sentido, el ideal de la acción temporal es favorecer el Reino de Dios y obstaculizarlo sería su error más grave.
3. Por otro lado, el hombre que actúa puede considerarse como un engranaje de la colectividad, parte de un todo. Desde este punto de vista, el hombre es individuo y, como tal, el hombre está aislado en sí mismo, pero todo en él pide comunicarse con los demás para dar y tener, para participar en la colectividad, en el todo del que forma parte.
Por tanto, el bien común terreno es superior al bien de cada uno, considerado como parte del todo. Pero el bien común repercute sobre el particular: las conquistas del bien común se convierten en ventaja para el particular. Nuestra vida es todo un testimonio de las ventajas que disfruta a través de la comunidad.
En este sentido, el ideal de la acción temporal es servir a la sociedad, por lo que el individuo está en función de la sociedad, y sólo a este precio la sociedad puede volverse, al final, otra vez, un bien para el individuo. De este modo, se comprende lo injusto que sería actuar en la comunidad por un cálculo egoísta, y qué inhumano y anticristiano sería el predominio del interés de unos pocos.
4. Entre los dos aspectos de la acción temporal, por los cuales todo deber servir a la persona y el individuo debe servir al todo, existe un profundo nexo que subordina el fin del segundo al del primero. El bien común temporal, de hecho, bien desarrollado, no puede más que «sostener el impulso por el cual cada uno va hacia su propio bien eterno y hacia el Todo trascendente, y por el cual, sobrepasa el orden sobre el que se constituye el bien común de la ciudad terrena» (Maritain).
Conexiones radicales con el Reino de Dios
La acción temporal, por el hecho de ser respuesta a esa característica vocación de Dios, «vocación laical», se resuelve en amor a Dios, en caridad y, por tanto, en aumento de gracia.
El mismo hecho de desempeñar bien el propio trabajo, una vez que el alma está fundamentalmente unida a Dios, se traduce en una realidad “religiosa”, es decir, aumenta la realidad del reino de Dios.
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