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Huellas N.8, Septiembre 2003

VIDA DE CL

La Thuile. La carta- El impacto del Ser...

Julián Carrón

Apuntes de la síntesis al final de la Asamblea internacional de responsables. La Thuile, 23 de agosto


«Cuando nos juntamos, ¿por qué lo hacemos? Para arrancar a nuestros amigos y, a ser posible, a todo el mundo, de la nada en la que vive el hombre. Nuestra relación es “vocacional”. La relación vocacional es incluso algo así: que encontrándonos - y puede suceder con nuestra madre, o en primer lugar sucede con nuestra madre -, un hombre o una mujer, de nuestra edad o más joven, se sienta como aferrado en lo hondo, rescatado de su aparente insignificancia, debilidad, maldad o confusión, y de repente invitado a las bodas de un príncipe.
La Virgen es como la invitación del príncipe».1

Somos llamados a vivir nuestra vida y nuestra fe en el contexto de una época, en el que lo que está en juego es el yo, la persona: no un aspecto de la vida, no un aspecto del yo, sino mi persona, tu persona, yo. Por ello, no es una exageración decir que la lucha es contra la “nada” en el sentido real del término, es decir, contra la ruina de nuestro yo, la pérdida del yo. Un yo que es tan “pequeño” como lo describe Leopardi: «Cuando él [el hombre], considerando la pluralidad de los mundos, se siente como una infinitesimal parte de un globo, que es una mínima parte de uno de los infinitos sistemas que componen el mundo, en esta consideración se asombra por su pequeñez, y sintiéndola profundamente y considerándola con intensidad, se confunde casi con la nada».2 Esto somos nosotros: algo que se confunde casi con la nada. Y cuanto más profundamente lo percibe y lo mira uno, tanto más, si tiene incluso una conciencia mínima de su pequeñez y “casi nada”, no puede dejar de conmoverse cuando reza los salmos: «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?».
Pero si somos “casi nada”, si somos pecadores y necesitados, entonces se comprende bien en qué estriba el drama de nuestro yo. No se trata de arreglar una pequeña pieza de nosotros mismos, de poner en orden algo en la habitación de nuestra vida; no es un problema de decoración: lo que está en juego es nuestro mismo yo. Porque nosotros somos gente “que no está en orden” pero que el Ser ha alcanzado. Gente que no está en orden: somos hombres como todos, pobrecillos como todos, pecadores como todos. Por eso, como responsables, no estamos aquí para aprender mejor (...) un discurso, sino porque estamos necesitados, porque somos gente “que no está bien”: tenemos necesidad en primer lugar para nuestra persona.

Decía Giussani en la entrevista a Libero del año pasado: «Los cristianos (...) se creen buenos porque una vez comprendieron, y se refieren a ella [a la falacia de la apariencia] como si pudieran salvarse con el discurso y la coherencia. Prefiero a muchos que no son cristianos, pero que son conscientes del mal y de su incapacidad para seguir el bien que sin embargo presienten. Por eso tengo predilección por algunos temperamentos que se agitan en el mundo y esperan una paz que no llega, y los prefiero a esos católicos que se construyen un sistema en donde descansar su supuesta fe y su supuesta caridad. En ellos, Cristo vive momificado y, lo que es peor, creen que le conocen».3 ¡Mejor pecadores! (...) Como dice Jesús: «Al salir, Jesús vio a un recaudador llamado Leví sentado al mostrador de los impuestos y le dijo:”Sígueme”. Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa y estaban a la mesa con ellos un gran número de recaudadores y otros. Los fariseos y los letrados dijeron a sus discípulos, criticándolo: “¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?” Jesús les replicó: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan”».4

