Un capitán del ejército americano, un empresario en Kenia y un astrofísico. Tres historias que ilustran cómo la energía del hombre alcanzada por Cristo da forma a las cosas en la caridad
¿Qué tiene en común el trabajo de un capitán del ejército de EEUU, cuya misión consiste en reclutar soldados, con el de un empresario que se traslada a Kenia para ayudar a grupos de jóvenes a aprender un trabajo y con el de un astrofísico que estudia el origen del universo? Tres profesiones tan distintas tienen poco que ver una con la otra. Y sin embargo, oyendo hablar a David Jones, a Stefano Montaccini y a Marco Bersanelli se intuye que hay un punto de unión, es la atención a la pregunta sobre qué es el trabajo y el comienzo de una de una experiencia. Es decir, que el trabajo no es un simple “hacer cosas”, la aplicación de una profesionalidad adquirida, sino un compromiso sincero con la realidad, con uno mismo y con el significado de cada cosa. Los problemas a resolver, los resultados a obtener, el sueldo a llevar a casa, lo que en definitiva da forma al trabajo cotidiano de todos, se concreta en sus relatos como condición necesaria para descubrir el objetivo último y el gusto verdadero de toda acción, ya sea ésta rutinaria o excepcional.
El capitán Jones habla de ello: «Para mí el terrorismo, la guerra en Afganistán y en Irak y los distintos conflictos no son eventos geopolíticos abstractos. He reclutado a hombres y mujeres que han sido enviados a estas zonas de guerra, y muchos de ellos han resultado gravemente heridos o incluso han muerto en combate». En unas condiciones así resulta inevitable preguntarse el porqué del propio trabajo, el valor de lo que se hace. Y el problema no es encontrar una coherencia de fachada, sino responder a una pregunta sobre el sentido de la propia acción. «Todos los días me pregunto si es compatible mi condición de católico con mi profesión de soldado. Y la conclusión a la que he llegado es que las dos cosas están unidas: mi profesión es la de soldado, pero mi vocación es ser santo». De esta forma se hace posible una relación humana con los soldados, compartir el dolor de las familias que pierden a sus hijos en la guerra, es más, «estar contento en el cumplimiento del oficio de las armas».
Pero lo que es posible en EEUU para un corazón inquieto como el del capitán Jones, sucede también en Nairobi, en Kenia, en donde Stefano Montaccini trabaja desde hace seis años. Hace poco más de un año estuvo a punto de dejar África: «No veía más posibilidad de desarrollo en mi trabajo, y había empezado a pensar en las praderas interminables de América», en donde el deseo de construir, de dar forma a la creatividad parecía encontrar su justo espacio. Tras una llamada de teléfono y un intercambio de correos electrónicos con algunos amigos, Stefano ha decidido permanecer en Nairobi, en la escuela San Kizito, en donde más de cuatrocientos keniatas aprenden un oficio. ¿Adiós a las praderas interminables? En absoluto. Sin atravesar el océano se han abierto una serie de oportunidades de las que han nacido una agencia para encontrar trabajo a los jóvenes, iniciativas y grupos para dar vida a pequeños proyectos empresariales, contactos con las empresas, y hasta proyectos con distintos Ministerios, ayuntamientos e instituciones de Kenia. En resumen, las praderas interminables estaban en casa. Solo hacía falta saber mirar. Y para hacer este descubrimiento Montaccini no ha hecho más que preguntar y obedecer a amigos que le han invitado a tomarse en serio el deseo de construir algo que correspondiese a la estatura de su deseo: «No buscaba la confirmación de una idea mía, sino la verdad de mí mismo», la posibilidad de trabajar con el gusto del que sabe que construyendo obras está descubriendo su vida junto a alguien.
Si Montaccini quería cambiar de aires para encontrar un nuevo trabajo, a Bersanelli - más conocido como “Binócolo” - esta idea jamás se le había pasado por la cabeza. «Yo hago el trabajo que desde niño he soñado hacer, porque siempre he experimentado la fascinación por la grandeza de la realidad». La carrera de físico y el estudio del universo han sido el cumplimiento casi natural de un deseo que todavía hoy sigue vivo. Pero el método para que este sueño se realizase hasta el fondo ha sido todo menos normal. Una cena con amigos y la propuesta que me lanzaron allí de ir a EEUU a estudiar después de la licenciatura; luego el encuentro con un profesor tan genial como complicado, las investigaciones en torno al Polo sur y ahora la implicación en un proyecto con la NASA y la Agencia Espacial Europea. Año tras año el trabajo crece, pide siempre más dedicación, pero también la familia crece, tengo tres hijos, y requieren tiempo, espacio y energías, al igual que las responsabilidades en el movimiento. ¿Cómo compaginar todo? «Fui a ver a don Giussani porque me parecía que en esta situación necesitaba ayuda - dice Binócolo -, un punto de equilibrio entre todas estas cosas», para vivirlas «de la manera más justa». Pero la respuesta desplaza a la pregunta, se sitúa en otro plano. El problema no es el punto de equilibrio, sino darse cuenta de que «cuando te relacionas con tu mujer y con tus hijos, con los amigos del movimiento, cuando estudias el universo, cuando haces cada una de estas cosas, con quien te relacionas es con Cristo». Es un descubrimiento que cambia la conciencia del trabajo y de la vida: «Esa mirada que tenía, ese punto de vista que me había ofrecido cambiaba el corazón con el que entrar en el combate de la realidad». Y, como dijo Cesana al concluir el encuentro, provocaba al descubrimiento del sentido verdadero del trabajo, condición necesaria para conquistar la felicidad, para ser protagonistas del mundo.
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