La dura y dolorosa serie de atentados terroristas que hiere a distintos Países del mundo es un fenómeno aterrador. El uso de la violencia ciega y a la vez bien estudiada es una deriva extrema del odio que identifica al otro siempre y sólo con un enemigo. Ninguna causa política ni menos aún religiosa puede justificar de manera alguna semejante frialdad asesina. Vivimos atenazados por el miedo mientras los aviones que surcan el cielo nos evocan lúgubres presagios.
Quienes entrenan y arman a los Kamikazes cuentan con agudizar este sentido de inseguridad con una estrategia enloquecida. Bajo el miedo y la inseguridad la vida se paraliza, se resquebrajan las relaciones, y las dificultades en lugar de suavizarse se exasperan.
Pueblos enteros viven en el terror, como los últimos meses tan trágicamente han demostrado. Es una guerra compleja que no deja entrever nada bueno.
En esta situación lo peor es la irresponsabilidad. De todos, incluso la nuestra: desde los jefes de Estado y los organismos internacionales hasta los responsables de las distintas formaciones políticas. Ceder a la lógica de las divisiones y los bandos, del esquema maniqueo que separa los buenos de los malos, es el fruto amargo de una irresponsabilidad generalizada.
La política como arte del compromiso podría ofrecer un camino realista para la búsqueda de instrumentos eficaces para una solución pacífica de los conflictos.
Sin embargo, tampoco nosotros, que no somos jefes de nada, podemos ser irresponsables. A todos, como recuerda el Papa, verdadero signo de esperanza para el mundo, nos toca una tarea importante mediante la súplica a Dios y el cambio del corazón. La política puede organizar, limitar o impulsar, coordinar. Pero la batalla verdadera para restar espacio a la lógica del odio y del miedo se juega en la “educación”.
El miedo nace bajo distintas formas y por diversos motivos, pero siempre en el «desierto y vacío» en palabras de Eliot, que puede estar también entre la muchedumbre del metro.
La educación es la energía para construir y volver a emprender oponiéndose al desierto donde se pierde la vida reducida a un juguete del que cualquiera puede adueñarse. En 1987 Giussani habló de “efecto Chernobyl” como resultado de ese empobrecimiento de los deseos de la persona que el Poder lleva a cabo. El rescate de la persona empieza con educar en la conciencia de que cada uno de nosotros es relación con el Infinito, y de que en ello estriba el valor del hombre y la señal de su destino. La positividad como ley de la acción personal y social se expresa en personas y pueblos en los que vive una tradición, una transmisión crítica de la experiencia humana y de su finalidad, donde el deseo encuentra su fuente y una respuesta adecuada.
Por tanto nos sentimos plenamente responsables en la lucha contra el desierto.
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