Sólo el que tiene la conciencia de “no estar en orden”, de ser pecador, de estar necesitado, como Mateo, comprende qué quiere decir que alguien fije la mirada en él y le diga: «Sígueme». ¿Podéis imaginar la conmoción de Mateo, que Caravaggio captó y plasmó para siempre ante nuestros ojos? («¿Yo? ¿Precisamente yo?», parece responder Mateo con el gesto de la mano ante la llamada de Jesús). Jamás había tenido Mateo una conciencia tan fuerte de su propio yo, de su propia nada, de su ser de pecador como ante aquel hombre. Esta es la conmoción del yo ante el Ser (¡algo bien distinto de una emoción sentimental!), es la vibración del yo, tan pequeño, tan “casi nada”, tan necesitado, en el encuentro con el Ser. Todas las demás conmociones son imagen, sombra, de la única verdadera conmoción, la que el hombre experimenta delante del Ser, en el encuentro con la presencia tierna y llena de misericordia de Jesús. Es la única conmoción verdadera, la única que corresponde a la necesidad humana, que permanece para siempre, suceda lo que suceda. «Era una sencillez de corazón lo que me hacía sentir y reconocer como algo excepcional a Cristo».5 Hace falta esta sencillez ante la excepcionalidad de Cristo, ante el encuentro con esta presencia tierna y misericordiosa. Mateo también podía decir, por utilizar la expresión de don Giussani, que había sido invitado por el príncipe: porque no había sido él el que le había invitado. El banquete de Mateo era la celebración de la conmoción ante el Ser, mientras los demás murmuraban: «¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?».
Lo que le sucedió a Mateo sucede hoy. Me decía Carlos que cuando le invitaron a participar en este encuentro en La Thuile, después de un año difícil, había percibido este gesto como la invitación del príncipe. Pero, ¿cuántos hemos tenido la percepción de estar aquí “invitados por el príncipe”? Quizá hoy, después de este momento juntos, todos tengamos esta misma percepción. Nosotros, como Mateo, hemos sido invitados por el príncipe, hemos comenzado a vislumbrar qué quiere decir la vibración del Ser.
¿ Qué hemos visto y experimentado en estos días? Que el Ser, a través de una forma, la forma de esta realidad en la que hemos sido implicados, nos ha alcanzado a cada uno personalmente. La participación en esta asamblea, en este “vórtice de caridad”, que tiene una forma precisa, concreta, histórica, hecha de rostros, de cantos, de testimonios, todos hemos visto suceder, ante nuestros ojos, la exaltación de nuestro yo. Porque a través de esta forma, a través de este gesto, el que nos ha alcanzado es el Ser.
También nosotros debemos hacer - como el ciego de nacimiento - el recorrido de la fe. Si no hacemos todo el recorrido de la razón, de la libertad y del afecto hasta el reconocimiento de Aquel que está en el origen de lo que nos ha sucedido - el Ser -, permanecemos en la apariencia, en una emoción sentimental, no vivimos hasta el fondo lo que ha sucedido. «Como se ve con claridad en el Evangelio de Juan - dice don Giussani -, Jesús no concebía la fascinación que suscitaba en los demás como algo que se refería a sí mismo, sino al Padre: se dirigía a él mismo para que Él nos pudiera conducir al Padre, mediante su conocimiento y su obediencia».6
Por eso, antes de relatar la vocación de Mateo, el Evangelio dice después de la curación del paralítico: «Él, levantándose al punto, a la vista de ellos, tomó la camilla donde estaba tendido y se marchó a su casa dando gloria a Dios. Todos quedaron asombrados, y daban gloria a Dios, diciendo llenos de temor: “Hoy hemos visto cosas admirables”».7 El origen de estas cosas prodigiosas es Dios, es el Padre. ¿Por qué piensan en Dios, si solo han visto a un enfermo que ha sido curado por un hombre? ¡Porque no podían estar hasta el fondo delante de lo que había sucedido sin pensar en Dios!
Si nos detenemos en la apariencia, nos perdemos lo mejor: lo mejor es que a través de esta forma, de nuestro estar juntos aquí, el Ser nos alcanza. Porque mañana no estaremos aquí, pasado mañana tendremos que ir a trabajar, o quizá no tengamos trabajo o estemos enfermos: pero está, lo que se encuentra en el origen de lo que hemos vivido está; mañana está, pasado mañana está, aunque no tengas trabajo está, aunque estés enfermo está, cuando llegue la muerte estará.

