Veintidós mil oficiales fueron masacrados en la foresta de Katyn en 1940 por las tropas de la URSS. Las tropas alemanas encontraron en 1943 las fosas comunes en los bosques de Katyn. La Unión Soviética siempre negó su responsabilidad en las masacres y culpó a los alemanes, algo que también obligó a hacer al gobierno polaco de la posguerra. El padre de Andrzej Wajda fue uno de los ejecutados y el cineasta creció con lo que llama “la mentira de Katyn”. Pero la obra del célebre director polaco no mira atrás, plantea una pregunta sobre el presente que nos afecta a todos
Katyn cuenta la historia de esas mujeres cuyos familiares, oficiales del ejército polaco, fueron ejecutados tras la invasión y la derrota de Polonia a raíz del tristemente célebre Pacto Molotov-Ribbentrop. Veintidós mil oficiales y unos miles de ciudadanos polacos desaparecieron del mapa. Sus últimas noticias se remontan a 1940. Al final de la guerra, mientras Polonia renacía bajo la mirada atenta del nuevo opresor soviético, esas mujeres recibieron la noticia de la muerte de sus padres, maridos y hermanos.
Disparos contra la memoria. Pero no todos los oficiales perecieron. Algunos, que habían sido amigos fraternos de los que habían muerto, se salvaron y volvieron a sus hogares. Llevaban un nuevo uniforme: fue el precio de la traición, justificada por el hecho de que los traicionados ya habían muerto.
El régimen empezó a difundir documentales filosoviéticos que contaban con énfasis el hallazgo de los cuerpos en una inmensa fosa común en los bosques de Katyn, cerca de Smolensk. Se fabricaron pruebas aplastantes que atribuían al régimen nazi la autoría de la masacre y los supervivientes tuvieron que ceder a una pequeña mentira para poder seguir viviendo.
Sin embargo, la verdad se abrió camino y algunos llegaron a conocerla. Otros deberán admitirla más tarde y se quitarán la vida por no aguantar el peso de la vergüenza por haber sacado provecho de la mentira. Un joven artista que se dejó arrastrar por la rabia pagó con la vida su rebelión.
Es posible, en efecto, defender la verdad con rabia y desesperación, como le ocurre a la hermana de un joven piloto –una nueva Antígona– que acabará detenida en la cárcel. Sin embargo, la desesperación nos hace cómplices del enemigo y la verdad defendida con la violencia acaba convirtiéndose en una aliada del crimen.
Aquellos oficiales fueron masacrados porque eran la memoria viva de Polonia, es decir, los depositarios de su cultura y de su fe. Si el régimen quería triunfar tenía que borrar para siempre esa memoria. Los soviéticos perpetraron la masacre y culparon de ello a los nazis, que por su parte cometían las mismas atrocidades. Al fin y al cabo compartían la misma perversión y el mismo poder.
Buenos y malos. Hubo quienes dieron la vida airados para restablecer la verdad histórica: en Katyn fueron los soviéticos los que mataron a los polacos, no los alemanes. Los que persiguen tan sólo este objetivo están destinados a la derrota porque utilizan el dolor como un arma y comparten con los verdugos la idea errónea de que sólo los que ganan escriben la historia, la idea de que con la fuerza o la violencia se puede defender la verdad.
El mérito de Wajda es el de mostrarnos a los verdugos, sobre todo a los rusos, no como hombres malos. Sería otra necedad. ¿Por qué malvados? ¿Por qué mucho peores que los demás? Simplemente se creían obligados, debían hacerlo aunque les doliera en el alma para alcanzar su objetivo, no tenían opción, si hubieran podido evitar la masacre lo habrían hecho.
En otros términos, si hubieran podido borrar la memoria de los polacos, su fe y su cultura, sin necesidad de matarles lo habrían hecho. Si aquellos hombres, heroicos y tozudos, no hubieran muerto con el rosario en la mano o rezando al Padre Nuestro, no habría sido necesario verter tanta sangre.
¿Y ahora? ¿Qué importancia tiene restablecer la verdad histórica?
Wajda perdió a su padre en la masacre de Katyn, pero ahora que nazismo y unión soviética han dejado de existir, ¿qué importancia tiene saber quiénes fueron los culpables? ¿Tendría sentido una película anticomunista y antisoviética del año 2009? No demasiado.
Sentido tiene, en cambio, y mucho, preguntarse si hoy harían falta todos aquellos muertos, si toda esa sangre y sufrimientos serían aún necesarios para borrar del mapa un pueblo que sabe a quién pertenece y a quién entrega su vida.
Katyn es una obra maestra porque suscita una pregunta sobre el presente: ¿qué esperanza sustenta nuestra vida personal y nuestra sociedad?
Creo que ésta es la verdadera pregunta que debemos plantearnos, en un mundo que lo controla todo hasta inhibir nuestra inteligencia, y donde el poder es tan omnipresente que logra un consenso tácito, uniforme, sin necesidad de aparentar violencia. De hecho, todos pensamos lo mismo, hablamos de lo mismo, utilizamos las mismas palabras, toleramos a todos, somos políticamente correctos. Hemos dejado de decir “ciego” o “negro”, amamos a los homosexuales, pensamos que ser una prostituta es hacer un trabajo como cualquier otro, finalmente, que matar a quien no puede defenderse es un acto de amor.
Ya no hace falta ningún disparo en la cabeza para doblegar hombres así.
* Escritor, crítico literario y editorialista de Il Giornale y Avvenire.
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