Participando en este gesto hemos empezado a comprender, a vislumbrar el contenido de la carta que don Giussani nos ha escrito, porque hemos vuelto a tener experiencia del Ser-Caridad, la experiencia original del Ser que, a través de una forma, nos “pega” unos a otros, despierta un atractivo tal que hace que todos nosotros permanezcamos pegados.
No generamos nosotros la unidad con el Ser, es Él quien la genera: es Su presencia, a través de una forma, la que genera en nosotros esta unidad. «Pero uno no se salva él solo, por los propósitos que hace. Es Otro quien le salva a uno y al mundo a través de algo nuevo que ha nacido dentro de la historia. ¡El Ser! ¡Todo brota del flujo del Ser! (...) Sin Cristo uno se siente disperso dentro de sí, inédito, incapaz de enfocar la realidad, incapaz incluso de percibir con nitidez cualquier belleza perdurable».8
Podemos vislumbrar lo que le sucedió a la Virgen, porque también nosotros, como ella, estamos conmovidos. Este es el método con el que Dios nos salva, como le sucedió a la Virgen antes que a nosotros: “conmovida por el Infinito”. Tenemos necesidad de personas, de amigos “conmovidos”, que nos arranquen de la nada. Por eso nuestra relación es vocacional: somos amigos para esto.
«¿ Cómo se hace - escribe don Giussani - para comunicar esto a los demás? ¿Con discursos? ¡Es imposible! Sólo se puede contagiar por la “enfermedad grave” de la experiencia que se produce en nosotros [es el “contagio” de esta enfermedad, de esta conmoción]! (...) Tú estás en función del todo [podemos colaborar para el bien de todos, para el bien del mundo] a través del contagio de lo que tú vives [¡algo muy distinto de un discurso correcto y limpio!]. Uno sirve a los demás en la medida del sentimiento que tiene de sí mismo»,9 pues de otra forma no se comunica.

Más recientemente, en los Ejercicios del Grupo Adulto, don Giussani ha intervenido para responder a una pregunta. «Tú nos has dicho que no hay vibración ante el Ser, ¿cómo podemos ayudarnos?». Y él: «Comunicándonos, solamente comunicándonos. Este comunicarse no es solo con las palabras, como instrumento de expresión, sino que el instrumento es sobre todo una presencia que se te comunica», de esta emoción que vives, de este sentimiento que vives. No existe otro modo de comunicarse, de comunicar la verdad, más que el testimonio, porque el acontecimiento cristiano es un acontecimiento hecho de palabras y de hechos al mismo tiempo.
Entonces el verdadero amigo, el único que me arranca de la nada, es el testigo: testigo es aquel que hace que el Ser se me vuelva familiar, aquel que me hace participar en esta Presencia, en la conmoción de esta Presencia, en el acontecimiento de esta Presencia en la historia.
El testimonio más grande del Ser, de Cristo, es la unidad entre nosotros. La reverberación más grande de la presencia de Cristo es esta unidad: nada hay más imposible para el hombre que esta unidad. Debemos ser hijos de esta unidad, debemos obedecerla. Es necesario seguir a esta unidad, como nos enseña don Giussani desde el comienzo: «Yo pertenecía no a ellos, sino a la unidad con ellos», con aquellos tres del comienzo. «Yo soy hijo tuyo», dijo ayer a uno de nosotros. «Yo soy hijo de esta unidad, que el Padre genera ante nosotros». El seguimiento a don Giussani es algo que hace Otro: él es generador, es padre porque es generado permanentemente por Otro, porque sigue lo que Otro genera, lo que genera el Padre.

Podemos ser todos estupendos, pero solos nos perdemos. Dejemos de decir que no tenemos fuerza, porque la fuerza es la sencillez. Como el ciego de nacimiento: tenía más fuerza y más inteligencia que los fariseos, que trataban de ponerle en dificultades, porque tuvo la sencillez de adherirse a lo que le había sucedido, a la presencia del que le había devuelto la vista. Esta es nuestra fuerza: aceptar la mano de otro, adherirnos a la mano que otro nos da para salvar nuestra vida.
Y de nuevo en primer plano la importancia de una forma, del reconocimiento de una forma: una unidad que nos abre al Ser constantemente. La caridad del Ser nos alcanza a través de una forma, a través de la forma de esta unidad. Aquellos que durante estos días han obedecido a esta forma, aquellos que han tenido la sencillez de seguir, han experimentado, tal como es, la exaltación de su yo. Y vuelven a casa distintos, participan más en el Ser, son más ellos mismos. Como escribe Montale, «Justo era el signo. Quien lo ha encontrado no puede fallar en reconocerle».

Es el comienzo de una memoria. Tenemos necesidad de Él, de reconocerle cada día. No se puede hacer menos que esto, no se puede vivir sin esto, no se puede uno levantar por la mañana por menos que esto. No solo cuando las cosas son difíciles, sino también cuando las cosas son espléndidas. Si no está Él en la vida, no hay nada que hacer, aunque estuviésemos en Costa Esmeralda, en las Bahamas o en el Caribe, porque Él es la diferencia, Su presencia establece la diferencia. Cuando insistimos tanto en las situaciones difíciles es porque en las situaciones normales vivimos como si no tuviésemos necesidad de Él.

Que el Ser sea caridad, que exista, quiere decir que yo no me encuentro solo con mi nada, con mi necesidad, con mi debilidad, con mi incapacidad, con mi pecado. Esto nos hace vislumbrar qué quiere decir don Giussani con el término “éxtasis de la esperanza”. Podemos volver todos con esperanza a casa porque hemos visto que le importamos al Ser: ¡nuestra vida le importa al Ser!
La memoria no es un recuerdo, sino el reconocimiento presente del Ser que me alcanza ahora. Esto es la positividad, como leemos en el Manifiesto de Pascua de este año: «Fallarían las razones, faltaría una explicación adecuada ante lo que acontece si no existiese Cristo. Él marca la extrema victoria de Dios sobre la realidad humana. Pase lo que pase, la “misericordia” está en el trasfondo de todo lo humano. La misericordia: Dios vence el mal dentro de la historia con el bien, con una positividad que ofrece sentido a todo lo que sucede». Sin el reconocimiento de Cristo en cada instante no tenemos la razón de lo que sucede. Somos amigos para esto, para reconocer esto: estamos unidos para ayudarnos a reconocer la razón de todo lo que nos sucede, que no es algo abstracto, sino una persona, Cristo. Por este motivo se despierta un afecto cada vez mayor por Él, por esto nos levantamos cada mañana.
Todo esto tiene su esplendor en la Virgen. «Tú eres fuente viva de esperanza»: es la positividad última la que vence. Ella, una como nosotros, pudo decir: “El Señor ha mirado la nada de su sierva”, el “casi nada” de su sierva. Esta es la positividad última que vence. Ella está ante nosotros, y desafía todo nuestro escepticismo. En el dolor, en la situación difícil, en la enfermedad, tenemos delante de nosotros a la Virgen.

Decía don Giussani a los novicios: «Os pido que partáis siempre de la presencia de la Virgen, esta presencia suprema en la historia del universo. Imaginaos los días de la Virgen, los días de María junto a ese Misterio que sentía, percibía, reconocía y abrazaba con todo su ser, que hospedaba dentro de sí. Con el paso del tiempo, al dilatarse infinitamente el horizonte implicado en esa relación, ¡qué significado adquirió para la Virgen! No sólo cuando pensaba en él, sino siempre; porque para una madre llevar a su hijo, portarlo, es de alguna manera amar la presencia de todas las cosas, ¡es amar la Presencia! Así que verdaderamente (esto tenemos que descubrirlo y ayudamos a descubrirlo), realmente es un amor desconocido para los demás, un amor para el que todos están hechos, al igual que nosotros, un amor que no tiene límites, como se dice de la actitud del Padre hacia su Hijo Jesús. Ojalá tengamos paciencia en el tiempo. No una paciencia irritada o escandalizada porque las palabras no dan inmediatamente lo que prometen, no expresan enseguida su significado o, como se ha dicho y citado, no nos dejan enamorados de lo Infinito. El tiempo que pasa nos hará enamorados de lo Infinito, de lo Infinito en toda cosa finita con la que entremos en relación. Tenemos que pedirle a la Virgen la gracia de participar de su maternidad, porque estamos hechos para eso. (...) Un niño recién concebido está en el corazón de su madre. ¡Qué absoluta pertenencia!».10 ¡Qué Señorío! ¡Que Jesús domine como el pensamiento dominante de nuestro corazón! Cada mañana podemos comenzar el día con el rezo del Angelus, dejando entrar en nuestra nada este señorío. Cada mañana me sucede esto a mí, a ti: en nuestra nada, en nuestra distracción, en nuestro mal, se nos da la gracia de la Virgen, se nos da la gracia, el anuncio, se nos comunica el anuncio de que el Verbo se ha hecho carne, como a la Virgen. Y si estamos atentos, no podemos dejar de conmovernos por esto. Los levantamos para esto: para que Cristo domine cada vez más en nuestra vida para la vida del mundo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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